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Asentada sobre una laguna, el hechizo de Venecia reside en la infinidad de canales que conforman su geografía. En sus más de mil trescientos años de historia, la ciudad ha pasado por diversas vicisitudes. Su momento de máximo esplendor corresponde a la Edad Media, cuando las naves venecianas surcaban todos los rincones del Mediterráneo oriental, comerciando con los más diversos puertos, trayendo a Europa los productos más preciados. El león de san Marcos se convertía en seña de identidad de una ciudad en máximo apogeo. Será en este momento cuando se construyan los principales edificios: los palacios, las iglesias, la basílica. Se creaba entonces la imagen de una ciudad sobre las aguas, aguas surcadas por las típicas góndolas, de las que Thomas Mann dijo: "son negras como ninguna otra cosa en este mundo, con la excepción de los ataúdes".
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La ciudad de Venecia será una continua fuente de inspiración para Turner. En dos ocasiones pudo visitar la Ciudad de los Canales y realizó una enorme cantidad de dibujos, bocetos y acuarelas que más tarde utilizaría como base para la ejecución de sus lienzos. Sin embargo, los trabajos definitivos incorporan elementos imaginarios como en este caso el alargado campanario y el gran edificio de la derecha. El motivo de estos añadidos debemos buscarlo en otorgar una mayor belleza a la escena. La luz veneciana ha sido captada a la perfección por el maestro londinense, centrando su atención en la transparencia característica que se ve perturbada por algunas nubes. También nos presenta el trasiego del Gran Canal, el otro gran protagonista de la composición. Las bracas que navegan por él otorgan mayor dinamismo y viveza a la composición. De hecho, la impresión de que el espectador navega en una de las habituales góndolas venecianas es perfectamente creíble. El colorido utilizado por Turner es claro y luminoso, haciendo un perfecto uso de azules, amarillos y blancos. El romanticismo que encierra Venecia ha sido representado por Turner a la perfección en sus numerosas imágenes.
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En el siglo XVI la República de Venecia seguía manteniendo un mayor potencial y una más sólida posición, destacando por encima de los restantes núcleos políticos de la península italiana. El régimen de la Señoría mantuvo a lo largo del Quinientos la significación política que la había caracterizado en siglos anteriores. Seguía siendo, pues, una pieza importante del mapa político europeo, interviniendo activamente en las disputas internacionales merced al poderío territorial y marítimo que conservaba desde su etapa anterior como potencia mediterránea. Con un sistema de gobierno y administración que se mostraba operativo y eficaz, con una organización social bastante representativa en comparación a lo que para entonces era usual, sin graves problemas internos que combatir y con unas disponibilidades económicas que le permitían contar con unas fuerzas militares adecuadas a sus necesidades de defensa y a sus pretensiones exteriores, el Estado veneciano supo conservar su papel de primera estrella del firmamento italiano. El aristocratismo republicano no era patrimonio de una cerrada oligarquía nobiliaria que ocupase el poder de forma tiránica, permanente y exclusiva, sino que, por el contrario, una relativa rotación y alternancia en las esferas gubernamentales eran notas distintivas de su peculiar ordenamiento constitucional, eso sí, siempre sobre la base de una estructuración socio-política estamental en la que la nobleza, aunque abierta y en renovación, no había perdido ni mucho menos su posición sobresaliente. La representación del Estado recaía de forma vitalicia en la figura del Dux, personaje símbolo de la grandeza de la Señoría, al que se le rodeaba de majestuosidad y exaltación ceremonial, a pesar de que su poder efectivo resultaba mínimo. El dux recibía un sueldo por su cargo, sueldo con el que apenas podría sufragar su amplia nómina de gastos. Al estarle prohibido mantener negocios privados, el cargo implicaba disponer de una amplia fortuna previa al nombramiento. El dux veneciano pagaba impuestos como sus convecinos y estaba obligado a no abandonar el Palacio Ducal, excepto con motivo de las fiestas. No podía salir al extranjero sin permiso y sin la compañía de un miembro del Collegio, salvo en caso de guerra. El Consejo tenía derecho a abrir la correspondencia oficial del dux, mientras que el resto de la correspondencia debía ser leída ante los miembros del Consejo. El cuerpo más numeroso del conjunto institucional era el Gran Consejo, integrado por un amplio colectivo aristocrático, órgano soberano del poder de la República del que emanaban las leyes y desde el que se hacía el nombramiento de los cargos públicos, así como la elección de los miembros que integraban el Senado, especialmente orientado éste hacia la dirección y supervisión de los asuntos exteriores. Otros colegios especializados y el "Tribunal de la Cuarantia", junto al Consejo de los Diez, principal organismo ejecutivo, completaba el aparato institucional del Estado veneciano, que había dado y estaba dando muestras de una gran estabilidad y fortaleza en el transcurso de los años y de una notable adecuación a las exigencias de estructuración política que demandaban los nuevos tiempos modernos. El dominio veneciano de los territorios del Véneto y la Lombardía motivarán los recelos de la mayoría de las potencias europeas y de los demás estados italianos. Cada una de las pérdidas territoriales sufrida por los venecianos a manos de los turcos en el Mediterráneo oriental era acogida con satisfacción en Europa. Incluso en el año 1508 se constituye la Liga de Cambrai, formada por el papa, el emperador, España y Francia, para luchar contra la Serenísima República. La Liga contó con el apoyo de los duques de Mantua, Saboya y Ferrara. Las tropas aliadas conseguían derrotar a las venecianas y la República alcanzaba en su momento más bajo. Sin embargo, la urdimbre diplomática era tal que en el año siguiente la Liga se disolvía y Venecia conseguía poner fin al conflicto sin apenas pérdidas territoriales. A pesar de esta victoria "in extremis", la República estaba agotada y tocaba fondo. El descubrimiento de América en 1492 y la colonización del nuevo continente no serán la causa del inicio del descalabro económico de la ciudad. Más bien los motivos debemos buscarlos la falta de interés por parte de los nobles venecianos en invertir en negocios más arriesgados, buscando la seguridad económica al adquirir grandes fincas. Pero no debemos pensar que el comercio con Oriente se paró. A pesar del bloqueo turco tras la caída de Constantinopla en 1453, los mercaderes venecianos siguieron realizando transacciones en los mercados orientales y aportando a Europa los ricos productos que tanto éxito tenían: especias, oro, ricos tejidos, etc. Para mantener su espacio comercial en la zona, Venecia no dudó en participar en la famosa batalla de Lepanto, junto a España y el Papado, batalla en la que consiguió vencer don Juan de Austria, hermano de Felipe II. El gran triunfo de Venecia en estas fechas sería mantener su propia independencia, en unos años en los que los estados italianos eran piezas claves en la política territorial de las grandes potencias europeas: España, Francia y los Estados Pontificios.
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Desde finales del siglo XIII la república de San Marcos había dado un claro giro institucional, centrado en el fortalecimiento de la oligarquía gobernante. En 1297 el Gran Consejo quedaba cerrado al ingreso de nuevas familias -configurando entre todas el llamado "Libro d'Oro" en el que aparecen recogidos los nacimientos y las bodas de sus miembros-, para luego desaparecer como asamblea en 1423. El Senado junto con el Colegio de los Veintiséis, órgano ejecutivo de la "Serenísima", terminaron por perder la mayoría de sus atribuciones. Sus funciones pasaron a ser competencia del Consejo de los Diez, antiguo comité de seguridad. Desde 1310 los dogos fueron elegidos por este consejo entre un grupo cada vez más reducido de familias. El dux, pese a ser elegido de por vida, perdería poco a poco gran parte de su prestigio, convirtiéndose en un hombre de paja en manos del Consejo de los Diez. Sus miembros, máximos exponentes del carácter restringido de la oligarquía veneciana, no dudaron en condenar a muerte al dux Marino Faliero en 1355, acusado de conjurar contra las instituciones venecianas. Al amparo del cambio institucional, las directrices venecianas habían cambiado radicalmente desde el segundo tercio del siglo XIV, al iniciar una política de expansión hacia el interior (terraferma) en perjuicio de sus tradicionales intereses en el Mediterráneo oriental, política que contó con algunas voces contrarias. Algunos autores han destacado con acierto la sincronía existente entre la expansión otomana en los Balcanes y la política de "terraferma" de la república de San Marcos. El cambio de orientación respondería por tanto a la necesidad de asegurar la supervivencia del estado frente a la posibilidad de perder la costa dálmata a manos de los turcos. Sin embargo, no cabe olvidar el papel jugado en dicha transformación por la abierta hostilidad de sus vecinos territoriales: los Visconti de Milán, los Scaligieri de Verona, los Carrara de Padua y los Habsburgo, duques de Austria. El primer logro de las nuevas perspectivas de la república fue la conquista de Treviso en 1339. Pero la orientación expansiva de la política veneciana se hizo más patente durante el gobierno de los dogos Michele Steno (1400-1413), Tomaso Mocenigo (1414-1423) y, sobre todo, Francesco Foscari (1423-1457). Venecia se impuso sobre los Visconti en el Véneto, llegando a controlar las áreas rurales del interior hasta el río Mincio y ciudades como Padua, Vicenza o Verona (1405). También consiguió el dominio sobre el Friuli a costa de los duques de Austria y del patriarca de Aquilea. Su empuje en el Milanesado a lo largo del siglo XV provocó la caída de Bérgamo, Brescia y Cremona del lado veneciano, pese a la resistencia de los Visconti y Sforza. A pesar de todo, la república veneciana no abandonó por completo su política mediterránea, centrada en la rivalidad con genoveses y turcos. Entre 1351 y 1355 mantuvo una dura pugna con Génova por la hegemonía comercial en el Mediterráneo, saldada con la pérdida de Dalmacia (1358) en favor de Luis de Hungría, aliado de los genoveses. Años más tarde, la llamada guerra de Chioggia (1377-1381) llegó a poner en peligro las conquistas venecianas en el Véneto, ante el empuje por tierra y por mar de húngaros y genoveses. La acción militar de Vittorio Pisani consiguió equilibrar la situación, pero no pudo impedir que la Paz de Turín (1381) reconociera la teórica soberanía húngara sobre Dalmacia y la pérdida de Treviso en favor de los Habsburgo. Una vez descartada Génova como rival, Venecia tuvo que afrontar la expansión otomana en la cuenca oriental. La Serenísima, apoyada por los estados cristianos orientales, utilizó una doble estrategia para contrarrestar el avance turco en la Hélade y en los Balcanes. Por una parte ofreció su protectorado a los puertos de Morea y Albania entre 1423 y 1444. Por otro lado trató de mantener con el sultán Murad II (1421-1451) sus antiguos acuerdos comerciales con Bizancio. Pero con la derrota de los cruzados húngaros en Varna (1444), la república de San Marcos tuvo que continuar en solitario la lucha contra los turcos, apoyando en vano sublevaciones locales contra el imperio otomano como la del caudillo albanés Skanderberg (muerto en 1467). A pesar de la actividad diplomática veneciana, fue inviable un acuerdo entre las potencias cristianas para actuar de forma conjunta contra los turcos, dueños de Constantinopla desde 1453. Venecia tuvo que claudicar y firmar una paz poco ventajosa en 1479, que supuso la pérdida de Negroponto y Argos y el pago de un canon anual de 10.000 ducados al sultán Mohamed II (1451-1481) para poder comerciar en sus territorios. Con el acceso al sultanato de Bayaceto II (1481-1512), los venecianos vivieron una etapa de cierta tranquilidad, que les permitió adquirir la isla de Chipre. Pero el avance otomano era ya imparable y resultó del todo imposible para Venecia mantener sus últimas bases en Morea.
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En el siglo XVII la República Serenísima, prototipo de ciudad-Estado, comprendía la provincia del Véneto, una parte de Istria, casi toda Dalmacia y las islas Jónicas; gobernada por un sistema oligárquico-ciudadano cuyos miembros estaban inscritos en el "Libro d'Oro" de la ciudad, seguía estando viva a comienzos de la centuria gracias a su activo comercio, aunque sus iniciativas expansionistas quedarán abandonadas en 1718 con la pérdida de Morea -Creta le había sido arrebatada en 1669- y conservando únicamente sus enclaves en la costa yugoslava, donde bullía ya un cierto nacionalismo antiveneciano. El período que nos ocupa está marcado por la estabilidad, y por un cierto retroceso en el comercio mediterráneo, en parte por la concentración de la propiedad agraria, la vigencia de una agricultura tradicional y la decadencia de la clase dirigente. En efecto, la estabilidad política proviene de la constancia de los ingresos comerciales, dándose muchas exportaciones de cerámicas, objetos de vidrio y obras de arte, llegando a declararse la ciudad puerto franco en 1735; en parte también de una clase política conservadora, anclada en las instituciones tradicionales y dominada por la aristocracia (Gran Consejo de Nobles, Senado y Señoría) opuestos a cualquier conato de reforma, y por último, se debe también a una política de neutralidad en la escena internacional. No obstante, en la segunda mitad del siglo XVIII algo cambió en el panorama político culminando una intensa legislación reformadora, gracias al pensamiento ilustrado, que impulsaría notablemente el desarrollo económico: abolición de los derechos de pastos concedidos a los propietarios ganaderos en determinadas zonas de la llanura véneta, puesta en cultivo de tierras baldías, coto al aumento de las propiedades eclesiásticas, mejora del sistema hacendístico y una redistribución de los impuestos, desarrollo de ciertas industrias (talleres de lino, algodón y lana) y supresión de aduanas internas. Estas transformaciones, aunque no fueron acompañadas de cambios en el terreno institucional, permitieron la aparición de una nueva burguesía en ciudades secundarias y centros rurales, ligada al comercio local, pequeñas industrias o el ejercicio de profesiones liberales. A pesar de sus intentos de neutralidad, la intención austriaca de implantarse en el Mediterráneo hizo que Viena ofreciera en 1747 a la república una permuta de territorios que hubiese supuesto la libre comunicación entre la Lombardía habsburguesa con el Trentino, principado arzobispal, feudatario del Imperio. Dicha negociación no dio ningún fruto. A pesar de que las bases económicas tradicionales en Venecia parecían haberse roto y que las arcas estaban cada vez más vacías, la ciudad no perdía el encanto para los extranjeros. Cada vez un mayor número de visitantes se acercaba a la Ciudad de los Canales, no sólo por razones comerciales sino para disfrutar de las continúas fiestas -el carnaval parecía durar todo el año-, de las salas de juego -ridotti- que abundaban en todos los rincones y de los lujosos burdeles -también de los no tan lujosos-. El dinero se lapidaba en una continua juerga que era famosa en todos los ambientes aristocráticos de Europa. La lenta decadencia veneciana se consolidó cuando el 12 de mayo de 1797, el Gran Consejo declaraba la disolución de la Serenísima República de Venecia. La orden venía impuesta por expreso deseo de Napoleón y poco después las tropas francesas entraban en la ciudad. Napoleón había prometido importantes reformas que nunca se pusieron en marcha, ya que el hábil político francés había negociado con Austria la entrega de la ciudad a cambio de otros territorios. Desde 1797 Austria domina la región del Véneto como una provincia más de su imperio, residiendo en Venecia un regente del emperador, al tiempo que existía una fuerte competencia política con Milán. El dominio austriaco fue en un primer momento muy perjudicial para la región septentrional de Italia, ya que los tributos y los aranceles eran muy gravosos para toda la población, eliminando cualquier posibilidad de negocio.
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La nueva ciudad fue creciendo lentamente. En el siglo XI muchas de las orillas de los pequeños islotes estaban ya consolidadas y se habían excavado algunos canales, mientras que otros eran soterrados para facilitar la comunicación. La urbe se extendía desde la Riva degli Schiavoni hasta la punta de la Dogana y San Giorgio, levantándose algún puente de madera, aunque lo habitual era que la población se comunicara con botes. Las vías interiores sólo servían para unir pequeñas comunidades. Pero ya en estas fechas se estaban empezando a construir dos de las señas de identidad de la ciudad. En el huerto pantanoso del monasterio de San Zacarías se estaba levantando una iglesia dedicada a san Marcos. El antiguo castillo ducal que se erguía poderoso y fortificado con sus torres en los ángulos en la zona de Rialto estaba siendo sustituido por el nuevo en las cercanías de la basílica. Pero Venecia todavía conservaba el aspecto de una ciudad fortificada típica de la Edad Media, con un sistema defensivo que comprendía torres en la punta de la Dogana, San Giorgio y la iglesia de Santa Maria Zobenigo, cerrándose el acceso al Gran Canal a través de una gruesa cadena. Las constantes peticiones de la flota veneciana por parte bizantina para luchar contra los musulmanes supondrán cada vez mayores privilegios y el aumento de la independencia veneciana. Venecia iba obteniendo la supremacía sobre la metrópoli al conseguir la libertad de comerciar por todo el Imperio sin pagar tributos. En el siglo XII crecía la rivalidad de Venecia con Pisa y Génova -apoyadas por Bizancio-, las otras urbes con intereses comerciales en el Mare Nostrum, al tiempo que los venecianos ampliaban sus factorías en todas las costas del Mediterráneo oriental. La amenaza del Sacro Imperio Romano Germánico sobre las ciudades comerciales del norte de Italia era cada vez mayor, ya que las consideraba una legítima herencia del Imperio Romano de Occidente. La posesión bizantina de Venecia dejó a la ciudad al margen de las luchas que tuvieron que mantener el resto de las urbes, apoyadas por el papado, contra el Imperio. Finalmente, Venecia se adhirió a la Liga Lombarda, confiándose a sus representantes los aspectos diplomáticos. No en balde, el dux Sebastiano Ziani consiguió la firma de la paz entre el emperador Federico Barbarroja, el papa Alejandro III y las ciudades del norte de Italia. Venecia se convertía así en una potencia con los mismos derechos que sus aliadas, aunque nominalmente dependiera de Bizancio. La independencia definitiva de Venecia -denominada de esta manera oficialmente ya en el siglo XIII- respecto a Bizancio se consiguió en tiempos del dux Enrico Dandolo. Ya desde hacía tiempo los cruzados partían desde la isla del Lido hacia Tierra Santa en barcos venecianos, pagando el consiguiente tributo. Gracias a sus habilidades, este dux consiguió que los cruzados que partían en barcos venecianos para luchar en la Cuarta Cruzada se avinieran a conquistar Constantinopla. La preparación de la Cuarta Cruzada tenía como finalidad un nuevo ataque al delta del Nilo, bajo impulso veneciano. Su desviación hacia Constantinopla obedeció a móviles políticos y económicos: Alejo, hijo de Isaac II, ofreció a venecianos y cruzados una ayuda inmensa de 200.000 marcos de plata y 10.000 soldados para pelear en la cruzada si, previamente, restablecían a ambos en el trono imperial, del que Isaac había sido desplazado, en 1195 por su propio hermano Alejo. Tal propósito se cumplió gracias a la ayuda occidental en julio de 1203, pero las cláusulas compensatorias no se hacían efectivas y, en enero de 1204, un nuevo golpe instaló en el poder a Alejo V. Aquello precipitó la conquista y saqueo de la capital por los cruzados, en abril, y el reparto de la mayor parte del territorio imperial, atribuido a diversos nobles occidentales. Venecia obtuvo nuevas ventajas económicas y de control político, pudo comerciar directamente en el Mar Negro y mejoró su instalación en el Egeo, se reservó el "cuarto y mitad" de las rentas imperiales e influyó en el nombramiento del nuevo patriarca latino de Constantinopla, Balduino de Flandes. Podemos afirmar que Venecia es "de facto" una ciudad independiente, con una amplia cadena de puertos bajo su control a lo largo y ancho de toda la costa oriental mediterránea, islas incluidas. Entre las numerosas obras de arte llegadas a Venecia destacan los famosos caballos de San Marcos, procedentes del Hipódromo de Constantinopla. El control veneciano del Mediterráneo oriental pronto motivó la aparición de un nuevo enemigo: Génova. En el año 1261 genoveses y bizantinos conseguían unir sus fuerzas y eliminar el reino que los cruzados habían instituido en territorio bizantino. Gracias a la flota y al apoyo genoveses, Miguel VIII recuperó Constantinopla (julio de 1261), las islas que aún controlaba Venecia y algunos territorios complementarios. Génova, por su parte, tuvo libertad de comercio en los mares Egeo y Negro con privilegios mayores que los tenidos hasta entonces por Venecia. Pero los vencidos de 1261 no renunciaron a restaurar la situación anterior: hubo guerra con Venecia hasta 1265. Gracias a la habilidad diplomática veneciana, el emperador bizantino restituiría algunas competencias comerciales venecianas anteriores pero la lucha con Génova se mantuvo viva durante dos siglos más.
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Este lienzo formaba parte de la decoración de sala del Magistrato alle Biade del Palacio Ducal; en 1792 se trasladó a la Librería Marciana pero en 1810 fue llevada al Ala Napoleónica de las Procuradurías, desde donde pasó a la Galería. Posiblemente el primer traslado supuso para la tela una importante modificación, ya que sería originalmente cuadrada, pero se recortó para adaptarse al techo de la obra realizada por Sansovino. El sensacional estudio de perspectiva, el refinado cromático y los efectos de contraluz hacen de ésta una de las mejores piezas de Veronés, protagonizada por la figura de Venecia, ricamente ataviada y colocada en un trono con dosel, recibiendo el homenaje de Hércules, a la izquierda de la composición, y de Ceres, la diosa griega de la agricultura, acompañada de dos amorcillos que portan fardos de cereal, el mismo que la diosa ofrenda en su manto a la imagen simbólica de la Ciudad de los Canales.
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Tras la impronta marcada por Jacobo Sansovino a lo largo de su estancia veneciana en la Piazzetta y la Piazza de San Marcos, que con pocas concesiones al manierismo inicial mantuvo cierto empaque helénico en sus construcciones (como clasicista se mostró también en su otra faceta de escultor), es lógico que Venecia y el Véneto de terraferma, donde la riqueza agrícola se reafirmó, acogieran con simpatía a un estudioso de los monumentos clásicos y un equilibrado distribuidor de columnas, cúpulas y frontones romanos, Andrea Palladio. No había nacido en la propia Venecia Andrea di Pietro della Gondola, apellidado generalmente Andrea Palladio, sino en 1508 en la ciudad universitaria de Padua, desde tiempo dominio de la Serenísima. Allí se acercó a Falconetto y compartió su adhesión a los arcos triunfales romanos, pero su encuentro con el humanista Gian Giorgio Trissino fue decisivo. Su apoyo le permitió viajar a Roma y estudiar los monumentos de la antigüedad y también los alzados por Bramante, Rafael y Peruzzi. Sus estudios le proporcionaron diseños que, junto con creaciones propias, se reprodujeron en otro de los tratados teóricos más admirables del siglo XVI, "I quattro libri dell'Architeaura", que imprimió en 1570. Por sus ideas y estética en cierto modo aparece muy próximo a Leon Battista Alberti. Precisamente el recuerdo de Alberti explica la que es pionera en su considerable actividad arquitectónica en Vicenza, la ciudad al oeste de Padua que se enorgullece de nombrarse a sí misma la ciudad del Palladio, la llamada Basílica, el gran salón medieval gótico cubierto por bóveda esquifada de madera bajo la cual administraba la municipalidad sus asuntos, similar al paduano Palacio della Raggione. Antes se había consultado a Sansovino, Serlio, Sanmicheli y Giulio Romano, que no dictaminaron favorablemente un revestimiento de galerías columnadas en su exterior. Palladio se apoyó en el modo cómo resolvió Alberti la conversión de una iglesia gótica con techumbre maderada en el Templo panteón de Segismundo Malatesta en Rímini, y dispuso en torno a las cuatro fachadas del rectángulo una armoniosa envoltura de pórticos en dos plantas, comenzada en 1546 y no conclusa hasta 1614. Las arcadas se voltean entre dinteles en la disposición de los arcos serlianos ya utilizados por Sansovino en la Biblioteca de San Marcos, y el éxito de su fórmula, más abierta en el piso alto que en el bajo para descargar la gravedad, determinó que también sea reconocido como motivo palladiano. La cabalgada de los arcos, con el claroscuro de los vanos entre columnas toscanas y jónicas, órdenes que también aplica a los soportes gigantes que integran la malla rítmica cuadrada y prolongan hacia el cielo las estatuas acróteras, produce la sensación métrica y musical de un gran poema coral. El éxito del artista en la Basílica contagió a las familias adineradas de Vicenza, que solicitaron a Palladio la construcción de sus palacios y mansiones campestres. El resultado convirtió a la ciudad en un glorioso museo de edificios palladianos, especialmente su vía central que ha terminado por llamarse el corso Palladio, y de villas admirables en la campiña vicentina y ciudades cercanas. Es fábrica sobresaliente una de sus primeras mansiones, el Palacio Chiericati (1551-1553), que, sobre un ancho pórtico adintelado de columnas toscanas ofrece la novedad de sus tribunas en los extremos, y la alternancia de acróteras geométricas y esculturales. Pilastras gigantes, como las empleadas por Miguel Angel en el Vaticano, utiliza en el Palacio Valmarana, así como serán columnas gigantes en la cúbica Loggia del Capitanio (1571), de concesiones plásticas al gusto de Sansovino en la Librería, o en el Palacio Porto, cuyo diseño quedaría sin completar. También le debe Vicenza el proyecto del Teatro Olímpico ideado, sobre sus análisis de la obra de Vitruvio, en 1580, el mismo año de su muerte, y llevado a cabo en la totalidad de sus diseños por su discípulo Scamozzi. Resucita aquí Palladio el esplendor y monumentalidad de los mejores teatros del mundo grecorromano, tanto en la cavea coronada por una suntuosa tribuna con columnas y estatuas, como significativamente en el lujoso escenario, grandioso arco triunfal poblado de estatuas por cuyos tres vanos es visible la perspectiva de cinco calles igualmente flanqueadas de nobles mansiones. Es la reposición por el Manierismo avanzado de uno de los grandes logros culturales del mundo antiguo. Además del ingente patrimonio urbano, la extraordinaria serie de villas debidas a Palladio en las inmediaciones de Vicenza como en localidades cercanas (Mira, Maser, Montagnana, Lonedo), aún prestigia más su rica imaginación creadora, apoyada en una sabia e ingeniosa interpretación del mundo clásico, pero no ajeno a las aportaciones de la sensibilidad manierista. Su varia y atinada respuesta a la vida campestre que demandaba la renacida economía rural, hace que hasta ahora se sigan los criterios palladianos en este tipo de construcciones. La más admirada de todas es la Villa Capra conocida por La Rotonda (1567-1569), en la vecindad de Vicenza, habilísima adaptación de cuatro próstilos de templos romanos con escalinatas a un salón central redondo cubierto por cúpula como un recoleto Panteón de Agripa. Frontones y estatuas como acróteras contribuyen con las pinturas del interior a integrar los patrones clásicos con la moderna sensibilidad en una santificación pagana de la vida en el campo. La imita, con sólo un pórtico de orden jónico, la Villa Foscari o de la Malcontenta (1560), en Mira. De fachada más extensa, abrazando el jardín, la Villa Barbaro, en Maser (1559-1561), con pórticos de arcos reiterados, tímpanos triangulares y relojes de sol, representa también, junto con la decoración pintada en su interior por Pablo Veronés, una sugerente recreación virgiliana. También la ciudad de Venecia debe a Palladio algunos de sus templos, que lograron insertarse admirablemente en el paisaje y en las islas de la ciudad de los canales. En ellas predomina el empaque clásico, unido a ciertas aperturas manieristas, como en la monumental iglesia de San Jorge el Mayor (iniciada en 1565 junto al monasterio de la isla de su nombre, ahora sede de la Fundación Cini), donde también añadió un claustro. Sus tres naves y crucero con cúpula, más baja que el eminente campanile, forman desde entonces parte inevitablemente hermosa del horizonte veneciano. También es admirable la del Redentor, en la isla de la Giudecca (1577), de limpio diseño de fachada en que se suceden hasta tres tímpanos clásicos alzados sobre columnas de orden gigante, y también por su luminoso interior de una nave con capillas homacinas y crucero con cúpula flanqueada por, campanarios cilíndricos.
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Venecia era el lugar ideal para un artista como el impresionista Monet, como poco después lo sería para otros como el divisionista Signac. Esta afirmación es tan obvia que cuesta trabajo entender porqué no estuvo antes en la ciudad italiana y sólo en una edad muy tardía, hacia 1908, se decidió a emprender tal viaje. La ciudad había sido encumbrada a la categoría de mito del arte desde hacía siglos, cuando en el Renacimiento y en el Barroco fue un término de referencia esencial por su exotismo oriental y por la maravillosa oportunidad que proporcionaba su atmósfera. Los hermanos Bellini, Giorgione, Tiziano o Tintoretto no hicieron sino abrir un camino que los pintores seguirían durante siglos como Claudio de Lorena o Canaletto. Monet sería uno de los últimos en llegar a esa genealogía tan insigne.
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A pesar de las lecturas y los cuadros sobre Venecia, cuando el viajero llega a esta ciudad tiene una sensación difícil de explicar. Encontrarse en medio de una laguna y rodeado de tanto encanto y belleza hace de Venecia una ciudad incomparable, a cuya ensoñación infinidad de pintores, músicos y literatos no pudieron resistir. La plaza de San Marcos es el corazón de la ciudad. En este amplio espacio se dan cita todos los turistas que llegan a ella, convirtiéndola en un auténtico hervidero, con sus terrazas, sus palomas y su constante trasiego. En uno de los extremos de la plaza se alza, majestuoso, el campanille. Sus casi cien metros de altura nos permiten una espectacular vista de la ciudad. A sus pies hallamos la basílica de San Marcos, patrono de Venecia, cuyas reliquias fueron trasladadas desde Alejandría por dos mercaderes. La basílica fue construida en el siglo XI y presenta una sensacional mezcla de estilos: bizantino, gótico, musulmán. La Torre del Reloj es otro de los puntos de interés en la plaza. Diseñada en el siglo XV, se corona con los famosos moros que dan las horas. El acceso desde la plaza de San Marcos al Canal se realiza a través de la Piazzetta. Este espacio está cerrado por dos columnas que sostienen el León de San Marcos y la estatua de san Teodoro, el antiguo patrón de los venecianos. En uno de los laterales de la Piazzetta se levanta la Librería, una construcción renacentista construida por Jacopo Sansovino en el siglo XVI. En el otro lateral hallamos el Palacio Ducal, la residencia oficial de los magistrados, sede del gobierno y palacio de justicia de la Serenísima. El palacio fue construido en el siglo XIV y es una de las obras maestras del gótico civil italiano. En su decoración participaron los mejores artistas de la ciudad: Tiziano, Veronés, Tintoretto. El acceso a las prisiones desde el Palacio se realizaba desde el Puente de los Suspiros, una de las señas de identidad de Venecia. La calle principal de Venecia es el Gran Canal, constantemente recorrido por vaporettos, góndolas y otras embarcaciones. Cualquier ceremonia tiene su reflejo en esta vía de agua. Pero la más importante es la famosa Regata, competición entre los mejores remeros de la ciudad, precedida por desfiles de embarcaciones adornadas con multicolores telas y dirigidas por remeros vestidos con sus mejores galas. El Puente de Rialto es el más famoso de los tres que cruzan el Canal. Construido en el siglo XVI, presenta un único arco y está recorrido por tres pasajes peatonales a los que se abren tiendas. Como calle principal de la ciudad, en el Gran Canal se alzan los principales palacios. En ellos podemos contemplar una sensacional evolución de la arquitectura veneciana, desde el Gótico al Barroco, mostrando cada uno la personalidad de sus propietarios. Algunas iglesias también se abren al canal. Entre ellas destaca la Basílica de la Salute, construida por Baldassare Longhena durante el siglo XVII, como exvoto contra la peste. Al anochecer, Venecia adquiere un aspecto casi fantasmagórico. Sus palacios emergen de las aguas y se llenan de romanticismo, permitiendo imaginar sus salones ocupados por las elegantes y suntuosas fiestas que ocuparon el siglo XVIII. La fiesta veneciana por excelencia es el Carnaval. Calles y plazas se convierten en el escenario de una improvisada mascarada. Una diversión transgresora se extiende por todos los rincones de la ciudad. Pero el viajero no debe dejarse impresionar sólo por la grandeza de la plaza de San Marcos o el Gran Canal. En las pequeñas plazas, llamadas campos, o en los múltiples canales encontramos el espíritu veneciano, la tranquilidad y sensualidad que impregnan esta ciudad. En estos lugares casi mágicos se alzan las numerosas iglesias que salpican la población. Entre las más importantes destaca Santa Maria Gloriosa dei Frari. En su interior encontramos varias muestras de las mejores obras de Tiziano. En el paisaje de Venecia también sobresalen las llamadas Scuolas, cofradías laicas dedicadas a la devoción y la penitencia. Entre ellas se distingue la de San Rocco, decorada por Tintoretto con grandes telas alusivas al Antiguo y al Nuevo Testamento. La laguna de Venecia se cierra con una isla, el Lido, convertida en la playa de la ciudad gracias a sus doce kilómetros de arena. En la laguna también encontramos otras islas que gozan de gran encanto. Murano está formada por cinco islitas cruzadas por múltiples canales. Sus fábricas de vidrio le han dado fama mundial. Burano se ha especializado en la producción y venta de artesanía, siendo otro de los centros de interés turístico. Desde el punto de vista artístico, la más interesante es Torcello. Su catedral fue construida en el siglo VII, siguiendo las pautas del estilo bizantino. Una vez vivida en profundidad, el viajero nunca se olvidará de Venecia, una ciudad única, diferente.