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Datos principales
Desarrollo
Capítulo CXXII Que trata de lo que hizo Pedro de Villagran en la ciudad Imperial y de cómo salió a un fuerte y de lo que le sucedió Ya tengo dicho cómo los indios de guerra de la costa de la mar llegaron legua y media de la ciudad Imperial, y de cómo se volvieron sin efectuar el propósito que traían, a causa de no querer los de la comarca de la ciudad ayudarles. Mas la causa de su vuelta fue que llamaron a ciertos hechiceros, ya tengo dicho cómo éstos son tenidos entre ellos, y les preguntaron que les dijesen si irían sobre los cristianos, y que mirasen si les sucedería bien. Y ellos le respondieron que esperasen. Y juntáronse estos hechiceros y miraron en sus abusiones, y como son tan agoreros, tomaron un león de los que hay en esta tierra, que son pardos pequeños, y lleváronlo donde estaba la gente de guerra. Y mandáronlos poner en orden y les dijeron que si aquel león se les iba, que se volviesen porque les iría mal con los cristianos, y si le matasen, que seguramente podían ir. Y suelto el león lo procuraron de matar, más fue Dios servido se les escapase, porque cierto, si no socorriera con su misericordia y fueran los indios a la ciudad, pusieran en gran trabajo a los españoles. Y ansí se deshizo esta junta y se volvieron a sus tierras. Pues visto por los señores y principales de la comarca de la ciudad imperial que los indios de la costa se habían vuelto a sus tierras, y el daño que habían hecho a Francisco de Villagran, y cómo se había despoblado la ciudad de la Concepción, acordaron alzarse y hacer el daño que pudiesen a los españoles.
Y en un pueblo que se dice Reinaco todos los de aquella comarca hicieron un fuerte, y que metidos allí sus mujeres e hijos, ellos irían a correr la tierra, y que ya que no hiciesen daño en los cristianos, la harían en los indios que sirviesen. Y sabido por Pedro de Villagran, se informó del fuerte y cómo cada día se iban allegando más y convidaban a los que quisiesen ir a él. Y viendo Pedro de Villagran que al presente no tenían socorro, sino el de Dios, y que el fuerte estaba doce leguas de la ciudad hacia la cordillera nevada, y aunque salido él quedaba la ciudad en peligro, acordó, encomendándose a Dios nuestro Señor, salir a ellos con sesenta hombres. Salió de la ciudad a diez días del mes de junio de mil y quinientos y cincuenta y cuatro años y llegó al fuerte, el cual estaba en un cerro alto, y por la falda de él corría un pequeño río por hacia la banda del sur. Y toda esta parte de este cerro era montuosa de espesos cañaverales y por la otra parte tenía grandes peñas y muy fuertes. Y por un lado de este cerro era raso aunque peligroso de subir, y en este raso llegó Pedro de Villagran. En el alto de este cerro hacía un llano. Y todo este llano estaba por partes muy fuerte palizada, porque donde no la había, la peña lo tenía fortalecido. Y aquí tenían hechas sus casas, donde tenían sus hijos y mujeres. Visto por Pedro de Villagran y reconocido el sitio, les hizo acometimiento de subir. Luego los indios escomenzaron tocar sus cornetas y a dar grita y acometer, que salían del fuerte e se ponían en partes donde podían flechar.
Y viendo Pedro de Villagran que aquella subida era peligrosa y que todos los indios estaban en aquella frontera, mandó secretamente diez peones arcabuceros que fuesen secretos por aquel monte hasta la otra cuchilla del cerro, y que por todas vías hiciesen por subir al fuerte, porque él subiría por la otra parte a favorecerlos. Idos hacia el fuerte los diez de a pie, llegaron al cerro, donde hallaron una pequeña senda que los indios tenían para su servicio, por donde subieron sin ser vistos de los indios hasta que llegaron a la palizada. Y viéndose en lo alto, acometieron a la palizada, y como había poca defensa a causa de estar toda la gente haciendo rostro al maestro de campo, pelearon con los indios que les defendían, de manera que entraron dentro. Pues ida la nueva a la gente que defendía la subida al maestre de campo, y viendo por todas partes les daban los españoles, acudía gente a defender los fuertes. Y viéndose ellos dentro del fuerte, con los arcabuces que llevaban y las espadas defendíanse tan bien que daban en qué entender a los indios. Y a esta sazón Pedro de Villagran estaba en la palizada, y como sintió el murmullo de los indios de como se dividían, entendió que los diez españoles estaban ya en lo alto y que tenían necesidad de socorro. Rompió con gran ímpetu que desbarató los indios y entró en el fuerte y socorrió los diez españoles. Y viendo los indios que no lo podían resestir, como no tenían huida, se despeñaban de lo más agro, y echábanse con tan lindo ánimo que muchos se hacían pedazos. Y querían más morir de esta manera que no verse en poder de los españoles. Ansí desbarató este fuerte. Murieron más de ochocientas ánimas y perdiose gran cantidad. Y de los indios que se prendieron castigó Pedro de Villagran, cortándoles las narices a unos y a otros las manos, que los demás escarmentasen. Y hecho esto se volvió a la ciudad, donde fue bien recebido.
Y en un pueblo que se dice Reinaco todos los de aquella comarca hicieron un fuerte, y que metidos allí sus mujeres e hijos, ellos irían a correr la tierra, y que ya que no hiciesen daño en los cristianos, la harían en los indios que sirviesen. Y sabido por Pedro de Villagran, se informó del fuerte y cómo cada día se iban allegando más y convidaban a los que quisiesen ir a él. Y viendo Pedro de Villagran que al presente no tenían socorro, sino el de Dios, y que el fuerte estaba doce leguas de la ciudad hacia la cordillera nevada, y aunque salido él quedaba la ciudad en peligro, acordó, encomendándose a Dios nuestro Señor, salir a ellos con sesenta hombres. Salió de la ciudad a diez días del mes de junio de mil y quinientos y cincuenta y cuatro años y llegó al fuerte, el cual estaba en un cerro alto, y por la falda de él corría un pequeño río por hacia la banda del sur. Y toda esta parte de este cerro era montuosa de espesos cañaverales y por la otra parte tenía grandes peñas y muy fuertes. Y por un lado de este cerro era raso aunque peligroso de subir, y en este raso llegó Pedro de Villagran. En el alto de este cerro hacía un llano. Y todo este llano estaba por partes muy fuerte palizada, porque donde no la había, la peña lo tenía fortalecido. Y aquí tenían hechas sus casas, donde tenían sus hijos y mujeres. Visto por Pedro de Villagran y reconocido el sitio, les hizo acometimiento de subir. Luego los indios escomenzaron tocar sus cornetas y a dar grita y acometer, que salían del fuerte e se ponían en partes donde podían flechar.
Y viendo Pedro de Villagran que aquella subida era peligrosa y que todos los indios estaban en aquella frontera, mandó secretamente diez peones arcabuceros que fuesen secretos por aquel monte hasta la otra cuchilla del cerro, y que por todas vías hiciesen por subir al fuerte, porque él subiría por la otra parte a favorecerlos. Idos hacia el fuerte los diez de a pie, llegaron al cerro, donde hallaron una pequeña senda que los indios tenían para su servicio, por donde subieron sin ser vistos de los indios hasta que llegaron a la palizada. Y viéndose en lo alto, acometieron a la palizada, y como había poca defensa a causa de estar toda la gente haciendo rostro al maestro de campo, pelearon con los indios que les defendían, de manera que entraron dentro. Pues ida la nueva a la gente que defendía la subida al maestre de campo, y viendo por todas partes les daban los españoles, acudía gente a defender los fuertes. Y viéndose ellos dentro del fuerte, con los arcabuces que llevaban y las espadas defendíanse tan bien que daban en qué entender a los indios. Y a esta sazón Pedro de Villagran estaba en la palizada, y como sintió el murmullo de los indios de como se dividían, entendió que los diez españoles estaban ya en lo alto y que tenían necesidad de socorro. Rompió con gran ímpetu que desbarató los indios y entró en el fuerte y socorrió los diez españoles. Y viendo los indios que no lo podían resestir, como no tenían huida, se despeñaban de lo más agro, y echábanse con tan lindo ánimo que muchos se hacían pedazos. Y querían más morir de esta manera que no verse en poder de los españoles. Ansí desbarató este fuerte. Murieron más de ochocientas ánimas y perdiose gran cantidad. Y de los indios que se prendieron castigó Pedro de Villagran, cortándoles las narices a unos y a otros las manos, que los demás escarmentasen. Y hecho esto se volvió a la ciudad, donde fue bien recebido.