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Datos principales
Desarrollo
Capítulo LXVI De cómo el adelantado mandó salir gente a buscar camino, y de cómo hallaron muchas ciénagas y ríos y murieron algunos españoles, entre los cuales murió el capitán don Juan Enríquez de Guzmán Como el adelantado no quiso que se caminase por el camino que descubrió Gómez de Alvarado, sino por donde el capitán Benavides anduvo, y hubiese llegado al río Daule y no hallase ninguno; mandó que saliesen cuadrillas de españoles por todas partes para ver por donde iba el camino de Quito. Don Juan Enríquez salió con algunos de sus capitanes a descubrir por donde la ventura lo guiase. Y habiendo andado hasta diez leguas, pudo llegar a un lugar grande donde halló abundancia de bastimento de maíz y raíces y pescado. Había por todas partes tantas ciénagas y atolladeros que, a ser invierno, se pasara gran trabajo. Envió luego aviso al adelantado que como supo haber mantenimiento, se holgó y mandó que caminasen a juntarse con don Juan. Con los trabajos que pasaban y malas comidas que comían habían adolecido muchos españoles, los cuales andaban con demasiada fatiga; y como Alvarado viese ir con tanta pena uno de estos enfermos, él mismo con sus manos lo puso en su caballo, que fue causa que otros algunos de los que iban a caballo, queriéndole imitar, cabalgaban en sus caballos de aquestos, que así iban enfermos, y como mejor pudieron llegaron a aquel lugar donde don Juan Enríquez de Guzmán estaba aguardándolos. Y estuvo el adelantado con su gente en él algunos días comiendo el bastimento que tenían los naturales para la sustentación de sus vidas.
A la continua adolecían españoles; no tenían camino cierto que los llevase al Quito, que era lo que deseaban. Pasábase el tiempo, de que sentía mucho el adelantado, y con acuerdo de los principales, se determinó que saliesen por todas partes de aquella comarca a ver si se podía hallar camino. El mal que daba a los españoles era una fiebre como modorra; y entre los enfermos estaba uno que se decía Pedro de Alcalá; y como le agravase la fiebre, levantóse de donde estaba echado, y sacando una espada, salió fuera, diciendo a grandes voces: "¿Quién dice mal de mí?" Y fuese para una caballeriza y de una estocada mató su caballo; y de otras dos, sin que se lo pudieron estorbar mató otros buenos caballos, en tiempo que valía en el Perú un caballo tres y cuatro mil castellanos. Tomáronlo, yendo que iba a herir a un negro y echáronle una cadena. En este tiempo, los que habían salido a buscar camino, se volvieron sin lo poder topar con los muchos ríos y paludes que hallaban: de que todos tenían gran congoja por verse metidos en tierra tan mala y por ninguno de ellos no vista ni sabida. El capitán don Juan Enríquez de Guzmán, de quien cuentan que era caballero muy noble y honrado, dijo el adelantado que por le servir quería salir a buscar camino por alguna parte. El adelantado se lo agradeció. Salió con él Luis de Moscoso y con algunos españoles sueltos salió caminando por donde no sabían. Pasaron muchos ríos furiosos y lagunas tembladeras hasta que, yendo andando por un monte espeso, lleno de grandes florestas y espesuras, descubrieron un pueblo donde mataron algunos de los naturales que se quisieron poner en defender sus tierras y bienes.
Los demás huyeron con grande espanto que recibían de ver los caballos. Hallaron comida de la que usan los indios en esta tierra, que así descubrieron, y como señores del campo se aposentaron en ella como si fuera suya, andando huyendo los verdaderos señores por miedo de no ser muertos a sus manos y de sus caballos. Don Juan y el capitán Luis de Moscoso hicieron mensajeros al adelantando, el cual vino luego con todo el campo como mejor pudo donde estaban los capitanes. Y estando allí algunos días donde se murieron algunos de los españoles: morían con mucha miseria, sin tener refrigerio ni más que trabajos de caminar, y por colchones la tierra y por cobertura el cielo. No tenían pasas ni camuesas en que oler, sino alguna raíz de yuca y maíz, porque entiendan en España los trabajos tan grandes que pasamos en estas Indias los que andamos en descubrimientos y cómo se han de tener de buena ventura los que sin venir acá pueden pasar el curso, de esta vida tan breve, con alguna honestidad. A los indios que se prendieron por aquella tierra preguntaba el adelantado le avisasen por donde iba el camino de Quito, y que le dijesen cómo ellos tenían tan pocos caminos. Respondían que no sabían y otras respuestas de las que suelen dar los indios.
A la continua adolecían españoles; no tenían camino cierto que los llevase al Quito, que era lo que deseaban. Pasábase el tiempo, de que sentía mucho el adelantado, y con acuerdo de los principales, se determinó que saliesen por todas partes de aquella comarca a ver si se podía hallar camino. El mal que daba a los españoles era una fiebre como modorra; y entre los enfermos estaba uno que se decía Pedro de Alcalá; y como le agravase la fiebre, levantóse de donde estaba echado, y sacando una espada, salió fuera, diciendo a grandes voces: "¿Quién dice mal de mí?" Y fuese para una caballeriza y de una estocada mató su caballo; y de otras dos, sin que se lo pudieron estorbar mató otros buenos caballos, en tiempo que valía en el Perú un caballo tres y cuatro mil castellanos. Tomáronlo, yendo que iba a herir a un negro y echáronle una cadena. En este tiempo, los que habían salido a buscar camino, se volvieron sin lo poder topar con los muchos ríos y paludes que hallaban: de que todos tenían gran congoja por verse metidos en tierra tan mala y por ninguno de ellos no vista ni sabida. El capitán don Juan Enríquez de Guzmán, de quien cuentan que era caballero muy noble y honrado, dijo el adelantado que por le servir quería salir a buscar camino por alguna parte. El adelantado se lo agradeció. Salió con él Luis de Moscoso y con algunos españoles sueltos salió caminando por donde no sabían. Pasaron muchos ríos furiosos y lagunas tembladeras hasta que, yendo andando por un monte espeso, lleno de grandes florestas y espesuras, descubrieron un pueblo donde mataron algunos de los naturales que se quisieron poner en defender sus tierras y bienes.
Los demás huyeron con grande espanto que recibían de ver los caballos. Hallaron comida de la que usan los indios en esta tierra, que así descubrieron, y como señores del campo se aposentaron en ella como si fuera suya, andando huyendo los verdaderos señores por miedo de no ser muertos a sus manos y de sus caballos. Don Juan y el capitán Luis de Moscoso hicieron mensajeros al adelantando, el cual vino luego con todo el campo como mejor pudo donde estaban los capitanes. Y estando allí algunos días donde se murieron algunos de los españoles: morían con mucha miseria, sin tener refrigerio ni más que trabajos de caminar, y por colchones la tierra y por cobertura el cielo. No tenían pasas ni camuesas en que oler, sino alguna raíz de yuca y maíz, porque entiendan en España los trabajos tan grandes que pasamos en estas Indias los que andamos en descubrimientos y cómo se han de tener de buena ventura los que sin venir acá pueden pasar el curso, de esta vida tan breve, con alguna honestidad. A los indios que se prendieron por aquella tierra preguntaba el adelantado le avisasen por donde iba el camino de Quito, y que le dijesen cómo ellos tenían tan pocos caminos. Respondían que no sabían y otras respuestas de las que suelen dar los indios.