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Datos principales
Desarrollo
Capítulo LXXV Cómo Almagro supo la prisión de sus corredores, y de cómo fundó una ciudad en Riobamba; y fueron a requerir al adelantado; y de lo más que entre ellos pasó Pues como los corredores de Almagro fueron presos por Diego de Alvarado, como se ha contado, no se tardó mucho cuando lo supo por los indios que habían ido con ellos para los servir; sintiólo mucho, recibiendo gran turbación. Mas pasado aquel movimiento con ánimo grande decía que había de defender la tierra a quien a ella viniese sin provisión ni mandado del emperador. En esto, habiéndose informado bastantemente de los corredores, el adelantado les dio licencia liberalmente para que se volviesen, escribiendo con ellos cartas muy graciosas al mariscal, diciendo que él, teniendo como tenía comisión del emperador para descubrir nuevas tierras no embargante que tenía en su cargo el gobierno de la provincia de Guatimala, había gastado mucha suma de oro en navíos y pertrechos de guerra, para el armada, pertenecientes, con determinación de descubrir en esta mar del Sur, a la parte de levante, lo que pudiese que cayese fuera de los límites de la gobernación que don Francisco Pizarro tenía señalada, sin tener intención de les hacer enojo ni dar lugar a disensiones ni escándalos ningunos; y que él se acercaría a Riobamba donde trataría lo que a todos fuese provechoso y cuanto los había honrado y tratado amigalmente. Pasando estas cosas, después de haber tomado su consejo sobre ello, Almagro determinó de luego fundar una ciudad en Riobamba, que es la propia de Quito, y tomando posesión hizo la fundación en nombre del emperador, y así lo pidió por testimonio; señaló luego alcaldes y regidores, y llamando al capitán Ruy Díaz y a Diego de Agüero y al padre Bartolomé de Segovia, clérigo, les mandó que fuesen por embajadores al adelantado, dándole de su parte la enhorabuena de su venida, certificándole que había sentido mucho los grandes trabajos y peligros que su señoría había pasado por las nieves y desde que salió de Guatimala; y que tenía creído que habiendo servido siempre al emperador que no haría otra cosa de lo que había escrito; pues le constaba don Francisco Pizarro, su compañero, era gobernador de la mayor parte del reino y por días aguardaba que el rey le enviase a él provisión de gobernador de lo de adelante.
Habíase alojado el adelantado en el pueblo de Mulahalo, donde mandó que viniese la demás gente que había quedado en Panzaleo, y saliendo de aquel lugar, caminó acercándose al mariscal. Encontró los mensajeros; recibióles muy bien; y ellos, después de le haber hablado cautelosamente por granjear las voluntades de los que venían con él afirmaban haber grandes tesoros en el Cuzco que repartir; y que era poco para lo mucho que había en los templos y guacas de los indios que estaban enteras, sin lo cual tan grandes provincias como había oído haber en aquel reino se habían de repartir entre los que poblasen, negocio grande y que les convenía ponderarlo para, conociendo el tiempo y tal coyuntura, gozar de él sin ir a descubrir nieves y malas venturas. Con estos dichos, turbáronse hartos de los que los oían; ya deseaban verse en el Cuzco. El adelantado, habiendo tomado su consejo, mandando llamar a los mensajeros, los envió diciéndoles que dijesen al mariscal que cuando estuviese cerca de Riobamba le haría mensajeros. Y como salieron de su campo, marchó hasta ponerlo en Mocha, que está cinco leguas de Riobamba poco más o menos, de donde anduvieron algunos tratos enviando Alvarado a Martín de Estete para que hablase a Almagro, que le proveyesen de lenguas y le hiciesen el camino seguro para pasar adelante a descubrir lo que no tenía en gobernación Pizarro. Almagro respondía alargaciones y excusas, que no podía ni se permitía, con tan grueso ejército descubrir pasando por lo que estaba ganado, y que no podría proveer de bastimento a tanta gente.
Estas cosas respondía Almagro al adelantado, mas nunca dejaba de dar grandes esperanzas a los que de su parte venían, deseando que se le pasasen, conociendo que la codicia, que es la que sujeta a la nación española a grandes males, los movería a querer seguirlo. Y como todos acá tratan cautelas no faltó de los que vinieron, de parte del adelantado, que se dieron tal maña que Felipillo, la lengua, amaneció un día huido y se pasó a su campo, donde fue bien recibido y dio aviso de cuántos españoles estaban con Almagro, y cómo a la redonda de donde estaban había muchos hoyos hondables que hacían fuerte aquel lugar; mas que si él quería que haría con los indios naturales que apellidándose todos pusieron fuego por todas partes para que, con temor del incendio, saliesen de allí. Venía con el adelantado uno a quien llamaban Antonio, que después, como iremos relatando, fue secretario de Pizarro y tuvo mucha parte con él; y como había oído tantas grandezas del Cuzco confiado de su habilidad, porque luego creyó ser lo que fue; aunque venía en servicio de Alvarado y con nombre de su criado, lo más disimuladamente que pudo se fue a Riobamba, donde se presentó delante de Almagro, ofreciéndose a su servicio. Almagro lo recibió bien; supo de la intención que tenía el adelantado y de lo que le había dicho el traidor de Felipillo. Pues como Picado se echó de menos, supieron que se había oído a Riobamba, donde estuvo Almagro; airóse mucho el adelantado amenazándolo de muerte si lo tomase; mandó que todos los caballos y peones se armasen y saliesen a un campo raso que estaba allí junto.
De todos mandó sacar cuatrocientos españoles, y los otros que quedasen para en guarda del real; ordenó que fuesen cuarenta caballos junto al pendón real y que Diego de Alvarado con treinta caballos tomase la vanguardia. Gómez de Alvarado con treinta había de ir junto a su persona. Mateo Lezcano iba por capitán de sesenta arcabuceros y ballesteros, la guardia iba a cargo de Rodrigo de Chaves; Jorge de Benavides fue capitán de la demás gente que había, afirmando el adelantado que si le entregaban a Picado que había de desbaratar al mariscal. Marcharon con grande orden hasta llegar a Riobamba, donde el adelantado envió un escudero para que dijese a Diego de Alvarado que hiciese alto sin trabar escaramuza ni pelear con los contrarios; a todo esto Almagro no dormía ni los que con él estaban, aunque eran tan pocos como se ha contado. Estaban apercibidos para todo lo que sucediese con entera determinación. Envió el adelantado a decir que le entregase a Picado, pues siendo su criado lo había mirado tan mal. Respondió Almagro que Picado era libre y podía ir y estar, sin quél le forzase andar; y dada esta respuesta, mandó a Cristóbal de Ayala, alcalde en la nueva ciudad, y a Domingo de la Presa, escribano, que fuesen a requerir al adelantado de parte de Dios y del emperador que no diese lugar a escándalos ni oprimiese la justicia real, ni entrase en la ciudad que tenían poblada, sino que se volviese a su gobernación de Guatimala, y dejase la que el rey había encomendado a Francisco Pizarro, protestándole los daños y muertes y destrucción de naturales que sobre ello recresciese; y pidiéronlo por testimonio.
Respondió el adelantado, y sin consentir en sus protestaciones, que él era gobernador y capitán general de su majestad y que tenía comisión para descubrir por mar, tierra, y que había entrado en el Perú para descubrir lo que no estuviese dado en gobernación y que si habían poblado en Riobamba que no les perjudicaría ni haría daño, si no fuese mercar por sus dineros lo que hubiese menester. Replicó el alcalde y escribano que no embargante la respuesta que había dado le requería se volviese una legua más atrás hacia Mocha a asentar su campo, de donde tratarían entre unos y otros lo que fuese mejor. El adelantado, que no deseaba deservir al rey, mandó al licenciado Caldera, su justicia mayor, que volviese, con aquellos que habían venido, a hablar con el mariscal de su parte lo que a todos convenía; y a Luis de Moscoso mandó lo mismo, que fuesen ambos a dos a lo tratar con toda cordura y discreción. Los españoles que estaban en ambos campos no todos tenían un corazón, ni deseaban que las cosas se guiasen a un fin: porque unos holgaban con guerra y otros con paz, y cada uno deseaba lo que veía que le sería más provechoso. Comían a discreción de los pobres indios sin regla ni razón. Llegados Luis de Moscoso y el licenciado Caldera adonde estaba Almagro, hablaron con él un buen rato sobre aquellas cosas. Siempre respondió que todo aquello era gobernación de Pizarro, su compañero, y que el adelantado debía volverse a su gobernación. Y pasadas estas cosas y otras, Luis de Moscoso y el licenciado Caldera se volvieron adonde habían dejado al adelantado, quedando acordado, por los unos y los otros, que el adelantado se aposentase en unos aposentos antiguos que estaban junto a Riobamba, para desde allí concluir lo que se determinase.
Habíase alojado el adelantado en el pueblo de Mulahalo, donde mandó que viniese la demás gente que había quedado en Panzaleo, y saliendo de aquel lugar, caminó acercándose al mariscal. Encontró los mensajeros; recibióles muy bien; y ellos, después de le haber hablado cautelosamente por granjear las voluntades de los que venían con él afirmaban haber grandes tesoros en el Cuzco que repartir; y que era poco para lo mucho que había en los templos y guacas de los indios que estaban enteras, sin lo cual tan grandes provincias como había oído haber en aquel reino se habían de repartir entre los que poblasen, negocio grande y que les convenía ponderarlo para, conociendo el tiempo y tal coyuntura, gozar de él sin ir a descubrir nieves y malas venturas. Con estos dichos, turbáronse hartos de los que los oían; ya deseaban verse en el Cuzco. El adelantado, habiendo tomado su consejo, mandando llamar a los mensajeros, los envió diciéndoles que dijesen al mariscal que cuando estuviese cerca de Riobamba le haría mensajeros. Y como salieron de su campo, marchó hasta ponerlo en Mocha, que está cinco leguas de Riobamba poco más o menos, de donde anduvieron algunos tratos enviando Alvarado a Martín de Estete para que hablase a Almagro, que le proveyesen de lenguas y le hiciesen el camino seguro para pasar adelante a descubrir lo que no tenía en gobernación Pizarro. Almagro respondía alargaciones y excusas, que no podía ni se permitía, con tan grueso ejército descubrir pasando por lo que estaba ganado, y que no podría proveer de bastimento a tanta gente.
Estas cosas respondía Almagro al adelantado, mas nunca dejaba de dar grandes esperanzas a los que de su parte venían, deseando que se le pasasen, conociendo que la codicia, que es la que sujeta a la nación española a grandes males, los movería a querer seguirlo. Y como todos acá tratan cautelas no faltó de los que vinieron, de parte del adelantado, que se dieron tal maña que Felipillo, la lengua, amaneció un día huido y se pasó a su campo, donde fue bien recibido y dio aviso de cuántos españoles estaban con Almagro, y cómo a la redonda de donde estaban había muchos hoyos hondables que hacían fuerte aquel lugar; mas que si él quería que haría con los indios naturales que apellidándose todos pusieron fuego por todas partes para que, con temor del incendio, saliesen de allí. Venía con el adelantado uno a quien llamaban Antonio, que después, como iremos relatando, fue secretario de Pizarro y tuvo mucha parte con él; y como había oído tantas grandezas del Cuzco confiado de su habilidad, porque luego creyó ser lo que fue; aunque venía en servicio de Alvarado y con nombre de su criado, lo más disimuladamente que pudo se fue a Riobamba, donde se presentó delante de Almagro, ofreciéndose a su servicio. Almagro lo recibió bien; supo de la intención que tenía el adelantado y de lo que le había dicho el traidor de Felipillo. Pues como Picado se echó de menos, supieron que se había oído a Riobamba, donde estuvo Almagro; airóse mucho el adelantado amenazándolo de muerte si lo tomase; mandó que todos los caballos y peones se armasen y saliesen a un campo raso que estaba allí junto.
De todos mandó sacar cuatrocientos españoles, y los otros que quedasen para en guarda del real; ordenó que fuesen cuarenta caballos junto al pendón real y que Diego de Alvarado con treinta caballos tomase la vanguardia. Gómez de Alvarado con treinta había de ir junto a su persona. Mateo Lezcano iba por capitán de sesenta arcabuceros y ballesteros, la guardia iba a cargo de Rodrigo de Chaves; Jorge de Benavides fue capitán de la demás gente que había, afirmando el adelantado que si le entregaban a Picado que había de desbaratar al mariscal. Marcharon con grande orden hasta llegar a Riobamba, donde el adelantado envió un escudero para que dijese a Diego de Alvarado que hiciese alto sin trabar escaramuza ni pelear con los contrarios; a todo esto Almagro no dormía ni los que con él estaban, aunque eran tan pocos como se ha contado. Estaban apercibidos para todo lo que sucediese con entera determinación. Envió el adelantado a decir que le entregase a Picado, pues siendo su criado lo había mirado tan mal. Respondió Almagro que Picado era libre y podía ir y estar, sin quél le forzase andar; y dada esta respuesta, mandó a Cristóbal de Ayala, alcalde en la nueva ciudad, y a Domingo de la Presa, escribano, que fuesen a requerir al adelantado de parte de Dios y del emperador que no diese lugar a escándalos ni oprimiese la justicia real, ni entrase en la ciudad que tenían poblada, sino que se volviese a su gobernación de Guatimala, y dejase la que el rey había encomendado a Francisco Pizarro, protestándole los daños y muertes y destrucción de naturales que sobre ello recresciese; y pidiéronlo por testimonio.
Respondió el adelantado, y sin consentir en sus protestaciones, que él era gobernador y capitán general de su majestad y que tenía comisión para descubrir por mar, tierra, y que había entrado en el Perú para descubrir lo que no estuviese dado en gobernación y que si habían poblado en Riobamba que no les perjudicaría ni haría daño, si no fuese mercar por sus dineros lo que hubiese menester. Replicó el alcalde y escribano que no embargante la respuesta que había dado le requería se volviese una legua más atrás hacia Mocha a asentar su campo, de donde tratarían entre unos y otros lo que fuese mejor. El adelantado, que no deseaba deservir al rey, mandó al licenciado Caldera, su justicia mayor, que volviese, con aquellos que habían venido, a hablar con el mariscal de su parte lo que a todos convenía; y a Luis de Moscoso mandó lo mismo, que fuesen ambos a dos a lo tratar con toda cordura y discreción. Los españoles que estaban en ambos campos no todos tenían un corazón, ni deseaban que las cosas se guiasen a un fin: porque unos holgaban con guerra y otros con paz, y cada uno deseaba lo que veía que le sería más provechoso. Comían a discreción de los pobres indios sin regla ni razón. Llegados Luis de Moscoso y el licenciado Caldera adonde estaba Almagro, hablaron con él un buen rato sobre aquellas cosas. Siempre respondió que todo aquello era gobernación de Pizarro, su compañero, y que el adelantado debía volverse a su gobernación. Y pasadas estas cosas y otras, Luis de Moscoso y el licenciado Caldera se volvieron adonde habían dejado al adelantado, quedando acordado, por los unos y los otros, que el adelantado se aposentase en unos aposentos antiguos que estaban junto a Riobamba, para desde allí concluir lo que se determinase.