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Datos principales
Desarrollo
De cómo tenían preso al gobernador en una prisión muy áspera En el tiempo que estas cosas pasaban, el gobernador estaba malo en la cama, y muy flaco, y para la cura de su salud tenía unos muy buenos grillos a los pies, y a la cabecera una vela encendida, porque la prisión estaba tan escura que no se parescía el cielo, y era tan húmeda, que nascía la yerba debajo de la cama; tenía la vela consigo, porque cada hora pensaba tenella menester, y para su fin buscaron entre toda la gente el hombre de todos que más le quisiese, y hallaron uno que se llamaba Hernando de Sosa, al cual el gobernador había castigado porque había dado un bofetón y palos a un indio principal, y éste le pusieron por guarda en la misma cámara para que le guardase, y tenían dos puertas con candados cerradas sobre él; y los oficiales y todos sus aliados y confederados le guardaban de día y de noche, armados con todas sus armas, que eran más de ciento cincuenta, a los cuales pagaban con la hacienda del gobernador, y con toda esta guarda, cada noche o tercera noche le metía la india que le llevaba de cenar una carta que le escribían los de fuera, y por ella le daban relación de todo lo que allá pasaba, y enviaban a decir que enviase a avisar qué era lo que mandaba que ellos hiciesen; porque las tres partes de la gente estaban determinados de morir todos, con los indios que los ayudaban para sacarle, y que lo habían dejado de hacer por el temor que les ponían diciendo que si acometían a sacarle, que luego le habían de dar de puñaladas y cortarle la cabeza; y que, por otra parte, más de setenta hombres de los que estaban en guarda de la prisión se habían confederado con ellos de se levantar con la puerta principal, adonde el gobernador estaba preso, y le detener y defender hasta que ellos entrasen, lo cual el gobernador les estorbó que no hiciesen, porque no podía ser tan ligeramente sin que se matasen muchos cristianos, y que comenzada la cosa, los indios acabarían todos los que pudiesen, y así se acabaría de perder toda la tierra y vida de todos.
Con esto les entretuvo que no lo hiciesen, y porque (dije que la india que le traía una carta cada tercer noche, y llevaba otra, pasando por todas las guardas, desnudándola en cueros, catándole la boca y los oídos, y trasquilándola porque no la llevase entre los cabellos, y catándola todo lo posible, que por ser cosa vergonzosa no lo señalo, pasaba la india por todos en cueros, y llegada donde estaba, daba lo que traía a la guarda, y ella se sentaba par de la cama del gobernador, como la pieza era chica; y sentada, se comenzaba a rascar el pie, y ansí, rascándose quitaba la carta y se la daba por detrás del otro. Traía ella esta carta, que era medio pliego de papel delgado, muy arrollada sotilmente, y cubierta con un poco de cera negra, metida en lo hueco de los dedos del pie hasta el pulgar, y venía atada con dos hilos de algodón negro, y de esta manera metía y sacaba todas las cartas y el papel que había menester, y unos polvos que hay en aquella tierra de unas piedras con un poco de saliva o de agua hacen tinta. Los oficiales y sus consortes lo sospecharon o fueron avisados que el gobernador sabía lo que fuera pasaba y ellos hacían; y para saber y asegurarse de ellos de esto, buscaron cuatro mancebos de entre ellos para que se envolviesen con la india, en lo cual no tuvieron mucho que hacer, porque de costumbre no son escasas de sus personas, y tienen por gran afrenta negallo a nadie que se lo pida, y dicen que ¿para qué se lo dieron sino para aquello?; y envueltos con ella y dándole muchas cosas, no pudieron saber ningún secreto de ella, durando el trato y conversación once meses.
Con esto les entretuvo que no lo hiciesen, y porque (dije que la india que le traía una carta cada tercer noche, y llevaba otra, pasando por todas las guardas, desnudándola en cueros, catándole la boca y los oídos, y trasquilándola porque no la llevase entre los cabellos, y catándola todo lo posible, que por ser cosa vergonzosa no lo señalo, pasaba la india por todos en cueros, y llegada donde estaba, daba lo que traía a la guarda, y ella se sentaba par de la cama del gobernador, como la pieza era chica; y sentada, se comenzaba a rascar el pie, y ansí, rascándose quitaba la carta y se la daba por detrás del otro. Traía ella esta carta, que era medio pliego de papel delgado, muy arrollada sotilmente, y cubierta con un poco de cera negra, metida en lo hueco de los dedos del pie hasta el pulgar, y venía atada con dos hilos de algodón negro, y de esta manera metía y sacaba todas las cartas y el papel que había menester, y unos polvos que hay en aquella tierra de unas piedras con un poco de saliva o de agua hacen tinta. Los oficiales y sus consortes lo sospecharon o fueron avisados que el gobernador sabía lo que fuera pasaba y ellos hacían; y para saber y asegurarse de ellos de esto, buscaron cuatro mancebos de entre ellos para que se envolviesen con la india, en lo cual no tuvieron mucho que hacer, porque de costumbre no son escasas de sus personas, y tienen por gran afrenta negallo a nadie que se lo pida, y dicen que ¿para qué se lo dieron sino para aquello?; y envueltos con ella y dándole muchas cosas, no pudieron saber ningún secreto de ella, durando el trato y conversación once meses.