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Datos principales


Desarrollo


Capítulo LXXIX Cómo el virrey don Francisco de Toledo envió por general contra Topa Amaro a Martín Hurtado de Mendoza de Arbieto, y le dio batalla Habiendo estado el Maese de Campo Joan Álvarez Maldonado, como está dicho, mes y medio en la puente, llegó a ella don Antonio Pereyra, caballero portugués, vecino del Cuzco, con veinte soldados, y dentro de ocho días vinieron a la puente el doctor Loarte, alcalde de corte de la Audiencia de los Reyes, y el doctor Fray Pedro Gutiérrez, del Orden de Alcántara, capellán que a la sazón era del virrey don Francisco de Toledo y oidor que después fue del Supremo Consejo de las Indias, y trajeron consigo doscientos y cincuenta hombres, entre vecinos y soldados, todos de mucho lustre y valerosos, y que vinieron muy bien aderezados de armas y vestidos, y bizarros y galanes. En la puente, por orden del dicho Virrey, cuyas provisiones llevaban, dieron las capitanías a Martín Hurtado de Arbieto, por general y cabo de todos; a don Antonio Pereyra y a Martín de Menesses, capitanes de infantería; a Ordoño de Valencia, natural de Zamora, capitán del artillería; por sargento mayor de todo el campo, el capitán Antón de Gatos, y por consultores para las cosas de guerra, Mancio Sierra Leguizamo, Alonso de Mesa y Hernando Solano, vecinos del Cuzco, y de los primeros conquistadores y descubridores deste Reino, hombres de mucha suerte y valor, que habían servido en todas ocasiones a Su Majestad y que habían gastado mucho en ello.

Por proveedor del campo fue el capitán Julián de Humarán, vecino de la ciudad de la Paz, y regidor perpetuo de la ciudad del Cuzco, para que recogiese todas las comidas necesarias y previniese las municiones y armas que fuesen menester. También fue Martín García de Loyola, caballero vizcaíno, y que después fue del hábito de Calatrava, capitán de la guarda del Visorrey, y llevó consigo en su capitanía veinte y ocho soldados sobresalientes, hijos de vecinos y de conquistadores de este Reino, y algunos caballeros principales, que quisieron en esta jornada servir a Su Majestad, acudiendo a su obligación de tales. Entre ellos fue Don Jerónimo Marañón y Don Francisco de Mendoza, dicho comúnmente el del Paraguay, por haber nacido allí, hermano de Don Diego de Mendoza, a quien después el virrey Don Francisco de Toledo degolló en Chuquisaca. Por otra parte, el Virrey, porque mejor se pudiese hacer la guerra y los indios viéndose acometidos por tantos lados desmayasen, envió a Gaspar Arias de Sotelo, natural de Zamora, un caballero de los más principales del Reino, deudo muy cercano del virrey Blasco Núñez Vela, y que en todas ocasiones había servido a Su Majestad desde la tiranía de Gonzalo Pizarro, hombre de gran valor y presumptión. Fue con él por capitán suyo Nuño de Mendoza con otros muchos vecinos del Cuzco y hasta cien soldados, y llevaron orden que si Martín Hurtado de Arbieto muriese en la jornada fuese General Supremo el Gaspar Arias de Sotelo.

Entró por Cocha Caxas y Curabamba, que es el camino Real de Lima al Cuzco, antes de llegar a Amancay, encomienda suya, y caminando por montañas cerradas y sendas fragosas, salió a Pampaconac, lugar frigidísimo, doce leguas de Vilcabamba la vieja, donde los Yngas tenían su asiento y corte, y allí hicieron alto, habiendo para ello los vecinos y consultores tratádolo y considerádolo para ver lo que convenía hacer. También envió el virrey indios amigos de guerra, que ayudasen a los españoles en la jornada, y fue de los orejones del Cuzco por General Don Francisco Cayo Topa, el cual llevó a su cargo mil y quinientos indios de guerra de todas las provincias del contorno del Cuzco. De los cañares y mitimas. Fue General Don Francisco Chilche, cacique del valle de Yucay, el que dijimos se había sospechado haber dado ponzoña a Cayre Topa y muértole, por lo cual estuvo preso un año en el Cuzco, llevó a su orden quinientos indios de pelea, con sus armas muy bien aderezados. Caminó con buen orden el campo pasada la puente sin tener impedimento ninguno hasta llegar tres leguas de Vitcos y Puquiura, donde está un paso malo y fragoso, en una montaña cerrada y dificultosa de atravesar, que se dice Quinua Racay y Cuyauchaca, y allí le dieron al capitán Martín García de Loyola, de las tres compañías de don Antonio Pereyra y Martín de Menesses y Ordoño de Valencia, treinta soldados, que se juntasen con los veinte y ocho que él tenía consigo, porque era poca gente.

El postrero día de Pascua de Espíritu Santo, en el asiento y pasada dicha de Cuyauchaca, los capitanes de los Ingas, Colla Topa y Paucar Unya, orejones, y Cusi Paucar Yauyo y otros capitanes, habiendo hecho junta de su gente, les pareció ser aquel lugar oportuno para desbaratar a los españoles y destruirlos, pues la dificultad y aspereza de la tierra era en su favor para su intento. Así se ordenaron a su usanza para dar la batalla, y por causa del paso malo y montaña, Martín García de Loyola, que iba de vanguardia con don Francisco Cayotopa y don Francisco Chilche, con quinientos indios amigos, empezó a pelear y se dividió su gente en tres partes, a causa que los indios tenían puestas en el suelo muchas puntas de palmas, y sembradas muy espesas para que los españoles, yendo a embestir, se hincasen y muchos lazos de vejucos para que se enlazasen y cayesen. Peleóse con gran porfía de una parte y otra, y Martín García de Loyola se vio en un evidentísimo peligro de la muerte, porque estando peleando salió un indio enemigo de tan gran disposición de cuerpo y fuerza, que parecía medio gigante, y se abrazó con él por encima de los hombros que no le dejaba rebullirse, pero socorrióle un indio amigo, de los nuestros, llamado Currillo, que llegó con un alfange y le tiró una cuchillada a los pies, que se los derribó, y segundando otra por los hombros le abrió, de suerte que cayó allí muerto, y así, mediante este indio, se libró de la muerte el capitán Martín García de Loyola, que cierto fue hazaña digna de poner en historia el ánimo y presteza con que Currillo quitó la vida al medio gigante de dos cuchilladas, y salvó a su capitán.

Duró la batalla dos horas y media, con grande tesón de los indios y muestras de mucho ánimo y valor, pero estando en lo más riguroso, dieron un arbuzazo a un capitán de los Ingas, indio muy valiente y animoso, llamado Parinango, que era general de los cayambis, y cayó muerto, y con él Matas Inga, otro capitán, y muchos indios de brío, con lo cual perdieron ánimo y se retiraron, y así los españoles vencieron. Fue esta victoria tercero día de Pascua de Espíritu Santo, a las tres de la tarde, y los indios desbaratados se fueron, poco a poco, retirándose por los cerros y se metieron en la montaña, y por esta ocasión se escaparon muchos dellos. Habida la victoria, al segundo día que hicieron alto, mandó el general Martín Hurtado de Arbieto siguiesen buscando camino, por donde se pudiese salir de la montaña sin que en ella peligrase la gente, que en lo interior della podían estar ocultos los indios, como diestros de los pasos y veredas, porque en la batalla pasada mataron con galgas, que de una ladera echaron, yéndose retirando los indios, a los soldados, llamados Gonzalo de Ribadeneyra y Gonzalo Pérez, españoles. Los cuales enterraron en el mismo camino y les pusieron dos cruces, porque no hallaron otro lugar en el puesto más comodo y aparejado para enterrarlos. Así deseaba el general excusar todo lo posible dar en alguna emboscada de indios, donde le matasen algunos españoles, y así anduvieron soldados españoles con indios amigos de unas partes a otras, buscando salida de aquella montaña tan cerrada.

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