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Datos principales


Desarrollo


CAPÍTULO III Cómo los seis linajes nauatlacas poblaron la tierra de México Estos siete linajes que he dicho, no salieron todos juntos. Los primeros fueron los suchimilcos, que quiere decir, gente de sementeras de flores. Estos poblaron a la orilla de la gran laguna de México, hacia el Mediodía, y fundaron una ciudad de su nombre, y otros muchos lugares. Mucho después llegaron los del segundo linaje llamados chalcas, que significa gente de las bocas, y también fundaron otra ciudad de su nombre, partiendo términos con los suchimilcos. Los terceros fueron los tepanecas, que quiere decir, gente de la puente, y también poblaron en la orilla de la laguna, al occidente. Éstos crecieron tanto, que a la cabeza de su provincia la llamaron Azcapuzalco, que quiere decir hormiguero, y fueron gran tiempo muy poderosos. Tras éstos vinieron los que poblaron a Tezcuco, que son los de Culhua, que quiere decir gente corva, porque en su tierra había un cerro muy encorvado. Y así quedó la laguna cercada de estas cuatro naciones, poblando éstos al Oriente y los tepanecas al Norte. Estos de Tezcuco fueron tenidos por muy cotesanos y bien hablados, y su lengua es muy galana. Después llegaron los tlatluicas, que significa gente de la sierra; éstos eran los más toscos de todos, y como hallaron ocupados todos los llanos en contorno de la laguna hasta las sierras, pasaron de la otra parte de la sierra, donde hallaron una tierra muy fértil, y espaciosa y caliente, donde poblaron grandes pueblos y muchos, y a la cabeza de su provincia llamaron Quahunahuac, que quiere decir lugar donde suena la voz del águila, que corrompidamente nuestro vulgo llama Cuernavaca, y aquella provincia es la que hoy se dice el Marquesado.

Los de la sexta generación, que son los tlascaltecas, que quiere decir gente de pan, pasaron la serranía hacia el Oriente, atravesando la Sierra Nevada, donde está el famoso volcán entre México y la ciudad de los Ángeles. Hallaron grandísimos sitios; extendiéronse mucho; fabricaron bravos edificios; fundaron diversos pueblos y ciudades; la cabeza de su provincia llamaron de su nombre, Tlascala. Esta es la nación que favoreció a los españoles, y con su ayuda ganaron la tierra, y por eso hasta el día de hoy no pagan tributo y gozan de essención general. Al tiempo que todas estas naciones poblaban, los chichimecas, antiguos pobladores, no mostraron contradición, ni hicieron resistencia, solamente se extrañaban, y como admirados, se escondían en lo más oculto de las peñas. Pero los que habitaban de la otra parte de la Sierra Nevada, donde poblaron los tlascaltecas, no consintieron lo que los demás chichimecas, antes se pusieron a defenderles la tierra, y como eran gigantes, según la relación de sus historias, quisieron echar por fuerza a los advenedizos, mas fue vencida su mucha fuerza con la maña de los tlascaltecas, los cuales los aseguraron, y fingiendo paz con ellos, los convidaron a una gran comida, y teniendo gente puesta en celada, cuando más metidos estaban en su borrachera, hurtáronles las armas con mucha disimulación, que eran unas grandes porras, y rodelas y espadas de palo, y otros géneros. Hecho esto, dieron de improviso en ellos; queriéndose poner en defensa y echando menos sus armas, acudieron a los árboles cercanos, y echando mano de sus ramas, así las desgajaban como otros deshojaran lechugas.

Pero al fin, como los tlascaltecas venían armados y en orden, desbarataron a los gigantes, y hirieron en ellos sin dejar hombre a vida. Nadie se maraville ni tenga por fábula lo de estos gigantes, porque hoy día se hallan huesos de hombres de increíble grandeza. Estando yo en México, año de ochenta y seis, toparon un gigante de estos enterrado en una heredad nuestra, que llamamos Jesús del Monte, y nos trajeron a mostrar una muela, que sin encarecimiento sería bien tan grande como un puño de un hombre, y a esta proporción lo demás, la cual yo vi y me maravillé de su disforme grandeza. Quedaron pues, con esta victoria, los tlascaltecas, pacíficos, y todos los otros linajes sosegados, y siempre conservaron entre sí amistad las seis generaciones forasteras que he dicho, casando sus hijos e hijas unos con otros, y partiendo términos pacíficamente, y atendiendo con una honesta competencia a ampliar e ilustrar su república cada cual, hasta llegar a gran crecimiento y pujanza. Los bárbaros chichimecos, viendo lo que pasaba, comenzaron a tener alguna pulicia, y cubrir sus carnes y hacérseles vergonzoso lo que hasta entonces no lo era, tratando ya con esa otra gente, y con la comunicación, perdiéndoles el miedo, fueron aprendiendo de ellos, y ya hacían sus chozas y buhios, y tenían algún orden de república, eligiendo sus señores y reconociéndoles superioridad. Y así salieron en gran parte de aquella vida bestial que tenían, pero siempre en los montes y llegados a las sierras, y apartados de los demás.

Por este mismo tenor tengo por cierto que han procedido las más naciones y provincias de Indias, que los primeros fueron hombres salvajes, y por mantenerse de caza, fueron penetrando tierras asperísimas y descubriendo nuevo mundo, y habitando en él, cuasi como fieras sin casa, ni techo ni sementera, ni ganado ni rey, ni ley ni Dios ni razón. Después otros, buscando nuevas y mejores tierras, poblaron lo bueno e introdujeron orden y pulicia y modo de república, aunque es muy bárbara. Después, o de estos mismos o de otras naciones, hombres que tuvieron más brío y maña que otros, se dieron a sujetar y oprimir a los menos poderosos, hasta hacer reinos e imperios grandes. Así fue en México, así fue en el Pirú, y así es sin duda donde quiera que se hallan ciudades y repúblicas fundadas entre estos bárbaros. Por donde vengo a confirmarme en mi parecer, que largamente traté en el primer libro, que los primeros pobladores de las Indias Occidentales vinieron por tierra, y por el consiguiente, toda la tierra de Indias está continuada con la de Asia, Europa y África y el Mundo Nuevo con el Viejo, aunque hasta el día presente no está descubierta la tierra que añuda y junta estos dos mundos, o si hay mar en medio es tan corto, que le pueden pasar a nado fieras y hombres, en pobres barcos. Mas dejando esta filosofía, volvamos a nuestra historia.

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