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Datos principales
Desarrollo
Capítulo LVII Que trata en cómo estando el general con veinte españoles entendiendo en hacer la puente de madera en el río de Maipo tuvo nueva en como era venido un navío de mercadería al puerto Estando el general Pedro de Valdivia con sus veinte españoles entendiendo en hacer la puente, una noche vino un indio a decir cómo había visto pasar por el camino de la mar doce indios que llevaban en sus hombros a dos cristianos que venían de la mar e iban para la ciudad. Oída la nueva tan deseada, habló el general a su maestre de campo y le dijo que él quería ir a la ciudad a ver si aquello que decía aquel indio era cierto. Y encargóle que tuviese recaudo en la gente que allí quedaba, y que él de allá le avisaría, y mandóle que estuviese aquella noche muy sobre aviso, porque podrían los indios tener tramada alguna cautela, de las que ellos acostumbran tramar corno hombres cautelosos, y que podría ser haber echado aquella nueva para dividir a los españoles, y dar en ellos tomándolos desapercibidos y matarlos. Dejando el recaudo que convino, se partió luego con seis de a caballo para la ciudad tres leguas de camino, las cuales fueron en muy breve caminadas. Y sabido en la ciudad que venía el general, salieron muchos españoles a recebirle con grande alegría, y lo que iban hablando era: "¡Señor general, buenas nuevas, nuevos españoles en la tierra allegados cerca!". Respondió el general: "Hermanos, quien quiera que ellos sean, sean bienvenidos". Allegado el general a su posada, vinieron el maestre y otros hombres, y vistos fue tanto el placer cuanto era el deseo de ver socorro en la tierra.
Arrasados los ojos de agua, le ocupó la habla y se la impidió. Luego tomó el general por las manos aquellos dos españoles y llevólos a su aposento, e hincados los hinojos y rodillas en tierra, y alzando las manos al cielo, dio muchas gracias a nuestro Señor Dios que en tan gran necesidad había sido servido de acordarse de él y de sus españoles, y socorrerles con aquel socorro tan deseado, manante de su gran misericordia. Hecha esta debida oración, preguntó al maestre, de la navegación que habían hecho y de las nuevas que del Pirú traía. Respondió el maestre y dijo que la navegación que habían traído había sido muy breve y demasiadamente trabajosa, ansí de furiosos aires, como de grandes pluvias, y que habían pasado adelante del puerto, y que habían tomado puerto por la mayor ventura del mundo, usando Dios de misericordia con ellos, y que no habían visto en mes y medio ninguna seña ni ahumada de españoles. Preguntó más, que qué orden habían tenido en su navegación y cómo tomaron tierra. Respondió el maestre que navegando un día y no con tormenta por junto a la tierra, acaso había llegado a un poblezuelo de indios pescadores que en la costa estaba, y acaso estaba un yanacona de un español, y como vido el navío y estaba advertido del deseo que tenían los españoles, ató su manta blanca en una vara y alta la meneó, "de suerte que le vimos y acudimos con el esquife, y del yanacona fuimos avisados, así de la población de la ciudad y de dónde estaba el puerto.
Y sabido fue el batel y trajo el navío a surgir en parte segura, y metieron el yanacona dentro en el navío y nos llevó al puerto. Y dejando el navío surto y a buen recaudo, salí con aquel compañero y traje el yanacona conmigo, que me mandó dar indios que me trajesen, y así vinimos a la ciudad en dos días y medio". Luego mandó el general que fuesen dos de a caballo a la mar y dijesen a la gente del navío cómo el maestre y su compañero estaban en la ciudad buenos. Este navío envió Lucas Martínez Vegaso, vecino de la villa viciosa de Arequipa, pretendiendo socorrer en tan gran necesidad a quien tanto deseo tenían de ser socorrido, y porque esta tierra se perpetuase en servicio de Dios nuestro Señor y de Su Majestad, y aumento de nuestra religión cristiana. Luego mandó el general ir más gente de a caballo y de a pie a la casa, y mandó que llevasen el navío al puerto de Valparaíso, que es tres leguas de la casa, y el sitio donde está la casa se dice Quillota, porque allí estaría mejor y más seguro y mejor proveído. El maestre de este navío dio unas cartas al general, en que por ellas y por dicho del maestre se supo cómo el capitán Alonso de Monrroy y el que había escapado del valle de Copiapó con su compañero, vendrían breve por tierra con sesenta de a caballo. Sabiendo el general que los indios del valle de Copiapó estarían advertidos por los de Atacama cómo los dos españoles que escaparon cuando mataron los cuatro españoles venían, y estos dos habían muerto a su cacique Aldequín, y venían por tierra y traían del Pirú sesenta de a caballo. Tenía que estarían temerosos de la vuelta, y que a este efecto estarían ausentes en la sierra y huidos del valle y de sus casas. Para lo cual mandó que siempre anduviesen corriendo por los valles más cercanos veinte o treinta de a caballo, porque tomasen lengua y supiesen de los indios dónde estaban y a qué parte llegaba el capitán Alonso de Monrroy, para que en allegando al valle de Limarí, que es ochenta leguas de la ciudad, se le proveyese de algún bastimento, porque había falta de él a causa de estar los indios alzados que no sembraban. Mandó el general al primer caudillo que salió con gente, proveyese a Monrroy y a su gente de bastimento.
Arrasados los ojos de agua, le ocupó la habla y se la impidió. Luego tomó el general por las manos aquellos dos españoles y llevólos a su aposento, e hincados los hinojos y rodillas en tierra, y alzando las manos al cielo, dio muchas gracias a nuestro Señor Dios que en tan gran necesidad había sido servido de acordarse de él y de sus españoles, y socorrerles con aquel socorro tan deseado, manante de su gran misericordia. Hecha esta debida oración, preguntó al maestre, de la navegación que habían hecho y de las nuevas que del Pirú traía. Respondió el maestre y dijo que la navegación que habían traído había sido muy breve y demasiadamente trabajosa, ansí de furiosos aires, como de grandes pluvias, y que habían pasado adelante del puerto, y que habían tomado puerto por la mayor ventura del mundo, usando Dios de misericordia con ellos, y que no habían visto en mes y medio ninguna seña ni ahumada de españoles. Preguntó más, que qué orden habían tenido en su navegación y cómo tomaron tierra. Respondió el maestre que navegando un día y no con tormenta por junto a la tierra, acaso había llegado a un poblezuelo de indios pescadores que en la costa estaba, y acaso estaba un yanacona de un español, y como vido el navío y estaba advertido del deseo que tenían los españoles, ató su manta blanca en una vara y alta la meneó, "de suerte que le vimos y acudimos con el esquife, y del yanacona fuimos avisados, así de la población de la ciudad y de dónde estaba el puerto.
Y sabido fue el batel y trajo el navío a surgir en parte segura, y metieron el yanacona dentro en el navío y nos llevó al puerto. Y dejando el navío surto y a buen recaudo, salí con aquel compañero y traje el yanacona conmigo, que me mandó dar indios que me trajesen, y así vinimos a la ciudad en dos días y medio". Luego mandó el general que fuesen dos de a caballo a la mar y dijesen a la gente del navío cómo el maestre y su compañero estaban en la ciudad buenos. Este navío envió Lucas Martínez Vegaso, vecino de la villa viciosa de Arequipa, pretendiendo socorrer en tan gran necesidad a quien tanto deseo tenían de ser socorrido, y porque esta tierra se perpetuase en servicio de Dios nuestro Señor y de Su Majestad, y aumento de nuestra religión cristiana. Luego mandó el general ir más gente de a caballo y de a pie a la casa, y mandó que llevasen el navío al puerto de Valparaíso, que es tres leguas de la casa, y el sitio donde está la casa se dice Quillota, porque allí estaría mejor y más seguro y mejor proveído. El maestre de este navío dio unas cartas al general, en que por ellas y por dicho del maestre se supo cómo el capitán Alonso de Monrroy y el que había escapado del valle de Copiapó con su compañero, vendrían breve por tierra con sesenta de a caballo. Sabiendo el general que los indios del valle de Copiapó estarían advertidos por los de Atacama cómo los dos españoles que escaparon cuando mataron los cuatro españoles venían, y estos dos habían muerto a su cacique Aldequín, y venían por tierra y traían del Pirú sesenta de a caballo. Tenía que estarían temerosos de la vuelta, y que a este efecto estarían ausentes en la sierra y huidos del valle y de sus casas. Para lo cual mandó que siempre anduviesen corriendo por los valles más cercanos veinte o treinta de a caballo, porque tomasen lengua y supiesen de los indios dónde estaban y a qué parte llegaba el capitán Alonso de Monrroy, para que en allegando al valle de Limarí, que es ochenta leguas de la ciudad, se le proveyese de algún bastimento, porque había falta de él a causa de estar los indios alzados que no sembraban. Mandó el general al primer caudillo que salió con gente, proveyese a Monrroy y a su gente de bastimento.