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Datos principales
Desarrollo
Capítulo LXX Que trata de cómo acordó el general Pedro de Valdivia ir al Pirú a servir a Su Majestad y de la mañosa maña que se dio para seguir su viaje Estando los negocios en este peso, preguntó el general al capitán Juan Bautista que si había allegado el galeón al puerto y si estaba pertrechado. Y si algo le faltase que lo mandaría proveer, porque con él quería enviar sesenta mil pesos que tenía al Pirú por socorro, pues que en los mensajeros pasados no había tenido dicha. Y junto con esto tenía pena ver tan buena tierra como había visto adelante, y que no se poblaba por falta de gente. Y viendo que se le pasaban los días y meses, acordó mandar aderezar el navío para ir abajo. Vinieron hasta veintidós españoles a pedir licencia al general para ir al Pirú, y se la dio y les dijo que estuviesen prestos, porque el galeón se despacharía muy breve. Y secretamente hizo el general una provisión para el capitán Francisco de Villagran, en que le dejaba en nombre de Su Majestad y suyo la guarda y defensa de esta tierra, en tanto que él estaba ausente de ella e iba a servir a Su Majestad al Pirú, y un poder en que le dejaba a cargo todas sus haciendas. Y esto mandó a su secretario que lo tuviese secreto hasta que él se lo pidiese, y si alguno preguntase por la partida del navío, les respondiese que acabado de escribir los despachos que se estaban escribiendo, se despacharía. Estando el navío con todo su matalotaje y oro y todos los que la licencia habían pedido, cabalgó en su caballo el general con ocho españoles y fue al puerto, y dijo a todos que iba a dar los despachos a su capitán, Joan Bautista.
Y mandó llamar a todos los que estaban embarcados afuera del navío en tierra, y les dijo que les quería hablar antes que se fuesen. Y de esta manera salieron todos a tierra, y entrados en una casa, el general se salió secretamente por otra puerta, diciéndoles que aguardasen que luego salía. Y fuese al batel y embarcóse con ocho criados y amigos, los cuales fueron, el capitán Gerónimo de Alderete y Joan Jofré, Diego Oro y Diego García de Cáceres, Joan de Cardeña, don Antonio, Álvaro Núñez, Vicencio de Monte. Y fuese al navío. Y los demás que estaban en la casa esperando que saliese, y como veían que se tardaba y no salía, salieron fuera. Y como le vieron ir al navío, escomenzaban a hablar unos con otros y decían cómo habían sido engañados, y daban voces y llamábanle Pedro de Urdimalas. Y ansí se consolaban unos con otros. Llegado el general al navío, mandó sacar a Gerónimo de Alderete todo el oro suyo y de particulares, y mandó se pusiese por memoria en un libro de cuenta, y señalasen cada partida cuya era, por mandarlo pagar al capitán Francisco de Villagran, como lo mandó, del oro que sus cuadrillas sacasen. Y por más claridad hizo una memoria de todo el oro y la cantidad de cada partida. Hecho esto mandó sumar la cantidad que había, y hallóse con lo que llevaba de particulares, ochenta mil pesos. Lo que él llevaba era cuarenta mil pesos, lo demás se tomó. Hecho esto habló el general a todos los que metió consigo y les dijo cómo él había entrado en aquel navío porque convenía al servicio de Su Majestad, y que si hasta entonces no se lo había hecho saber era por no ser estorbado y "porque todos los que conmigo habéis entrado sois buenos hijosdalgo, quiero que vais conmigo esta jornada".
Y habló en particular a Joan de Cardeña, escribano mayor del juzgado en este reino. Y dijo ansí: "Joan de Cardeña, dadme por fe y testimonio en manera que haga entera fe ante Su Majestad y ante los señores de su real Consejo de Indias, en cómo yo digo y declaro que parto de esta tierra sólo por el servicio de Su Majestad, dejando en la sustentación de ella en su cesáreo nombre y mío, hasta que yo vuelva del Pirú esta jornada, al capitán Francisco de Villagran, que es el mejor remedio que yo puedo dejar al presente. "Y voy con determinación y a buscar un caballero que dicen que está en Panamá que viene de parte de Su Majestad, para le seguir en su real nombre. Y hallándole o no, haré toda la gente que pudiere y volveré al Pirú, y procuraré desbaratar a Gonzalo Pizarro y matarle, y restituir aquella tierra en servicio de Su Majestad. Y para dar a entender a todos en general cuán leal vasallo soy a la Corona Real de España, quiero con las obras demostrallo. Por lo cual me declaro y lo digo, para que lo entienda Gonzalo Pizarro de mí, que él y cualquiera que no estuviere debajo de la obediencia de Su Majestad y del menor de sus ministros que Su Majestad enviare para la sustentación de aquellas provincias, lo mataré y destruiré". Acabada esta plática, mandó que alzasen las áncoras y quedase el navío con sola una, poniendo las vergas en alto. Dijo a Joan de Cardeña, su secretario, cómo quería estar allí hasta saber "si el cabildo de la ciudad de Santiago habían recebido al capitán Francisco de Villagran por mi provisión al gobierno de la tierra. Y también conviene que el cabildo y pueblo escriban a Su Majestad cómo voy en paz a le servir, y cómo dejo recaudo para la sustentación de esta tierra en su cesáreo servicio. Por tanto, conviene que salgáis en tierra y llevéis estos despachos a la ciudad, y con toda diligencia entendáis en esto, y traedme el recaudo necesario. Y venid con toda brevedad, para lo cual vos doy tres días de término, y éstos os esperaré, y pasada una hora de este término me haré a la vela".
Y mandó llamar a todos los que estaban embarcados afuera del navío en tierra, y les dijo que les quería hablar antes que se fuesen. Y de esta manera salieron todos a tierra, y entrados en una casa, el general se salió secretamente por otra puerta, diciéndoles que aguardasen que luego salía. Y fuese al batel y embarcóse con ocho criados y amigos, los cuales fueron, el capitán Gerónimo de Alderete y Joan Jofré, Diego Oro y Diego García de Cáceres, Joan de Cardeña, don Antonio, Álvaro Núñez, Vicencio de Monte. Y fuese al navío. Y los demás que estaban en la casa esperando que saliese, y como veían que se tardaba y no salía, salieron fuera. Y como le vieron ir al navío, escomenzaban a hablar unos con otros y decían cómo habían sido engañados, y daban voces y llamábanle Pedro de Urdimalas. Y ansí se consolaban unos con otros. Llegado el general al navío, mandó sacar a Gerónimo de Alderete todo el oro suyo y de particulares, y mandó se pusiese por memoria en un libro de cuenta, y señalasen cada partida cuya era, por mandarlo pagar al capitán Francisco de Villagran, como lo mandó, del oro que sus cuadrillas sacasen. Y por más claridad hizo una memoria de todo el oro y la cantidad de cada partida. Hecho esto mandó sumar la cantidad que había, y hallóse con lo que llevaba de particulares, ochenta mil pesos. Lo que él llevaba era cuarenta mil pesos, lo demás se tomó. Hecho esto habló el general a todos los que metió consigo y les dijo cómo él había entrado en aquel navío porque convenía al servicio de Su Majestad, y que si hasta entonces no se lo había hecho saber era por no ser estorbado y "porque todos los que conmigo habéis entrado sois buenos hijosdalgo, quiero que vais conmigo esta jornada".
Y habló en particular a Joan de Cardeña, escribano mayor del juzgado en este reino. Y dijo ansí: "Joan de Cardeña, dadme por fe y testimonio en manera que haga entera fe ante Su Majestad y ante los señores de su real Consejo de Indias, en cómo yo digo y declaro que parto de esta tierra sólo por el servicio de Su Majestad, dejando en la sustentación de ella en su cesáreo nombre y mío, hasta que yo vuelva del Pirú esta jornada, al capitán Francisco de Villagran, que es el mejor remedio que yo puedo dejar al presente. "Y voy con determinación y a buscar un caballero que dicen que está en Panamá que viene de parte de Su Majestad, para le seguir en su real nombre. Y hallándole o no, haré toda la gente que pudiere y volveré al Pirú, y procuraré desbaratar a Gonzalo Pizarro y matarle, y restituir aquella tierra en servicio de Su Majestad. Y para dar a entender a todos en general cuán leal vasallo soy a la Corona Real de España, quiero con las obras demostrallo. Por lo cual me declaro y lo digo, para que lo entienda Gonzalo Pizarro de mí, que él y cualquiera que no estuviere debajo de la obediencia de Su Majestad y del menor de sus ministros que Su Majestad enviare para la sustentación de aquellas provincias, lo mataré y destruiré". Acabada esta plática, mandó que alzasen las áncoras y quedase el navío con sola una, poniendo las vergas en alto. Dijo a Joan de Cardeña, su secretario, cómo quería estar allí hasta saber "si el cabildo de la ciudad de Santiago habían recebido al capitán Francisco de Villagran por mi provisión al gobierno de la tierra. Y también conviene que el cabildo y pueblo escriban a Su Majestad cómo voy en paz a le servir, y cómo dejo recaudo para la sustentación de esta tierra en su cesáreo servicio. Por tanto, conviene que salgáis en tierra y llevéis estos despachos a la ciudad, y con toda diligencia entendáis en esto, y traedme el recaudo necesario. Y venid con toda brevedad, para lo cual vos doy tres días de término, y éstos os esperaré, y pasada una hora de este término me haré a la vela".