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Datos principales
Desarrollo
De cómo se fundó y pobló la ciudad de Santiago de Guayaquil, y de algunos pueblos de indios que son a ella subjetos y otras cosas hasta salir de sus términos Para que se entienda la manera como se pobló la ciudad de Santiago de Guayaquil será necesario decir algo dello, conforme a la relación que yo pude alcanzar, no embargante que en la tercera parte desta obra se trata más largo en el lugar que se cuenta al descubrimiento de Quito y conquista de aquellas provincias por el capitán Sebastián de Belalcázar, el cual, como tuviese poderes largos del adelantado don Francisco Pizarro y supiese haber gente en las provincias de Guayaquil, acordó por su persona poblar en la comarca dellas una ciudad. Y así, con los españoles que le pareció llevar, salió de San Miguel, donde a la sazón estaba allegando gente para volver a la conquista del Quito, y entrando en la provincia, luego procuró atraer los naturales a la paz de los españoles y a que conociesen que habían de tener por señor y rey natural a su majestad. Y como los indios ya sabían estar poblado de cristianos San Miguel y Puerto Viejo, y lo mismo Quito, salieron muchos dellos de paz, mostrando holgarse con su venida; y así, el capitán Sebastián de Belalcázar, en la parte que le pareció, fundó la ciudad, donde estuvo pocos días, porque le convino ir la vuelta de Quito, dejando por alcaide y capitán a un Diego Daza. Y como saliese de la provincia, no se tardó mucho cuando los indios comenzaron a entender las importunidades de los españoles y la gran cobdicia que tenían y la priesa con que les pedían oro y plata y mujeres hermosas.
Y estando divididos unos de otros, acordaron los indios, después de lo haber platicado en sus ayuntamientos, de los matar, pues tan fácilmente lo podían hacer; y como lo determinaron lo pusieron por obra, y dieron en los cristianos estando bien descuidados de tal cosa, y mataron a todos los más, que no escaparon sino cinco o seis dellos y su caudillo Diego Daza; los cuales pudieron, aunque con trabajo y gran peligro, llegar a la ciudad de Quito, de donde había salido ya el capitán Belalcázar a hacer el descubrimiento de las provincias que están más llegadas al Norte, dejando en su lugar a un capitán que ha por nombre Juan Díaz Hidalgo. Y como se supiese en Quito esta nueva, algunos cristianos volvieron con el mismo Diego Daza y con el capitán Tapia, que quiso hallarse en esta población para entender en ella; y vueltos, tuvieron algunos rencuentros con los indios, porque unos a otros se habían hablado y animado, diciendo que habían de morir por defender sus personas y haciendas. Y aunque los españoles procuraron de los atraer de paz, no podían, por les haber cobrado grande odio y enemistad, la cual mostraron de tal manera, que mataron algunos cristianos y caballos, y los demás se volvieron a Quito. Pasado lo que voy, contando, el gobernador don Francisco Pizarro, como lo supo, envió al capitán Zaera a que hiciese esta población; el cual, entrando de nuevo en la provincia, estando entendiendo en hacer el repartimiento del depósito de los pueblos y caciques entre los españoles que con él entraron en aquella conquista, el gobernador lo envió a llamar a toda priesa para que fuese con la gente que con él estaba al socorro de la ciudad de los Reyes, porque los indios la tuvieron cercada por algunas partes.
Con esta nueva y mando del gobernador se tornó a despoblar la nueva ciudad. Pasados algunos días, por mandado del mismo adelantado don Francisco Pizarro tornó a entrar en la provincia el capitán Francisco de Orillana , con mayor cantidad de españoles y caballos, y en el mejor sitio y más dispuesto pobló la ciudad de Santiago de Guayaquil en nombre de su majestad, siendo su gobernador y capitán general en el Perú don Francisco Pizarro, año de nuestra reparación de 1537 años. Muchos indios de los guancavilcas sirven a los españoles vecinos desta ciudad de Santiago de Guayaquil; y sin ellos, están en su comarca y jurisdicción los pueblos de Yacual, Colonche, Chinduy, Chongon, Daule, Chonana, y otros muchos que no quiero contar porque va poco en ello. Todos están poblados en tierras fértiles de mantenimiento, y todas las frutas que he contado haber en otras partes tienen ellos abundantemente. Y en las concavidades de los árboles se cría mucha miel singular. Hay en los términos desta ciudad grandes campos rasos de campaña, y algunas montañas, florestas y espesuras de grandes arboledas. De las sierras abajan ríos de agua muy buena. Los indios, con sus mujeres, andan vestidos con sus camisetas y algunos maures para cubrir sus vergüenzas. En las cabezas se ponen unas coronas de cuentas muy menudas, a quien llaman chaquira, y algunas son de plata y otras de cuero de tigre o de león. El vestido que las mujeres usan es ponerse una manta de la cintura abajo, y otra que les cubre hasta los hombros, y traen los cabellos largos.
En algunos destos pueblos los caciques y principales se clavan los dientes con puntas de oro. Es fama entre algunos que cuando hacen sus sementeras sacrificaban sangre humana y corazones de hombres a quien ellos reverenciaban por dioses, y que había en cada pueblo indios viejos que hablaban con el demonio. Y cuando los señores estaban enfermos, para aplacar la ira de sus dioses y pedirles salud hacían otros sacrificios llenos de sus supersticiones, matando hombres, según yo tuve por relación, teniendo por grato sacrificio el que se hacía con sangre humana. Y para hacer estas cosas tenían sus atambores y campanillas y ídolos, algunos figuraban a manera de león o de tigre, en que adoraban. Cuando los señores morían, hacían una sepultura redonda con su bóveda, la puerta a donde sale el sol, y en ella le metían, acompañado de mujeres vivas y sus armas y otras cosas, de la manera que acostumbraban todos los más que quedan atrás. Las armas con que pelean estos indios son varas y bastones, que acá llamamos macanas. La mayor parte dellos se han consumido y acabado. De los que quedan, por la voluntad de Dios se han vuelto cristianos algunos, y poco a poco van olvidando sus costumbres malas y se llegan a nuestra santa fe. Y pareciéndome que basta lo dicho de las ciudades de Puerto Viejo y Guayaquil, volveré al camino real de los ingas, que dejé llegado a los aposentos reales de Tumebamba.
Y estando divididos unos de otros, acordaron los indios, después de lo haber platicado en sus ayuntamientos, de los matar, pues tan fácilmente lo podían hacer; y como lo determinaron lo pusieron por obra, y dieron en los cristianos estando bien descuidados de tal cosa, y mataron a todos los más, que no escaparon sino cinco o seis dellos y su caudillo Diego Daza; los cuales pudieron, aunque con trabajo y gran peligro, llegar a la ciudad de Quito, de donde había salido ya el capitán Belalcázar a hacer el descubrimiento de las provincias que están más llegadas al Norte, dejando en su lugar a un capitán que ha por nombre Juan Díaz Hidalgo. Y como se supiese en Quito esta nueva, algunos cristianos volvieron con el mismo Diego Daza y con el capitán Tapia, que quiso hallarse en esta población para entender en ella; y vueltos, tuvieron algunos rencuentros con los indios, porque unos a otros se habían hablado y animado, diciendo que habían de morir por defender sus personas y haciendas. Y aunque los españoles procuraron de los atraer de paz, no podían, por les haber cobrado grande odio y enemistad, la cual mostraron de tal manera, que mataron algunos cristianos y caballos, y los demás se volvieron a Quito. Pasado lo que voy, contando, el gobernador don Francisco Pizarro, como lo supo, envió al capitán Zaera a que hiciese esta población; el cual, entrando de nuevo en la provincia, estando entendiendo en hacer el repartimiento del depósito de los pueblos y caciques entre los españoles que con él entraron en aquella conquista, el gobernador lo envió a llamar a toda priesa para que fuese con la gente que con él estaba al socorro de la ciudad de los Reyes, porque los indios la tuvieron cercada por algunas partes.
Con esta nueva y mando del gobernador se tornó a despoblar la nueva ciudad. Pasados algunos días, por mandado del mismo adelantado don Francisco Pizarro tornó a entrar en la provincia el capitán Francisco de Orillana , con mayor cantidad de españoles y caballos, y en el mejor sitio y más dispuesto pobló la ciudad de Santiago de Guayaquil en nombre de su majestad, siendo su gobernador y capitán general en el Perú don Francisco Pizarro, año de nuestra reparación de 1537 años. Muchos indios de los guancavilcas sirven a los españoles vecinos desta ciudad de Santiago de Guayaquil; y sin ellos, están en su comarca y jurisdicción los pueblos de Yacual, Colonche, Chinduy, Chongon, Daule, Chonana, y otros muchos que no quiero contar porque va poco en ello. Todos están poblados en tierras fértiles de mantenimiento, y todas las frutas que he contado haber en otras partes tienen ellos abundantemente. Y en las concavidades de los árboles se cría mucha miel singular. Hay en los términos desta ciudad grandes campos rasos de campaña, y algunas montañas, florestas y espesuras de grandes arboledas. De las sierras abajan ríos de agua muy buena. Los indios, con sus mujeres, andan vestidos con sus camisetas y algunos maures para cubrir sus vergüenzas. En las cabezas se ponen unas coronas de cuentas muy menudas, a quien llaman chaquira, y algunas son de plata y otras de cuero de tigre o de león. El vestido que las mujeres usan es ponerse una manta de la cintura abajo, y otra que les cubre hasta los hombros, y traen los cabellos largos.
En algunos destos pueblos los caciques y principales se clavan los dientes con puntas de oro. Es fama entre algunos que cuando hacen sus sementeras sacrificaban sangre humana y corazones de hombres a quien ellos reverenciaban por dioses, y que había en cada pueblo indios viejos que hablaban con el demonio. Y cuando los señores estaban enfermos, para aplacar la ira de sus dioses y pedirles salud hacían otros sacrificios llenos de sus supersticiones, matando hombres, según yo tuve por relación, teniendo por grato sacrificio el que se hacía con sangre humana. Y para hacer estas cosas tenían sus atambores y campanillas y ídolos, algunos figuraban a manera de león o de tigre, en que adoraban. Cuando los señores morían, hacían una sepultura redonda con su bóveda, la puerta a donde sale el sol, y en ella le metían, acompañado de mujeres vivas y sus armas y otras cosas, de la manera que acostumbraban todos los más que quedan atrás. Las armas con que pelean estos indios son varas y bastones, que acá llamamos macanas. La mayor parte dellos se han consumido y acabado. De los que quedan, por la voluntad de Dios se han vuelto cristianos algunos, y poco a poco van olvidando sus costumbres malas y se llegan a nuestra santa fe. Y pareciéndome que basta lo dicho de las ciudades de Puerto Viejo y Guayaquil, volveré al camino real de los ingas, que dejé llegado a los aposentos reales de Tumebamba.