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Datos principales
Desarrollo
Capítulo LXXXV Cómo el gobernador Arbieto envió a Topa Amaro y a los demás presos al Cuzco y el Virrey mandó justicia a Topa Amaro El gobernador Martín Hurtado de Arbieto, después de haber pasado un mes que tenía consigo a los indios Tupa Amaro, Gualpa Yupanqui y Quispi Tito, llegó orden del Virrey don Francisco de Toledo para que la gente que quisiese salir saliese al Cuzco, visto que ya la tierra estaba pacífica y no había que temer, pues los Yngas que la podían desasosegar ya no podían. Así los envió presos a la ciudad del Cuzco, y con ellos vinieron también Curi Paucar Unia y Colla Topa, sus capitanes y otros prisioneros de los más principales, que mandó el virrey le llevasen adonde él estaba, para verlos y ejecutar lo que tenía en su pensamiento hacer, porque había sentido mucho la muerte de Atilano de Anaya, su embajador. Viniendo así al Cuzco cayó malo Huallpa Yupanqui, tío de los yngas, de flujo de vientre y sangre, y apretándole la enfermedad vino a morir de ella sin llegar al Cuzco, una legua dél, porque no viese el dolor y tristeza que en él se aparejaba a su sobrino Tupa Amaro dentro de pocos días. Entró toda la gente en la ciudad del Cuzco en orden con los prisioneros. El capitán Martín García de Loyola, que era el que había preso a Tupa Amaro, lo llevaba con una cadena de oro echada al cuello, y Quispitito su sobrino iba con otra de plata. Junto dél fueron pasando todos los capitanes y soldados, por su orden como el Virrey lo había mandado, y con ellos los prisioneros de más y menos calidad, y los capitanes y principales orejones.
El virrey don Francisco de Toledo estaba en las casas de su morada, que eran las de Diego de Silva, vecino del Cuzco, natural de Ciudad Rodrigo, caballero de mucha calidad, y de una ventana vio toda la gente como entraba. Junto a él estaba Fray García de Toledo, su tío, religioso del orden de Santo Domingo, y detrás Fray Pedro Gutiérrez, su capellán, que ya dijimos fue después del Real Consejo de Indias. Como al tiempo que llegaban a emparejar con la ventana donde estaba el Virrey, y el capitán Loyola mandase a los indios que se quitasen los llautos, y Topa Amaro la borla que llevaba puesta por insignia real, ellos no quisieron, sino solamente tocaron los llautos con las manos, haciendo inclinación con la cabeza hacia donde estaba el Virrey. Algunas personas dicen que diciéndole el capitán Loyola que se quitase la borla que allí estaba el Virrey, Tupa Amaro respondió que no quería, porque quién era el virrey sino un yanacona del Rey, que quiere decir criado del Rey, y que indignado de esto el capitán Loyola, dejó la cadena de oro que llevaba en la mano con que Topa Amaro iba preso, y le dio dos pescozones, pareciéndole que en ello hacía sevicio a Su Majestad y daba gusto al Virrey, cosa que por todos los que se hallaron presentes fue juzgada por indigna de caballero noble, sea lo que fuere. Topa Amaro y su sobrino Quispitito Yupanqui fueron puestos en prisión en casa de don Carlos Ynga, hijo de Paulo Topa, que el Virrey había hecho fortaleza. Mucho se trató y confirió la causa de estos Yngas, sobre hacer justicia de ellos, y muchas personas hablaron y rogaron con mucho afecto al Virrey sobre que templase su indignación contra ellos, y no fueron de provecho.
Muchos teólogos hubo que atentos a no ser bautizados los Yngas, ni sometídose al gremio de la Santa Madre Iglesia Romana, dijeron no ser merecedores de la muerte, pues siempre habían ellos pretendido la paz y reconocer y dar la obediencia a la majestad de nuestro Rey don Felipe, pero que les dejasen estar en sus tierras y vivir en paz en ella, y que ellos recibirían la fe y el santo Bautismo. Así los defendían con muchas razones, a las cuales el Virrey cerró los oídos y se determinó de hacer justicia de Topa Amaro públicamente, cortarle la cabeza para de una vez quitar recelos delante de los ojos, y a los indios yngas y demás provincias darles a entender que el Rey don Felipe, nuestro señor, era su único rey, y a él habían de obedecer, sin poner la mira en otro ninguno en el Reino. Así mandó hacer justicia de los capitanes Yngas Collatopa y Paucar Unia, a los cuales cortaron las manos, y a Teripaucar Yauyo, que más en todas las ocasiones se había señalado contra los españoles, y en la muerte de Atilano de Anaya era el más principal, lo ahorcaron en la plaza y rollo de la ciudad del Cuzco, con que acabó y fenecieron sus maldades. Hicieron, para cortar la cabeza a Tupa Amaro, en medio de la plaza pública del Cuzco un tablado cubierto de negro, el cual cuando supo lo que había de ser dél, rogó muy afectuosamente que no le matase el virrey pues él no le había ofendido ni le era su muerte de ningún provecho, y que lo enviasen a Su Majestad para que allí fuese su yanacona, que quiere decir criado, pero poco aprovechó este ruego, ni movió el corazón duro y obstinado del virrey a lástima ni compasión.
Ni menos cuando don Fr. Augustín de la Coruña, religioso de vida santa ejemplar, como es público en todo este Reino, y obispo de Popayán, habiendo el desdichado Tupa Amaro el mismo en las casas dichas de don Carlos Ynga, que son la fortaleza, pedido el santo bautismo y el obispo muy Señor dádosele, y echado a los pies del Virrey, con lágrimas le suplicó le otorgase la vida, porque era inocente y no debía morir aquella muerte que se le trataba de dar, y lo enviase a España a Su Majestad, el Virrey resolutamente se lo negó, y cerró la puerta a ruegos y suplicaciones en este caso. Así el día señalado para la ejecución de la justicia, nunca se vio la ciudad del Cuzco en sus trabajos y cerco tan a canto y a pique de perderse, como fue cuando una infinidad de indios que en ella había, ingas, orejones y de otras provincias vieron sacar al desdichado Topa Amaro a degollarlo, rodeado de la guardia y alabarderos del Virrey don Francisco de Toledo, vestido de luto, y llorando. Así por las calles no se podía pasar, los balcones estaban llenos de gente, damas y señoras principales que movidas a lástima le ayudaban a llorar, viendo un mozo malogrado llevar a quitar la vida. Así con verdad se puede decir que ninguna persona de calidad, y sin ella, dejó de pesarle su muerte. Aún el Virrey llevó infinitas maldiciones en general y particular, y todos los que en ello le dieron consejo contra el triste Amaro, el cual subió al tablado, donde el obispo don Fray Agustín de la Coruña, que el día antes le había lavado con el agua del santo bautismo, le confirmó públicamente, en presencia de todos, fortaleciéndole con la gracia de aquel Santo Sacramento, instituido por Cristo en la fe católica, que había recibido.
Fue cosa notable, y de admiración, lo que refieren: que como la multitud de indios que en la plaza estaban, y toda la henchían, viendo aquel espectáculo triste y lamentable, que había de morir allí su Ynga y Señor, atronasen los cielos y los hiciesen retumbar con gritos y vocería, y los parientes suyos, que cerca estaban, con lágrimas y sollozos celebrasen aquella triste tragedia, los que en el tablado estaban a la ejecución mandase callar a aquella gente, a la cual el pobre Tupa Amaro alzando la mano dio una palmada con la cual toda la gente calló y se sosegó, que parecía que no había en la plaza alma viviente, y no se oyó más llanto ni voz ninguna, que fue indicio y señal manifiesta de la obediencia, temor y respeto que los indios tenían a sus Yngas y Señores. Pues aquel que jamás los más habían visto, pues siempre se estuviere en Vilcabamba, retirado desde niño, a una palmada reprimieron los llantos y lágrimas salidas del corazón, que tan dificultosas son de ocultar y esconder. Así el verdugo, atándole los ojos y tendiéndole en un estrado, con un alfanje le cortó la cabeza y acabaron sus días del triste y malogrado mozo, y cesó por la vía de Manco Ynga la generación y descendencia masculina. A Quespitito, su sobrino, desterró el virrey don Francisco de Toledo a la Ciudad de los Reyes, donde, como el temple sea tan cálido y contrario al de la sierra, donde el mozo se había criado, en breve feneció sus días. Algunas hermanas y tías las repartió en las casas de los vecinos de aquella ciudad, las cuales con trabajos y desventuras, y faltas de abrigo, han andado y andan con harta compasión y lástima.
Trajeron el cuerpo de Manco Ynga de Vilcabamba, donde le mató Diego Méndez, mestizo, con Escalante y Brizeño y otros que huyeron de la batalla de Chupas junto a Guacamanga, como tengo ya referido, y habiéndole traído, mandó el virrey don Francisco de Toledo que le quemasen en lo alto de la fortaleza antigua, llamada Quíspiguaman, lo cual mandó se hiciese, porque los indios, sabiendo donde estaba enterrado, no le sacasen ocultamente y lo adorasen. Quedó, como tengo dicho, una hija legítima de Saire Topa y nieta de Manco Ynga, y bisnieta de Huaina Capac, señor universal de estos reinos, llamada doña Beatriz Clara Coya de Mendoza, la cual el virrey casó con el capitán Martín García de Loyola. Su capitán de la guardia. Y sobre el casamiento, porque pretendía haberse primero desposado con ella Cristóbal Maldonado, natural de Salamanca, hubo grandes diferencias y pleitos, que duraron muchos años entre los dos. Y en ellos hubo sentencias del obispo del Cuzco y Arzobispo de Lima, lo cual todo se concluyó con la sentencia que dio el maestro Fray Juan de Almares, religioso del orden de San Agustín, persona de muchas letras y catedrático de escritura en la Universidad Real de la Ciudad de los Reyes, juez apostólico, y quedó con ella el capitán Martín García de Loyola, el cual, siendo proveído por Gobernador del reino de Chile, y habiendo ido allá con su mujer, fue muerto por los indios al fin del año de 1598, por un desgraciado suceso, con otros setenta hombres.
Y así su mujer se vino a Lima, donde dentro de un año de la muerte de su marido murió, y quedó de ella una hija legítima, la cual fue llevada a España, habiendo heredado la encomienda de indios que fue de su madre, que serán diez mil pesos ensayados de renta, y así, por esta parte, se acabó y feneció esta generación de Yngas. Otros muchos descendientes de Huaina Capac hay en la ciudad de el Cuzco, especial, como tenemos dicho, Paulo Topa, que tanto sirvió a su majestad, el cual bautizado, se llamó don Cristóbal Paulo Topa, que tuvo en diferentes mujeres muchos hijos e hijas, pero el principal fue don Carlos Ynga, legítimo, el cual casó con una señora española, hijadalgo, llamada doña María de Escobar. A éste, por ciertas presunciones que hubo contra él, el virrey don Francisco de Toledo tuvo mucho tiempo en prisión, y cierta renta que tenía se la quitó, de lo cual vino a gran necesidad. Dicen algunos que naciéndole un hijo, a quien llamó don Melchor Inquill Topa y por otro nombre don Melchor Carlos Inga, le coronó con muchos Yngas y curacas que a la sazón estaban en el Cuzco. Cuando esto hubiera sido así, mas fue de liviandad e ignorancia que con ánimo de levantarse contra Su Majestad. Muerto el don Carlos, y siendo ya de edad para casarse, contrajo matrimonio con doña Leonor Carrasco, hija legítima de Pedro Alonso Carrasco, caballero del hábito de Santiago, que por ser hombre de brío y valor, el año de 1601, por el mes de mayo, estuvo preso en la ciudad del Cuzco por el doctor Juan Fernández de Recalde, oidor de la Real Audiencia de los Reyes, a causa que en aquel tiempo fue en la ciudad de Guacamanga también preso don García de Solís Portocarrero, caballero del hábito de Cristo, corregidor de ella, por haber, según se dijo, tratado de rebelarse conta el Real servicio, y decían se entendía con él don Melchor Carlos Ynga.
Pero al fin el don García fue cortada la cabeza por el licenciado Francisco Coello, alcalde de corte de la Ciudad de los Reyes, juez de comisión, que al negocio vino embiado por el virrey don Luis de Velasco, caballero del hábito de Sanctiago, que a la sazón gobernaua este Reyno. Por la Real Audiencia, y en las averiguaciones que en el caso con mucho cuidado y diligencia se hicieron, no se halló haber el don Melchor Carlos Ynga entendido en él, ni sido sabedor de lo que trataba, ni habérsele dado parte de ello, y así fue dado por libre, y con mucha honra declarado por tal y publicado y sabido en todo este Reino. El mesmo año, por orden de Su majestad, pasó a los reinos de España, habiéndosele dado para este efecto muy buena ayuda de costa. Y llegado a la Corte, donde su majestad residía, después de pasados algunos días, se le hizo merced de siete mil ducados de renta, dejando la que en el Perú tenía, y se le mandó que siempre viviese en España, donde al presente está, y que llevase allá a su mujer. Otro hijo de Gainacapac, llamado Illescas, también refieren los indios que Ruminaui, capitán de Ata Hualpa, de los que vinieron en compañía de Quisques y Chalco Chima, los hubo a las manos, y cuando se retiró Quisques del Cuzco hacia Quito lo llevó consigo, donde cruel, e inhumanamente, lo mató con ánimo de alzarse y que no hubiese quien, andando el tiempo, se le pudiese oponer por ser entonces niño. Del pellejo, para mayor ostentación de su animo inicuo y perverso, hizo un cuero de atambor, pero no gozó muchos días el contento, que los españoles, entrando en la provincia de Quito le vencieron y mataron, conquistándola. A Quesques dicen le mataron sus indios, porque no quiso hacer paces con los christianos, pidiéndoselo ellos, por ver la pujanza suya y cómo destruían toda la tierra. Así fue feneciendo toda esta generación, y se acabaron los capitanes quel famoso Huaina Capac llevó consigo a la guerra, y conquista de Tomabamba.
El virrey don Francisco de Toledo estaba en las casas de su morada, que eran las de Diego de Silva, vecino del Cuzco, natural de Ciudad Rodrigo, caballero de mucha calidad, y de una ventana vio toda la gente como entraba. Junto a él estaba Fray García de Toledo, su tío, religioso del orden de Santo Domingo, y detrás Fray Pedro Gutiérrez, su capellán, que ya dijimos fue después del Real Consejo de Indias. Como al tiempo que llegaban a emparejar con la ventana donde estaba el Virrey, y el capitán Loyola mandase a los indios que se quitasen los llautos, y Topa Amaro la borla que llevaba puesta por insignia real, ellos no quisieron, sino solamente tocaron los llautos con las manos, haciendo inclinación con la cabeza hacia donde estaba el Virrey. Algunas personas dicen que diciéndole el capitán Loyola que se quitase la borla que allí estaba el Virrey, Tupa Amaro respondió que no quería, porque quién era el virrey sino un yanacona del Rey, que quiere decir criado del Rey, y que indignado de esto el capitán Loyola, dejó la cadena de oro que llevaba en la mano con que Topa Amaro iba preso, y le dio dos pescozones, pareciéndole que en ello hacía sevicio a Su Majestad y daba gusto al Virrey, cosa que por todos los que se hallaron presentes fue juzgada por indigna de caballero noble, sea lo que fuere. Topa Amaro y su sobrino Quispitito Yupanqui fueron puestos en prisión en casa de don Carlos Ynga, hijo de Paulo Topa, que el Virrey había hecho fortaleza. Mucho se trató y confirió la causa de estos Yngas, sobre hacer justicia de ellos, y muchas personas hablaron y rogaron con mucho afecto al Virrey sobre que templase su indignación contra ellos, y no fueron de provecho.
Muchos teólogos hubo que atentos a no ser bautizados los Yngas, ni sometídose al gremio de la Santa Madre Iglesia Romana, dijeron no ser merecedores de la muerte, pues siempre habían ellos pretendido la paz y reconocer y dar la obediencia a la majestad de nuestro Rey don Felipe, pero que les dejasen estar en sus tierras y vivir en paz en ella, y que ellos recibirían la fe y el santo Bautismo. Así los defendían con muchas razones, a las cuales el Virrey cerró los oídos y se determinó de hacer justicia de Topa Amaro públicamente, cortarle la cabeza para de una vez quitar recelos delante de los ojos, y a los indios yngas y demás provincias darles a entender que el Rey don Felipe, nuestro señor, era su único rey, y a él habían de obedecer, sin poner la mira en otro ninguno en el Reino. Así mandó hacer justicia de los capitanes Yngas Collatopa y Paucar Unia, a los cuales cortaron las manos, y a Teripaucar Yauyo, que más en todas las ocasiones se había señalado contra los españoles, y en la muerte de Atilano de Anaya era el más principal, lo ahorcaron en la plaza y rollo de la ciudad del Cuzco, con que acabó y fenecieron sus maldades. Hicieron, para cortar la cabeza a Tupa Amaro, en medio de la plaza pública del Cuzco un tablado cubierto de negro, el cual cuando supo lo que había de ser dél, rogó muy afectuosamente que no le matase el virrey pues él no le había ofendido ni le era su muerte de ningún provecho, y que lo enviasen a Su Majestad para que allí fuese su yanacona, que quiere decir criado, pero poco aprovechó este ruego, ni movió el corazón duro y obstinado del virrey a lástima ni compasión.
Ni menos cuando don Fr. Augustín de la Coruña, religioso de vida santa ejemplar, como es público en todo este Reino, y obispo de Popayán, habiendo el desdichado Tupa Amaro el mismo en las casas dichas de don Carlos Ynga, que son la fortaleza, pedido el santo bautismo y el obispo muy Señor dádosele, y echado a los pies del Virrey, con lágrimas le suplicó le otorgase la vida, porque era inocente y no debía morir aquella muerte que se le trataba de dar, y lo enviase a España a Su Majestad, el Virrey resolutamente se lo negó, y cerró la puerta a ruegos y suplicaciones en este caso. Así el día señalado para la ejecución de la justicia, nunca se vio la ciudad del Cuzco en sus trabajos y cerco tan a canto y a pique de perderse, como fue cuando una infinidad de indios que en ella había, ingas, orejones y de otras provincias vieron sacar al desdichado Topa Amaro a degollarlo, rodeado de la guardia y alabarderos del Virrey don Francisco de Toledo, vestido de luto, y llorando. Así por las calles no se podía pasar, los balcones estaban llenos de gente, damas y señoras principales que movidas a lástima le ayudaban a llorar, viendo un mozo malogrado llevar a quitar la vida. Así con verdad se puede decir que ninguna persona de calidad, y sin ella, dejó de pesarle su muerte. Aún el Virrey llevó infinitas maldiciones en general y particular, y todos los que en ello le dieron consejo contra el triste Amaro, el cual subió al tablado, donde el obispo don Fray Agustín de la Coruña, que el día antes le había lavado con el agua del santo bautismo, le confirmó públicamente, en presencia de todos, fortaleciéndole con la gracia de aquel Santo Sacramento, instituido por Cristo en la fe católica, que había recibido.
Fue cosa notable, y de admiración, lo que refieren: que como la multitud de indios que en la plaza estaban, y toda la henchían, viendo aquel espectáculo triste y lamentable, que había de morir allí su Ynga y Señor, atronasen los cielos y los hiciesen retumbar con gritos y vocería, y los parientes suyos, que cerca estaban, con lágrimas y sollozos celebrasen aquella triste tragedia, los que en el tablado estaban a la ejecución mandase callar a aquella gente, a la cual el pobre Tupa Amaro alzando la mano dio una palmada con la cual toda la gente calló y se sosegó, que parecía que no había en la plaza alma viviente, y no se oyó más llanto ni voz ninguna, que fue indicio y señal manifiesta de la obediencia, temor y respeto que los indios tenían a sus Yngas y Señores. Pues aquel que jamás los más habían visto, pues siempre se estuviere en Vilcabamba, retirado desde niño, a una palmada reprimieron los llantos y lágrimas salidas del corazón, que tan dificultosas son de ocultar y esconder. Así el verdugo, atándole los ojos y tendiéndole en un estrado, con un alfanje le cortó la cabeza y acabaron sus días del triste y malogrado mozo, y cesó por la vía de Manco Ynga la generación y descendencia masculina. A Quespitito, su sobrino, desterró el virrey don Francisco de Toledo a la Ciudad de los Reyes, donde, como el temple sea tan cálido y contrario al de la sierra, donde el mozo se había criado, en breve feneció sus días. Algunas hermanas y tías las repartió en las casas de los vecinos de aquella ciudad, las cuales con trabajos y desventuras, y faltas de abrigo, han andado y andan con harta compasión y lástima.
Trajeron el cuerpo de Manco Ynga de Vilcabamba, donde le mató Diego Méndez, mestizo, con Escalante y Brizeño y otros que huyeron de la batalla de Chupas junto a Guacamanga, como tengo ya referido, y habiéndole traído, mandó el virrey don Francisco de Toledo que le quemasen en lo alto de la fortaleza antigua, llamada Quíspiguaman, lo cual mandó se hiciese, porque los indios, sabiendo donde estaba enterrado, no le sacasen ocultamente y lo adorasen. Quedó, como tengo dicho, una hija legítima de Saire Topa y nieta de Manco Ynga, y bisnieta de Huaina Capac, señor universal de estos reinos, llamada doña Beatriz Clara Coya de Mendoza, la cual el virrey casó con el capitán Martín García de Loyola. Su capitán de la guardia. Y sobre el casamiento, porque pretendía haberse primero desposado con ella Cristóbal Maldonado, natural de Salamanca, hubo grandes diferencias y pleitos, que duraron muchos años entre los dos. Y en ellos hubo sentencias del obispo del Cuzco y Arzobispo de Lima, lo cual todo se concluyó con la sentencia que dio el maestro Fray Juan de Almares, religioso del orden de San Agustín, persona de muchas letras y catedrático de escritura en la Universidad Real de la Ciudad de los Reyes, juez apostólico, y quedó con ella el capitán Martín García de Loyola, el cual, siendo proveído por Gobernador del reino de Chile, y habiendo ido allá con su mujer, fue muerto por los indios al fin del año de 1598, por un desgraciado suceso, con otros setenta hombres.
Y así su mujer se vino a Lima, donde dentro de un año de la muerte de su marido murió, y quedó de ella una hija legítima, la cual fue llevada a España, habiendo heredado la encomienda de indios que fue de su madre, que serán diez mil pesos ensayados de renta, y así, por esta parte, se acabó y feneció esta generación de Yngas. Otros muchos descendientes de Huaina Capac hay en la ciudad de el Cuzco, especial, como tenemos dicho, Paulo Topa, que tanto sirvió a su majestad, el cual bautizado, se llamó don Cristóbal Paulo Topa, que tuvo en diferentes mujeres muchos hijos e hijas, pero el principal fue don Carlos Ynga, legítimo, el cual casó con una señora española, hijadalgo, llamada doña María de Escobar. A éste, por ciertas presunciones que hubo contra él, el virrey don Francisco de Toledo tuvo mucho tiempo en prisión, y cierta renta que tenía se la quitó, de lo cual vino a gran necesidad. Dicen algunos que naciéndole un hijo, a quien llamó don Melchor Inquill Topa y por otro nombre don Melchor Carlos Inga, le coronó con muchos Yngas y curacas que a la sazón estaban en el Cuzco. Cuando esto hubiera sido así, mas fue de liviandad e ignorancia que con ánimo de levantarse contra Su Majestad. Muerto el don Carlos, y siendo ya de edad para casarse, contrajo matrimonio con doña Leonor Carrasco, hija legítima de Pedro Alonso Carrasco, caballero del hábito de Santiago, que por ser hombre de brío y valor, el año de 1601, por el mes de mayo, estuvo preso en la ciudad del Cuzco por el doctor Juan Fernández de Recalde, oidor de la Real Audiencia de los Reyes, a causa que en aquel tiempo fue en la ciudad de Guacamanga también preso don García de Solís Portocarrero, caballero del hábito de Cristo, corregidor de ella, por haber, según se dijo, tratado de rebelarse conta el Real servicio, y decían se entendía con él don Melchor Carlos Ynga.
Pero al fin el don García fue cortada la cabeza por el licenciado Francisco Coello, alcalde de corte de la Ciudad de los Reyes, juez de comisión, que al negocio vino embiado por el virrey don Luis de Velasco, caballero del hábito de Sanctiago, que a la sazón gobernaua este Reyno. Por la Real Audiencia, y en las averiguaciones que en el caso con mucho cuidado y diligencia se hicieron, no se halló haber el don Melchor Carlos Ynga entendido en él, ni sido sabedor de lo que trataba, ni habérsele dado parte de ello, y así fue dado por libre, y con mucha honra declarado por tal y publicado y sabido en todo este Reino. El mesmo año, por orden de Su majestad, pasó a los reinos de España, habiéndosele dado para este efecto muy buena ayuda de costa. Y llegado a la Corte, donde su majestad residía, después de pasados algunos días, se le hizo merced de siete mil ducados de renta, dejando la que en el Perú tenía, y se le mandó que siempre viviese en España, donde al presente está, y que llevase allá a su mujer. Otro hijo de Gainacapac, llamado Illescas, también refieren los indios que Ruminaui, capitán de Ata Hualpa, de los que vinieron en compañía de Quisques y Chalco Chima, los hubo a las manos, y cuando se retiró Quisques del Cuzco hacia Quito lo llevó consigo, donde cruel, e inhumanamente, lo mató con ánimo de alzarse y que no hubiese quien, andando el tiempo, se le pudiese oponer por ser entonces niño. Del pellejo, para mayor ostentación de su animo inicuo y perverso, hizo un cuero de atambor, pero no gozó muchos días el contento, que los españoles, entrando en la provincia de Quito le vencieron y mataron, conquistándola. A Quesques dicen le mataron sus indios, porque no quiso hacer paces con los christianos, pidiéndoselo ellos, por ver la pujanza suya y cómo destruían toda la tierra. Así fue feneciendo toda esta generación, y se acabaron los capitanes quel famoso Huaina Capac llevó consigo a la guerra, y conquista de Tomabamba.