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Desarrollo


Capítulo L Cómo Almagro con su gente entró en Caxamalca, donde fue bien recibido de los que en ella estaban; y lo que le sucedió a Hernando Pizarro en la ida a Pachacama Habían quedado en Tangara los oficiales del rey, que son los que entienden en cobrar sus quintos y guardar todo lo a su real persona perteneciente, los cuales, como supieron de Atabalipa y de cómo había prometido tan gran tesoro por su rescate; dejando los llanos, se subieron a la sierra a juntarse con el gobernador, que no debieran; porque es público entre los de acá, que todo el tiempo que estuvieron solos Pizarro con los ciento y sesenta, hubo gran conformidad y amor entre todos, y como llegaron los oficiales y la gente de Almagro, hubieron sus puntos unos con otros y sus envidias, que nunca entre ellos cesó. Almagro deseaba también verse ya con su compañero, y así por sus jornadas caminó camino de Caxamalca, siendo proveído por los pueblos do pasaba mucho bien, porque con la prisión del señor todo estaba seguro, sin acometer a un solo cristiano que anduviera, y, con gran cuidado que de ellos tenía mandaba Almagro que no se hiciese daño ninguno: y así anduvieron hasta cerca de Caxamalca. Pizarro, con los españoles que estaban con él salieron a recibirlo; mostrando grande contento en verse los unos a los otros. Supo Atabalipa cómo Almagro, el capitán que venía, era igual a Pizarro en el mando, y más cosas; deseaba verle, para ganarle la gracia. Entrados en Caxamalca, se aposentaron, proveyendo los indios lo necesario.

La hermosa provincia de Caxamalca no tenía lo que tuvo cuando los españoles la descubrieron; ni tampoco sirve tratar sobre estos estragos que nosotros hacemos en estas tierras andando en conquista o guerra; ver en algunas partes donde andamos, los campos poblados de tantas sementeras, casas, frutales, que no se podía ver con los ojos otra cosa, y en verdad que en menos tiempo de un mes parecía que toda la pestilencia del mundo había dado en ello; ¡cuánto más sería donde estuvieron más de siete meses! Quieren decir algunos que aunque Almagro y Pizarro se hablaron bien, que tenían el uno del otro sospecha y algún rencor secreto de enemistad, manada de ambición: que causó verse ya en tan gran tierra y con esperanza de poseer tantos tesoros. Por ventura sería lo contrario de esto, porque las intenciones Dios sólo las sabe, y a él es dado escudriñar el pensamiento de los hombres. Había nombrado por alcalde mayor el gobernador a un hidalgo de los conquistadores, llamado Juan de Porras, que procuraba los debates de los españoles, castigando ásperamente a los que pecaban en jurar y andaban metidos en juegos; y al capitán Hernando de Soto proveyó pasados algunos días, por teniente suyo. Almagro visitó Atabalipa, hablándole muy bien, ofreciéndosele por buen amigo, de que el preso recibió conhorte. Y cuentan grandes cosas los españoles de este Atabalipa; porque sabía ya jugar al ajedrez, y entendía algo de nuestra lengua; preguntaba preguntas admirables; decía dichos agudos y algunos donosos.

Deseaba, con todo esto ver recogido el tesoro, porque, cuando llegó Almagro se comenzaba a traer, y había en Caxamalca diez o doce cargas de oro. No se tardaron muchos días cuando llegó el oro y plata del Cuzco, que traían los tres cristianos, los cuales contaban cosas grandes de aquella ciudad; loaban sus edificios la mucha riqueza que en ella había. Espantábanse Pizarro y los suyos cuando veían aquellas piezas tan mazorrales y grandes; poníanse en el ligar despoblado con guarda de españoles, porque no se hurtasen ni usurpasen nada de ello. Atabalipa tenía siempre cuidado de enviar principales y mandones, que trajesen el oro y plata de los lugares y partes que él mandaba: y entraba, los más días, de ello en Caxamalca. Pues como Hernando Pizarro, con los que fueron con él caminasen la vuelta de Pachacama, fue nueva de ello a aquel valle, según dicen los naturales, los cuales habían sabido cómo los tres cristianos que fueron al Cuzco habían violado el templo, corrompido las vírgenes, tratado con inhumanidad y poca reverencia las cosas sagradas; platicaron los sacerdotes y principales del valle mucho sobre aquel negocio. Afirman que determinaron no ver con sus ojos tan gran perdición y pecado tan enorme como era destruir templo tan antiguo y devoto como el suyo, pues para el rescate de Atabalipa había en otras partes donde juntar para ello y para más, sin llevar por lo que venían. Mandaron luego salir a las vírgenes y mamaconas del templo del sol, donde dicen que de él y de Pachacama sacaron más de cuatrocientas cargas de oro, que escondieron en partes secretas, que hasta hoy no ha parecido ni parecerá, si no fuese acaso; porque todos aquellos que lo supieron y escondieron y los que lo mandaron, son ya muertos.

Mas, puesto que tanto como esto llevaron dejaron algún ornamento en el templo y cantidad de oro, y es fama que está enterrado mucho más. Hernando Pizarro anduvo hasta que llegó a los Llanos, siendo el primer capitán de cristianos que anduvo por aquellas partes. Servíanlo los indios mucho; mandaba que los tratasen bien. Llegado a Pachacama, profanaron el maldito templo donde el diablo tantos tiempos fue adorado y reverenciado; recogieron, a lo que me certificaron, noventa mil castellanos, sin lo que se hurtó, que pidadosamente podéis creer, que no fue poco; y habiendo estado algunos días en Pachacama, Hernando Pizarro se volvió a Caxamalca con intención de hacer camino por el hermoso valle de Xauxa, donde había vuelto Chalacuchima y llevarlo consigo a su hermano. Y vuelto por el camino que salía a Xauxa, anduvo hasta que llegó aquel valle, del cual se holgó mucho de verlo tan bien poblado, aunque se había hecho en él gran daño. Chalacuchima sabía cómo Hernando Pizarro era hermano del que tenía preso a Atabalipa y cómo venía con propósito de conocerle, y hablarle, determinóse a ponerse en su poder sin ningún recelo, y así enviándole Pizarro a rogar con palabras blandas y amorosas que le viniese a ver, lo hizo luego acompañado de algunos principales y capitanes. Hernando Pizarro le recibió muy bien, prometiendo de siempre mirar por su persona, conforme a su dignidad y cargo tan grandes que había tenido. Respondió que, con confianza tan alegre, había salido a verse con él tan fácilmente.

Dicen que este capitán Chalacuchima era hombre membrudo, de grande espalda, y entre los indios fue muy estimado y tenido por valiente; representaba el rostro fiero, y el pescuezo tenía corto y muy grueso. Habló Hernando Pizarro a los señores naturales del valle, confirmándolos en el amistad de los españoles, certificándoles que serían de ellos bien tratados y favorecidos. Ellos respondieron que no tomarían armas contra ellos. Pasado esto, salió de Xauxa Hernando Pizarro, y por sus jornadas llegó a Caxamalca, donde sabía que estaba el mariscal don Diego de Almagro; con quien salió indignado por lo que pensó de él, que se dijo antes que él saliera a lo de Pachacama; y dicen que le pesó cuando supo que su hermano y él estuviesen en tanta conformidad y que los indios creyesen que él era igual y tenía autoridad tan grande. Pizarro, como supo que llegaba cerca de Caxamaca, salió con muchos españoles a le recibir juntamente con Almagro, y cuando llegaron junto unos de otros, se hablaron, aunque Pizarro vio a Almagro y lo conoció, y le había hablado, no haciendo caso de él, pasó de largo. Pizarro le dijo que hablase al mariscal, que estaba allí; no volvió ni acudió a lo que el gobernador le decía; de que Almagro mostró sentimiento, viendo cuán a la clara se mostraba el aborrecimiento que los Pizarros le tenían. Pizarro habló con su hermano, afeándole el poco comedimiento que había tenido con Almagro, su compañero, certificándole que lo que se había dicho era todo maldad y que por ello había ahorcado a Rodrigo Pérez; y que quería que luego fuesen a su posada a verle. Hernando Pizarro hubo de cumplir la voluntad del gobernador y fueron donde estaba Almagro y se hablaron, pidiéndose el uno al otro perdón del descuido pasado, y quedaron en lo público en conformidad. Luego fue Hernando Pizarro donde estaba preso Atabalipa y le habló, holgándose Atabalipa de verle. Chalacuchima habíale visitado y dado cuenta de lo que pasaba. Pizarro, como conoció cuánto convenía hacer honra a hombre tan principal como este capitán, le habló como le vio, prometiendo que sería siempre muy bien tratado.

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