Batalla de Cintla
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Datos principales
Desarrollo
Batalla de Cintla No se durmió aquella noche Cortés; antes bien hizo llevar a las naos a todos los heridos, ropa y otros embarazos, y sacar los que guardaban la flota, y trece caballos y seis tiros de fuego. Estos caballos fueron los primeros que entraron en aquella tierra, que ahora llaman Nueva España. Ordenó la gente, puso en concierto la artillería, y caminó hacia Cintla, donde el día antes fue la riña, creyendo que allí hallarían a los indios. Ya también ellos, cuando los nuestros llegaron, comenzaban a entrar en el camino, muy en orden, y venían en cinco escuadrones de ocho mil cada uno; y como donde se encontraron eran barbechos y tierra de labranza, y entre muchas acequias y ríos hondos y malos de pasar, se embarazaron los nuestros y se desordenaron; y Hernán Cortés se fue con los de a caballo a buscar mejor paso sobre la mano izquierda, y a encubrirse con unos árboles, y caer por allí, como de emboscada, en los enemigos por las espaldas o lado. Los de a pie siguieron su camino derecho, pasando a cada paso acequias, y escudándose, pues los contrarios les tiraban; y así, entraron en unas grandes rozas labradas y de mucha agua, donde los indios, como hombres que sabían los pasos, que estaban diestros y sueltos en saltar las acequias, llegaban a flechar, y hasta a tirar varas y piedras con honda. De manera que, aunque los nuestros hacían daño en ellos y mataban a algunos con ballestas y escopetas y con la artillería, cuando podía jugar, no los podían rechazar, porque tenían refugio en árboles y valladares; y si intencionadamente los de Potonchan esperaron en aquel lugar, como es de creer, no eran bárbaros ni mal entendidos en guerra.
Salieron, pues, de aquel mal paso, y entraron en otro algo mejor, porque era espacioso y llano, y con menos ríos, y allí se aprovecharon más de las armas de tiro, que daban siempre en blanco, y de las espadas, pues llegaron a pelear cuerpo a cuerpo. Pero como los indios eran en número infinito, cargaron tanto sobre ellos, que los arremolinaron en poco trecho de tierra, y les fue forzado, para defenderse, pelear vueltas las espaldas unos a otros, y aun así, estaban en muy grande aprieto y peligro, porque ni tenían espacio para tirar su artillería, ni gente de caballo que les apartase a los enemigos. Estando, pues, así, caídos y a punto de huir, apareció Francisco Morla en un caballo rucio picado, arremetió a los indios, y les hizo arredrar un tanto. Entonces los españoles, pensando que era Cortés, y teniendo algo más de espacio, arremetieron a los enemigos, y mataron a algunos de ellos. Con esto el de a caballo no apareció más, y con su ausencia volvieron los indios sobre los españoles, y los pusieron en el trance que antes. Volvió luego el de a caballo, se puso junto a los nuestros, corrió a los enemigos, y les hizo dejar espacio. Entonces ellos, con la ayuda del hombre a caballo, van con ímpetu a los indios, y matan y hieren a muchos de ellos; pero en lo mejor del tiempo los dejó el caballero, y no lo pudieron ver. Como los indios no vieron tampoco al de a caballo, de cuyo miedo y espanto huían, pensando que era un centauro, vuelven de nuevo sobre los cristianos con gentil denuedo, y los tratan peor que antes.
Volvió entonces el de a caballo por tercera vez, e hizo huir a los indios con daño y miedo, y los peones arremetieron también, hiriendo y matando. A esta sazón llegó Cortés con los otros compañeros de a caballo, harto de rodear y de pasar arroyos y montes, pues no había otra cosa por allí. Le dijeron lo que habían visto hacer a uno de a caballo, y preguntaron si era de su compañía; y como dijo que no, porque ninguno de ellos había podido venir antes, creyeron que era el apóstol Santiago, patrón de España. Entonces dijo Cortés: "Adelante, compañeros, que Dios es con nosotros y el glorioso San Pedro." Y en diciendo esto, arremetió a más correr con los de a caballo por medio de los enemigos, y los lanzó fuera de las acequias, a un sitio donde muy a su talante los pudo alancear, y alanceándolos, desbaratar. Los indios dejaron entonces el campo raso, y se metieron por los bosques y espesuras, no parando hombre con hombre. Acudieron entonces los de a pie, y los siguieron; y al darles alcance, mataron muy bien a más de trescientos indios, aparte otros muchos que hirieron de escopeta y de ballesta. Quedaron heridos en este día más de setenta españoles de flechas y hasta de pedradas. Con el trabajo de la batalla, o con el grande y excesivo calor que allí hace, o por las aguas que bebieron nuestros españoles por aquellos arroyos y balsas, les dio un dolor súbito de costillas, que cayeron en tierra más de cien de ellos, a los cuales fue menester llevar a cuestas o arrimados; pero quiso Dios que se les quitase del todo aquella noche, y a la mañana siguiente estuviesen todos buenos.
No pocas gracias dieron nuestros españoles cuando se vieron libres de las flechas y muchedumbre de indios, con quienes habían peleado, a nuestro Señor, que milagrosamente les quiso librar; y todos dijeron que vieron por tres veces al del caballo rucio picado pelear en su favor contra los indios, según arriba queda dicho; y que era Santiago, nuestro patrón. Hernán Cortés quería mejor que fuese San Pedro, su especial abogado; pero cualquiera que de ellos fuese, se tuvo a milagro, como de veras pareció; porque, no solamente lo vieron los españoles, sino también los indios lo notaron por el estrago que en ellos hacía cada vez que arremetía a su escuadrón y porque les parecía que los cegaba y entorpecía. De los prisioneros que se tomaron se supo esto.
Salieron, pues, de aquel mal paso, y entraron en otro algo mejor, porque era espacioso y llano, y con menos ríos, y allí se aprovecharon más de las armas de tiro, que daban siempre en blanco, y de las espadas, pues llegaron a pelear cuerpo a cuerpo. Pero como los indios eran en número infinito, cargaron tanto sobre ellos, que los arremolinaron en poco trecho de tierra, y les fue forzado, para defenderse, pelear vueltas las espaldas unos a otros, y aun así, estaban en muy grande aprieto y peligro, porque ni tenían espacio para tirar su artillería, ni gente de caballo que les apartase a los enemigos. Estando, pues, así, caídos y a punto de huir, apareció Francisco Morla en un caballo rucio picado, arremetió a los indios, y les hizo arredrar un tanto. Entonces los españoles, pensando que era Cortés, y teniendo algo más de espacio, arremetieron a los enemigos, y mataron a algunos de ellos. Con esto el de a caballo no apareció más, y con su ausencia volvieron los indios sobre los españoles, y los pusieron en el trance que antes. Volvió luego el de a caballo, se puso junto a los nuestros, corrió a los enemigos, y les hizo dejar espacio. Entonces ellos, con la ayuda del hombre a caballo, van con ímpetu a los indios, y matan y hieren a muchos de ellos; pero en lo mejor del tiempo los dejó el caballero, y no lo pudieron ver. Como los indios no vieron tampoco al de a caballo, de cuyo miedo y espanto huían, pensando que era un centauro, vuelven de nuevo sobre los cristianos con gentil denuedo, y los tratan peor que antes.
Volvió entonces el de a caballo por tercera vez, e hizo huir a los indios con daño y miedo, y los peones arremetieron también, hiriendo y matando. A esta sazón llegó Cortés con los otros compañeros de a caballo, harto de rodear y de pasar arroyos y montes, pues no había otra cosa por allí. Le dijeron lo que habían visto hacer a uno de a caballo, y preguntaron si era de su compañía; y como dijo que no, porque ninguno de ellos había podido venir antes, creyeron que era el apóstol Santiago, patrón de España. Entonces dijo Cortés: "Adelante, compañeros, que Dios es con nosotros y el glorioso San Pedro." Y en diciendo esto, arremetió a más correr con los de a caballo por medio de los enemigos, y los lanzó fuera de las acequias, a un sitio donde muy a su talante los pudo alancear, y alanceándolos, desbaratar. Los indios dejaron entonces el campo raso, y se metieron por los bosques y espesuras, no parando hombre con hombre. Acudieron entonces los de a pie, y los siguieron; y al darles alcance, mataron muy bien a más de trescientos indios, aparte otros muchos que hirieron de escopeta y de ballesta. Quedaron heridos en este día más de setenta españoles de flechas y hasta de pedradas. Con el trabajo de la batalla, o con el grande y excesivo calor que allí hace, o por las aguas que bebieron nuestros españoles por aquellos arroyos y balsas, les dio un dolor súbito de costillas, que cayeron en tierra más de cien de ellos, a los cuales fue menester llevar a cuestas o arrimados; pero quiso Dios que se les quitase del todo aquella noche, y a la mañana siguiente estuviesen todos buenos.
No pocas gracias dieron nuestros españoles cuando se vieron libres de las flechas y muchedumbre de indios, con quienes habían peleado, a nuestro Señor, que milagrosamente les quiso librar; y todos dijeron que vieron por tres veces al del caballo rucio picado pelear en su favor contra los indios, según arriba queda dicho; y que era Santiago, nuestro patrón. Hernán Cortés quería mejor que fuese San Pedro, su especial abogado; pero cualquiera que de ellos fuese, se tuvo a milagro, como de veras pareció; porque, no solamente lo vieron los españoles, sino también los indios lo notaron por el estrago que en ellos hacía cada vez que arremetía a su escuadrón y porque les parecía que los cegaba y entorpecía. De los prisioneros que se tomaron se supo esto.