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Datos principales
Desarrollo
CAPITULO IX Pasa a México llamado del Prelado para las Misiones de San Saba, las que no tuvieron efecto por lo que se dirá. Muchos años tuvo el Colegio de la Santa Cruz de Querétaro puesta su pretensión para fundar Misiones en la belicosa Nación de los Indios Apaches, hasta el año de 1758, en que se consiguió, encomendando S. M. esta Conquista al referido Colegio de la Santa Cruz, y al de San Fernando de México, y conviniendo ambos (como tan hermanados) a que de pronto se fundasen dos Misiones, una por parte de cada uno, y a la sombra del Presidio de cien hombres, que se iba a establecer en las Vegas del Río San Saba, que dista de México; hacia el Norte como cuatrocientas leguas, salieron de nuestro Colegio los dos Misioneros asignados por el V. Discretorio (de los que voluntariamente se ofrecieron) que fueron los PP. Fr. José Santi Estevan de la Recolección de la Provincia de Burgos y Convento de Agreda, y Fr. Juan Andrés de la Recolección de la Concepción. Llegaron a las Misiones del Río de San Antonio Béjar, pertenecientes al Colegio de Querétaro, y distantes como sesenta leguas de San Saba: demoráronse allí, y se enfermó e imposibilitó de seguir el segundo de los Misioneros, con cuyo motivo, habiendo llegado esta noticia al Colegio, fue luego nombrado el P. Fr. Miguel Molina, (de la Recolección de Valencia) quien luego caminó hasta las Misiones de San Antonio, y diciéndole allí, que ya su Compañero se había marchado con el Padre Fr. Alonso Terreros del Colegio de Querétaro, siguió su viaje hasta el Río de San Saba.
Llegó a este paraje, y halló a los citados dos Padres, que habían dado principio a la Misión de la Santa Cruz, a las orillas de dicho Río, y a tres leguas cortas del Presidio, en donde tenían ya su Capilla, y algunos cuartos para vivienda; pero aún no se les habían acercado los Gentiles: A los quince días de llegado el Padre Molina, fueron tantos los que de un golpe se les presentaron, que les pareció no serían menos de mil, todos de Guerra, embijados y armados de flechas, lanzas, y armas de fuego, por las que inferían ser de la Nación Comanche, que tienen, o tenían comercio con los Franceses del nuevo Orleans, de quienes las conseguían a trueque de Pieles. Los recibieron los Padres con demostraciones de cariño; pero los Gentiles, disimulando sus malos intentos dijeron, que venían por la paz de los Españoles, pidiendo que uno de los Padres fuese con ellos, para que no les hiciesen daño. Excusábanse diciéndoles que no era necesario, que les darían Papel, y serían bien recibidos: no quisieron, sino que instaron fuese un Padre con ellos. En vista de esto determinó el Padre Terreros el ir, aunque ya creyó iba a recibir la muerte, pues al despedirse de sus Compañeros les dijo lo encomendasen a Dios, y se encomendasen tambien "porque en breve estaremos en la otra vida" Al oir esto el Padre Santi Estevan, se retiró a un cuartito con el Santo Cristo de pecho, y quedó afuera el Padre Molina, agazajando a los Indios, y despidiéndose del Padre Fr.
Alonso: luego que este se apartó como treinta pasos de las casas, acompañándolo toda la chusma (o fingiendo hacerlo) le dispararon una arma de fuego, con cuya herida cayó el V. Padre Terreros, y sobre él todos los Indios para acabarlo de matar, y quitarle el santo hábito. Viendo esto el Padre Molina, y que no podía socorrer a su Compañero, pues antes de llegar al sitio donde estaba, ya habrían hecho con él lo mismo los Gentiles, se retiró a la casa, y con él un Soldado que había quedado, con la pena de que su Compañero el Padre Santi Estevan estaba en otro cuarto, sin poderse juntar; y entrando en él los Indios le cortaron la cabeza, cuyos golpes oyó desde el otro cuarto el Padre Molina; y como desde allí disparaba el Soldado, no se atrevieron a arrimarse a aquel sitio, y pegaron fuego a la casa. Viéndola el Padre arder, se quitó del cuello una Cera de Agnus, y echándola a la llama, se apagó de repente el fuego, como si le hubiera echado un río. Luego que los Gentiles advirtieron ésto, pensaron en arrimarse a la puerta del cuarto; pero en cuantos lo hicieron cayeron o muertos o heridos por el Soldado, que se portó con militar esfuerzo: Los Indios disparaban también, por cuyo motivo le tocó al Padre una bala, que se le quedó dentro del brazo, y vivió cargándola muchos años. Al valeroso Soldado le hicieron pedazos las piernas a balazos; pero así herido mató muchos, y defendió al Padre hasta la noche, que se retiraron los enemigos. Viéndose tan gravemente herido, y ya sin fuerzas para defender al Padre, ni poderse tener en pie para escapar, y dándose por cierto en breve tiempo muerto, se dispuso y aconsejó al Padre probase fortuna de irse para avisar al Presidio, y lo mismo encargó a su mujer, y que llevase un hijito que tenían, diciéndoles: "Si quedan, ciertamente mueren; y si salen, tal vez se librarán.
" Recelaba salir el Padre al ver que los Indios los habían cercado con lumbradas para divisarlos si lo hacían, y aunque consideraba le darían muerte luego que lo vieran, no obstante, confiado en Dios, y en María Santísima, (cuyos Dolores celebraba en aquel día la Santa Iglesia) salió por una ventana, y pudo, sin ser visto, pasar por entre dos lumbradas. Tirose río abajo, y fuera del camino, para no ser encontrado, y después de tres días llegó al Presidio, desangrado y sin fuerzas por la falta de sustento, pues no había comido más que hierbas crudas del campo, caminando sólo de noche. Reforzose en el Presidio, y el Capitán de él despachó luego Tropa; pero cuando llegó ésta ya los Indios se habían marchado y quemado cuanto había, y el valeroso Soldado perecido, quien (según me refirió después el mismo Padre Molina, junto con lo que llevo expresado) no bajaron de cuarenta los Gentiles que hirió y mató. Diose luego cuenta de todo lo acaecido a México, y el Colegio, lejos de resfriarse, nombró otros dos Ministros que pasaran a fundar la Misión. Uno de ellos fue el V. Padre Junípero, que se hallaba en la suya de Sierra Gorda; y aún teniendo individual noticia de la referida tragedia, no tan solo no se escusó (como lícitamente podía) sino que antes bien dio muchas gracias a Dios de que el Prelado lo hubiese elegido sin explorar antes su voluntad; y luego que recibió la Carta del Padre Guardián, se puso en camino para el Colegio. Pensaba el Prelado sería breve la salida; pero supo después, que el Exmô. Señor Virrey había despachado orden a las Provincias internas para que se hiciese una Expedición con mucha Tropa, a efecto de castigar a los indios y contenerlos con el escarmiento; pero no habiéndose logrado ésta como se deseaba, y sucedido prontamente la muerte del citado Señor Virrey, fueron motivos porque se suspendió aquella reducción, siendo de mucho sentimiento para el celoso Padre Junípero. Pero no perdería el mérito delante de Dios de haberse voluntariamente ofrecido a tan ardua empresa, con el evidente peligro de morir en manos de aquellos Bárbaros y crueles Gentiles.
Llegó a este paraje, y halló a los citados dos Padres, que habían dado principio a la Misión de la Santa Cruz, a las orillas de dicho Río, y a tres leguas cortas del Presidio, en donde tenían ya su Capilla, y algunos cuartos para vivienda; pero aún no se les habían acercado los Gentiles: A los quince días de llegado el Padre Molina, fueron tantos los que de un golpe se les presentaron, que les pareció no serían menos de mil, todos de Guerra, embijados y armados de flechas, lanzas, y armas de fuego, por las que inferían ser de la Nación Comanche, que tienen, o tenían comercio con los Franceses del nuevo Orleans, de quienes las conseguían a trueque de Pieles. Los recibieron los Padres con demostraciones de cariño; pero los Gentiles, disimulando sus malos intentos dijeron, que venían por la paz de los Españoles, pidiendo que uno de los Padres fuese con ellos, para que no les hiciesen daño. Excusábanse diciéndoles que no era necesario, que les darían Papel, y serían bien recibidos: no quisieron, sino que instaron fuese un Padre con ellos. En vista de esto determinó el Padre Terreros el ir, aunque ya creyó iba a recibir la muerte, pues al despedirse de sus Compañeros les dijo lo encomendasen a Dios, y se encomendasen tambien "porque en breve estaremos en la otra vida" Al oir esto el Padre Santi Estevan, se retiró a un cuartito con el Santo Cristo de pecho, y quedó afuera el Padre Molina, agazajando a los Indios, y despidiéndose del Padre Fr.
Alonso: luego que este se apartó como treinta pasos de las casas, acompañándolo toda la chusma (o fingiendo hacerlo) le dispararon una arma de fuego, con cuya herida cayó el V. Padre Terreros, y sobre él todos los Indios para acabarlo de matar, y quitarle el santo hábito. Viendo esto el Padre Molina, y que no podía socorrer a su Compañero, pues antes de llegar al sitio donde estaba, ya habrían hecho con él lo mismo los Gentiles, se retiró a la casa, y con él un Soldado que había quedado, con la pena de que su Compañero el Padre Santi Estevan estaba en otro cuarto, sin poderse juntar; y entrando en él los Indios le cortaron la cabeza, cuyos golpes oyó desde el otro cuarto el Padre Molina; y como desde allí disparaba el Soldado, no se atrevieron a arrimarse a aquel sitio, y pegaron fuego a la casa. Viéndola el Padre arder, se quitó del cuello una Cera de Agnus, y echándola a la llama, se apagó de repente el fuego, como si le hubiera echado un río. Luego que los Gentiles advirtieron ésto, pensaron en arrimarse a la puerta del cuarto; pero en cuantos lo hicieron cayeron o muertos o heridos por el Soldado, que se portó con militar esfuerzo: Los Indios disparaban también, por cuyo motivo le tocó al Padre una bala, que se le quedó dentro del brazo, y vivió cargándola muchos años. Al valeroso Soldado le hicieron pedazos las piernas a balazos; pero así herido mató muchos, y defendió al Padre hasta la noche, que se retiraron los enemigos. Viéndose tan gravemente herido, y ya sin fuerzas para defender al Padre, ni poderse tener en pie para escapar, y dándose por cierto en breve tiempo muerto, se dispuso y aconsejó al Padre probase fortuna de irse para avisar al Presidio, y lo mismo encargó a su mujer, y que llevase un hijito que tenían, diciéndoles: "Si quedan, ciertamente mueren; y si salen, tal vez se librarán.
" Recelaba salir el Padre al ver que los Indios los habían cercado con lumbradas para divisarlos si lo hacían, y aunque consideraba le darían muerte luego que lo vieran, no obstante, confiado en Dios, y en María Santísima, (cuyos Dolores celebraba en aquel día la Santa Iglesia) salió por una ventana, y pudo, sin ser visto, pasar por entre dos lumbradas. Tirose río abajo, y fuera del camino, para no ser encontrado, y después de tres días llegó al Presidio, desangrado y sin fuerzas por la falta de sustento, pues no había comido más que hierbas crudas del campo, caminando sólo de noche. Reforzose en el Presidio, y el Capitán de él despachó luego Tropa; pero cuando llegó ésta ya los Indios se habían marchado y quemado cuanto había, y el valeroso Soldado perecido, quien (según me refirió después el mismo Padre Molina, junto con lo que llevo expresado) no bajaron de cuarenta los Gentiles que hirió y mató. Diose luego cuenta de todo lo acaecido a México, y el Colegio, lejos de resfriarse, nombró otros dos Ministros que pasaran a fundar la Misión. Uno de ellos fue el V. Padre Junípero, que se hallaba en la suya de Sierra Gorda; y aún teniendo individual noticia de la referida tragedia, no tan solo no se escusó (como lícitamente podía) sino que antes bien dio muchas gracias a Dios de que el Prelado lo hubiese elegido sin explorar antes su voluntad; y luego que recibió la Carta del Padre Guardián, se puso en camino para el Colegio. Pensaba el Prelado sería breve la salida; pero supo después, que el Exmô. Señor Virrey había despachado orden a las Provincias internas para que se hiciese una Expedición con mucha Tropa, a efecto de castigar a los indios y contenerlos con el escarmiento; pero no habiéndose logrado ésta como se deseaba, y sucedido prontamente la muerte del citado Señor Virrey, fueron motivos porque se suspendió aquella reducción, siendo de mucho sentimiento para el celoso Padre Junípero. Pero no perdería el mérito delante de Dios de haberse voluntariamente ofrecido a tan ardua empresa, con el evidente peligro de morir en manos de aquellos Bárbaros y crueles Gentiles.