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Datos principales
Desarrollo
CAPÍTULO III De la provincia Cofa y de su cacique y de una pieza de artillería que le dejaron en guarda El adelantado tenía costumbre, siempre que había de salir de una provincia e ir a otra, enviar delante mensajeros que avisasen al cacique de su ida. Esto hacía, lo uno por requerirles con la paz y asegurarlos de temor que de ver gente extraña en su tierra podían tener, y lo otro por descubrir en la respuesta que los indios le daban el ánimo bueno o malo que les quedaba y, cuando los indios, por la enemistad que entre ellos había, no osaban ir los de la una provincia a la otra, o cuando había algún despoblado en medio, entonces el mismo gobernador, como hemos visto atrás, hacía el descubrimiento por la mejor orden que le era posible. Guardando, pues, esta costumbre envió mensajeros, antes que saliese de la provincia Achalaque, al curaca de otra provincia llamada Cofa, que confinaba con ésta, haciéndole saber como iba a su tierra a reconocerle por amigo y a tratarle como hermano, que así lo había hecho con todos los demás señores de vasallos que le habían recibido de paz. Sin este recaudo, mandó a los indios que lo llevaban tuviesen cuidado de decir al cacique Cofa el buen tratamiento que los españoles habían hecho a su curaca Achalaque y a todos los naturales de aquella provincia porque los habían recibido de paz y mantenídola siempre. El cacique Cofa y todos sus vasallos mostraron holgar mucho con el mensaje, y así de común consentimiento y con gran fiesta y regocijo, respondieron diciendo que su señoría y todo su ejército fuesen muy enhorabuena a su casa y estado, donde los esperaban con mucho deseo de los ver y conocer para los servir con todas sus fuerzas.
Por tanto, le suplicaban se diese prisa a caminar. Con la buena respuesta recibieron contento el general y todos sus soldados, y se dieron más prisa en su camino, y al cuarto día de como habían salido de la provincia de Achalaque llegaron al primer pueblo de la provincia Cofa, donde les esperaba el cacique con toda la demás gente que para muestra de la grandeza de su corte había llamado, y con la plebeya que para el servicio de los españoles había mandado recoger, y, como supiese que los castellanos iban cerca de su pueblo, salió un tercio de legua fuera a recibirlos y besó las manos al gobernador, volviendo a referir las mismas palabras que en su respuesta envió a decir. El gobernador le abrazó, mostrándole mucho amor, y así entraron los españoles en el pueblo, puestos en sus escuadrones los de a pie y los de a caballo. El curaca aposentó al gobernador en su casa y alojó el ejército en el pueblo, señalando él mismo los cuarteles y barrios para tales o tales compañías, acomodándolas todas por su orden, como si fuera el maese de campo, de que los ministros del ejército holgaron mucho, porque se mostraba hombre de guerra. Hecho el alojamiento, se fue el cacique con licencia del gobernador a otro pueblo que estaba como dos tiros de arcabuz del primero. Esta provincia Cofa es fértil y abundante de las comidas que hay en aquella tierra y tiene todas las demás buenas partes de montes y rasos que de las otras tierras hemos dicho para criar y sembrar.
Es poblada de mucha y muy buena gente, doméstica y afable, donde el gobernador y los suyos fueron regalados y descansaron en el primer pueblo cinco días, porque el curaca no consintió que se fuesen antes, y el general, por vía de amistad, concedió en ello. No hemos hecho mención hasta ahora de una pieza de artillería que el gobernador llevaba en su ejército, y la causa ha sido no haberse ofrecido en toda la jornada dónde hablar de ella, hasta este lugar. Es así que, habiendo visto el adelantado que no servía sino de carga y pesadumbre, ocupando hombres que cuidasen de ella y acémilas que la llevasen, acordó dejársela al curaca Cofa para que se la guardase y, para que viese lo que le dejaba, mandó asestar la pieza desde la misma casa del cacique a una grande y hermosísima encina que estaba fuera del pueblo, y de dos pelotazos la desbarató toda, de que el curaca y sus indios quedaron admirados. El gobernador les dijo que, en señal y muestra de amor que les tenía y en pago de la buena amistad y hospedaje que le habían hecho, quería dejarles aquella pieza que él estimaba en mucho para que se la guardasen y tuviesen a buen recaudo hasta que él volviese por allí o se la enviase a pedir. El cacique y todos los indios principales que con él estaban tuvieron en mucho la confianza que de ellos se hacía en dejarles en prendas cosa tan señalada y así, habiendo rendido las gracias con las mejores palabras que supieron decir (principalmente por la confianza y después por la pieza), la mandaron guardar a mucho recaudo y puédese creer que hoy la tengan en gran veneración y estima.
Habiendo descansado el ejército cinco días, salió de Cofa para ir a otra provincia llamada Cofaqui, la cual era de un hermano del cacique Cofa, más rico y más poderoso que él. El curaca Cofa salió con indios, soldados de guerra y otros de servicio acompañando al gobernador una jornada, y quisiera acompañarle todas las que por su tierra se habían de caminar, mas el general no consintió sino que se volviese a su casa y no pasase adelante. El cacique, vista la voluntad del gobernador, le besó las manos con mucha ternura y sentimiento de apartarse de él y dijo suplicaba a su señoría se acordase del amor y voluntad que le tenía para emplearla en su servicio, que le era muy aficionado servidor. El gobernador se lo agradeció con muy buenas palabras y así se despidieron el uno del otro. El curaca tuvo advertencia de despedirse del maese de campo y de los demás capitanes y ministros de la Hacienda Imperial, a los cuales todos habló como si los hubiera conocido de mucho tiempo atrás; luego que se hubo despedido de los españoles, llamó a sus capitanes y les dijo que con todos los indios de guerra y de servicio que consigo habían traído fuesen sirviendo y regalando al gobernador y a todo su ejército y que se tuviesen por dichosos que los castellanos los hubiesen recibido en su amistad y servicio. Mandó asimismo a un indio principal que se adelantase y avisase a su hermano Cofaqui de la ida de los españoles a su tierra, que le suplicaba los recibiese de paz y sirviese como él lo había hecho, porque lo merecían. Con este recaudo del cacique Cofa envió otro el general al curaca Cofaqui ofreciéndole paz y amistad. Proveídas estas cosas, se volvió el cacique a su casa y el adelantado siguió su descubrimiento, y, al fin de otras seis jornadas que anduvo, salió de la provincia de Cofa, tierra, como hemos dicho, fértil y abundante, poblada de gente dócil y plática más que otra alguna que hasta allí hubiesen visto los españoles.
Por tanto, le suplicaban se diese prisa a caminar. Con la buena respuesta recibieron contento el general y todos sus soldados, y se dieron más prisa en su camino, y al cuarto día de como habían salido de la provincia de Achalaque llegaron al primer pueblo de la provincia Cofa, donde les esperaba el cacique con toda la demás gente que para muestra de la grandeza de su corte había llamado, y con la plebeya que para el servicio de los españoles había mandado recoger, y, como supiese que los castellanos iban cerca de su pueblo, salió un tercio de legua fuera a recibirlos y besó las manos al gobernador, volviendo a referir las mismas palabras que en su respuesta envió a decir. El gobernador le abrazó, mostrándole mucho amor, y así entraron los españoles en el pueblo, puestos en sus escuadrones los de a pie y los de a caballo. El curaca aposentó al gobernador en su casa y alojó el ejército en el pueblo, señalando él mismo los cuarteles y barrios para tales o tales compañías, acomodándolas todas por su orden, como si fuera el maese de campo, de que los ministros del ejército holgaron mucho, porque se mostraba hombre de guerra. Hecho el alojamiento, se fue el cacique con licencia del gobernador a otro pueblo que estaba como dos tiros de arcabuz del primero. Esta provincia Cofa es fértil y abundante de las comidas que hay en aquella tierra y tiene todas las demás buenas partes de montes y rasos que de las otras tierras hemos dicho para criar y sembrar.
Es poblada de mucha y muy buena gente, doméstica y afable, donde el gobernador y los suyos fueron regalados y descansaron en el primer pueblo cinco días, porque el curaca no consintió que se fuesen antes, y el general, por vía de amistad, concedió en ello. No hemos hecho mención hasta ahora de una pieza de artillería que el gobernador llevaba en su ejército, y la causa ha sido no haberse ofrecido en toda la jornada dónde hablar de ella, hasta este lugar. Es así que, habiendo visto el adelantado que no servía sino de carga y pesadumbre, ocupando hombres que cuidasen de ella y acémilas que la llevasen, acordó dejársela al curaca Cofa para que se la guardase y, para que viese lo que le dejaba, mandó asestar la pieza desde la misma casa del cacique a una grande y hermosísima encina que estaba fuera del pueblo, y de dos pelotazos la desbarató toda, de que el curaca y sus indios quedaron admirados. El gobernador les dijo que, en señal y muestra de amor que les tenía y en pago de la buena amistad y hospedaje que le habían hecho, quería dejarles aquella pieza que él estimaba en mucho para que se la guardasen y tuviesen a buen recaudo hasta que él volviese por allí o se la enviase a pedir. El cacique y todos los indios principales que con él estaban tuvieron en mucho la confianza que de ellos se hacía en dejarles en prendas cosa tan señalada y así, habiendo rendido las gracias con las mejores palabras que supieron decir (principalmente por la confianza y después por la pieza), la mandaron guardar a mucho recaudo y puédese creer que hoy la tengan en gran veneración y estima.
Habiendo descansado el ejército cinco días, salió de Cofa para ir a otra provincia llamada Cofaqui, la cual era de un hermano del cacique Cofa, más rico y más poderoso que él. El curaca Cofa salió con indios, soldados de guerra y otros de servicio acompañando al gobernador una jornada, y quisiera acompañarle todas las que por su tierra se habían de caminar, mas el general no consintió sino que se volviese a su casa y no pasase adelante. El cacique, vista la voluntad del gobernador, le besó las manos con mucha ternura y sentimiento de apartarse de él y dijo suplicaba a su señoría se acordase del amor y voluntad que le tenía para emplearla en su servicio, que le era muy aficionado servidor. El gobernador se lo agradeció con muy buenas palabras y así se despidieron el uno del otro. El curaca tuvo advertencia de despedirse del maese de campo y de los demás capitanes y ministros de la Hacienda Imperial, a los cuales todos habló como si los hubiera conocido de mucho tiempo atrás; luego que se hubo despedido de los españoles, llamó a sus capitanes y les dijo que con todos los indios de guerra y de servicio que consigo habían traído fuesen sirviendo y regalando al gobernador y a todo su ejército y que se tuviesen por dichosos que los castellanos los hubiesen recibido en su amistad y servicio. Mandó asimismo a un indio principal que se adelantase y avisase a su hermano Cofaqui de la ida de los españoles a su tierra, que le suplicaba los recibiese de paz y sirviese como él lo había hecho, porque lo merecían. Con este recaudo del cacique Cofa envió otro el general al curaca Cofaqui ofreciéndole paz y amistad. Proveídas estas cosas, se volvió el cacique a su casa y el adelantado siguió su descubrimiento, y, al fin de otras seis jornadas que anduvo, salió de la provincia de Cofa, tierra, como hemos dicho, fértil y abundante, poblada de gente dócil y plática más que otra alguna que hasta allí hubiesen visto los españoles.