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Capítulo LXXXVIII De cómo queriendo hacer fundición en los Reyes se aguardó hasta que Hernando Pizarro llegase; y cómo salió del puerto el obispo de Tierra Firme, y otros que estaban ricos En este tiempo cuentan que se había recogido muy gran tesoro en la ciudad de los Reyes, porque como había en las provincias mucho y los señores naturales no tuviesen tasa de lo que habían de tributar, procuraban de regularlos de tal manera que no les quedase cejas ni pestañas. Había mandado el gobernador que se hiciera fundición porque no se disminuyesen los quintos reales; y esta nueva supo Hernando Pizarro que venía con toda prisa a se hallar presente. Escribió con posta a su hermano entretuviese el fundir hasta que se viesen; hízose así, y Hernando Pizarro con los caballeros que le venían acompañando llegaron cerca de la ciudad y fueron muy bien recibidos, así del gobernador como de todos los vecinos y más españoles que estaban en la ciudad. Antes de esto llegó fray Miguel de Orense, encomendador de nuestra señora de la Merced, y pidiendo lugar, fundó el monasterio que hay de esta orden. Y el obispo de Tierra Firme había alcanzado con el cabildo porque la ciudad se tornase a trazar de manera que la plaza quedara más en medio: porque la iglesia tenía poco lugar si se había de hacer grande. No se concluyó ni pudo acabar; y para haber sido ésta tan rica provincia, y haber hallado los mayores tesoros que se han visto en el mundo, tuvieron los que al principio en ella entraron poco cuidado de adornar los templos que hablan de estar fundados de oro y plata, y tener tales servicios y ornamentos que fueran mentados en todas partes.

Y aunque no tuvieran, para hacer esto, otro ejemplo sino mirar que los indios con ser idólatras tenían los suyos tan ricos y tan llenos de vasijas de oro y plata y piedras preciosas, como saben los que lo vieron, y sin adorar allí sino a sus dioses y demonios. Y para tener el sacramento y predicar el evangelio se hacía en casas de paja; y si en esta ciudad se ha hecho algo ha sido después que es obispo don jerónimo de Loaisa. Bien miran los indios en esto y en que ven hacer al revés todo lo que les predican, cuando tratan en su conversión. Y por ventura Dios todopoderoso habrá, por esto, o por otras cosas que adelante apuntaré, permitido lo que ha pasado en los castigos que con su brazo de justicia ha hecho: que si bien se considera es para recibir espanto. Apunto esto porque será justo, que pues tantas torres y terrados se hacen para aposentos de los que en ellos moran, que se acuerden que todo lo que tienen se lo ha dado Dios y que será bien que sus templos se engrandezcan y hagan de tal manera que los indios no digan lo que sobre ello han dicho. El obispo de Tierra Firme, después de haber estado algunos días en los Reyes, determinó de se volver a su obispado, publicando primero que los hombres de aquesta tierra eran muy cautelosos, y de poca verdad, porque veía que como unos de otros estuviesen ausentes se detractaban y murmuraban, y estando juntos se adulaban extrañamente y con gran fingimiento. Algunos hubo que, como estuviesen ricos, pidieron licencia al gobernador para se ir en España; entre los cuales fueron el capitán Hernando de Soto; Tello de Guzmán, don Luis; el doctor Loaisa: a los cuales Pizarro mandó proveer de lo necesario, habiéndole dado primero, a los más de ellos, cantidades de oro y plata.

Al obispo quiso hacer algún servicio de estos metales; no lo quiso recibir ni tomar, si no fue una caja de cucharas que podían valer poco más de dos marcos de ella. Pizarro le rogó, pues que de él no quería recibir ninguna cosa, llevase a su cargo para el hospital de Panamá seiscientos castellanos, y para el de Nicaragua cuatrocientos; y él y los más de los vecinos lo acompañaron hasta la mar. Juan de Rada y Benavides estaban en la ciudad haciendo gente. Habían de llevar consigo, el Juan de Rada, al hijo de Almagro. Dióles prisa Pizarro en la salida porque alcanzasen al adelantado antes que estuviese muy metido en la tierra adentro. Volviendo a tratar de Hernando Pizarro, el gobernador recibió en su visita mucho contentamiento: hablaron en secreto lo que le había pasado en España, y cuán lo recibió su majestad, y cómo no se pudo excusar el traer la gobernación a don Diego de Almagro mas que el emperador le añadía setenta leguas de costa adelante de las doscientas que tenía de gobernación donde a razón entraba el Cuzco y lo mejor de las provincias. Había salido de Trujillo Alonso de Alvarado acompañado de Alonso de Chávez, Francisco de Fuentes, Juan Sánchez, Agustín Díaz, Juan Pérez Casas, Diego Díaz y otros, que por todos eran trece, camino de los Chachapoyas. Llegaron a Cochabamba, donde fueron bien recibidos de los naturales, porque de toda la comarca vinieron por los ver. Alvarado no consintió hacerles ningún daño ni enojo, habló a los caciques y señores: su venida ser a tener noticia de ellos de lo de adelante y a les hacer saber como volvería brevemente con muchos cristianos, y les daría a todos noticia de nuestra sagrada religión, porque para se salvar no había de adorar en el sol ni en estatuas de piedra, sino en Dios todopoderoso, criador universal de cielo, tierra y mar, con todo lo demás.

Espantáronse los indios con oír estas cosas. Oíanlas de gana; dijeron que se holgarían de ser cristianos y recibir agua de bautismo. Juntáronse ellos y sus mujeres en la plaza, hicieron un baile concertado a su usanza: venían enjaezados con piezas de oro y plata, de todo hicieron un montón y lo dieron a Alvarado; el cual como en ellos vio tan buena voluntad, habló a los españoles que con él habían ido para poblar y repartir. Holgaron de ello, y él, después de haber hablado largo con los señores y tomado de ellos noticia de la tierra de adelante, y esforzándolos en el amistad de los españoles, volvió a Trujillo, de donde no paró hasta la mar a informar al gobernador de lo que pasaba; el cual fue contento que pudiese poblar en aquella comarca una ciudad de cristianos, habiendo por bien que se quedase con el oro y plata que le habían dado para ayuda de la jornada. Este Alonso de Alvarado es natural de Burgos, de gentil presencia y de gran autoridad y que ha sido muy señalado en este reino porque se ha hallado en todos los negocios importantes, siempre en servicio del emperador, y en tiempo andando, concluida la guerra de Chupas, le hizo merced de título de mariscal y de un hábito de Santiago, según que la historia lo dirá. El cual, como tuviese grandes esperanzas de hacer buena hacienda en la provincia de los Chachapoyas, se despidió de Pizarro y volvió a Trujillo donde procuró hacer gentes y caballos para volver a ella.

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