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Datos principales
Desarrollo
Capítulo LXX De cómo Ruminabi desamparó a la ciudad del Quito, matando primero mucbas mujeres principales, porque no gozasen de ellas los cristianos, los cuales como entraron en ella, y no vieron el tesoro que buscaban, recibieron mucha pena; y lo que más pasó Escribí en lo pasado lo que le sucedió al capitán Sebastián de Belalcázar hasta llegar el pueblo de Panzaleo, donde les dijo un indio, que tomaron, haber tanto oro y plata en el Quito que no podrían sus caballos llevar la veintena parte de ello, con que todos los españoles se pararon muy lozanos, pareciéndoles que ya tenía cada uno de ellos más que diez de los de Caxamalca. Los indios de guerra, aunque fueron desbaratados, hacían rostro a los españoles y cerca de Quito, en una quebrada algo áspera se hicieron fuertes en las albarradas que allí tenían, de donde tiraron tantos tiros que los hicieron detener algún rato; mas por junto a ellos subieron a les ganar el fuerte, y a su pesar lo dejaron con muerte de muchos de ellos. Y a más andar, se fueron a la ciudad de Quito dando grandes voces a los que en ella estaban, para que luego sin dilación la desamparasen y se fuesen a la sierra. Y así lo hicieron con gran turbación, pareciéndoles que los caballos estaban encima de ellos. Había muchas señoras principales, de los templos, y de las que habían sido mujeres de Guaynacapa y de Atabalipa, y de otros principales de los que habían muerto en las guerras. Ruminabi les habló cautelosamente, diciéndoles que ya veían cómo los españoles venían a entrar en la ciudad, que las que de ellas quisiesen salir con él que se pusiesen en camino y las demás mirasen por sí porque, entrados aquellos sus enemigos, eran tan malos y lujuriosos que luego las tomarían a todas para las deshonrar, como habían hecho a otras muchas que traían con ellos.
Como esto dijo, las que tuvieron gana salieron sin más aguardar; las otras, que eran más de trescientas, dijeron que no querían salir del Quito, sino estar y aguardar lo que sus hados de ellas ordenase. Ruminabi airado, llamándoles de pampayronas, las mandó matar a todas sin quedar ninguna, según me contaron, siendo algunas demasiadamente de hermosas y gentiles mujeres. E como las mataron, las echaron en unos hoyos hondables que estaban cerca de allí. Y esto pasado, salió de la ciudad, todos los que estaban siguiendo a los capitanes de su nación, llevando todo lo más que de ella pudieron sacar. Y como viesen que ya los cristianos, sus enemigos, llegaban cerca, con gran dolor que de ello sintieron, pusieron fuego en algunos de los aposentos y casas principales. Belalcázar llegaba tan junto de la ciudad que entró pasando estas cosas en ella. Algunos indios arrojaban tiros, mas como la gente de guerra era ya salida, hicieron poca resistencia y muchos de los anaconas se venían juntos con ellos para los servir y lo mismo hacían mujeres, las que podían venir, Pasaron la ciudad con gran gozo de verse dentro; andaban a buscar el tesoro, creyendo que habían de hallar casas llenas de ello, mas como estuviese puesto en cobro no lo hallaron ni toparon ninguno, que fue causa que su alegría se volviese en tristeza, espantándose como había salido burla lo que tenía por tan cierto. Miraban la ciudad y buscaban, mas no toparon con ningún alegrón. Preguntaba Belalcázar con grande ahínco a los indios que se les habían pasado, dónde estaba el tesoro de Quito.
Respondían como espantados que no sabían más de que Ruminabi lo había llevado y ninguno de los que lo sacaron en cargas era vivo porque la fama que sobre ello hay es que los mató a todos por que no pudiesen descubrir donde se puso tanta grandeza. Aunque a muchos se preguntaba, ninguno daba otra razón. Parábanse tristes los españoles y llenos de melancolía, pues por venir a aquella jornada habían gastado y trabajado mucho. Tenían grande odio a Ruminabi, de quien llegó nueva a la ciudad como estaba hecho fuerte poco más que tres leguas de allí. Entendido por Belalcázar, mandó a Pacheco que con cuarenta españoles de espada y rodela saliese una noche y procurase de lo prender y traer a su poder. Tenía tantas espías Ruminabi puestas en todas partes, que por ninguna podían salir que no le fuese aviso de ello; y así sucedió que, como salió Pacheco con los ya nombrados a le buscar, le fue de ello "mandado" prestamente, y como lo supo, con gran celeridad se metió con los suyos por unas montañas para salir un pueblo llamado Cayambo, donde reparó. Súpose en Quito de esta mudada de Ruminabi. De nuevo mandó Belalcázar a Ruy Dfaz que fuese contra él con setenta españoles de a pie. Había entre los anaconas algunos que avisaban todo lo que los españoles pensaban y determinaban; y como se había mandado a Ruy Díaz que saliese con tantos españoles y lo mismo a Pacheco, publicaron que los que quedaban eran pocos y los más enfermos, nueva que tuvieron por alegre todos los naturales y prestamente se juntaron con el señor de Lacatunga, que se llamaba Tucomango, y con el señor de Chillo, a quien decían Quimbalambo, más de quince mil hombres de guerra con presupuesto de ir contra la ciudad de Quito para matar a los españoles que en ella habían quedado.
Y puesto por obra, llegaron allí a la segunda vigilia de la noche. Los Cáñares, confederados de los cristianos, habían sabido de este movimiento; y el Quito tiene una cava, hecha para fuerza, que mandaron hacer los reyes incas en el tiempo de su reinado, fuera de la cual estaban rondas y centinelas que pudieron oír el estruendo de los indios que venían de guerra, de que luego dieron aviso a Belalcázar, el cual mandó que los caballos saliesen a la plaza, y lo mismo los peones armados para resistir los enemigos que venían contra ellos. Los cuales conocieron por el tumulto que oían que los habían sentido, y abriendo las bocas daban grandes voces con muchas amenazas, como lo tienen siempre de costumbre. Los Cáñares, odiosos a todos éstos por el daño que les hicieron cuando fueron con Atabalipa, salieron contra ellos confiados en el favor de los españoles y tuvieron su batalla. Y puesto que de noche veíanse por la lumbre que daban muchas casas de la ciudad que los enemigos quemaron por estar de la otra parte de la cava; y entre unos y otros duró la pelea hasta que, queriendo venir el día, se retrajeron los que habían venido contra la ciudad. Salieron los caballos tras ellos, los alcanzaron; mataron e hirie ron tantos de ellos, que fueron tan escarmentados: que tuvieron por bien de no volver más a semejante burla. Ruy Díaz, con los españoles que iban con él, anduvieron hasta que se metieron en la montaña de Yombo. Súpolo Ruminabi, y no teniendo su estada por segura en aquella tierra se retrajo; mas puesto que su persona no pudo ser habida por los cristianos, hubieron gran cabalgada: que tomaron de su repuesto de ropa fina, y otras preseas ricas, y algunos vasos y vasijas de oro y plata, y muchas mujeres muy hermosas con que se volvieron a Quito a dar cuenta al capitán.
Y como el no haber hallado el tesoro, que pensaron, los trajese desasosegados, ahincaba mucho a los indios le descubriesen si sabían dónde se había llevado a esconder. Algunos de éstos afirmaron que en Cayambe estaba gran parte del tesoro encerrado, y creyendo que fuera cierta esta noticia salió Belalcázar en persona con toda la gente que había en Quito porque aún no eran llegados los que habían salido a "entrar". Y llegados a un pueblo que se dice Quioche, que es junto a Puritaco, dicen que, hallando muchas mujeres y muchachos porque los hombres andaban con los capitanes, mandó que los matasen a todos sin tener culpa ninguna. ¡Crueldad grande! También afirmó otro indio cáñare, que se tomó en una entrada que había hecho Vasco de Guevara, como él sabía donde estaban ciertos cántaros de oro y plata. Belalcázar, codicioso por lo topar, mandó ir a los peones con el repuesto por el real camino hacia Cayambe, yendo con ellos algunos caballos para reguardar; y él con la demás gente fue por otro camino. Y habiendo andado buen espacio, llegaron donde el cáñare dijo estar lo que buscaban y cavando en la tierra hallaron diez cántaros de fina plata y dos de oro de subida ley y cinco de barro: esmaltados extrañamente con metal entre el barro y soldado con mayor perfección. Esto se halló entre la loma que hacía una ciénaga, donde cavaron para lo sacar. Y luego Belalcázar volvió a encontrar a los suyos y caminaron todos para Cayambe, donde vieron los campos llenos de manadas de ovejas y carneros muy grandes y hermosos. No hallaron tesoro ni pasaron adelante porque Miguel Muñoz, alférez de Belalcázar, vino a dar mandado cómo Almagro quedaba en Quito, y será bien que contemos cómo vino y por qué causa.
Como esto dijo, las que tuvieron gana salieron sin más aguardar; las otras, que eran más de trescientas, dijeron que no querían salir del Quito, sino estar y aguardar lo que sus hados de ellas ordenase. Ruminabi airado, llamándoles de pampayronas, las mandó matar a todas sin quedar ninguna, según me contaron, siendo algunas demasiadamente de hermosas y gentiles mujeres. E como las mataron, las echaron en unos hoyos hondables que estaban cerca de allí. Y esto pasado, salió de la ciudad, todos los que estaban siguiendo a los capitanes de su nación, llevando todo lo más que de ella pudieron sacar. Y como viesen que ya los cristianos, sus enemigos, llegaban cerca, con gran dolor que de ello sintieron, pusieron fuego en algunos de los aposentos y casas principales. Belalcázar llegaba tan junto de la ciudad que entró pasando estas cosas en ella. Algunos indios arrojaban tiros, mas como la gente de guerra era ya salida, hicieron poca resistencia y muchos de los anaconas se venían juntos con ellos para los servir y lo mismo hacían mujeres, las que podían venir, Pasaron la ciudad con gran gozo de verse dentro; andaban a buscar el tesoro, creyendo que habían de hallar casas llenas de ello, mas como estuviese puesto en cobro no lo hallaron ni toparon ninguno, que fue causa que su alegría se volviese en tristeza, espantándose como había salido burla lo que tenía por tan cierto. Miraban la ciudad y buscaban, mas no toparon con ningún alegrón. Preguntaba Belalcázar con grande ahínco a los indios que se les habían pasado, dónde estaba el tesoro de Quito.
Respondían como espantados que no sabían más de que Ruminabi lo había llevado y ninguno de los que lo sacaron en cargas era vivo porque la fama que sobre ello hay es que los mató a todos por que no pudiesen descubrir donde se puso tanta grandeza. Aunque a muchos se preguntaba, ninguno daba otra razón. Parábanse tristes los españoles y llenos de melancolía, pues por venir a aquella jornada habían gastado y trabajado mucho. Tenían grande odio a Ruminabi, de quien llegó nueva a la ciudad como estaba hecho fuerte poco más que tres leguas de allí. Entendido por Belalcázar, mandó a Pacheco que con cuarenta españoles de espada y rodela saliese una noche y procurase de lo prender y traer a su poder. Tenía tantas espías Ruminabi puestas en todas partes, que por ninguna podían salir que no le fuese aviso de ello; y así sucedió que, como salió Pacheco con los ya nombrados a le buscar, le fue de ello "mandado" prestamente, y como lo supo, con gran celeridad se metió con los suyos por unas montañas para salir un pueblo llamado Cayambo, donde reparó. Súpose en Quito de esta mudada de Ruminabi. De nuevo mandó Belalcázar a Ruy Dfaz que fuese contra él con setenta españoles de a pie. Había entre los anaconas algunos que avisaban todo lo que los españoles pensaban y determinaban; y como se había mandado a Ruy Díaz que saliese con tantos españoles y lo mismo a Pacheco, publicaron que los que quedaban eran pocos y los más enfermos, nueva que tuvieron por alegre todos los naturales y prestamente se juntaron con el señor de Lacatunga, que se llamaba Tucomango, y con el señor de Chillo, a quien decían Quimbalambo, más de quince mil hombres de guerra con presupuesto de ir contra la ciudad de Quito para matar a los españoles que en ella habían quedado.
Y puesto por obra, llegaron allí a la segunda vigilia de la noche. Los Cáñares, confederados de los cristianos, habían sabido de este movimiento; y el Quito tiene una cava, hecha para fuerza, que mandaron hacer los reyes incas en el tiempo de su reinado, fuera de la cual estaban rondas y centinelas que pudieron oír el estruendo de los indios que venían de guerra, de que luego dieron aviso a Belalcázar, el cual mandó que los caballos saliesen a la plaza, y lo mismo los peones armados para resistir los enemigos que venían contra ellos. Los cuales conocieron por el tumulto que oían que los habían sentido, y abriendo las bocas daban grandes voces con muchas amenazas, como lo tienen siempre de costumbre. Los Cáñares, odiosos a todos éstos por el daño que les hicieron cuando fueron con Atabalipa, salieron contra ellos confiados en el favor de los españoles y tuvieron su batalla. Y puesto que de noche veíanse por la lumbre que daban muchas casas de la ciudad que los enemigos quemaron por estar de la otra parte de la cava; y entre unos y otros duró la pelea hasta que, queriendo venir el día, se retrajeron los que habían venido contra la ciudad. Salieron los caballos tras ellos, los alcanzaron; mataron e hirie ron tantos de ellos, que fueron tan escarmentados: que tuvieron por bien de no volver más a semejante burla. Ruy Díaz, con los españoles que iban con él, anduvieron hasta que se metieron en la montaña de Yombo. Súpolo Ruminabi, y no teniendo su estada por segura en aquella tierra se retrajo; mas puesto que su persona no pudo ser habida por los cristianos, hubieron gran cabalgada: que tomaron de su repuesto de ropa fina, y otras preseas ricas, y algunos vasos y vasijas de oro y plata, y muchas mujeres muy hermosas con que se volvieron a Quito a dar cuenta al capitán.
Y como el no haber hallado el tesoro, que pensaron, los trajese desasosegados, ahincaba mucho a los indios le descubriesen si sabían dónde se había llevado a esconder. Algunos de éstos afirmaron que en Cayambe estaba gran parte del tesoro encerrado, y creyendo que fuera cierta esta noticia salió Belalcázar en persona con toda la gente que había en Quito porque aún no eran llegados los que habían salido a "entrar". Y llegados a un pueblo que se dice Quioche, que es junto a Puritaco, dicen que, hallando muchas mujeres y muchachos porque los hombres andaban con los capitanes, mandó que los matasen a todos sin tener culpa ninguna. ¡Crueldad grande! También afirmó otro indio cáñare, que se tomó en una entrada que había hecho Vasco de Guevara, como él sabía donde estaban ciertos cántaros de oro y plata. Belalcázar, codicioso por lo topar, mandó ir a los peones con el repuesto por el real camino hacia Cayambe, yendo con ellos algunos caballos para reguardar; y él con la demás gente fue por otro camino. Y habiendo andado buen espacio, llegaron donde el cáñare dijo estar lo que buscaban y cavando en la tierra hallaron diez cántaros de fina plata y dos de oro de subida ley y cinco de barro: esmaltados extrañamente con metal entre el barro y soldado con mayor perfección. Esto se halló entre la loma que hacía una ciénaga, donde cavaron para lo sacar. Y luego Belalcázar volvió a encontrar a los suyos y caminaron todos para Cayambe, donde vieron los campos llenos de manadas de ovejas y carneros muy grandes y hermosos. No hallaron tesoro ni pasaron adelante porque Miguel Muñoz, alférez de Belalcázar, vino a dar mandado cómo Almagro quedaba en Quito, y será bien que contemos cómo vino y por qué causa.