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Datos principales


Desarrollo


Cómo Marcos de Aguilar falleció, y dejó en el testamento que gobernase el tesorero Alonso de Estrada, y que no entendiese en pleitos del factor ni veedor ni dar ni quitar indios hasta que su majestad mandase lo que más en ello fuese servido, según y de la manera que le dejó el poder Luis Ponce de León Teniendo en sí la gobernación Marcos de Aguilar, como dicho tengo, estaba muy ético y doliente y malo de bubas; los médicos le mandaron que mamase a una mujer de Castilla, y con leche de cabras se sostuvo cerca de ocho meses, y de aquella dolencia y calenturas que le dieron falleció, y en el testamento que hizo mandó que sólo gobernase el tesorero Alonso de Estrada, ni más ni menos que tuvo el poder de Luis Ponce de León; y viendo el cabildo de México e otros procuradores de ciertas ciudades, que en aquella sazón se hallaron en México, que el Alonso de Estrada solo no podía gobernar. tan bien como convenía, por causa que Nuño de Guzmán, que había dos años que vino de Castilla por gobernador de la provincia de Pánuco, se metía en los términos de México y decía que eran sujetos de su provincia; e como venía furioso, e no miraba a lo que su majestad le mandaba en las provisiones que dello traía; porque un vecino de México, que se decía Pedro González de Trujillo, persona muy noble, dijo que no quería estar debajo de su gobernación, sino de la de México, pues los indios de su encomienda no eran de los de Pánuco, y por otras palabras que pasaron, sin más ser oído, le mandó ahorcar; y demás desto, hizo otros desatinos, que ahorcó a otros españoles por hacerse temer, y no tenía acato ni se le daba nada por Alonso de Estrada el tesorero, aunque era gobernador, ni le tenía en la estima que era obligado; y viendo aquellos desatinos de Nuño de Guzmán el cabildo de México y otros caballeros vecinos de aquella ciudad, porque temiese el Nuño de Guzmán e hiciese lo que su majestad mandaba, suplicaron al tesorero que juntamente con él gobernase Cortés, pues convenía al servicio de Dios nuestro señor y de su majestad; y el tesorero no quiso, e otras personas dicen que Cortés no lo quiso aceptar, porque no dijesen maliciosos que por fuerza quería señorear, y también porque hubo murmuraciones que tenían sospecha en la muerte de Marcos de Aguilar, que Cortés fue causa della e dio con qué murió; y lo que se concertó fue, que juntamente con el tesorero gobernase Gonzalo de Sandoval, que era alguacil mayor y persona que se hacía mucha cuenta dél; y lo hubo por bien el tesorero; mas otras personas dijeron que si lo aceptó fue por casar una hija con el Sandoval, y si se casara con ella, fuera el Sandoval muy más estimado y por ventura hubiera la gobernación, porque en aquella sazón no se tenía en tanta estima esta Nueva-España como ahora.

Pues estando gobernando el tesorero y el Gonzalo de Sandoval, pareció ser, como en este mundo hay hombres muy desatinados, que un fulano Proaño, que dicen que se fue en aquella sazón a lo de Xalisco, huyendo de México, que después fue muy rico; púsose a palabras con el gobernador Alonso de Estrada, y tuvo tal desacato que por ser de tal calidad aquí no lo digo; y el Sandoval, como gobernador que era, que había de hacer justicia sobre ello y prender al Proaño, no lo hizo, antes según fama le favoreció para hacer aquel atroz delito, porque se fue huyendo adonde no podía ser habido, por mucha diligencia que sobre ello puso el tesorero para le prender; y demás de esto de ahí a pocos días después de este desacato que pasó, hubo otro malísimo delito: que pusieron en las puertas de las casas del tesorero unos libelos infamatorios muy malos, y puesto que claramente se supo quien los puso, viendo que no podría alcanzar justicia, lo disimuló, y desde ahí adelante estuvo muy mal el tesorero con Cortés y con el Sandoval y renegaba dellos como de cosas muy malas. Dejemos esto, y quiero decir que en aquellos días que anduvieron los conciertos dichos para que Cortés gobernase con el tesorero, y pusieron al Sandoval por compañero en la gobernación, según ya dicho tengo, aconsejaron a Alonso de Estrada que luego por la posta fuese en un navío a Castilla e hiciese relación dello a su majestad, y aun le indujeron que dijese que por fuerza le pusieron a Sandoval por compañero, según ya dicho tengo, porque no quiso ni consintió que Cortés juntamente gobernase con él.

Y demás desto, ciertas personas, que no estaban bien con Cortés, escribieron otras cartas de por sí, y en ellas decían que Cortés había mandado dar ponzoña a Luis Ponce de León y a Marcos de Aguilar, e que asimismo al adelantado Garay, e que en unos requesones que les dieron en un pueblo que se dice Iztapalapa creían que les dieron rejalgar en ellos, y que por aquella causa no quiso comer un fraile de la orden del señor santo Domingo dellos. Y demás de esto, enviaron con las cartas unos renglones de libelos infamatorios que hallaron a un Gonzalo de Ocampo contra Cortés, en que se decía en ellos: "Oh, fray Hernando, provincial - más quejas van de tu persona - delante su majestad - que fueron del duque de Arjona - delante su general", e dejo yo de escribir otros cinco renglones que le pusieron, porque no son de poner de un capitán valeroso como fue Cortés; y todo lo que escribían de Cortés eran maldades y traiciones que le levantaron, y también escribieron que Cortés quería matar al factor y veedor, y en aquella sazón también fue a Castilla el contador Albornoz, que jamás estuvo bien con Cortés. Y como su majestad y los del real consejo de Indias vieron las cartas que he dicho que enviaron diciendo mal de Cortés, y se informaron del contador Albornoz, e lo de Luis Ponce e lo de Marcos de Aguilar, ayudó muy mal contra Cortés, e haber oído lo del desbarate del Narváez y del Garay, y lo de Tapia y lo de Catalina Xuárez la Marcaída, su primera mujer; y estaban mal informados de otras cosas, e creyeron ser verdad lo que ahora escribían; luego mandó su majestad proveer que sólo Alonso de Estrada gobernase, y dio por bueno cuanto había hecho, y en los indios que encomendó; que sacasen de las prisiones y jaulas al factor y veedor y les volviesen sus bienes, y por la posta vino un navío con las provisiones.

Y para castigar a Cortés de lo que le acusaban, mandó que luego viniese un caballero que se decía don Pedro de la Cueva, comendador mayor de Alcántara, y que a costa de Cortés trajese trescientos soldados, y que si le hallase culpado le cortase la cabeza, y a los que juntamente con él habían hecho algún deservicio a su majestad, e que a los verdaderos conquistadores que les diese de los pueblos que quitasen a Cortés; y asimismo mandó proveer que viniese audiencia real, creyendo con ella habría recta justicia. E ya que se estaba apercibiendo el comendador don Pedro de la Cueva para venir a la Nueva-España, por ciertas pláticas que después hubo en la corte o porque no le dieron tantos mil ducados como pedía para el viaje, y porque con el audiencia real, creyendo que lo pusieran en justicia, se estorbó su jornada, que no vino, e porque el duque de Béjar quedó por nuestro fiador otra vez. Y quiero volver al tesorero, que, como se vio tan favorecido de su majestad, e haber sido tantas veces gobernador, y ahora de nuevo le mandaba su majestad gobernar solo, y aun le hicieron creer al tesorero que hablan informado al emperador nuestro señor que era hijo del rey católico, y estaba muy ufano, y tenía razón; e lo primero que hizo fue enviar a Chiapa por capitán a un su primo, que se decía Diego de Mazariegos, y mandó tomar residencia a don Juan Enríquez de Guzmán, el que había enviado por capitán Marcos de Aguilar, y más robos y quejas se halló que había hecho en aquella provincia que bienes; y también envió a conquistar e pacificar los pueblos de los zapotecas y minxes, y que fuesen por dos partes, para que mejor los pudiesen atraer de paz; que fue por la parte de la banda del norte, y envió a un fulano de Barrios, que decían que había sido capitán en Italia y que era muy esforzado, que nuevamente había venido de Castilla a México (no digo por Barrios el de Sevilla, el cuñado que fue de Cortés), y le dio sobre cien soldados, y entre ellos muchos escopeteros y ballesteros.

Llegado este capitán con sus soldados a los pueblos de los zapotecas, que se decían los titepeques, una noche salen los indios naturales de aquellos pueblos y dan sobre el capitán y sus soldados; y tan de repente dieron en ellos, que mataron al capitán Barrios y a otros siete soldados, y a todos los más hirieron, y si de presto no tomaran calzas de Villadiego, y se vinieran a acoger a unos pueblos de paz, todos murieran. Aquí verán cuanto va de los conquistadores viejos a los nuevamente venidos de Castilla, que no saben qué cosa es guerra de indios ni sus astucias: en esto paró aquella conquista. Digamos ahora del otro capitán que fue por la parte de Guaxaca, que se decía Figueroa, natural de Cáceres, que también dijeron que había sido capitán en Castilla, y era muy amigo del tesorero Alonso de Estrada, y llevó otros cien soldados de los nuevamente venidos de Castilla a México, y muchos escopeteros y ballesteros y aun diez de a caballo; y como llegaron a las provincias de los zapotecas, envió a llamar a un Alonso de Herrera, que estaba en aquellos pueblos por capitán de treinta soldados, por mandado de Marcos de Aguilar en el tiempo que gobernaba, según lo tengo dicho en el capítulo que dello hace mención; y venido el Alonso de Herrera a su llamado, porque, según pareció, traía poder el Figueroa para que estuviese debajo de su mano, e sobre ciertas pláticas que tuvieron, o porque no quiso quedar en su compañía, vinieron a echar mano a las espadas, y el Herrera acuchilló al Figueroa y a otros tres de los soldados que traía, que le ayudaban.

Pues viendo el Figueroa que estaba herido y manco de un brazo, y no se atrevía a entrar en las sierras de los minxes, que eran muy altas y malas de conquistar, y los soldados que traía no sabían conquistar aquellas tierras, acordó de andarse a desenterrar sepulturas de los enterramientos de los caciques de aquella provincia, porque en ellas halló cantidades de joyas de oro, con que antiguamente tenían costumbre de se enterrar los principales de aquellos pueblos; y diose tal mafia, que sacó dellas sobre cien mil pesos de oro, y con otras joyas que hubo de dos pueblos, acordó de dejar la conquista e pueblos en que estaba, y dejólos muy más de guerra a algunos dellos que los halló, y fue a México, y desde allí se iba a Castilla el Figueroa con su oro; y embarcado en la Veracruz, fue su ventura tal, que el navío en que iba dio con recio temporal al través junto a la Veracruz, de manera que se perdió él y su oro y se ahogaron quince pasajeros, y todo se perdió. Y en aquello pararon los capitanes que envió el tesorero a conquistar aquellos pueblos, que nunca vinieron de paz hasta que los vecinos de Guazacualco los conquistamos: y como tienen altas sierras y no pueden ir caballos, me quebranté el cuerpo, de tres veces que me hallé en aquellas conquistas; porque, puesto que en los veranos los atraíamos de paz, entrando las aguas se tornaban a levantar y mataban a los españoles que podían haber desmandados; y como siempre les seguíamos, vinieron de paz, y está poblada una villa que dicen San Alfonso.

Pasemos adelante, y dejaré de traer a la memoria desastres de capitanes que no han sabido conquistar, y digo que, como el tesorero supo que habían acuchillado a su amigo el capitán Figueroa, como dicho tengo, envió luego a prender a Alonso de Herrera, e no se pudo haber, porque se fue huyendo a unas sierras, y los alguaciles que envió trajeron preso a un soldado de los que solía tener el Herrera consigo; y así como llegó a México, sin más ser oído, le mandó el tesorero cortar la mano derecha. Llamábase el soldado Cortejo, y era hijodalgo; y demás desto, en aquel tiempo un mozo de espuelas de Gonzalo de Sandoval tuvo otra cuestión con otro criado del tesorero, y le acuchilló, de que hubo muy gran enojo el tesorero, y le mandó cortar la mano; y esto fue en tiempo que Cortés ni Sandoval no estaban en México, que se hablan ido a un gran pueblo que se dice Cornavaca, y se fueron por quitarse de bullicios y parlerías, y también por apaciguar ciertos encuentros que habla entre los caciques de aquel pueblo. Pues como supieron Cortés y Gonzalo de Sandoval por cartas que el Cortejo y mozo de espuelas estaban presos y que les querían cortar las manos, de presto vinieron a México; y de que hallaron lo que dicho tengo, y no había remedio en ello, sintieron mucho aquella afrenta que el tesorero hizo a Cortés y a Sandoval, y dicen que le dijo Cortés tales palabras al tesorero en su presencia, que no las quisiera oír, y aún tuvo temor que le quería mandar matar, y con este temor allegó a el tesorero soldados y amigos para tener en su guarda, y sacó de las jaulas al factor y veedor para que, como oficiales de su majestad, se favoreciesen los unos a los otros contra Cortés; y de que los hubo sacado, de ahí a ocho días, por consejo del factor y otras personas que no estaban bien con Cortés, le dijeron al tesorero que en todo caso luego desterrase a Cortés de México; porque entre tanto que estuviese en aquella ciudad jamás podría gobernar bien ni habría paz, y siempre habría bandos.

Pues ya este destierro firmado del tesorero, se lo fueron a notificar a Cortés, y dijo que lo cumpliría muy bien, y que daba gracias a Dios, que dello era servido, que de las tierras y ciudad que él con sus compañeros había descubierto y ganado, derramando de día y de noche mucha sangre de su cuerpo, y muerte de tantos soldados, que le viniesen a desterrar personas que no eran dignas de bien ninguno ni de tener los oficios que tienen, y que él iría a Castilla a dar relación dello a su majestad y demandar justicia contra ellos; y que fue gran ingratitud la del tesorero, desconocido del bien que le había hecho Cortés; y luego se salió de México y se fue a una villa suya que se dice Cuyoacan, y desde allí a Tezcuco, y desde allí a pocos días a Tlascala. Y en aquel instante la mujer del tesorero, que se decía doña Marina Gutiérrez de la Caballería, por cierto digna de buena memoria por sus muchas virtudes, como supo el desconcierto que su marido había hecho en sacar de las jaulas al factor y veedor y haber desterrado a Cortés, con gran pesar que tenía, le dijo a su marido: "Plega a Dios que por estas cosas que habéis hecho no os venga mal dello"; y le trajo a la memoria los bienes y mercedes que siempre Cortés le había hecho, y los pueblos de indios que le dio, y que procurase de tornar a hacer amistades con él para que vuelva a la ciudad de México, o que se aguardase muy bien, no le matasen; y tantas cosas le dijo, que, según muchas personas después platicaban, se había arrepentido el tesorero de lo haber desterrado, y aun de haber sacado de, las jaulas al factor y veedor, porque en todo le iban a la mano y eran muy contrarios a Cortés.

Y en aquella sazón vino de Castilla don fray Julián Garcés, primer obispo que fue de Tlascala, y era natural de Aragón, y por honra del cristianísimo emperador nuestro señor se llamó Carolense, y fue gran predicador, y se vino por su obispado de Tlascala; y como supo lo que el tesorero había hecho en el destierro de Cortés, le pareció muy mal, y por poner concordia entre ellos se vino a una ciudad, ya otras veces por mí nombrada, que se dice Tezcuco; y como estaba junto a la laguna, se embarcó en dos canoas grandes, y con dos clérigos y un fraile y su fardaje se vino a la ciudad de México, y antes de entrar en ella supieron su venida en México, y le salieron a recibir con toda la pompa y cruces y clerecía y religiosos y cabildo, e conquistadores e caballeros y soldados que en México se hallaron; y cuando el obispo hubo descansado dos días, el tesorero le echó por intercesor para que fuese adonde Cortés estaba en aquella sazón y los hiciese amigos, e le alzaba el destierro, y que se volviese a México; y fue el obispo y trató las amistades, y nunca pudo acabar cosa ninguna con Cortés; antes, como dicho tengo, se fue a Tezcuco o a Tlascala muy acompañado de caballeros e otras personas. Y en lo que entendía Cortés era en allegar todo el oro y plata que podía para ir a Castilla, y demás de lo que le daban de los tributos de sus pueblos, empeñaba otras rentas y de amigos e indios que le prestaban; y asimismo se aparejaban el capitán Gonzalo de Sandoval y Andrés de Tapia, y llegaron y recogían todo el oro y plata que podían de sus pueblos, porque estos dos capitanes fueron en compañía de Cortés a Castilla.

Pues como estaba Cortés en Tlascala, íbanle a ver muchos vecinos de México y de otras villas, y soldados que no tenían encomiendas de indios, y los caciques de México le iban a servir; y aun, como hay hombres bulliciosos y amigos de escándalos e novedades, le iban a aconsejar para que si se quería alzar por rey en la Nueva-España, que en aquel tiempo tenía lugar y que ellos serían en el ayudar; y Cortés echó presos a dos hombres de los que le vinieron con aquellas pláticas, y les trató mal, llamándoles de traidores, y estuvo para los ahorcar; y también le trajeron otra carta de otros bandoleros, que le enviaron de México, y le decían lo mismo: y esto era, según dijeron, para tentar a Cortés o tomarle en algunas palabras que de su boca dijese sobre aquel mal caso; y como Cortés en todo era servidor de su majestad, con amenazas dijo a los que le venían con aquellos tratos que no viniesen más delante dél con aquellas parlerías de traiciones, que los mandaría ahorcar. Y luego escribió al obispo lo que le pasaba, para que él dijese al tesorero que, como gobernador, mandase castigar a los traidores que le venían con aquellos consejos; si no, que él los mandaría ahorcar. Dejemos a Cortés en Tlascala aderezando para se ir a Castilla, y volvamos al tesorero y factor y veedor, que, así como venían a Cortés hombres bandoleros que deseaban ruidos y andar en bullicios, también iban y decían al tesorero y al factor que ciertamente Cortés estaba allegando gente para los venir a matar, aunque echaba fama que para venir a Castilla, y a aquel efecta estaban todos los caciques mexicanos y de Tezcuco en Tlascala, y de todos los más pueblos de alrededor de la laguna en su compañía, para ver cuándo les mandaba dar guerra.

Entonces temió mucho el factor y veedor y el tesorero, creyendo que les quería matar; y para saber e inquirir si era verdad volvieron a importunar al mismo obispo que fuese a ver qué cosa era, y escribieron con grandes ofertas a Cortés, demandándole perdón; y el obispo lo hubo por bueno el ir a hacer amistades, por visitar a Tlascala. Y desque llegó donde Cortés estaba, después de le salir a recibir toda aquella provincia, y ver la gran lealtad y lo que había hecho Cortés en prender los bandoleros, y las palabras que sobre aquel caso le escribió, luego hizo mensajeros al tesorero, y dijo que Cortés era muy leal caballero y gran servidor de su majestad, y que en nuestros tiempos se podía poner en la cuenta de los muy afamados servidores de la corona real, y que en lo que estaba entendiendo era aviarse para ir ante su majestad, y que podían estar sin sospecha de lo que pensaban; y también le escribió que tuvo mala consideración en le haber desterrado, y que no lo acertó. Entonces dicen que le dijo en la carta que le escribió: "Oh señor tesorero Alonso de Estrada, y ¡cómo ha dañado y estragado este negocio!" Dejemos esto de la carta; que no me acuerdo bien si volvió Cortés a México para dejar recaudo a las personas a quien había de dar los poderes para entender en su estado y casa e cobrar los tributos de los pueblos de su encomienda; salvo sé que dejó poder mayor al licenciado Juan Altamirano y a Diego de Ocampo y Alonso Valiente y a Santa Cruz, burgalés, y sobre todos a Altamirano; e ya tenía allegado muchas aves de las diferenciadas de otras que hay en Castilla, que eran cosa muy de ver, y dos tigres, y muchos barriles de liquidámbar y bálsamo cuajado y otro como aceite, y cuatro indios maestros de jugar el palo con los pies, que en Castilla y en todas partes es cosa de ver, y otros indios bailadores, que suelen hacer una manera de ingenio, al parecer como que vuelan por alto estando bailando; y llevó tres indios corcovados de tal manera, que eran cosa monstruosa,, porque estaban quebrados por el cuerpo y eran muy enanos; y también llevó indios e indias muy blancos, que con el gran blancor no velan bien. Y entonces los caciques de Tlascala le rogaron que llevase en su compañía tres hijos de los más principales de aquella provincia, y entre ellos fue un hijo de Xicotenga el viejo ciego, que después se llamó don Lorenzo de Vargas, y llevó otros caciques mexicanos; y estando aderezando su partida, le llegaron nuevas de la Veracruz que habían venido dos navíos muy buenos veleros, y en ellos le trajeron cartas de Castilla, y lo que se contenía en ellas diré adelante.

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