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Capítulo LXXVII De cómo llegó Soto y Gabriel de Rojas al Cuzco, y salió de aquella ciudad Pizarro, y las cosas que hizo hasta que abajó a los llanos, habiendo despoblado la ciudad de Xauxa Después que Pizarro hubo repartido el gran tesoro que se recogió en el Cuzco, entendió enviar algunos mensajeros a los naturales de aquellas comarcas, otorgándoles la amistad y gracia de los españoles, rogándoles no diesen más guerra ni buscasen escándalos, pues siempre les fue mal con ellos. Llegó Hernando de Soto de Bilcas, donde había quedado cuando se partió Almagro lo mismo Gabriel de Rojas, de quien Pizarro acabó de entender lo de don Pedro de Alvarado; y pareciéndole que convenía abajar a la costa, lo hizo, sacando de la ciudad los más españoles que pudo; señalando por vecinos algunos que, no lo fueron, ni tuvieran los repartimientos que tuvieron, sino fuera por sacar la gente que digo, que fueron los más principales. Dejó en ella por teniente a Juan Pizarro. Trató, primero que saliese, con los orejones y principales de los indios, que pues, por fin y acabamiento de Guascar y Atabalipa, venía la sucesión de ser inca a Mango Inga, hijo de Guaynacapa, que debían recibirlo por tal: porque de ello se tendría el emperador por servido, pues tanto deseaba que fuesen bien tratados, y sin les tirar la posesión de sus señoríos. Respondieron que eran contentos, y tomó la borla. Pasado esto, partió para Xauxa Pizarro, desde donde, como había sabido por las cartas de Almagro, su compañero, del camino que llevaba, envióle poderes y provisiones para hacer y deshacer como su persona propia, mandando a Diego de Agüero y a Pedro Román y Crisóstomo Suárez, que a las mayores jornadas que pudiesen, anduviesen hasta lo alcanzar; y haciéndolo así, se dieron tal maña, que lo alcanzaron antes que entrase en San Miguel, de donde fueron con él al Quito; y sin tardar mucho en Xauxa, salió Pizarro con deseo de poblar algún pueblo de cristianos en la costa, y anduvo hasta el valle de Pachacama, donde hubo algún rastro del mucho tesoro que los indios habían escondido que estaba en el templo, mas no pareció ninguno: tanto es el secreto que en algunas cosas tienen estas gentes.

Desde este valle de Pachacama mandó Pizarro a seis de a caballo que fuesen de luengo de la costa hasta hallar lugar decente para poblar: que tuviese las partes necesarias, y puerto seguro para entrar las naves, que fuesen y viniesen. Estos anduvieron mirando toda la costa; en toda ella no hallaron mejor cosa ni más seguro puerto, que el que llaman de Sangalla, que está entre los valles de Chincha y Nazca, que por otro nombre llaman Caxamalca. Súpolo Pizarro, y queriendo partir para lo ver y fundar luego una ciudad, los indios, pesándoles de ello, echaban falsas nuevas que los españoles que habían quedado en Xauxa estaban en grande aprieto por los tener cercados los indios serranos; porque no les viniese mal a los que eran vecinos de Xauxa, determinó Pizarro de volver a socorrer aquella ciudad; mandó al tesorero Riquelme que fuese a Sangalla y poblase en aquel valle un pueblo de cristianos; y así lo hizo, nombrando alcaldes y regidores, y señalando horca y picota, tomó posesión en nombre del emperador de aquellas tierras. Y entretanto que esto pasaba, llegó a Xauxa el gobernador; halló que todos estaban buenos y muy quietos; tomó parecer con los oficiales del rey y con otras personas, sobre que sería acertado despoblar aquella ciudad y pasarla a los llanos, los que tenían indios en los yuncas holgábanse, loando tal propósito; los que en la sierra contradecíanle, mirando los unos y los otros sólo su interés; mas Pizarro, que pretendía hacerlo, como Dios y el rey fuesen servidos, sin mirar los unos dichos ni los otros, lo mandó despoblar, con protestación que hizo que iría hecha república hasta que llegando adonde fuese mejor, se tornase a hacer la población de aquella misma ciudad que mudaban.

De Riobamba venía el mensajero de Almagro, que era Diego de Agüero y los del adelantado, que eran Moscoso y otros, y como supo lo que había pasado se alegró mucho, y a los mensajeros del adelantado hizo mucha honra, y sin las joyas y cosas ricas que les dio prometió de los aprovechar mucho en la tierra. El piloto Juan Fernández venía por la costa descubriendo; supo lo que se había concertado entre el adelantado y el mariscal; dejando encomendado el galeón a los que venían en él, se vino a poner a los pies de Pizarro, el cual, como era clemente y no las guerras civiles eran llegadas, que fue las que paró los corazones de los hombres de acá duros como acero, lo recibió muy bien, prometiendo dar indios de repartimiento. El galeón había llegado al puerto de Sangalla donde Pizarro envió a mandar que parase y tomase posesión de él en su nombre. Pues como don Francisco Pizarro hubiese determinado de poblar la ciudad, que estaba en Xauxa en los llanos, envió a mandar al tesorero Riquelme que no pasase adelante en la nueva población que había hecho en Sangalla, porque ya que no había de que temer del adelantado, quería poblar en los valles comarcanos a Pachacama, por estar en la comarca de la sierra y los llanos; y así como vieron este mandado del gobernador los que estaban en Sangalla se vinieron a Pachacama, donde ya era venido Pizarro con deseo de hallar tal lugar para fundar la ciudad cual convenía y era necesario.

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