Arquitectura militar
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Datos principales
Rango
Arte Islámico
Desarrollo
Los rasgos diferenciales de la arquitectura militar islámica, son, en primer lugar, su carácter omnipresente, ya que hasta edificios que no tenían necesidad de ello, se diseñaron torreados y almenados; está, en segundo lugar, su decoración pues se constituyeron, sobre todo las puertas, como fachadas de la ciudad , anuncio y propaganda de su riqueza y reflejo del poder de sus señores; en último lugar, debemos resaltar su falta de modernización, pues no parece que el uso masivo de la artillería les afectara tanto como a las fortalezas cristianas desde los albores del XVI. La primera serie de fortificaciones es la omeya, en la que destacan las características señaladas: la simplicidad de sus trazados, la distribución de sus torres y puertas y los recursos decorativos . Se trata, en suma, de una arquitectura militar de exhibición, con casi toda la superficie exterior del amurallamiento decorada. En época abbasí se dio la misma tendencia, pero se adoptaron recursos defensivos más sofisticados, de origen bizantino, y aunque no se atenuó el interés decorativo, se concentró más en las puertas y sus aledaños; las más impresionantes debieron ser las de Bagdad , que conocemos a base de datos literarios, y en las que ya observamos una multiplicación de elementos, rígidamente ordenados, que apuntan tanto al deseo de dificultar el acceso como al de impresionar. Ya en el siglo IX poseemos recintos en Occidente; además de los tunecinos, en Susa y Monastir, que siguieron de cerca los modelos omeyas pero despojados de decoración, tenemos un Dar al-Imara en Mérida (del año 835) y otro en Sevilla (del año 913) en los que destaca lo tosco de su factura, con numerosos elementos romanos reaprovechados; al XI corresponden unos importantes cambios en Al-Andalus , a causa del cambio sustancial de los cristianos hispánicos que, de la mera supervivencia, pasaron a controlar una lucrativa industria de la guerra.
El cambio consistió en el aprovechamiento de la topografía, con olvido de los trazados rígidos, la multiplicación de elementos, especialmente en las puertas, la disposición de torres albarranas, es decir, capaces de dar fuego de flanqueo y fáciles de aislar y, sobre todo, el uso del tapial como material casi monográfico, que, además de ser barato, no requería especialistas para su construcción y resultaba bastante elástico ante los impactos de la artillería de la época. No se perdieron los deseos disuasorios ni las exhibiciones a base de decorar puertas y torres, cuestión en la que fueron maestros los almohades, cuyas puertas de Rabat , de 1191, o la Torre del Oro de Sevilla , de 1220, pasan por ser obras maestras. Los turcos no profundizaron en la investigación de las fortificaciones y así las que hicieron en el Bósforo entre 1395 y 1452, y a las que en el XVI contribuyó Sinan , no reflejan los avances que sus contemporáneos europeos habían alcanzado. El último capítulo de la arquitectura militar islámica se dio, a partir de los tugluqíes, en tierras de la India; allí, nuevamente, aparecen esquemas omeyas, aunque magnificados y evolucionados. Entremos en la ciudad , una vez vistas sus defensas; en todas existió una red de calles fundamentales, que unían las puertas de la muralla entre sí y con el centro urbano, es decir, los aledaños de la aljama, con lo que la ciudad quedaba partida en una serie de bloques bastante compactos, que incluso pudieran estar servidos por alguna calle secundaria cuyo final estaría en la mezquita del barrio. A partir de éstas el resto de las calles, es decir, todo lo que no pertenecía a un vecino determinado, eran callejas para dar acceso a un grupo de casas o a una concreta; en excavaciones españolas recientes, en el Cerro del Castillo de Cieza (la antigua Siyasa), se ha podido comprobar, en un barrio de los siglos XI y XII, que no todas las casas abren directamente a la calle más próxima, pues la profundidad de las manzanas impedía que algunas, fabricadas tras las espaldas de las primeras, lo hicieran así; en este caso la solución fue darles acceso por callejas que eran como pasillos encajonados entre las medianeras de las de primera fila.
El cambio consistió en el aprovechamiento de la topografía, con olvido de los trazados rígidos, la multiplicación de elementos, especialmente en las puertas, la disposición de torres albarranas, es decir, capaces de dar fuego de flanqueo y fáciles de aislar y, sobre todo, el uso del tapial como material casi monográfico, que, además de ser barato, no requería especialistas para su construcción y resultaba bastante elástico ante los impactos de la artillería de la época. No se perdieron los deseos disuasorios ni las exhibiciones a base de decorar puertas y torres, cuestión en la que fueron maestros los almohades, cuyas puertas de Rabat , de 1191, o la Torre del Oro de Sevilla , de 1220, pasan por ser obras maestras. Los turcos no profundizaron en la investigación de las fortificaciones y así las que hicieron en el Bósforo entre 1395 y 1452, y a las que en el XVI contribuyó Sinan , no reflejan los avances que sus contemporáneos europeos habían alcanzado. El último capítulo de la arquitectura militar islámica se dio, a partir de los tugluqíes, en tierras de la India; allí, nuevamente, aparecen esquemas omeyas, aunque magnificados y evolucionados. Entremos en la ciudad , una vez vistas sus defensas; en todas existió una red de calles fundamentales, que unían las puertas de la muralla entre sí y con el centro urbano, es decir, los aledaños de la aljama, con lo que la ciudad quedaba partida en una serie de bloques bastante compactos, que incluso pudieran estar servidos por alguna calle secundaria cuyo final estaría en la mezquita del barrio. A partir de éstas el resto de las calles, es decir, todo lo que no pertenecía a un vecino determinado, eran callejas para dar acceso a un grupo de casas o a una concreta; en excavaciones españolas recientes, en el Cerro del Castillo de Cieza (la antigua Siyasa), se ha podido comprobar, en un barrio de los siglos XI y XII, que no todas las casas abren directamente a la calle más próxima, pues la profundidad de las manzanas impedía que algunas, fabricadas tras las espaldas de las primeras, lo hicieran así; en este caso la solución fue darles acceso por callejas que eran como pasillos encajonados entre las medianeras de las de primera fila.