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Datos principales
Desarrollo
Capítulo LXXIII Cómo el adelantado Alvarado pasó las nieves con gran trabajo, donde murieron algunos españoles y muchos indios e indias y negros, sin poder escapar del frío viento y nieves que bastó a los matar Muy triste estuvo el adelantado por conocer, por lo que había visto en las nieves, que no podía dejar de morir gente por aquellas pilas. Deseaba, como la salvación, verse en el territorio que había descubierto Diego de Alvarado. Procuró, encubriendo esta congoja, de animar a los españoles, esforzándolos con palabras que les dijo para que tuviesen ánimo de pasar adelante. Conocía de ellos que tuvieran en menos afrontarse en batalla con enemigos que les tuvieran ventaja, que no pelear contra los elementos. Encomendáronse a Dios todopoderoso y puestos en camino marcharon, hablando en las nieves, hasta que llegaron media legua de ellas, poco más o menos, donde se alojaron; y otro día, como mejor pudieron, subieron la sierra sin ver sol ni cielo ni otra cosa que nieve; y el día fue tan triste y de tan gran tormenta que aunque mucho lo encarezca, no digo nada, para en comparación de lo que pasaron. Los caballos, sentían el trabajo, los que iban encima, mucho mayor que los que caminaban a pie, porque éstos calentaban con el ejercicio del camino y ellos iban helados sin vigor. Los desventurados indios e indias que con ellos iban gritaban por morir tan miserablemente, lamentando su desventura: llaman con terribles voces a sus mayores. El viento era tan recio que los penetraba y hacía perder el sentido.
No tenían abrigo y era el frío tan grande, que caían faltos de toda virtud; boqueando, echaban las ánimas de los cuerpos. Muchos hubo que, de cansados, se arrimaban a algunas de las rocas y peñascos que por entre las nieves habían; cuan presto como se ponían, se quedaban helados, y sin ánimas, de tal manera que parecían espantajos. Los españoles que tenían aliento y caminaban sin parar eran dichosos: éstos y los que yendo a caballo no cogían la rienda ni volvían la cara atrás se escaparon. De los negros también se helaron muchos, y aunque los españoles sean de mayor complexión, que ninguna de las naciones del mundo comenzaron algunos de ellos a se quedar muertos sin tener otras sepulturas que las nieves. No las pasaron todas en este día, porque así como cuando dada la sentencia contra uno que muera, dilata con todas sus fuerzas lo que puede antes que llegue aquella hora, así éstos decían: "Estemos otro día, por ventura abonanzará el tiempo". Mas todos tuvieron una fortuna y fue de ellos lo que de los otros. Dejaban por aquellas nieves sus armas, sus ropas, todo el haber que tenían; ni querían, ni más procuraban, que escapar las vidas. No se valían los unos a los otros ni se abajaban a levantar al que caía, aunque fuera hijo ni hermano. El ensayador Pero Gómez y su caballo se helaron y lo mismo las muchas esmeraldas que había recogido; helóse Guesma y su mujer, con dos hijas doncellas que llevaban, que es mucha lástima contarlo por los gemidos que dieron y lágrimas que derramaron en el poco tiempo que la vida los sostuvo.
Otro español que venía en el campo, muy robusto yendo en una yegua, apeándose para apretar la cincha que venía floja, no puso los pies en el suelo cuando él y ella fenecieron. Murieron con estas nieves quince españoles y seis mujeres españolas y muchos negros y más de tres mil indios e indias. De que salieron de ellos, parecían difuntos sin color ni virtud, amarillos y tan desflaqueados que era gran compasión de los ver. Muchos de los indios que no murieron escaparon mancos; de ellos sin dedos, y de ellos sin pies, y algunos ciegos de todo punto. Tuvieron aviso los naturales de esta desventura. Venían algunas cuadrillas para los matar, y robar mucho que dejaron; mataron a un español; y quebraron el ojo a otro, que era herrero. Y después de haber pasado el trabajo que se ha contado y mucho más, el adelantado con los que escaparon llegaron al pueblo de Pasa, donde hallaron que se habían muerto desde que salió de la costa ochenta y cinco españoles y muchos caballos y tantos indios que es dolor decirlo. Con este mal quedaron las capitanías deshechas. Procuraron lo mejor que pudieron de se reformar en aquella tierra, curando de los que había enfermos y mandóse hacer alarde para ver los que habían quedado, y las armas que habían salvado; y habiendo cobrado fuerza, salieron de allí y fueron a un pueblo llamado Quizapincha, de donde en un día que caminaron llegaron al grande y real camino de los incas; y como marchasen entre los pueblos de Ambato y Muliambato hallaron huella de caballos y rastro de españoles, de que les pesó y determinó el adelantado que fuesen a descubrir el campo Diego de Alvarado con algunos caballos.
No tenían abrigo y era el frío tan grande, que caían faltos de toda virtud; boqueando, echaban las ánimas de los cuerpos. Muchos hubo que, de cansados, se arrimaban a algunas de las rocas y peñascos que por entre las nieves habían; cuan presto como se ponían, se quedaban helados, y sin ánimas, de tal manera que parecían espantajos. Los españoles que tenían aliento y caminaban sin parar eran dichosos: éstos y los que yendo a caballo no cogían la rienda ni volvían la cara atrás se escaparon. De los negros también se helaron muchos, y aunque los españoles sean de mayor complexión, que ninguna de las naciones del mundo comenzaron algunos de ellos a se quedar muertos sin tener otras sepulturas que las nieves. No las pasaron todas en este día, porque así como cuando dada la sentencia contra uno que muera, dilata con todas sus fuerzas lo que puede antes que llegue aquella hora, así éstos decían: "Estemos otro día, por ventura abonanzará el tiempo". Mas todos tuvieron una fortuna y fue de ellos lo que de los otros. Dejaban por aquellas nieves sus armas, sus ropas, todo el haber que tenían; ni querían, ni más procuraban, que escapar las vidas. No se valían los unos a los otros ni se abajaban a levantar al que caía, aunque fuera hijo ni hermano. El ensayador Pero Gómez y su caballo se helaron y lo mismo las muchas esmeraldas que había recogido; helóse Guesma y su mujer, con dos hijas doncellas que llevaban, que es mucha lástima contarlo por los gemidos que dieron y lágrimas que derramaron en el poco tiempo que la vida los sostuvo.
Otro español que venía en el campo, muy robusto yendo en una yegua, apeándose para apretar la cincha que venía floja, no puso los pies en el suelo cuando él y ella fenecieron. Murieron con estas nieves quince españoles y seis mujeres españolas y muchos negros y más de tres mil indios e indias. De que salieron de ellos, parecían difuntos sin color ni virtud, amarillos y tan desflaqueados que era gran compasión de los ver. Muchos de los indios que no murieron escaparon mancos; de ellos sin dedos, y de ellos sin pies, y algunos ciegos de todo punto. Tuvieron aviso los naturales de esta desventura. Venían algunas cuadrillas para los matar, y robar mucho que dejaron; mataron a un español; y quebraron el ojo a otro, que era herrero. Y después de haber pasado el trabajo que se ha contado y mucho más, el adelantado con los que escaparon llegaron al pueblo de Pasa, donde hallaron que se habían muerto desde que salió de la costa ochenta y cinco españoles y muchos caballos y tantos indios que es dolor decirlo. Con este mal quedaron las capitanías deshechas. Procuraron lo mejor que pudieron de se reformar en aquella tierra, curando de los que había enfermos y mandóse hacer alarde para ver los que habían quedado, y las armas que habían salvado; y habiendo cobrado fuerza, salieron de allí y fueron a un pueblo llamado Quizapincha, de donde en un día que caminaron llegaron al grande y real camino de los incas; y como marchasen entre los pueblos de Ambato y Muliambato hallaron huella de caballos y rastro de españoles, de que les pesó y determinó el adelantado que fuesen a descubrir el campo Diego de Alvarado con algunos caballos.