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Datos principales


Desarrollo


Cómo el gobernador llegó con su gente a la Ascensión, y aquí le prendieron Dende a quince días que hubo llegado el gobernador a la ciudad de la Ascensión, como los oficiales de Su Majestad le tenían odio por los causas que son dichas, que no les consentía, por ser, como eran, contra el servicio de Dios y de Su Majestad, así en haber despoblado el mejor y más principal puerto de la provincia, con pretensión de se alzar con la tierra (como al presente lo están), y viendo venir al gobernador tan a la muerte y a todos los cristianos que con él traía, día de Sant Marcos se juntaron y confederaron con otros amigos suyos, y conciertan de aquella noche prender al gobernador; y para mejor lo poder hacer a su salvo, dicen a cien hombres que ellos saben que el gobernador quiere tomarles sus haciendas y casas e indias, y darlas y repartirlas entre los que venían con él de la entrada perdidos, y que aquello era muy gran sinjusticia y contra el servicio de Su Majestad, y que ellos, como sus oficiales, querían aquella noche ir a requerir, en nombre de Su Majestad, que no les quitase las casas ni ropas e indias; y porque se temían que el gobernador los mandaría prender por ello, era menester que ellos fuesen armados y llevasen sus amigos, y pues ellos lo eran, y por esto se ponían en hacer el requerimiento, del cual se seguía muy gran servicio a Su Majestad y a ellos mucho provecho, y que a hora del Ave María viniesen con sus armas a dos casas que les señalaron, y que allí se metiesen hasta que ellos avisasen lo que habían de hacer; y ansí, entraron en la cámara donde el gobernador estaba muy malo hasta diez o doce de ellos, diciendo a voces: "¡Libertad, libertad; viva el Rey!" Eran el veedor Alonso Cabrera, el contador Felipe de Cáceres, Garci-Venegas, teniente de tesorero; un criado del gobernador, que se llamaba Pedro de Oñate, el cual tenía en su cámara, y éste los metió y dio la puerta y fue principal en todo, y a don Francisco de Mendoza y a Jaime Rasquín, y éste puso una ballesta con un arpón con yerba a los pechos al gobernador; Diego de Acosta, lengua, portugués; Solórzano, natural de la Gran Canaria; y éstos entraron a prender al gobernador adelante con sus armas; y ansí, lo sacaron en camisa, diciendo: "¡Libertad, libertad!" Y llamándolo de tirano, poniéndole las ballestas a los pechos, diciendo estas y otras palabras: "Aquí pagaréis las injurias y daños que nos habéis hecho"; y salido a la calle, toparon con la otra gente que ellos habían traído para aguardalles; los cuales, como vieron traer preso al gobernador de aquella manera, dijeron al factor Pedro Dorantes y a los demás: "Pese a tal con los traidores; ¿traéisnos para que seamos testigos que no nos tomen nuestras haciendas y casas e indias, y no le requerís, sino prendéislo? ¿Queréis hacernos a nosotros traidores contra el Rey prendiendo a su gobernador?"; y echaron mano a las espaldas, y hubo una gran revuelta entre ellos porque le habían preso; y como estaban cerca de las casas de los oficiales, los unos de ellos se metieron con el gobernador en las casas de Garci-Venegas, y los otros quedaron a la puerta, diciéndoles que ellos los habían engañado; que no dijesen que no sabían lo que ellos habían hecho, sino que procurasen de ayudallos a que le sustentasen en la prisión, porque les hacían saber que si soltasen al gobernador, que los haría a todos cuartos, y a ellos les cortaría las cabezas; y pues les iba las vidas en ello, los ayudasen a llevar adelante lo que habían hecho, y que ellos partirían con ellos la hacienda e indias y ropa del gobernador; y luego entraron los oficiales donde el gobernador estaba, que era una pieza muy pequeña, y le echaron unos grillos y le pusieron guardas; y hecho esto, fueron luego a casa de Juan Pavón, alcalde mayor, y a casa de Francisco de Peralta, alguacil, y llegando adonde estaba el alcalde mayor, Martín de Ure, vizcaíno, se adelantó de todos y quitó por fuerza la vara al alcalde mayor y al alguacil, y ansí presos, dando muchas puñaladas al alcalde mayor y al aguacil, y dándole empujones y llamándoles de traidores, y él y los que con él iban los llevaron a la cárcel pública y los echaron de cabeza en el cepo, y soltaron de él a los que estaban presos, que entre ellos estaba uno condenado a muerte porque había muerto un Morales, hidalgo de Sevilla.

Después de esto hecho, tomaron un atambor y fueron por las calles alborotando, y desasosegando al pueblo, diciendo a grandes voces: "¡Libertad, libertad; viva el Rey!" Y después de haber dado una vuelta al pueblo, fueron los mismos a la casa de Pero Hernández, escribano de provincia (que a la sazón estaba enfermo), y prendieron, y a Bartolomé González, y le tomaron la hacienda y escripturas que allí tenía y así, lo llevaron preso a la casa de Domingo de Irala, adonde le echaron dos pares de grillos y después de habelle dicho muchas afrentas pusieron sus guardas, y tornaron a pregonar: "Mandan los señores oficiales de Su Majestad que ninguno sea osado de andar por las calles y todos se recojan a sus casas, so pena de muerte y de traidores"; y acabando de decir todo tornaban, como de primero, a decir: "¡Libertad, libertad!" Y cuando esto apregonaban, a los que topaban en las calles les daban muchos rempujones y espaldarazos, y los metían Por fuerza en sus casas; y luego, como esto acaba donde el gobernador vivía y tenía su hacienda y escripturas y provisiones que Su Majestad mandó despachar acerca de la gobernación en la tierra, y los autos de cómo le habían recibido y obedecido en nombre de Su Majestad por gobernador y capitán general, y descerrajaron unas arcas, tomaron todas las escripturas que en ellas estaban, y se apoderaron en todo ello y abrieron asimismo un arca que estaba cerrado con tres llaves, donde estaban los procesos que se habían hecho contra los oficiales, de los delitos que habían cometido, los cuales estaban remitidos a Su Majestad; y tomaron todos sus bienes, ropas, bastimentos de vino y aceite, acero y hierro, y otras muchas cosas, y la mayor parte de ellas desaparescieron, dando saco en todo, llamándole de tirano y otras palabras; y lo que dejaron en poder de quien más sus amigos eran y los seguían, so color de depósito, y eran los mismos valedores que los ayudaban. Valía a lo que dicen, más de cien mil castellanos a hacienda, a los precios de allá, entre los cuales tomaron diez bergantines.

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