Califas almohades en al-Andalus
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Datos principales
Rango
Almohades
Desarrollo
La consolidación del poder político almohade en el Magreb fue un hecho de esencial importancia, puesto que permitió prestar mayor atención al sector peninsular del Imperio. Hasta entonces, el califa Abd al-Mumin mantenía en al-Andalus una intensa actividad militar y diplomática, utilizando, además, los efectos psicológicos de sus victorias magrebíes. En 1160, llegaron noticias a Sevilla de que los rebeldes Ibn Mardanis e Ibn Hamusk habían sitiado Córdoba. En 1159, se había apoderado el primero de Jaén y poco antes, en 1158, habían tomado ambos Écija y Carmona. Sevilla quedaba así seriamente amenazada.Abd al-Mumin decidió entonces visitar y centrarse en al-Andalus y, para ello, estableció como base de operaciones Gibraltar. Allí permaneció durante unos meses hasta enero de 1161, en que confirmó a su hijo Abu Yaqub Yusuf, el que sería su sucesor, como gobernador de Sevilla, donde ya ejercía como tal desde 1155. A su vuelta de Marrakech, sede del Imperio, con conocimiento directo de la situación andalusí, mandó tropas al tiempo que fortaleció la conquista doctrinal mediante el envío de misivas recordando a sus súbditos las líneas esenciales del credo almohade.Era un hecho consumado que desde 1160 los resistentes andalusíes se dedicaron a atacar Sevilla, Córdoba y Granada, ciudades que exigieron sofisticadas estrategias militares para ser recuperadas. Entre tanto, el califa decidió trasladar la capitalidad de al-Andalus a Córdoba, empresa efímera, pues a la muerte de aquél, en 1163, ocho meses después de tomar dicha decisión, su hijo y sucesor Abu Yaqub determinó que Sevilla continuara ostentando la capitalidad.
Abu Yaqub (1163-1184) heredó una situación en auge y supo mantenerla. Según los cronistas de la época, fue el más culto de todos los soberanos almohades y afirman que era erudito en árabe, literatura, ciencias religiosas, filosofía y medicina y, además, un gran bibliófilo que se rodeó de una corte ilustrada en la que contó con personajes de la talla de Ibn Tufayl y Averroes . En lo que se refiere al gobierno de al-Andalus, confió las distintas provincias a parientes y allegados, y decidió emprender la lucha contra Ibn Mardanis , que se mantuvo hasta la muerte de éste en 1172; sus familiares aceptaron finalmente a los almohades.Mientras tanto, en el Oeste peninsular Giraldo "sem Pavor" , que comenzó sus ataques en 1163, tomó Trujillo , Cáceres y Evora en 1165; al año siguiente, Montánchez y Serpa, y en 1169, Badajoz , atacando incluso posesiones de Fernando II de León, que se alió con los almohades. Juntos entraron este mismo año en Badajoz, que quedó en manos musulmanas. Fernando II el Baboso fundaba poco después la Orden de Santiago y la "colocaba en la Extremadura cacereña, estratégicamente preparada para avanzar y guardar", tal como escribe M? Jesús Viguera en su obra Los reinos de taifas y las invasiones magrebíes.A pesar de las dificultades de control territorial, fueron éstos momentos de prosperidad económica, tanto en el Magreb como en al-Andalus, prosperidad que se reflejó también en una gran labor constructiva ejemplificada, aún hoy día, en diversos vestigios muy conocidos, como la Torre del Oro y el alminar de la gran mezquita de Sevilla, la Giralda .
La expansión portuguesa continuaba, al tiempo que Alfonso VIII de Castilla acampaba cerca de Córdoba y se dirigía contra Sevilla y Algeciras en 1182, contando con el apoyo de Fernando II de León, aliado de Castilla en 1183. Todo esto obligó a Abu Yaqub a volver a la Península desde el Magreb en 1184. Se dirigió a Santarem donde sufrió una herida mortal. Su muerte fue mantenida en secreto durante algún tiempo para evitar discordias hasta que fue nombrado sucesor su hijo Abu Yusuf Yaqub en Sevilla (1184-1199). Este fue proclamado en el Alcázar y a continuación marchó a Marrakech donde también fue reconocido. La situación a este lado del Estrecho se deterioraba y Abu Yusuf tuvo que volver a la Península; en 1190, desembarcó en Tarifa y continuó hasta Córdoba donde pactó treguas con Castilla, previamente acordadas con León. Su objetivo primordial se centraba en Portugal, donde también firmó treguas. De nuevo, marchó al Magreb para volver a la Península en 1195 para enfrentarse con Alfonso VIII de Castilla, al que derrotó en la famosa batalla de Alarcos, al norte de Córdoba. Esta victoria sobre los castellanos dio estímulos suficientes a los musulmanes para continuar hacia el norte, llegando a poner sitio a Toledo, aunque el califa tuvo que volver a Sevilla para retomar la capital de su Imperio, donde murió en 1199.Entre los problemas con los que se enfrentó Abu Yusuf se encontraba la cuestión de los fundamentos religiosos. Sumido en el celo de los eruditos más devotos, que denunciaban el peligro de ciertos pensadores, decidió quemar todo lo que aquéllos consideraban subversivo; entre los afectados estuvo Averroes , cuyas obras fueron prohibidas. Por otra parte, hay que señalar que se manifestó como un eficiente estadista, preocupado, al igual que su antecesor, por la actividad constructiva.
Abu Yaqub (1163-1184) heredó una situación en auge y supo mantenerla. Según los cronistas de la época, fue el más culto de todos los soberanos almohades y afirman que era erudito en árabe, literatura, ciencias religiosas, filosofía y medicina y, además, un gran bibliófilo que se rodeó de una corte ilustrada en la que contó con personajes de la talla de Ibn Tufayl y Averroes . En lo que se refiere al gobierno de al-Andalus, confió las distintas provincias a parientes y allegados, y decidió emprender la lucha contra Ibn Mardanis , que se mantuvo hasta la muerte de éste en 1172; sus familiares aceptaron finalmente a los almohades.Mientras tanto, en el Oeste peninsular Giraldo "sem Pavor" , que comenzó sus ataques en 1163, tomó Trujillo , Cáceres y Evora en 1165; al año siguiente, Montánchez y Serpa, y en 1169, Badajoz , atacando incluso posesiones de Fernando II de León, que se alió con los almohades. Juntos entraron este mismo año en Badajoz, que quedó en manos musulmanas. Fernando II el Baboso fundaba poco después la Orden de Santiago y la "colocaba en la Extremadura cacereña, estratégicamente preparada para avanzar y guardar", tal como escribe M? Jesús Viguera en su obra Los reinos de taifas y las invasiones magrebíes.A pesar de las dificultades de control territorial, fueron éstos momentos de prosperidad económica, tanto en el Magreb como en al-Andalus, prosperidad que se reflejó también en una gran labor constructiva ejemplificada, aún hoy día, en diversos vestigios muy conocidos, como la Torre del Oro y el alminar de la gran mezquita de Sevilla, la Giralda .
La expansión portuguesa continuaba, al tiempo que Alfonso VIII de Castilla acampaba cerca de Córdoba y se dirigía contra Sevilla y Algeciras en 1182, contando con el apoyo de Fernando II de León, aliado de Castilla en 1183. Todo esto obligó a Abu Yaqub a volver a la Península desde el Magreb en 1184. Se dirigió a Santarem donde sufrió una herida mortal. Su muerte fue mantenida en secreto durante algún tiempo para evitar discordias hasta que fue nombrado sucesor su hijo Abu Yusuf Yaqub en Sevilla (1184-1199). Este fue proclamado en el Alcázar y a continuación marchó a Marrakech donde también fue reconocido. La situación a este lado del Estrecho se deterioraba y Abu Yusuf tuvo que volver a la Península; en 1190, desembarcó en Tarifa y continuó hasta Córdoba donde pactó treguas con Castilla, previamente acordadas con León. Su objetivo primordial se centraba en Portugal, donde también firmó treguas. De nuevo, marchó al Magreb para volver a la Península en 1195 para enfrentarse con Alfonso VIII de Castilla, al que derrotó en la famosa batalla de Alarcos, al norte de Córdoba. Esta victoria sobre los castellanos dio estímulos suficientes a los musulmanes para continuar hacia el norte, llegando a poner sitio a Toledo, aunque el califa tuvo que volver a Sevilla para retomar la capital de su Imperio, donde murió en 1199.Entre los problemas con los que se enfrentó Abu Yusuf se encontraba la cuestión de los fundamentos religiosos. Sumido en el celo de los eruditos más devotos, que denunciaban el peligro de ciertos pensadores, decidió quemar todo lo que aquéllos consideraban subversivo; entre los afectados estuvo Averroes , cuyas obras fueron prohibidas. Por otra parte, hay que señalar que se manifestó como un eficiente estadista, preocupado, al igual que su antecesor, por la actividad constructiva.