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Datos principales
Desarrollo
CAPITULO IV Viaje que a pie hizo el V. Padre desde Veracruz hasta México. Luego que llegaraon a tierra nuestra Misión, y la de los RR. PP. Dominicos, se celebró por ambas una solemne fiesta a nuestra gloriosa Protectora Santa Bárbara, en prueba de nuestro reconocimiento, y para cumplir la promesa que en la mayor aflicción se le hizo. En esta función predicó nuestro V. Fr. Junípero, haciendo cumplida narración de las más leves circunstancias, y casuales accidentes ocurridos en el dilatado viaje de noventa y nueve días; pero con tanta perfección y elocuencia, que dejando asombrados a todos, adquirió sobre la fama de ejemplar (que ya tenía) la de muy docto y humilde, pues hasta entonces no se había conocido ni lo más mínimo de sus grandes talentos. Reconocido el temperamento de Veracruz tan achacoso (como yo experimenté prontamente, por haberme visto a la muerte) se trató luego de la salida para México, para cuyo viaje, que es de cien Leguas, costea el Rey a los Religiosos el carruaje y demás necesario, en atención a que la navegación tan dilatada, y repentina mudanza de clima, no dan lugar a hacerlo a pie, sino a caballo, y con alguna comodidad. Pero nuestro ejemplar Junípero, deseando hacerlo sin descanso alguno, pidió al R. P. Presidente le permitiese caminar a pie, supuesto que se hallaba con salud y fuerzas para ello; y conociendo éste el fervoso espíritu de aquél, le dio licencia, y juntamente a otro Misionero de la Provincia de Andalucía, que también la solicitaba: salieron ambos de este modo, sin más guía ni viático que el Breviario, y su firme confianza en la Divina Providencia; pero habiendo escogido la mejor Arca, lejos de faltarles nada en el camino, experimentaron visiblemente la singular asistencia del Todopoderoso.
En una de las jornadas, que fue más larga de lo que pensaban (después de muy entrada ya la noche) llegaron a la orilla de un Río, que según les habían noticiado, tenían que pasar antes de llegar al Pueblo donde habían de parar: reconocieron luego lo crecido que era, y el peligro que amenazaba a quien intentase pasarlo sin conocimiento del único vado que tenía. Estos motivos, lo tenebroso de la noche, y la absoluta falta de quien les enseñase el vado, fueron la rémora que detuvo a nuestros caminantes para entrar en el agua, y esperando del Cielo el socorro de aquella necesidad, se pusieron a rezar la Benedicta a nuestra Señora; concluyéronla, y luego les pareció que miraban (al lado opuesto) un bulto que se movía; pero para cerciorarse Fr. Junípero, de si era cierto, o no, dijo en voz alta estas palabras: "Ave María Santísima: ¿Hay algún Cristiano a la otra banda del Río?" Respondiéronle que sí, y que qué se ofrecía. Dijeron que deseaban pasar el Río, y no sabían el vado; y diciéndoles que subiesen por la orilla, hasta que les avisase, caminaron un gran trecho, y luego, la guía (que no veían) les dijo: que ya podían pasar; hiciéronlo sin peligro alguno, y hallaron al que les hablaba, que era un hombre Español, bien vestido, muy atento, y de pocas palabras, el cual los llevó para su casa, sita a gran distancia del Río, les dio de cenar, y camas en que dormir; pero cuando por la mañana salieron de la casa para la iglesia a decir Misa, y en todo el camino no pisaron más que hielo, por el mucho que aquella noche había caído, desde luego conocieron el beneficio tan grande que Dios les había hecho de proporcionarles abrigo por medio de aquel bienhechor, pues sin él, hubieran perecido al inclemente rigor del frío.
El haber hallado a este hombre en aquel lugar a una hora tan intempestiva, y en noche tan obscura, no pudo menos que causar admiración a ambos Padres; pero habiéndole preguntado el motivo de hallarse tan apartado de su casa a aquella hora, les respondió que había salido a diligencia, con lo cual no quisieron ser más curiosos. Todo esto pudo ser casualidad; pero no lo atribuyeron nuestros Peregrinos sino a singular beneficio de María Santísima, a quien en reconocimiento dieron las debidas gracias; y habiéndolo hecho asimismo a su bienhechor, y despedídose de él, siguieron su camino. Habían andado ya un gran trecho, y hallábanse sumamente fatigados del cansancio, y no menos molestados de los ardores del Sol, cuando un hombre que encontraron a caballo, después de saludarlos, y preguntarles donde iban a parar, les dijo: "VV. RR. vendrán cansados y sedientos, tomen una granada, y los refrescará algo." Dio a cada uno una granada, y habiéndose despedido siguió él su camino, y los Padres el suyo: Comieron éstos aquella pequeña fruta, la que no solamente los refrescó y apagó la sed que padecían, sino que les dió fuerzas para seguir su jornada sin demasiada fatiga hasta la Hacienda donde iban a parar, y habiendo sentido este efecto, hicieron reflexión sobre el sujeto que los había regalado, pues por su aspecto y modo de hablar, les pareció ser el mismo que la noche antecedente les había enseñado el vado del Río, y hospedado en su casa. Varias veces hizo mención de estos casos el V.
P. Junípero para exhortar a la confianza en la Divina Providencia, y decía, que aquel bienhechor o fue el Patriarca Señor San José, o algún devoto hombre, a quien este Santo tocó el corazón para que les hiciera estas obras de caridad. Otro suceso semejante a los referidos les aconteció en la siguiente jornada: Habían hecho noche en una Hacienda, y por la mañana después de haber uno dicho Misa, se despidieron del dueño o Administrador, quien por si llegasen tarde a la posada les dió una torta de pan: pusiéronse en camino, y a poco rato encontraron un Pobre, que les pidió una limosna: diéronle lo único que tenían, que era aquel pan, confiados en que llegarían temprano al lugar donde habían de parar, y que en caso contrario, no les faltaría la Divina Providencia: así lo vieron cumplido, pues habiéndoseles hecho larga la jornada (por el mucho cansancio y necesidad que sentían) se sentaron a descansar un rato en el camino. Pasó por él un hombre a caballo, quien viendo a los Padres allí, después de saludarlos y preguntarles dónde iban a posar, sacó un pan, y partiéndolo dio la mitad de él a cada uno, considerando les faltaba mucho que andar: El se fue a su camino, y nuestros Peregrinos, habiendo recibido su limosna y visto aquel pan, no se atrevían a comerlo, porque (como me contaron) les pareció que era de sólo maíz, mal amasado, y crudo, por cuyo motivo les podría hacer daño; pero la flaqueza que padecían, y necesidad de tomar algún sustento para poder andar, les obligó a probarlo, y habiéndolo hecho, les pareció un pan sabrosísimo y de gusto extraordinario, como si estuviera amasado con queso: Comiéronlo, y se reforzaron para seguir su camino hasta completar la jornada de aquel día.
Continuaron después su viaje, y con la fatiga de él, se hincharon los pies al V. P. Junípero, de suerte que llegó a una Hacienda sin poderse tener; atribuyéronlo a picadas de zancudos, por la mucha comezón que sentía, y habiendo descansado allí un día, cuando estaba durmiendo aquella noche sin sentirlo se estregó demasiadamente un pie, que a la mañana le amaneció ensangrentado todo, con cuyo motivo se le hizo una llaga que (como después veremos) le duró toda la vida. No obstante este accidente, después de haber descansado un día prosiguieron su camino, y la tarde del último día de Diciembre del año de 1749, llegaron al Santuario de Nra. Sra. de Guadalupe; allí pasaron la noche y habiendo la mañana siguiente dicho Misa de gracias a la gran Señora, se fueron para el Colegio de San Fernando, que dista una legua escasa.
En una de las jornadas, que fue más larga de lo que pensaban (después de muy entrada ya la noche) llegaron a la orilla de un Río, que según les habían noticiado, tenían que pasar antes de llegar al Pueblo donde habían de parar: reconocieron luego lo crecido que era, y el peligro que amenazaba a quien intentase pasarlo sin conocimiento del único vado que tenía. Estos motivos, lo tenebroso de la noche, y la absoluta falta de quien les enseñase el vado, fueron la rémora que detuvo a nuestros caminantes para entrar en el agua, y esperando del Cielo el socorro de aquella necesidad, se pusieron a rezar la Benedicta a nuestra Señora; concluyéronla, y luego les pareció que miraban (al lado opuesto) un bulto que se movía; pero para cerciorarse Fr. Junípero, de si era cierto, o no, dijo en voz alta estas palabras: "Ave María Santísima: ¿Hay algún Cristiano a la otra banda del Río?" Respondiéronle que sí, y que qué se ofrecía. Dijeron que deseaban pasar el Río, y no sabían el vado; y diciéndoles que subiesen por la orilla, hasta que les avisase, caminaron un gran trecho, y luego, la guía (que no veían) les dijo: que ya podían pasar; hiciéronlo sin peligro alguno, y hallaron al que les hablaba, que era un hombre Español, bien vestido, muy atento, y de pocas palabras, el cual los llevó para su casa, sita a gran distancia del Río, les dio de cenar, y camas en que dormir; pero cuando por la mañana salieron de la casa para la iglesia a decir Misa, y en todo el camino no pisaron más que hielo, por el mucho que aquella noche había caído, desde luego conocieron el beneficio tan grande que Dios les había hecho de proporcionarles abrigo por medio de aquel bienhechor, pues sin él, hubieran perecido al inclemente rigor del frío.
El haber hallado a este hombre en aquel lugar a una hora tan intempestiva, y en noche tan obscura, no pudo menos que causar admiración a ambos Padres; pero habiéndole preguntado el motivo de hallarse tan apartado de su casa a aquella hora, les respondió que había salido a diligencia, con lo cual no quisieron ser más curiosos. Todo esto pudo ser casualidad; pero no lo atribuyeron nuestros Peregrinos sino a singular beneficio de María Santísima, a quien en reconocimiento dieron las debidas gracias; y habiéndolo hecho asimismo a su bienhechor, y despedídose de él, siguieron su camino. Habían andado ya un gran trecho, y hallábanse sumamente fatigados del cansancio, y no menos molestados de los ardores del Sol, cuando un hombre que encontraron a caballo, después de saludarlos, y preguntarles donde iban a parar, les dijo: "VV. RR. vendrán cansados y sedientos, tomen una granada, y los refrescará algo." Dio a cada uno una granada, y habiéndose despedido siguió él su camino, y los Padres el suyo: Comieron éstos aquella pequeña fruta, la que no solamente los refrescó y apagó la sed que padecían, sino que les dió fuerzas para seguir su jornada sin demasiada fatiga hasta la Hacienda donde iban a parar, y habiendo sentido este efecto, hicieron reflexión sobre el sujeto que los había regalado, pues por su aspecto y modo de hablar, les pareció ser el mismo que la noche antecedente les había enseñado el vado del Río, y hospedado en su casa. Varias veces hizo mención de estos casos el V.
P. Junípero para exhortar a la confianza en la Divina Providencia, y decía, que aquel bienhechor o fue el Patriarca Señor San José, o algún devoto hombre, a quien este Santo tocó el corazón para que les hiciera estas obras de caridad. Otro suceso semejante a los referidos les aconteció en la siguiente jornada: Habían hecho noche en una Hacienda, y por la mañana después de haber uno dicho Misa, se despidieron del dueño o Administrador, quien por si llegasen tarde a la posada les dió una torta de pan: pusiéronse en camino, y a poco rato encontraron un Pobre, que les pidió una limosna: diéronle lo único que tenían, que era aquel pan, confiados en que llegarían temprano al lugar donde habían de parar, y que en caso contrario, no les faltaría la Divina Providencia: así lo vieron cumplido, pues habiéndoseles hecho larga la jornada (por el mucho cansancio y necesidad que sentían) se sentaron a descansar un rato en el camino. Pasó por él un hombre a caballo, quien viendo a los Padres allí, después de saludarlos y preguntarles dónde iban a posar, sacó un pan, y partiéndolo dio la mitad de él a cada uno, considerando les faltaba mucho que andar: El se fue a su camino, y nuestros Peregrinos, habiendo recibido su limosna y visto aquel pan, no se atrevían a comerlo, porque (como me contaron) les pareció que era de sólo maíz, mal amasado, y crudo, por cuyo motivo les podría hacer daño; pero la flaqueza que padecían, y necesidad de tomar algún sustento para poder andar, les obligó a probarlo, y habiéndolo hecho, les pareció un pan sabrosísimo y de gusto extraordinario, como si estuviera amasado con queso: Comiéronlo, y se reforzaron para seguir su camino hasta completar la jornada de aquel día.
Continuaron después su viaje, y con la fatiga de él, se hincharon los pies al V. P. Junípero, de suerte que llegó a una Hacienda sin poderse tener; atribuyéronlo a picadas de zancudos, por la mucha comezón que sentía, y habiendo descansado allí un día, cuando estaba durmiendo aquella noche sin sentirlo se estregó demasiadamente un pie, que a la mañana le amaneció ensangrentado todo, con cuyo motivo se le hizo una llaga que (como después veremos) le duró toda la vida. No obstante este accidente, después de haber descansado un día prosiguieron su camino, y la tarde del último día de Diciembre del año de 1749, llegaron al Santuario de Nra. Sra. de Guadalupe; allí pasaron la noche y habiendo la mañana siguiente dicho Misa de gracias a la gran Señora, se fueron para el Colegio de San Fernando, que dista una legua escasa.