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Datos principales
Desarrollo
Capítulo CXIX Que trata de cómo salió Francisco de Villagran de la ciudad de la Concepción al castigo y pacificación de los naturales e del suceso y despoblación de la Concepción Viendo Francisco de Villagran los negocios y alteración de la tierra, y que los mensajeros que enviaba a los indios rebelados no volvían con respuesta, antes hacían alterar a los que no lo estaban, acordó salir a ellos. Y antes que saliese despachó un navío de los que habían venido de Valdivia con despachos de Su Majestad, haciéndole saber el suceso. Llevó estos despachos Gaspar Orense, vecino de la ciudad de Santiago. El otro navío envió a Valdivia. Y despachado estos dos navíos, salió Francisco de Villagran de la Concepción, lunes a veinte y tres de febrero del año de mil y quinientos y cincuenta y cuatro años, con ciento y sesenta soldados muy bien aderezados y seis piezas de artillería y treinta arcabuces, dejando en la ciudad ochenta hombres y por su teniente a Graviel de Villagran. E pasó el río de Bibio, y pasado este río de Bibio caminó con aquella orden que en semejantes tiempos se requiere, y llegó a un pueblo de Andalicán que está cinco leguas de la ciudad de la Concepción, donde se tomaban indios, de donde se informó el general cómo la gente de guerra le estaban esperando en un paso dos leguas de allí, y que allí le habían de esperar e dalle la batalla. Salido de aquí el general, llegó a este paso que los indios le habían dicho y asentó gente al pie de él, en un pequeño llano que hace la playa de la mar, donde estuvo tres días aguardando los indios si venían a dalle batalla.
Y como no venían, pareciéndole que no estaban allí, pues no se habían mostrado ni aparecido. Este es un cerro grande de más de media legua de mala subida y encima de él hace una loma de poco compás de llano, e de la parte de la tierra muy montuosa e de malas quebradas y espesos cañaverales, e de la parte de la mar profundas y grandes quebradas, y al cabo de ella tiene una pequeña bajada. Y subió el general con su gente, y caminando por la loma, que es más de media legua, topaban el camino de una banda y otra de palizada y árboles hincados. Ya que iban a la bajada de este cerro, comenzaron los indios a salir de donde habían estado ocultos y a mostrarse a los españoles por todas partes, porque éstos son los sitios y campos que generalmente buscan estos indios, por amor de los caballos y aprovecharse más de los españoles. Vistos por el general, acaudilló sus españoles en un pequeño compás, aunque de los caballos poco se podían aprovechar, a causa que tenían los indios cerca la acogida del monte, y asentaron su artillería y escomenzaron los arcabuceros a jugar y los caballos a acudir donde podían. Y así estuvieron gran rato peleando, e muchas veces desbarataban a los indios, y como tenían cerca la montaña, allí se rehacían y salían de refresco. Y el general andaba a todas partes favoreciendo adonde más necesidad había. Do vio un escuadrón que nunca se había podido desbaratar, arremetió a los indios y ellos le recibieron de tal manera que le derribaron y mataron al caballo.
Y visto por ciertos españoles fue socorrido de Joan Sánchez Alvarado e Joan de Chica y Hernando de Medina. Estos socorrieron al general e quitado de poder de sus enemigos. E visto por el Hernando de Medina que el general estaba a pie y malherido, se apeó de su caballo y le hizo cabalgar al general. Cierto fue gran ánimo y liberalidad de soldado en semejante tiempo en dar su caballo al general, pues él perdió la vida por ello. Y escapado el general de esta aventura, no le faltaba el ánimo, porque a todas partes acudía, animando a sus españoles con palabras que le convidaban a ello. Visto los indios que el artillería les hacía más daño, se acaudillaron y arremetieron con tran grande ímpetu y ánimo, que sin poder resistir los españoles, ganaron la artillería y mataron diez españoles. Y como el sol les fatigaba y el sitio era peligroso, y que estaban cansados y los caballos calmados a causa de haber peleado más de seis horas, e viendo el general que no eran parte para desbaratar aquella gente, y que bajar a lo llano corrían peligro por causa que les faltaba muchos españoles, y que abajo en el río había mucha gente de refresco, y que de allí a Arauco tenían dos leguas, y por parecer de sus capitanes, acordó retirarse. Y viendo los indios que los españoles huían, cobraron tan grande ánimo. E como era el paso tan malo y los caballos llevaban cansados, e grandes quebradas y cada uno huía por donde quería, se despeñaban e iban a dar a mano de sus enemigos, donde eran hechos pedazos.
E hicieron mucho daño los indios con aquellos lazos que tengo dicho. Y los comían, de manera que podremos decir que esta gente bárbara fueron sepulcro de aquestos españoles. Habíanles tomado los pasos y hecho grandes albarradas y puestas gentes en ellas, e los iban siguiendo. El general en la retaguardia socorriendo y animándolos, y algunas veces rovolvía sobre los indios, sólo porque los españoles tuviesen lugar de andar. Y andando legua y media toparon un paso con mucha gente y una fuerte albarrada, y allí los españoles se repararon, que ninguno quería hacer el camino temiendo de no quedar allí. Y visto por el general que los españoles se reparaban e que no pasaban adelante, se adelantó y llegó al albarrada, y como era animoso y esforzado, arremetió y la rompió y desbarató los indios e hizo camino. E pasaron los españoles e tornó a tomar la retaguardia, y hasta aquí le siguieron los indios. Llegaron a Bibio a medianoche y mirando los españoles que iban, hallaron setenta y quedaron muertos noventa y más de tres mil piezas de servicio. Dio orden el general como pasasen los españoles e no quiso pasar él hasta que todos pasasen. Tardó ocho días en ir y volver estos setenta hombres que se habían escapado. Llegaron a la Concepción lunes, muy malheridos ellos y sus caballos, desarmados, porque por venir a la ligera, las celadas echaban e las cotas les pesaban y muchos no traían espada. Y los que estaban en la ciudad eran viejos y enfermos y había pocos para la guerra.
Y los que habían escapado venían espantados, y los que estaban en la ciudad no poco medrentados. Y cada uno procuraba escaparse. Y otro día por la mañana, martes segundo de marzo, se dio una arma en la ciudad, que los indios pasaban a Biobio, e luego la gente escomenzó a salir y a desmamparar la ciudad sin que fuese parte el general con amenazas ni palabras a detener la gente. E visto el general que desmamparaban la ciudad, salió fuera en unas barcas que estaban en la playa. Hizo embarcar ciertas mujeres viudas e doncellas, e yo estuve con él hasta que se embarcó. E mandó traer de la iglesia el retablo y un crucifijo, y lo hizo meter en el barco e les envió se fuesen a Valparaíso, y él se quedó con catorce soldados hasta la postre e recogió la que pudo. E salió en la retaguardia y siempre vino con ella aviando y socorriendo a heridos y enfermos, proveyendo cabalgaduras a mujeres que venían a pie. Dos leguas de la ciudad de la Concepción hizo parar la gente e un día los juntó a todos los soldados, e juntos les dijo: "Ya sabéis, amigos y señores, en el peligro en que quedan y están nuestros hermanos, los que están en la imperial y en la ciudad de Valdivia, y cuánta necesidad tienen de saber nuestro suceso, porque cierto es que los indios por tomarlos descuidados no se lo dirán ni avisarán. E para esto pido vuestras mercedes de parte de Su Majestad y de la mía les ruego, se junte quince o veinte de los que más en dispusición se sintieren, para ir a la ciudad imperial y socorrerla e darle el aviso de nuestro suceso, que en ello se hace gran servicio a Dios y a Su Majestad".
Y los que se ofrecieron a ir fueron hasta cinco o seis, porque todos los demás estaban desarmados y faltos de buenos caballos, porque para la jornada que habían de ir y el camino que habían de pasar, eran bien menester los caballos. Pues viendo el general que no se ofrecían más de aquellos países y que enviarlos iban en peligro, a causa de ser pocos y larga la jornada y la tierra muy poblada y los indios rebelados, no quiso enviarlos. Y viendo Joan de Chica que no había quien fuese a dar el aviso, se ofreció al general de ir él solo a pie, e que sería mejor que no aventurar quince hombres, porque él se daría mana como caminase de noche, escondiéndose de día, y que le diese las cartas y despachos, y que los llevaría con condición que le diese un repartimiento que él señalaría. Y el general se lo otorgó en nombre de Su Majestad. Salió este soldado e caminó tres jornadas hasta el río de Niehuequetén y allí le mataron los indios. No se supo hasta que el general volvió con socorro. E despachado este soldado, se partió el general con la orden que hasta allí había traído para la ciudad de Santiago, e llegado, los vecinos recogieron los soldados e toda la gente.
Y como no venían, pareciéndole que no estaban allí, pues no se habían mostrado ni aparecido. Este es un cerro grande de más de media legua de mala subida y encima de él hace una loma de poco compás de llano, e de la parte de la tierra muy montuosa e de malas quebradas y espesos cañaverales, e de la parte de la mar profundas y grandes quebradas, y al cabo de ella tiene una pequeña bajada. Y subió el general con su gente, y caminando por la loma, que es más de media legua, topaban el camino de una banda y otra de palizada y árboles hincados. Ya que iban a la bajada de este cerro, comenzaron los indios a salir de donde habían estado ocultos y a mostrarse a los españoles por todas partes, porque éstos son los sitios y campos que generalmente buscan estos indios, por amor de los caballos y aprovecharse más de los españoles. Vistos por el general, acaudilló sus españoles en un pequeño compás, aunque de los caballos poco se podían aprovechar, a causa que tenían los indios cerca la acogida del monte, y asentaron su artillería y escomenzaron los arcabuceros a jugar y los caballos a acudir donde podían. Y así estuvieron gran rato peleando, e muchas veces desbarataban a los indios, y como tenían cerca la montaña, allí se rehacían y salían de refresco. Y el general andaba a todas partes favoreciendo adonde más necesidad había. Do vio un escuadrón que nunca se había podido desbaratar, arremetió a los indios y ellos le recibieron de tal manera que le derribaron y mataron al caballo.
Y visto por ciertos españoles fue socorrido de Joan Sánchez Alvarado e Joan de Chica y Hernando de Medina. Estos socorrieron al general e quitado de poder de sus enemigos. E visto por el Hernando de Medina que el general estaba a pie y malherido, se apeó de su caballo y le hizo cabalgar al general. Cierto fue gran ánimo y liberalidad de soldado en semejante tiempo en dar su caballo al general, pues él perdió la vida por ello. Y escapado el general de esta aventura, no le faltaba el ánimo, porque a todas partes acudía, animando a sus españoles con palabras que le convidaban a ello. Visto los indios que el artillería les hacía más daño, se acaudillaron y arremetieron con tran grande ímpetu y ánimo, que sin poder resistir los españoles, ganaron la artillería y mataron diez españoles. Y como el sol les fatigaba y el sitio era peligroso, y que estaban cansados y los caballos calmados a causa de haber peleado más de seis horas, e viendo el general que no eran parte para desbaratar aquella gente, y que bajar a lo llano corrían peligro por causa que les faltaba muchos españoles, y que abajo en el río había mucha gente de refresco, y que de allí a Arauco tenían dos leguas, y por parecer de sus capitanes, acordó retirarse. Y viendo los indios que los españoles huían, cobraron tan grande ánimo. E como era el paso tan malo y los caballos llevaban cansados, e grandes quebradas y cada uno huía por donde quería, se despeñaban e iban a dar a mano de sus enemigos, donde eran hechos pedazos.
E hicieron mucho daño los indios con aquellos lazos que tengo dicho. Y los comían, de manera que podremos decir que esta gente bárbara fueron sepulcro de aquestos españoles. Habíanles tomado los pasos y hecho grandes albarradas y puestas gentes en ellas, e los iban siguiendo. El general en la retaguardia socorriendo y animándolos, y algunas veces rovolvía sobre los indios, sólo porque los españoles tuviesen lugar de andar. Y andando legua y media toparon un paso con mucha gente y una fuerte albarrada, y allí los españoles se repararon, que ninguno quería hacer el camino temiendo de no quedar allí. Y visto por el general que los españoles se reparaban e que no pasaban adelante, se adelantó y llegó al albarrada, y como era animoso y esforzado, arremetió y la rompió y desbarató los indios e hizo camino. E pasaron los españoles e tornó a tomar la retaguardia, y hasta aquí le siguieron los indios. Llegaron a Bibio a medianoche y mirando los españoles que iban, hallaron setenta y quedaron muertos noventa y más de tres mil piezas de servicio. Dio orden el general como pasasen los españoles e no quiso pasar él hasta que todos pasasen. Tardó ocho días en ir y volver estos setenta hombres que se habían escapado. Llegaron a la Concepción lunes, muy malheridos ellos y sus caballos, desarmados, porque por venir a la ligera, las celadas echaban e las cotas les pesaban y muchos no traían espada. Y los que estaban en la ciudad eran viejos y enfermos y había pocos para la guerra.
Y los que habían escapado venían espantados, y los que estaban en la ciudad no poco medrentados. Y cada uno procuraba escaparse. Y otro día por la mañana, martes segundo de marzo, se dio una arma en la ciudad, que los indios pasaban a Biobio, e luego la gente escomenzó a salir y a desmamparar la ciudad sin que fuese parte el general con amenazas ni palabras a detener la gente. E visto el general que desmamparaban la ciudad, salió fuera en unas barcas que estaban en la playa. Hizo embarcar ciertas mujeres viudas e doncellas, e yo estuve con él hasta que se embarcó. E mandó traer de la iglesia el retablo y un crucifijo, y lo hizo meter en el barco e les envió se fuesen a Valparaíso, y él se quedó con catorce soldados hasta la postre e recogió la que pudo. E salió en la retaguardia y siempre vino con ella aviando y socorriendo a heridos y enfermos, proveyendo cabalgaduras a mujeres que venían a pie. Dos leguas de la ciudad de la Concepción hizo parar la gente e un día los juntó a todos los soldados, e juntos les dijo: "Ya sabéis, amigos y señores, en el peligro en que quedan y están nuestros hermanos, los que están en la imperial y en la ciudad de Valdivia, y cuánta necesidad tienen de saber nuestro suceso, porque cierto es que los indios por tomarlos descuidados no se lo dirán ni avisarán. E para esto pido vuestras mercedes de parte de Su Majestad y de la mía les ruego, se junte quince o veinte de los que más en dispusición se sintieren, para ir a la ciudad imperial y socorrerla e darle el aviso de nuestro suceso, que en ello se hace gran servicio a Dios y a Su Majestad".
Y los que se ofrecieron a ir fueron hasta cinco o seis, porque todos los demás estaban desarmados y faltos de buenos caballos, porque para la jornada que habían de ir y el camino que habían de pasar, eran bien menester los caballos. Pues viendo el general que no se ofrecían más de aquellos países y que enviarlos iban en peligro, a causa de ser pocos y larga la jornada y la tierra muy poblada y los indios rebelados, no quiso enviarlos. Y viendo Joan de Chica que no había quien fuese a dar el aviso, se ofreció al general de ir él solo a pie, e que sería mejor que no aventurar quince hombres, porque él se daría mana como caminase de noche, escondiéndose de día, y que le diese las cartas y despachos, y que los llevaría con condición que le diese un repartimiento que él señalaría. Y el general se lo otorgó en nombre de Su Majestad. Salió este soldado e caminó tres jornadas hasta el río de Niehuequetén y allí le mataron los indios. No se supo hasta que el general volvió con socorro. E despachado este soldado, se partió el general con la orden que hasta allí había traído para la ciudad de Santiago, e llegado, los vecinos recogieron los soldados e toda la gente.