BREVE RELACIÓN DE LAS MISIONES DEL PARAGUAY
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BREVE RELACIÓN DE LAS MISIONES DEL PARAGUAY MI MUY VENERADO P. PEDRO DE CALATAYUD: Uno de los principales puntos que V. R. me encarga, es una relación universal de las decantadas Misiones del Paraguay, por haber yo habitado en ellas dos veces: la primera, doce años: y la segunda, después de algún tiempo, diez y seis: en que estuve en todos sus pueblos y territorios muchas veces, ya con oficio de párroco, que lo fui en seis pueblos sucesivamente: ya de Compañero de los Curas, y con otros muchos empleos, con ocasión de las revueltas que allí ha habido en estos años. Haré lo que pudiere para satisfacer a V. R., a quien tanto debo. Y para que mejor se entienda lo que de ellas dijere, trataré primero algo de las conquistas y población de los primeros españoles, y de la extensión de la provincia jesuítica del Paraguay. Por no tener en este destierro libros e Historia a mano, no podré señalar el año fijo de algunos pasajes con toda certeza, pero sí a corta diferencia. Va también un mapa para mayor claridad. CAPÍTULO I Población de los primeros españoles del Paraguay Hacia el año 1530 fueron los primeros españoles al río de la Plata. Hicieron el fuerte de Buenos Aires, y otros río arriba. Fundaron la ciudad de la Asunción en la región de Paraguay. Los españoles que llegaron eran mil y tantos que, después de muchas guerras con los indios, quedaron en cuatrocientos. Estos, gozando de algún sosiego e intimidados los indios de sus armas, se dividieron a formar varias poblaciones, a distancia de cien leguas, y otras mucho más, de la ciudad, quedando en ésta la mayor y más noble parte.
A cada población de éstas iban sesenta o setenta españoles. Formaban sus casas de paredes de palos y cañas, y barro metido entre ellas, y cubiertas de paja. De esta manera fundaron en el Río de la Plata y Paraná a Buenos Aires, Santa Fe de Paraná y Corrientes: y hacia el Brasil, las poblaciones de Ciudad Real, Jerez y Villarica. Y a estas poblaciones tan cortas y pobres llamaban ciudades. De ellas dos, que son Ciudad Real y Jerez se asolaron: las demás perseveran, pero con poco aumento. Sólo Buenos Aires ha crecido tanto, que tiene una legua de largo, y como media de ancho, con casas de ladrillo, cubiertas de teja todas, aunque casi todas son de un suelo, y con mucho comercio y abundancia de víveres, al modo de las buenas ciudades de Europa. Redujeron todas estas poblaciones a una gobernación y Obispado, cuyas cabezas residían en el Paraguay. Después las redujeron a dos, añadiendo la de Buenos Aires, que comprende a Santa Fe y Corrientes, y a una nueva ciudad que se formó en este siglo, llamada Montevideo. Todas a una y otra orilla del gran río de la Plata y Paraná. Este río de tan espléndido nombre, es el mismo que Paraná, que significa en aquella lengua pariente del mar. Desde su nacimiento hasta el río Uruguay, que entra en él seis leguas antes de Buenos Aires, se llama Paraná. Desde ahí hasta el mar en los cabos de Santa María y San Antonio, llámase Río de la Plata. Véase bien ese mapa de toda la América meridional. Llamáronle de la Plata por juzgar había mucha en él, engañados por ciertas señas; pero no tiene más plata que el Ebro o el Tajo.
Como sujetaron por armas muchas naciones, se les impuso tributo en señal de vasallaje. Y para premiar a los conquistadores, repartió el Rey entre ellos el tributo, señalando para cada conquistador un cierto número de tributarios, según sus mayores o menores méritos, con obligación de cuidar de ellos en lo cristiano y político. Y como a poco tiempo viesen que los indios con gran dificultad pagaban el tributo, no porque fuese mucho, sino por su gran desidia, paró el punto en que los tributarios sirviesen personalmente al conquistador dos meses al año en lugar del tributo. A estos conquistadores llamaban encomenderos, y a los tributarios, mitayos, y al servir los dos meses, pagar la mita. Pero no se contentaron con los dos meses. Los más se hacían servir del mitayo todo el año, sin pagarle los diez meses; y el más escrupuloso, seis o siete meses. Los Nuestros en particular y en público en los púlpitos procedían con celo contra este impío abuso; y por ello fueron tan perseguidos que llegaron en algunas partes a echarlos de los colegios. La ciudad que más se señaló en esta persecución fue la del Paraguay. Pero al fin, después de muchos años y trabajos, como iban adargados con las leyes y Cédulas Reales, prevaleció la verdad y el verdadero celo. A que se añadió el haber venido de Europa más gente y más jueces, que pusieron en razón y equidad este asunto. Y ya ha muchos años que sólo sirven los dos meses, pero con gran diminución de los indios, que perecieron muchos en las vejaciones antiguas: de tal manera, que habiendo en aquellos tiempos en la jurisdicción de la ciudad del Paraguay cincuenta mil indios matriculados, según consta de los libros de Cabildo, estos años no pasaban de ocho mil de todas edades y sexos, según consta de la matrícula que traía el Sr.
Obispo Torres de resulta de su Visita. Y aunque en lo antiguo eran muchos pueblos, ahora sólo son diez, y de casas de paja: los seis a cargo de clérigos Curas, y los cuatro de religiosos de San Francisco. En este estado están las cosas del Paraguay, sin haber más indios, ni más adelantamiento en aquel Obispado, sino sólo unas nuevas misiones de infieles que los Nuestros iban entablando estos años. En el Obispado y gobernación de Buenos Aires, hay en la jurisdicción de las Corrientes, dos pueblos a cargo de los PP. de S. Francisco: uno de doscientas familias, otro de quince o diez y seis. En la jurisdicción de Santa Fe hay uno de veinte familias. Y en la de Buenos Aires, tres de diez y siete a veinte familias. No hay más que esta poquedad: y los treinta de Jesuitas, asunto principal de este escrito.
A cada población de éstas iban sesenta o setenta españoles. Formaban sus casas de paredes de palos y cañas, y barro metido entre ellas, y cubiertas de paja. De esta manera fundaron en el Río de la Plata y Paraná a Buenos Aires, Santa Fe de Paraná y Corrientes: y hacia el Brasil, las poblaciones de Ciudad Real, Jerez y Villarica. Y a estas poblaciones tan cortas y pobres llamaban ciudades. De ellas dos, que son Ciudad Real y Jerez se asolaron: las demás perseveran, pero con poco aumento. Sólo Buenos Aires ha crecido tanto, que tiene una legua de largo, y como media de ancho, con casas de ladrillo, cubiertas de teja todas, aunque casi todas son de un suelo, y con mucho comercio y abundancia de víveres, al modo de las buenas ciudades de Europa. Redujeron todas estas poblaciones a una gobernación y Obispado, cuyas cabezas residían en el Paraguay. Después las redujeron a dos, añadiendo la de Buenos Aires, que comprende a Santa Fe y Corrientes, y a una nueva ciudad que se formó en este siglo, llamada Montevideo. Todas a una y otra orilla del gran río de la Plata y Paraná. Este río de tan espléndido nombre, es el mismo que Paraná, que significa en aquella lengua pariente del mar. Desde su nacimiento hasta el río Uruguay, que entra en él seis leguas antes de Buenos Aires, se llama Paraná. Desde ahí hasta el mar en los cabos de Santa María y San Antonio, llámase Río de la Plata. Véase bien ese mapa de toda la América meridional. Llamáronle de la Plata por juzgar había mucha en él, engañados por ciertas señas; pero no tiene más plata que el Ebro o el Tajo.
Como sujetaron por armas muchas naciones, se les impuso tributo en señal de vasallaje. Y para premiar a los conquistadores, repartió el Rey entre ellos el tributo, señalando para cada conquistador un cierto número de tributarios, según sus mayores o menores méritos, con obligación de cuidar de ellos en lo cristiano y político. Y como a poco tiempo viesen que los indios con gran dificultad pagaban el tributo, no porque fuese mucho, sino por su gran desidia, paró el punto en que los tributarios sirviesen personalmente al conquistador dos meses al año en lugar del tributo. A estos conquistadores llamaban encomenderos, y a los tributarios, mitayos, y al servir los dos meses, pagar la mita. Pero no se contentaron con los dos meses. Los más se hacían servir del mitayo todo el año, sin pagarle los diez meses; y el más escrupuloso, seis o siete meses. Los Nuestros en particular y en público en los púlpitos procedían con celo contra este impío abuso; y por ello fueron tan perseguidos que llegaron en algunas partes a echarlos de los colegios. La ciudad que más se señaló en esta persecución fue la del Paraguay. Pero al fin, después de muchos años y trabajos, como iban adargados con las leyes y Cédulas Reales, prevaleció la verdad y el verdadero celo. A que se añadió el haber venido de Europa más gente y más jueces, que pusieron en razón y equidad este asunto. Y ya ha muchos años que sólo sirven los dos meses, pero con gran diminución de los indios, que perecieron muchos en las vejaciones antiguas: de tal manera, que habiendo en aquellos tiempos en la jurisdicción de la ciudad del Paraguay cincuenta mil indios matriculados, según consta de los libros de Cabildo, estos años no pasaban de ocho mil de todas edades y sexos, según consta de la matrícula que traía el Sr.
Obispo Torres de resulta de su Visita. Y aunque en lo antiguo eran muchos pueblos, ahora sólo son diez, y de casas de paja: los seis a cargo de clérigos Curas, y los cuatro de religiosos de San Francisco. En este estado están las cosas del Paraguay, sin haber más indios, ni más adelantamiento en aquel Obispado, sino sólo unas nuevas misiones de infieles que los Nuestros iban entablando estos años. En el Obispado y gobernación de Buenos Aires, hay en la jurisdicción de las Corrientes, dos pueblos a cargo de los PP. de S. Francisco: uno de doscientas familias, otro de quince o diez y seis. En la jurisdicción de Santa Fe hay uno de veinte familias. Y en la de Buenos Aires, tres de diez y siete a veinte familias. No hay más que esta poquedad: y los treinta de Jesuitas, asunto principal de este escrito.