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Datos principales
Desarrollo
Cuéntase cómo acompañó la nao un grande cardume de peces albacoras muchos días, la pesquería que se hizo, y lo de más que pasó hasta la vista de tierra de la Nueva España Con los vientos de Leste y al Nornordeste navegamos hasta veinte y seis de julio altura diez y ocho grados. Este día tuvimos el sol por Zenit. Cortóse el trópico de Cáncer primero de agosto. Hasta este paraje casi todos los días se vieron pájaros garajaos y otros. A cinco tuvimos viento largo: con él se navegó a Leste y a popa casi tres días, y luego al Norte hasta veinte y cinco grados. Este día, que lo fue de San Lorenzo, se cogieron de un aguacero cincuenta botijas de agua, y ciertos peces albacoras y bonitos de un grande cardume que hasta aquí vino siguiendo la nao, de que todos los días se pescaron al anzuelo, fisga y arpón, diez, veinte, treinta y tal vez cincuenta, algunos de peso tres, cuatro y cinco arrobas. Comióse fresco a pasto franco, y en salmuera se hinchieron mucha cantidad de botijas. Juzgóse por dos mil y quinientas arrobas que suplió la falta de carne, y duró hasta el puerto de Acapulco, y sobró. Íbase alargando el viaje por la escasez de vientos y muchas bonanzas, por lo que fue necesario subir a treinta y ocho grados, que seguimos al Leste con viento Susueste, aunque no del todo fijo. El primero día de setiembre, como a las tres de la tarde, hubo un grande temblor de mar y del navío, cosa notable y nueva para mí. Al fin, con viento Sur y Sudueste, se navegó hasta diez y seis de setiembre.
Este día, a las tres de la mañana, hubo un grande eclipse de la luna, que duró al parecer tres horas. La variación de la aguja iba ya siendo muy poca; los pilotos haciéndose con tierra, toda la gente cansada de tan duradera tasa de un cuartillo de agua y otras faltas, ayudadas de tantos meses de navegar, deseosos de ver tierra o señales della, cuando fue vista en la mar una grande yerba, que se llama porra. En aquella sazón se iba con el viento Sueste navegando a Lesnordeste. El viento se cambió al Nordeste, y a ser antes fuera fuerza subir a más altura; pero sabiendo el capitán que aquella yerba y otras muchas de su género que por allí se hallan, están cerca de tierra, dijo que se pusiese por la proa a Les-sueste. Así navegó viendo señales que nos servían de consuelo. Este se tuvo mayor con vista de perros marinos, hojas de árboles, y pájaros de playa que se vieron en un tronco. Llevábase mucho cuidado en la guarda de la nao, las noches en el bauprés dos hombres en vela y de día en los topes de ambos árboles, cuando a veinte y tres de setiembre bien de mañana un Silvestre Marselles dijo con gozo increíble: --¡Tierra veo por la proa: es alta, pelada y seca! Y para certificarse desto subieron muchos a verla, que confirmaron la nueva. Los pilotos pesaron el sol a su tiempo, y hallaron treinta y cuatro grados. Luego el capitán dijo a cuatro hombres mirasen bien si eran islas, y todos dijeron: --Tierra firme; y fue engaño, porque aquella prima noche, estando muy claro el cielo, nos hallamos metidos entre dos islas cuya vista dio a todos poco gusto, y al capitán mucha pena; pues aquel día y noche que obligaba a más cuidado se había tenido menos, y mucha más por no saber de quién fiarse dando cada día tientos; y para remedio desto puso un sobreestante en la popa, mas luego éste se hizo con todos los otros, que había allá ciertos medios.
Al fin fue Dios servido que la canal era limpia; salimos della y costeando la tierra firme, pasamos a vista de Isla de Cerros, con gasto de algunos días por contrastes y bonanzas. Testamento del capitán Mucho deseo que en aquellas partes de tierras, que Dios fue servido mostrarme, y en todas las que están ocultas y de buena razón tan pobladas como las que pobladas vi, se armen y se fabriquen desde luego unos nidos sin zarzas, ni otros géneros de espinos, albergues y dulces moradas de pelícanos, que lo primero rasgan carnes, abran pechos y muestren claro entrañas y corazón: que no se contenten con esto, sino con dar así mismo a comer a aquellas gentes guisados de muchos modos en los braseros de la encendida caridad, siendo las ollas y las cazuelas la piedad y la misericordia, y la vajilla toda equidad; y lo menos por bebida sea el sudor de sus rostros, si ya no querrán dar la sangre de sus venas: todo esto con un puro y limpio amor siempre jamás sin doblar un paso atrás. No quisiera, en ninguna de las maneras, que entre aquellas tan nuevas y tiernas gentes fuesen a poblar y a vivir, y entrarse en grandes palacios por nidos, unos falcones y sacres y otras aves de rapiña que con rodeos y disimuladamente cojan de salto la presa, y la agarren con sus bien rapantes uñas, y con los picos revueltos y cortadores las hagan dos mil pedazos, sin nunca jamás se hartar, ni de chuparles los huesos cuando ya no tengan carne; y que por dar sabores a guisados en tan impías maldades, ofrezcan allá ciertas salsitas y den por frutas unas melosas disculpas legísimas de toda ley de razón, e indignas de toda buena memoria y dignísimas de un castigo a proporción.
Ejemplo desto en las indias con sus islas; y pregúntese a todos sus naturales en todo lo que es libertad, honra, vida y hacienda (dejo lo espiritual), en que tanto hay que decir, como les fue en aquellos tiempos pasados, y digan cómo al presente les va, y cómo esperan les irá si no para la posta a que van corriendo. Mas yo respondo por ellos, y digo desta manera: que las fuerzas, los agravios, las injusticias y los daños grandes que les han hecho y hacen son increíbles, los modos infernales, el número incontable, y que nunca a sus amos vi, ni a otros que gozan muy grandes partes de sus afanes destas gentes, llorar los males que les hicieron y hacen por sólo que ellos descansen con toda comodidad: y que si acaso a alguno he oído gruñir, gritar y reñir, que es para mí muy fingido y lo demás; pues no les han perdonado ni perdonan, ni entiendo perdonarán lo menos que dellos quieren, a todo tirar de edades, cuanto más perdonar dinero. Dinero, digo, que quieren, y más dinero aunque de sus entrañas lo saquen, Esto he visto, y que cuantos menos van siendo más dinero quieren dellos, y que no les vuelven de lo que les tienen quitado a su pesar y pesar un real; mas antes de nuevo y con más reforzadas ansias, teñidas en colores no conocidos, oscuros y extraños, digo pretenden dellos a lo claro siempre más y nunca menos, y de a do diere, aunque sea en la privación de la gloria y eternidad del infierno suya y dellos. Vean esto, con ojos de cuerpo y alma, los señores que han de ser los jueces de tan piadosa causa como les represento aquí, porque con las suyas descargo mi conciencia; avisando en todo cuanto tengo escrito y mostrando con mucha facilidad, que si bien se quiere templar tan diabólica cudicia, se hallará que hay muy sobrado para todos, y que deste y otros modos suaves y razonables no habrá tantos pescadores, cazadores y armadores con tantas correspondencias cuantas vi bien noté; y haránse obras tan honradas y tan hermosas que hagan feas todas las otras de su género.
Y más también, que con muy grandes ventajas sean Dios y Su Majestad servidos en todas aquellas partes y tierras, y los naturales dellas sean tan medrados cuanto es justo y debido, so graves penas se pretenda, y se vea en lo más y en lo menos; y éste será mi premio. Las razones que daban al capitán para que castigase a ciertos hombres, y las que dio porque no lo hizo Había en la nao algunas personas, de las que siempre desearon todo el bien de la jornada y que lo procuraron a costa de su mucho cuidado y desvelo, que lastimados de haber visto y ver de otras su poca voluntad, y el mal retorno en lo debido a la obra y a los amorosos tratos y beneficios que el capitán les hizo, se lo dijeron muchas veces, queriendo incitarlo dellos, o a que les diese licencia para darles de puñaladas. A esto dijo el capitán, los tenía obligados a todos y él lo estaba por justas causas a disimular y a sufrir; y pues sufría, sufriesen los que eran sus amigos, y advirtiesen que aquella jornada hizo con ánimo determinado de no quitar vidas ni honras, y que si las hubiera quitado, viviera toda su vida inquieto y descontento y lo tuviera por azar. En lo demás, ¿qué pretende traer presentes hombres muertos o afrentados? Dijeron no conocer buenas obras, ni merecían cortesías tan dobadas, ni se les podía sufrir el saber que iban con ánimo determinado de, poniendo los pies en tierra, decir mal de su persona y de sus servicios, y derribar la causa tan su amada; sin reparar en lo que es verdad, ni en razón y justicia, sólo a fin de vengar sus corazones.
El capitán dijo a esto, que seria gran cobardía temer la verdad a la mentira, y que si hubiera de hacer caso de diez o doce desgarrados, que ya lo hubiera mostrado; y bien sabía la mala paga de hombres y que nunca la esperó buena, y así no era engañado ni quería en averiguar desvaríos gastar un solo momento, habiendo menester el tiempo para cosas que más al caso importaban. Dijeron que Dios castiga al que lo merece. A esto dijo el capitán que Dios perdona, sufre y espera, y que cuando se determina a castigar, no se puede engañar ni ser engañado: y que él había entendido el mal narural de algunos y de otros cuán varios y mudables eran, y que temía de muchos las venganzas deseadas por pasiones, de las cuales ciegas se podrían engañar tanto cuanto ser él engañado por ellos: y que perdonar a ingratos y a enemigos sin haber causa de serlo, y hacerles bien por fuerza, si lo querían conocer era muy grande venganza, y mayor valentía teniendo potestad no usar della, y mucho mayor lo era defenderlos, siendo enemigos, y vencerse a sí mismo cuando hacía sus discursos: y que el haber salido sin ensangrentar cuchillo con este primero intento, aunque lo compró muy caro y más le costase adelante, lo daba por bien empleado a trueque de que la jornada presente no dejase la fama que otras pasadas, ni que sobre los huesos de tales mártires se armase aquella tan buena obra, ni tal sonase en el mundo, que era en lo que más reparaba. Dijeron ser la piedad muy buena y también puesto en razón el castigo de los malos.
El capitán dijo a esto, que el emperador Teodosio dijo en cierta ocasión quisiera poder dar vida a todos cuantos había muerto, y Carlos quinto sufrió y perdonó muchísimo pudiendo bien hacer castigos medidos a su voluntad, y esto mismo hizo Jorge Castrioto y otros muchos valerosos y prudentes capitanes, espejos en que se estaban mirando días y noches con deseo de acertar; y que la piedad se alaba tanto, y tanto más es celebrada cuanto es más ejercicio, y que si para perdonar yerros a hombres, como él era, esperando la enmienda, no fuera de su natural piadoso, que menos lo habría sido para tratar tan a su costa de una obra toda piadosa: y que pues de su parte la piedad estaba tan pregonada y practicada en lo más, no parecía razón que la negase en lo menos, ni que del todo se le acabase el sufrimiento. Y estando para morir, y en tiempo que ya se iba a buscar puerto a donde a su parecer tenían fin con el viaje todas malas voluntades que había declaradas y encubiertos rencores, y que para más humillarlos, aunque más rebeldes fuesen, los había de apadrinar, diciendo experimentaba desta vez para desengaño de otras y de otros, si había hombres de tan duros corazones a quien el bien no ablandase o por el bien diesen mal: y que cuando fuese así, dijesen lo que quisieren y hiciesen cuanto pudiesen, que sus voces habían de ser tan poco oídas cuanto su poca justicia y menos opinión. Y estaba cierto que el vulgo había de juzgar este hecho con muy diversos sentidos de su intento, y que cuando diese la sentencia más la quería oír de piadoso que no de cruel, o de reputado que de arrojadizo.
Y dijo, en suma, ser la justicia una excelente virtud y muy necesaria en el mundo; mas empero que la ejecutasen otros que supiesen, entre cizañas y uso de poca razón siendo los testigos enemigos, averiguar la verdad sin más ni menos. Un caso notable Venía en nuestra compañía un marinero de nación arragoces, mozo dispuesto y soldado y tal de partes y gracias, que por ellas merecía ser tanto como lo era estimada su persona de todos en general. Estando, pues, en veinte y cuatro grados y solas dos leguas de tierra, fue llamado y buscado en toda la nao y en las gavias, sin responder ni ser hallado, para gobernar el timón el cuarto de la modorra. Dada cuenta al capitán, mandó al punto que fuese virada la nao y se buscase aquel hombre, en cuya demanda, mirando a todas partes la mar y llamándole por su nombre y haciéndole señas de fuego, se gastó todo el resto de la noche y parte del día siguiente sin ser visto, ni cosa que nos sirviese de rastro. Con esta confusión y pena grande seguimos nuestro camino; y deseoso el capitán de saber la causa, hizo pesquisa y halló que ciertos días de secreto hinchió dos peruleras de semillas, chaquiras, cascabeles, cordeles, anzuelos, cuchillos y un machete, que las bocas tapó con cera de Nicaragua, y más otra botija mediana de vino y agua y una cajeta de conserva y su espada; y aquella misma mañana había estado muy atento oyendo leer la vida de San Antón ermitaño, y que alabándola mucho dobló la hoja y guardó el libro.
Que toda aquella tarde estuvo del tope mirando, y marcando la tierra con un agujón que tenía; que la noche que faltó lo vieron estar muy desvelado, y se entendió que de una tabla, palos y cuerdas que tenía en su rancho, había hecho una balsa, y que en ella se debió de ir, llevando consigo a todo lo referido, pues nada desto se halló. Y más se dijo, que tuvo muchos deseos de quedarse con los indios de las tierras descubiertas, y que había dicho a un hombre que se quedase allá con él, y que como nuestra venida había sido repentina no tuvo lugar de hacerlo; y por esto se había quedado allí por dotrinar a gentiles o vivir en soledad: y estaba de dos días confesado. Abrióse luego su caja y en ella se hallaron sus vestidos, su dinero y otros y una memoria de todo lo que era ajeno que le dieron a guardar, mandando se le volviese. Este hecho es de un hombre que teníamos por de razón y buen cristiano; y cuando pienso en determinación tan estraña me hace lástima, y mucho más por arrojarse en una tabla a tanto riesgo de si había de llegar a poner los pies en la playa, y si luego había de hallar la comodidad tan necesaria para poder conservarse, y si para la buscar había de ir la tierra adentro o por la orilla del mar; quién había de cargar aquellas dos peruleras con las cosas que llevaba dentro en ellas y lo demás principal para sustentar la vida; o si luego o después diese con indios, si lo habían de recebir y tratar bien, y más aquellos que tienen fama de comer carne humana: y juntamente la soledad, la desnudez y la inclemencia de tiempos; y que cuando la tierra no le cuadre, por no hallar en ella disposición para su intento o se arrepienta, cuán lejos está el recurso y cuán cerca el daño; y otras cosas muy dignas de considerarse, y sobre todas la falta que ha de tener de los oficios divinos y sacramentos.
Y porque ignoro sus designios, no me atrevo a ser juez de este hecho: sólo quisiera que fuese el Señor servido de guiar sus cosas de tal manera, que él se salve y otros muchos por su medio. Una grande tormenta Seguimos nuestro camino las armas y la gente presta, con centinelas en los topes, porque se iba en demanda de un cabo que se dice de San Lucas, a donde el inglés Tomás Candi robó a la nao Santa Ana. Pasóse presto y en paz, y miércoles once de octubre, estando sereno el cielo, bonancible el mar, sin conjunción ni oposición de luna, en la boca de la California nos dio al cuarto del alba un viento Nordeste y recio con muy grande cerrazón. Pasó al Norte como a las nueve del día, y creció tanto, que obligó a calafatear escutillas, cazar a popa, e ir al Sur con sólo bajo el trinquete que presto hizo pedazos, a cuya causa se atravesó la nao y se rompió el pinjote: y la caña del timón por quedar a su albedrío, daba a una y a otra banda tantos y tan fuertes golpes, que el menor daño temido era hacerse toda rajas, y quedar la nao sin gobierno. Mas luego los marineros, por saber cuánto esto importa, acudieron y le pusieron un aldrope con que quedó sojuzgado, y al envergar de otro tirnquete hubo hombre, que en el penol a donde estaba, dos veces le cubrió el agua y estuvo debajo della grandes espacios Tratóse luego de dar vela y correr; mas tanto creció el viento, que del mar que muy alterado estaba sacaba tanta agua por el aire que parecía un muy continuo aguacero, y sus gotas escocían en los ojos, que por acudir a este daño detenían el remedio de la nao, que con gran priesa se buscaba por la mucha que daba el mar; cuyas olas obligaron por hinchir la barca de agua que con presteza fue echada a la mar, y apenas estuvo fuera cuando tres golpes con tanto ímpetu rompieron dentro en la nao, que la dejaron rendida y a medio combés el agua, con cuyo peso y con la fuerza del viento no pudo la nao surtir; y viéndola, pues, así dijo el Moreno, atambor: --Aquí no hay más que esperar.
Luego se echó a la mar, y fue su ventura tanta que le volvió una ola a entrar dentro; y porque no hiciese otra locura semejante, lo prendieron. Los embornales, que es por donde sale el agua, eran pequeños y pocos, y a esta falta quien más podía con barretas, palancas y pies de cabra, dándole el agua a los pechos, procuraban del mareaje quitar tablas para el agua escurrir. Aquí fue visto acudir sin entender, y deber sin querer acudir. Viose más, dar los unos a la bomba, otros alijando apriesa, y muchos roncos gritando: --¡Córtese el árbol mayor, que es el que nos lleva a fondo! Unos decían de sí, otro de no, y en un instante con hachuelas y machetes se cortó la jarcia de sotavento. El capitán llamaba a los pilotos para tomar parecer. Ellos se hacían sordos; por lo que envió a decir a todos que se dilataba el remedio y amenazaba el cuchillo, las diligencias que hicieron eran las que al alma importan. Unos se confiesan luego, otros piden perdón, y perdonan, se abrazan y despiden; unos gimen y otros lloran, y muchos por los rincones esperando estaban la muerte. El capitán a gran priesa hizo traer los dos indios a la cama a donde estaba, y que el padre franciscano les preguntase si querían ser cristianos; y muy fervorosamente ambos dijeron de sí, y ya que habían rezado el Credo al punto los bautizó, llamándose Pedro y Pablo. El capitán, su padrino, los ojos corriendo agua los abrazó, y por verlos temerosos los consoló, y dijo: A Dios las gracias, que debo y puedo Padre Eterno, os doy por merced tan alta; pues habéis sido servido que yo vea de tantos trabajos míos sin merecerlo aqueste pequeño fruto, pequeño para mi deseo y grande, pues son dos almas nuevamente bautizadas, y traídas al gremio de vuestra iglesia católica.
Estaban Pedro y Pablo, puestas las manos tan devotos y constantes y cuando la nao parecía sumergirse, diciendo: --¡Jesús María!, y haciendo cruces a la mar, que bastaba oír y verlos, enternecer los más duros corazones. Corrió la nueva y esforzó la esperanza, y hubo allí uno que dijo: --Nadie tema, que pues tal obra está hecha, Dios ha de dar lo que falta para salvarse nao y gente. Eran las tres de la tarde. El viento y mar no amansaban ni paraban de combatir a nuestra rendida nao, que tanto a la banda estaba cuando un grande borbotón con dos espantosos truenos cargó tanto, y tanta fuerza tuvo el viento, que ya no faltaba a la nao más de sólo virar la quilla. Aquí se vieron los semblantes de difuntos cortados; los más briosos, mandar sin saber lo qué, y pilotos mudos; y se oyeron los suspiros, los votos y las promesas y grandes coloquios con Dios: y uno que dijo: --¡Ah!, Señor; ¿y de qué habrá servido todo lo hecho y lo visto si esta nao se va a fondo?: y pasó más adelante con grandes muestras de fe. En suma, todos gritando pedían remedio a Dios, que fue servido que las furias se pasaron al Noroeste y Poniente y fueron dando sota de sí; y la nao levantando el cuello, y sacudiendo los costados se puso presto derecha, y antes de venir la noche dimos velas y seguimos la derrota a Les-sueste buscando el Cabo de Corrientes. La muerte del padre comisario Ya se iba con todas las velas navegando el viento a popa, y la gente alegre cantando los hechos de la batalla pasada en que hubo bien que notar, algo por que reír, y algunos con asombro de haber visto a un tan esforzado viento cuyo rigor hubiera sido mayor y mayor el daño si sucediera de noche.
Alababan unos la nao, sus mañas, su fortaleza; otros la osadía y el ánimo y tan prestas diligencias, y todos al Señor Altísimo por las mercedes que nos hizo. Otros hubo que dijeron que la borrasca y sus furias habían sido necesarias para humillar los soberbios, y hacer los ingratos gratos y para que allí se acabasen todas las enemistades causadas por falta de fino amor; pues con éste se pudiera padecer con ánimo varonil lo pasado y un poco más: que tales casos más presto dan que ofrecen, cuanto más a donde no hubo uno que tuviese mal sabor, salvante éste, lo que era más difícil sufrirse unos a otros tanto tiempo en una nao viéndose siempre los rostros. ¿Mas qué digo, si se cansan padres de hijos, riñen hermanos y amigos, y el marido a su querida mujer suele a veces aborrecer? Nuestro padre comisario, que ya de atrás venía enfermo (yo entiendo que a falta de sustancia y por su mucha vejez), el otro siguiente día lo pasó con parasismos y agonías, y cuando la media noche, fue Dios servido de llevarlo de esta vida; y por haber sido la suya de cuarenta años de su hábito, y casi ochenta de edad, y haber muerto en una demanda justa y ganado el jubileo a la jornada concedido, se puede bien esperar que está gozando de Dios. El resto de la noche estuvo su cuerpo alumbrado con cuatro velas de cera. Venido el día, el padre de su compañero con la gente de la nao rogaron a Dios por su alma, y con un sentimiento grande fue sepultado en la mar a vista de las tres islas Marías. Estaba allí Pablo el indio muy atento, mirando lo que pasaba, y como vio que aquel cuerpo con el peso que a los pies le ataron fue a pique, y que al tiempo de su bautismo le dijeron que cuando mueren cristianos van al cielo, preguntó cómo siendo cristiano el padre se iba al fondo de la mar. Lo mejor que se pudo le dieron a entender que por ahora sólo el alma iba al cielo. Y como desto sabía poco quedó suspenso, y todos muy admirados de haber visto tal pregunta de un muchacho de ocho años que el otro día atrás era un bruto gentil.
Este día, a las tres de la mañana, hubo un grande eclipse de la luna, que duró al parecer tres horas. La variación de la aguja iba ya siendo muy poca; los pilotos haciéndose con tierra, toda la gente cansada de tan duradera tasa de un cuartillo de agua y otras faltas, ayudadas de tantos meses de navegar, deseosos de ver tierra o señales della, cuando fue vista en la mar una grande yerba, que se llama porra. En aquella sazón se iba con el viento Sueste navegando a Lesnordeste. El viento se cambió al Nordeste, y a ser antes fuera fuerza subir a más altura; pero sabiendo el capitán que aquella yerba y otras muchas de su género que por allí se hallan, están cerca de tierra, dijo que se pusiese por la proa a Les-sueste. Así navegó viendo señales que nos servían de consuelo. Este se tuvo mayor con vista de perros marinos, hojas de árboles, y pájaros de playa que se vieron en un tronco. Llevábase mucho cuidado en la guarda de la nao, las noches en el bauprés dos hombres en vela y de día en los topes de ambos árboles, cuando a veinte y tres de setiembre bien de mañana un Silvestre Marselles dijo con gozo increíble: --¡Tierra veo por la proa: es alta, pelada y seca! Y para certificarse desto subieron muchos a verla, que confirmaron la nueva. Los pilotos pesaron el sol a su tiempo, y hallaron treinta y cuatro grados. Luego el capitán dijo a cuatro hombres mirasen bien si eran islas, y todos dijeron: --Tierra firme; y fue engaño, porque aquella prima noche, estando muy claro el cielo, nos hallamos metidos entre dos islas cuya vista dio a todos poco gusto, y al capitán mucha pena; pues aquel día y noche que obligaba a más cuidado se había tenido menos, y mucha más por no saber de quién fiarse dando cada día tientos; y para remedio desto puso un sobreestante en la popa, mas luego éste se hizo con todos los otros, que había allá ciertos medios.
Al fin fue Dios servido que la canal era limpia; salimos della y costeando la tierra firme, pasamos a vista de Isla de Cerros, con gasto de algunos días por contrastes y bonanzas. Testamento del capitán Mucho deseo que en aquellas partes de tierras, que Dios fue servido mostrarme, y en todas las que están ocultas y de buena razón tan pobladas como las que pobladas vi, se armen y se fabriquen desde luego unos nidos sin zarzas, ni otros géneros de espinos, albergues y dulces moradas de pelícanos, que lo primero rasgan carnes, abran pechos y muestren claro entrañas y corazón: que no se contenten con esto, sino con dar así mismo a comer a aquellas gentes guisados de muchos modos en los braseros de la encendida caridad, siendo las ollas y las cazuelas la piedad y la misericordia, y la vajilla toda equidad; y lo menos por bebida sea el sudor de sus rostros, si ya no querrán dar la sangre de sus venas: todo esto con un puro y limpio amor siempre jamás sin doblar un paso atrás. No quisiera, en ninguna de las maneras, que entre aquellas tan nuevas y tiernas gentes fuesen a poblar y a vivir, y entrarse en grandes palacios por nidos, unos falcones y sacres y otras aves de rapiña que con rodeos y disimuladamente cojan de salto la presa, y la agarren con sus bien rapantes uñas, y con los picos revueltos y cortadores las hagan dos mil pedazos, sin nunca jamás se hartar, ni de chuparles los huesos cuando ya no tengan carne; y que por dar sabores a guisados en tan impías maldades, ofrezcan allá ciertas salsitas y den por frutas unas melosas disculpas legísimas de toda ley de razón, e indignas de toda buena memoria y dignísimas de un castigo a proporción.
Ejemplo desto en las indias con sus islas; y pregúntese a todos sus naturales en todo lo que es libertad, honra, vida y hacienda (dejo lo espiritual), en que tanto hay que decir, como les fue en aquellos tiempos pasados, y digan cómo al presente les va, y cómo esperan les irá si no para la posta a que van corriendo. Mas yo respondo por ellos, y digo desta manera: que las fuerzas, los agravios, las injusticias y los daños grandes que les han hecho y hacen son increíbles, los modos infernales, el número incontable, y que nunca a sus amos vi, ni a otros que gozan muy grandes partes de sus afanes destas gentes, llorar los males que les hicieron y hacen por sólo que ellos descansen con toda comodidad: y que si acaso a alguno he oído gruñir, gritar y reñir, que es para mí muy fingido y lo demás; pues no les han perdonado ni perdonan, ni entiendo perdonarán lo menos que dellos quieren, a todo tirar de edades, cuanto más perdonar dinero. Dinero, digo, que quieren, y más dinero aunque de sus entrañas lo saquen, Esto he visto, y que cuantos menos van siendo más dinero quieren dellos, y que no les vuelven de lo que les tienen quitado a su pesar y pesar un real; mas antes de nuevo y con más reforzadas ansias, teñidas en colores no conocidos, oscuros y extraños, digo pretenden dellos a lo claro siempre más y nunca menos, y de a do diere, aunque sea en la privación de la gloria y eternidad del infierno suya y dellos. Vean esto, con ojos de cuerpo y alma, los señores que han de ser los jueces de tan piadosa causa como les represento aquí, porque con las suyas descargo mi conciencia; avisando en todo cuanto tengo escrito y mostrando con mucha facilidad, que si bien se quiere templar tan diabólica cudicia, se hallará que hay muy sobrado para todos, y que deste y otros modos suaves y razonables no habrá tantos pescadores, cazadores y armadores con tantas correspondencias cuantas vi bien noté; y haránse obras tan honradas y tan hermosas que hagan feas todas las otras de su género.
Y más también, que con muy grandes ventajas sean Dios y Su Majestad servidos en todas aquellas partes y tierras, y los naturales dellas sean tan medrados cuanto es justo y debido, so graves penas se pretenda, y se vea en lo más y en lo menos; y éste será mi premio. Las razones que daban al capitán para que castigase a ciertos hombres, y las que dio porque no lo hizo Había en la nao algunas personas, de las que siempre desearon todo el bien de la jornada y que lo procuraron a costa de su mucho cuidado y desvelo, que lastimados de haber visto y ver de otras su poca voluntad, y el mal retorno en lo debido a la obra y a los amorosos tratos y beneficios que el capitán les hizo, se lo dijeron muchas veces, queriendo incitarlo dellos, o a que les diese licencia para darles de puñaladas. A esto dijo el capitán, los tenía obligados a todos y él lo estaba por justas causas a disimular y a sufrir; y pues sufría, sufriesen los que eran sus amigos, y advirtiesen que aquella jornada hizo con ánimo determinado de no quitar vidas ni honras, y que si las hubiera quitado, viviera toda su vida inquieto y descontento y lo tuviera por azar. En lo demás, ¿qué pretende traer presentes hombres muertos o afrentados? Dijeron no conocer buenas obras, ni merecían cortesías tan dobadas, ni se les podía sufrir el saber que iban con ánimo determinado de, poniendo los pies en tierra, decir mal de su persona y de sus servicios, y derribar la causa tan su amada; sin reparar en lo que es verdad, ni en razón y justicia, sólo a fin de vengar sus corazones.
El capitán dijo a esto, que seria gran cobardía temer la verdad a la mentira, y que si hubiera de hacer caso de diez o doce desgarrados, que ya lo hubiera mostrado; y bien sabía la mala paga de hombres y que nunca la esperó buena, y así no era engañado ni quería en averiguar desvaríos gastar un solo momento, habiendo menester el tiempo para cosas que más al caso importaban. Dijeron que Dios castiga al que lo merece. A esto dijo el capitán que Dios perdona, sufre y espera, y que cuando se determina a castigar, no se puede engañar ni ser engañado: y que él había entendido el mal narural de algunos y de otros cuán varios y mudables eran, y que temía de muchos las venganzas deseadas por pasiones, de las cuales ciegas se podrían engañar tanto cuanto ser él engañado por ellos: y que perdonar a ingratos y a enemigos sin haber causa de serlo, y hacerles bien por fuerza, si lo querían conocer era muy grande venganza, y mayor valentía teniendo potestad no usar della, y mucho mayor lo era defenderlos, siendo enemigos, y vencerse a sí mismo cuando hacía sus discursos: y que el haber salido sin ensangrentar cuchillo con este primero intento, aunque lo compró muy caro y más le costase adelante, lo daba por bien empleado a trueque de que la jornada presente no dejase la fama que otras pasadas, ni que sobre los huesos de tales mártires se armase aquella tan buena obra, ni tal sonase en el mundo, que era en lo que más reparaba. Dijeron ser la piedad muy buena y también puesto en razón el castigo de los malos.
El capitán dijo a esto, que el emperador Teodosio dijo en cierta ocasión quisiera poder dar vida a todos cuantos había muerto, y Carlos quinto sufrió y perdonó muchísimo pudiendo bien hacer castigos medidos a su voluntad, y esto mismo hizo Jorge Castrioto y otros muchos valerosos y prudentes capitanes, espejos en que se estaban mirando días y noches con deseo de acertar; y que la piedad se alaba tanto, y tanto más es celebrada cuanto es más ejercicio, y que si para perdonar yerros a hombres, como él era, esperando la enmienda, no fuera de su natural piadoso, que menos lo habría sido para tratar tan a su costa de una obra toda piadosa: y que pues de su parte la piedad estaba tan pregonada y practicada en lo más, no parecía razón que la negase en lo menos, ni que del todo se le acabase el sufrimiento. Y estando para morir, y en tiempo que ya se iba a buscar puerto a donde a su parecer tenían fin con el viaje todas malas voluntades que había declaradas y encubiertos rencores, y que para más humillarlos, aunque más rebeldes fuesen, los había de apadrinar, diciendo experimentaba desta vez para desengaño de otras y de otros, si había hombres de tan duros corazones a quien el bien no ablandase o por el bien diesen mal: y que cuando fuese así, dijesen lo que quisieren y hiciesen cuanto pudiesen, que sus voces habían de ser tan poco oídas cuanto su poca justicia y menos opinión. Y estaba cierto que el vulgo había de juzgar este hecho con muy diversos sentidos de su intento, y que cuando diese la sentencia más la quería oír de piadoso que no de cruel, o de reputado que de arrojadizo.
Y dijo, en suma, ser la justicia una excelente virtud y muy necesaria en el mundo; mas empero que la ejecutasen otros que supiesen, entre cizañas y uso de poca razón siendo los testigos enemigos, averiguar la verdad sin más ni menos. Un caso notable Venía en nuestra compañía un marinero de nación arragoces, mozo dispuesto y soldado y tal de partes y gracias, que por ellas merecía ser tanto como lo era estimada su persona de todos en general. Estando, pues, en veinte y cuatro grados y solas dos leguas de tierra, fue llamado y buscado en toda la nao y en las gavias, sin responder ni ser hallado, para gobernar el timón el cuarto de la modorra. Dada cuenta al capitán, mandó al punto que fuese virada la nao y se buscase aquel hombre, en cuya demanda, mirando a todas partes la mar y llamándole por su nombre y haciéndole señas de fuego, se gastó todo el resto de la noche y parte del día siguiente sin ser visto, ni cosa que nos sirviese de rastro. Con esta confusión y pena grande seguimos nuestro camino; y deseoso el capitán de saber la causa, hizo pesquisa y halló que ciertos días de secreto hinchió dos peruleras de semillas, chaquiras, cascabeles, cordeles, anzuelos, cuchillos y un machete, que las bocas tapó con cera de Nicaragua, y más otra botija mediana de vino y agua y una cajeta de conserva y su espada; y aquella misma mañana había estado muy atento oyendo leer la vida de San Antón ermitaño, y que alabándola mucho dobló la hoja y guardó el libro.
Que toda aquella tarde estuvo del tope mirando, y marcando la tierra con un agujón que tenía; que la noche que faltó lo vieron estar muy desvelado, y se entendió que de una tabla, palos y cuerdas que tenía en su rancho, había hecho una balsa, y que en ella se debió de ir, llevando consigo a todo lo referido, pues nada desto se halló. Y más se dijo, que tuvo muchos deseos de quedarse con los indios de las tierras descubiertas, y que había dicho a un hombre que se quedase allá con él, y que como nuestra venida había sido repentina no tuvo lugar de hacerlo; y por esto se había quedado allí por dotrinar a gentiles o vivir en soledad: y estaba de dos días confesado. Abrióse luego su caja y en ella se hallaron sus vestidos, su dinero y otros y una memoria de todo lo que era ajeno que le dieron a guardar, mandando se le volviese. Este hecho es de un hombre que teníamos por de razón y buen cristiano; y cuando pienso en determinación tan estraña me hace lástima, y mucho más por arrojarse en una tabla a tanto riesgo de si había de llegar a poner los pies en la playa, y si luego había de hallar la comodidad tan necesaria para poder conservarse, y si para la buscar había de ir la tierra adentro o por la orilla del mar; quién había de cargar aquellas dos peruleras con las cosas que llevaba dentro en ellas y lo demás principal para sustentar la vida; o si luego o después diese con indios, si lo habían de recebir y tratar bien, y más aquellos que tienen fama de comer carne humana: y juntamente la soledad, la desnudez y la inclemencia de tiempos; y que cuando la tierra no le cuadre, por no hallar en ella disposición para su intento o se arrepienta, cuán lejos está el recurso y cuán cerca el daño; y otras cosas muy dignas de considerarse, y sobre todas la falta que ha de tener de los oficios divinos y sacramentos.
Y porque ignoro sus designios, no me atrevo a ser juez de este hecho: sólo quisiera que fuese el Señor servido de guiar sus cosas de tal manera, que él se salve y otros muchos por su medio. Una grande tormenta Seguimos nuestro camino las armas y la gente presta, con centinelas en los topes, porque se iba en demanda de un cabo que se dice de San Lucas, a donde el inglés Tomás Candi robó a la nao Santa Ana. Pasóse presto y en paz, y miércoles once de octubre, estando sereno el cielo, bonancible el mar, sin conjunción ni oposición de luna, en la boca de la California nos dio al cuarto del alba un viento Nordeste y recio con muy grande cerrazón. Pasó al Norte como a las nueve del día, y creció tanto, que obligó a calafatear escutillas, cazar a popa, e ir al Sur con sólo bajo el trinquete que presto hizo pedazos, a cuya causa se atravesó la nao y se rompió el pinjote: y la caña del timón por quedar a su albedrío, daba a una y a otra banda tantos y tan fuertes golpes, que el menor daño temido era hacerse toda rajas, y quedar la nao sin gobierno. Mas luego los marineros, por saber cuánto esto importa, acudieron y le pusieron un aldrope con que quedó sojuzgado, y al envergar de otro tirnquete hubo hombre, que en el penol a donde estaba, dos veces le cubrió el agua y estuvo debajo della grandes espacios Tratóse luego de dar vela y correr; mas tanto creció el viento, que del mar que muy alterado estaba sacaba tanta agua por el aire que parecía un muy continuo aguacero, y sus gotas escocían en los ojos, que por acudir a este daño detenían el remedio de la nao, que con gran priesa se buscaba por la mucha que daba el mar; cuyas olas obligaron por hinchir la barca de agua que con presteza fue echada a la mar, y apenas estuvo fuera cuando tres golpes con tanto ímpetu rompieron dentro en la nao, que la dejaron rendida y a medio combés el agua, con cuyo peso y con la fuerza del viento no pudo la nao surtir; y viéndola, pues, así dijo el Moreno, atambor: --Aquí no hay más que esperar.
Luego se echó a la mar, y fue su ventura tanta que le volvió una ola a entrar dentro; y porque no hiciese otra locura semejante, lo prendieron. Los embornales, que es por donde sale el agua, eran pequeños y pocos, y a esta falta quien más podía con barretas, palancas y pies de cabra, dándole el agua a los pechos, procuraban del mareaje quitar tablas para el agua escurrir. Aquí fue visto acudir sin entender, y deber sin querer acudir. Viose más, dar los unos a la bomba, otros alijando apriesa, y muchos roncos gritando: --¡Córtese el árbol mayor, que es el que nos lleva a fondo! Unos decían de sí, otro de no, y en un instante con hachuelas y machetes se cortó la jarcia de sotavento. El capitán llamaba a los pilotos para tomar parecer. Ellos se hacían sordos; por lo que envió a decir a todos que se dilataba el remedio y amenazaba el cuchillo, las diligencias que hicieron eran las que al alma importan. Unos se confiesan luego, otros piden perdón, y perdonan, se abrazan y despiden; unos gimen y otros lloran, y muchos por los rincones esperando estaban la muerte. El capitán a gran priesa hizo traer los dos indios a la cama a donde estaba, y que el padre franciscano les preguntase si querían ser cristianos; y muy fervorosamente ambos dijeron de sí, y ya que habían rezado el Credo al punto los bautizó, llamándose Pedro y Pablo. El capitán, su padrino, los ojos corriendo agua los abrazó, y por verlos temerosos los consoló, y dijo: A Dios las gracias, que debo y puedo Padre Eterno, os doy por merced tan alta; pues habéis sido servido que yo vea de tantos trabajos míos sin merecerlo aqueste pequeño fruto, pequeño para mi deseo y grande, pues son dos almas nuevamente bautizadas, y traídas al gremio de vuestra iglesia católica.
Estaban Pedro y Pablo, puestas las manos tan devotos y constantes y cuando la nao parecía sumergirse, diciendo: --¡Jesús María!, y haciendo cruces a la mar, que bastaba oír y verlos, enternecer los más duros corazones. Corrió la nueva y esforzó la esperanza, y hubo allí uno que dijo: --Nadie tema, que pues tal obra está hecha, Dios ha de dar lo que falta para salvarse nao y gente. Eran las tres de la tarde. El viento y mar no amansaban ni paraban de combatir a nuestra rendida nao, que tanto a la banda estaba cuando un grande borbotón con dos espantosos truenos cargó tanto, y tanta fuerza tuvo el viento, que ya no faltaba a la nao más de sólo virar la quilla. Aquí se vieron los semblantes de difuntos cortados; los más briosos, mandar sin saber lo qué, y pilotos mudos; y se oyeron los suspiros, los votos y las promesas y grandes coloquios con Dios: y uno que dijo: --¡Ah!, Señor; ¿y de qué habrá servido todo lo hecho y lo visto si esta nao se va a fondo?: y pasó más adelante con grandes muestras de fe. En suma, todos gritando pedían remedio a Dios, que fue servido que las furias se pasaron al Noroeste y Poniente y fueron dando sota de sí; y la nao levantando el cuello, y sacudiendo los costados se puso presto derecha, y antes de venir la noche dimos velas y seguimos la derrota a Les-sueste buscando el Cabo de Corrientes. La muerte del padre comisario Ya se iba con todas las velas navegando el viento a popa, y la gente alegre cantando los hechos de la batalla pasada en que hubo bien que notar, algo por que reír, y algunos con asombro de haber visto a un tan esforzado viento cuyo rigor hubiera sido mayor y mayor el daño si sucediera de noche.
Alababan unos la nao, sus mañas, su fortaleza; otros la osadía y el ánimo y tan prestas diligencias, y todos al Señor Altísimo por las mercedes que nos hizo. Otros hubo que dijeron que la borrasca y sus furias habían sido necesarias para humillar los soberbios, y hacer los ingratos gratos y para que allí se acabasen todas las enemistades causadas por falta de fino amor; pues con éste se pudiera padecer con ánimo varonil lo pasado y un poco más: que tales casos más presto dan que ofrecen, cuanto más a donde no hubo uno que tuviese mal sabor, salvante éste, lo que era más difícil sufrirse unos a otros tanto tiempo en una nao viéndose siempre los rostros. ¿Mas qué digo, si se cansan padres de hijos, riñen hermanos y amigos, y el marido a su querida mujer suele a veces aborrecer? Nuestro padre comisario, que ya de atrás venía enfermo (yo entiendo que a falta de sustancia y por su mucha vejez), el otro siguiente día lo pasó con parasismos y agonías, y cuando la media noche, fue Dios servido de llevarlo de esta vida; y por haber sido la suya de cuarenta años de su hábito, y casi ochenta de edad, y haber muerto en una demanda justa y ganado el jubileo a la jornada concedido, se puede bien esperar que está gozando de Dios. El resto de la noche estuvo su cuerpo alumbrado con cuatro velas de cera. Venido el día, el padre de su compañero con la gente de la nao rogaron a Dios por su alma, y con un sentimiento grande fue sepultado en la mar a vista de las tres islas Marías. Estaba allí Pablo el indio muy atento, mirando lo que pasaba, y como vio que aquel cuerpo con el peso que a los pies le ataron fue a pique, y que al tiempo de su bautismo le dijeron que cuando mueren cristianos van al cielo, preguntó cómo siendo cristiano el padre se iba al fondo de la mar. Lo mejor que se pudo le dieron a entender que por ahora sólo el alma iba al cielo. Y como desto sabía poco quedó suspenso, y todos muy admirados de haber visto tal pregunta de un muchacho de ocho años que el otro día atrás era un bruto gentil.