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Antiguo reino situado en las proximidades del lago Van, al sureste del Mar Negro y suroeste del Mar Caspio. Su capital era Tuspha.
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En muchos de los altos picachos del país montañoso que va desde el noroeste iranio hasta el río Karasu, en Anatolia, se levantan ruinas de antiguas ciudades y fortalezas poderosas. Abandonadas mucho tiempo atrás, las gentes cultas de la Armenia Medieval las atribuían a los asirios, como el historiador Movsés Xorenaci, del siglo V d. C. quien, en un fragmento de su "Historia de Armenia", concedía a la célebre Sammuramat, la erección de la inexpugnable Van Kalesi, a orillas del lago Van. Nadie entendía entonces la larga inscripción cuneiforme grabada en la roca. Y nadie podía saber que aquellas piedras milenarias eran cuanto quedaba de la ciudad de Tuspa, la capital del reino de Urartu, el rival de Asiria. A mediados del siglo XIII, Sulmánu-asared I hablaba de un país de Uruatri al norte, en las remotas montañas armenias, uno de los más combatidos por Asiria. Pero hacia el 830 a. C. Assur comprobaría hallarse ante una gran potencia que le disputaba con éxito no sólo la montaña irania, Mannai y los pasos, sino también Siria y el área luvioaramea. La antigua geografía de Urartu, repartida hoy entre Irán, Turquía y la antigua Unión Soviética, parece no adecuarse metodológicamente a una historia del arte iranio. Cierto que situada entre tres mundos del Oriente antiguo, Anatolia, Mesopotamia e Irán, suele quedar al margen de los libros especializados en tales áreas. Pero entiendo que Urartu, tan cercana en ciertas cosas a Asiria, cumplió un papel incuestionable en la historia de los pequeños reinos de los Zagros y en la maduración de las tribus indo-iranias de persas y medos. La tradición de tal papel sería recordada por Heródoto y aparecería manifiesta en la cultura material de los medos. Pero además, los trabajos de P. E. Pecorella y M. Salvini en el Azerbaiyán iranio, al oeste del lago Urmia, han confirmado las profundas raíces y la constancia cronológica de una relación estrecha entre Urartu y la tierra del Irán. Durante la segunda mitad del II milenio, la región montañosa de los lagos armenios y azerbaiyanos parece haber estado habitada por pueblos distintos, de los que algunos al menos podrían haber tenido parentesco con el Mitanni hurrita. Así se explicaría que, como recuerda V. Haas, los hititas llamaran "países hurritas" a la región oeste del lago Van. Más o menos en torno a él, los documentos hititas y asirios sitúan entre otros a las gentes de Alse, Isuwa o Papanhi. El Imperio mitannio de al-Yazira mantuvo relaciones con la meseta armenia. Algunas confirmadas de forma curiosa: V. Haas se refiere a una comunicación hecha por el doctor W. Seipel de Linz, en la que éste confirma la procedencia armenia de un colorante llegado a la corte de Hatshepsut, muy probablemente por vía mitannia. Cuando Hanigalbat era ya un fantasma en lucha por sobrevivir, documentos hallados en Hattusa sugieren que la población superviviente huía a las montañas. Y así, puede que las distintas coaliciones de pueblos de la región que los asirios llamaban ya Uruatri y Nairi, la última dirigida por un príncipe Kili-Tessup, contaran con no poca población hurrita. Pero la lengua hurrita murió. Y la del posterior Urartu, aunque arranque del mismo tronco, tendría una evolución muy distinta. Como dice G. Wilhem, cuando Urartu nazca, ni su región ni su cultura tendrán mucho que ver con lo hurrita y sí, curiosamente, con su ancestral enemigo: Asiria. Como escribe Liverani, Urartu era en principio una pieza más del mosaico de Nairi. Pero a mediados del siglo IX a. C. un rey supo unir bajo su mano algunos principados más y formar el gran reino, cuyo núcleo formaban el lago Van y la región circundante. Desde el principio, los reyes de Urartu en lucha con muy especiales condiciones geográficas y políticas, se dedicaron a ocupar, urbanizar, proteger y aprovechar el terreno de tal forma, que Paul E. Zimansky ha podido escribir sobre la estructura del estado urartio un libro no habitual en la historiografía: "Ecology and Empire". En efecto, ciudadelas fortificadas en picos inexpugnables, torres protegiendo los pasos y los valles, repoblación forestal, canales. El centro político, bien protegido, era Tuspa, la actual Van Kalesi a orillas del lago Van, donde la corte urartia, pese a su frontal oposición a Asiria, se dejaría influir con gusto. Así, en las primeras inscripciones redactadas en asirio, en las titulaturas reales y en la organización militar y administrativa. Pero no había razones para la simpatía. Antes bien, se diría que una antipatía ancestral les enfrentaba aunque, como M. Wäfler precisa, la raíz última era fundamentalmente económica. Según él, el enfrentamiento militar entre Asiria y Urartu se explica por dos objetivos vitales para uno y otro Estado: el control sobre las más importantes rutas del comercio -las del Irán, como puso de relieve L. D. Levine- y las zonas productoras de materias primas. A comienzos del I milenio sólo quedaban dos accesibles, la luvio-aramea y la situada entre los mares Negro y Caspio. La segunda estaba cubierta y explotada por Urartu. La primera, se la disputarían. Y la guerra entre ambas potencias tendría dos fases: del 827 al 740 a. C., época de primacía urartia cuando los reyes Ispuini (ca. 830-820), Minua (ca. 810-780), Argisti I (780-760) y Sarduri II (ca. 760-730) extendieron el imperio y los intereses urartios englobando las regiones del Arax y el lago Sevan, parte de la costa del Mar Negro, el valle del Eúfrates en el área de Malatya, el Irán montañoso en la región de Mannai y el nordeste del lago Urmia. Pero la coalición luvio-aramea dirigida contra Asiria fracasó. El 743 sería la fecha que marcaría la inversión. La fase siguiente propuesta por M. Wäfler (740-709 a. C.), sería la de recuperación asiria. Rusa I (730-713), en un intento por rehacer la situación, volvió a ocupar Mannai y alentar a los luvio-arameos; pero Sargón II (721-705), con su famosa VIII campaña derrotó a Urartu en su propio terreno. Rusa sufrió por el norte además el inesperado ataque de los cimerios contra los que, según parece, murió combatiendo. Luego, la historia de Urartu sería confusa. Ciertamente, Assur-aha-iddin, Sinahhé-enba y Assur-báni-apli parecen haber respetado al reino de Urartu. Si los contemporáneos Argisti II (713-680) y Rusa II (680-ca. 640) estaban empeñados en el norte, fortificando las fronteras con ciudadelas como la de Bastam, en el Irán, es presumible que las relaciones con Asiria fueran pacíficas. Pero en el 614 los medos ocuparon Assur. Y poco después, hacia el 590, medos y escitas arrasaron el eficaz sistema de fortalezas de los valles y montes del reino del norte. El nombre de Urartu incluso desaparecería. En época aqueménida, sobre el viejo país de Urartu crecería la satrapía de Armenia.
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Durante el siglo XVIII las reformas urbanísticas reciben un gran empuje en las provincias, en donde intendentes y ayuntamientos aprovechan la floreciente riqueza comercial para construir vías de comunicación, puentes, puertos, pero también teatros y bolsas.La política urbanística oficial se lleva a cabo gracias a los intendentes reales, cuya actividad se encuentra en íntima conexión con el poder central. Aparte de la policía, en la que se incluye la administración y gestión de las obras públicas, les corresponde también la competencia en justicia y finanzas, lo que les permite llevar adelante sus proyectos con una cierta autonomía.Se abren numerosas places royales, tipo de plaza inaugurado en el siglo XVII, pero que a su carácter de exaltación monárquica, con la colocación en el centro de la estatua ecuestre del rey, se le añaden unos criterios de promoción económica. Su construcción supone la organización del centro comercial y direccional de la ciudad, e incluso, en ocasiones, forma parte de un proyecto más amplio de renovación de la misma.En gran parte de estas reformas intervino el arquitecto Jacques V. Gabriel, al principio como Primer ingeniero de Caminos y luego como Primer arquitecto, ayudado por su hijo Ange-Jacques Gabriel, que le sucedió a su muerte en 1742. Sus intervenciones suelen seguir siempre el mismo proceso; es llamado para resolver un problema o arbitrar en un conflicto y acaba por imponer su propio proyecto. Este es el caso, por ejemplo, de la reconstrucción de Rennes, destruida por un incendio en 1720.Burdeos se convierte en una de las grandes ciudades francesas gracias a su prosperidad económica, debida al comercio de productos tropicales. Los Gabriel llevan a la práctica las pretensiones de transformación del marco urbano defendidas por el intendente Claude Boucher, enfrentado a las posturas conservadoras de los ediles municipales. Proyectó horadar la muralla medieval para crear una place royale abierta al puerto, con el hôtel des Fermes, la Aduana y la Bolsa y en el centro la estatua ecuestre de Luis XV debida a J. B. Lemoyne. Simbólicamente, comercio, economía y monarquía quedaban enlazados en este claro conjunto urbano, cuyos primeros proyectos datan de 1729, aunque no se comenzó hasta diez años más tarde. Las reformas continuarán durante la segunda mitad del siglo y culminaron con el Gran Teatro de Víctor Louis, terminado en 1784.El promotor de la reforma de Nancy no fue un intendente sino un característico príncipe del Siglo de las Luces. Tras el tratado de Viena de 1738 el rey de Polonia Estanislao Lesczyriski es exiliado y en compensación se le otorga el Ducado de Lorena. Años después, en 1751, concibe la idea de construir en su capital, Nancy; una place royale que al tiempo que una interesada exaltación laudatoria de su yerno el rey Luis XV suponía un embellecimiento de su residencia. Sin embargo, la reforma no quedó reducida a esos fines celebrativos sino que también afectó muy positivamente a aspectos prácticos de la circulación urbana. Para ello contó con el arquitecto de la ciudad Emmanuel Héré de Corny.La Nancy con la que se encontró Estanislao se componía al norte de una ciudad medieval amurallada en donde se encontraba su palacio, agrandada al sureste en 1552 por una gran plaza (plaza de la Carrière) y al sur la ciudad nueva de planta regular, de la segunda mitad del siglo XVII. La Place royale (plaza Stanislas), con la estatua en este caso no ecuestre de Luis XV en el centro y cerrada en sus ángulos por las famosas rejas rococó de Jean Lamour, soluciona de forma perfecta el enlace entre las dos zonas, insertándose sin violencia en las estructuras preexistentes. Por una parte, a través de vías transversales, penetra en la zona moderna facilitando la circulación. Al norte conecta a través de un arco de triunfo con la alargada plaza de la Carrière, casi un pasillo que termina en el Fer á cheval (herradura), dispuesto transversalmente y con columnatas abiertas a la ciudad antigua.Frente a lo que, ocurre en provincias, París no tiene durante el reinado de Luis XV una gran actividad urbanística. Las numerosas construcciones de hôtels en el Faubourg Saint-Germain y en el Faubourg Saint-Honoré realmente no afectaron seriamente a la estructura de estos barrios y no se hicieron, por otra parte, con criterios urbanísticos. La especulación estuvo a la orden del día, llevada a cabo en muchos casos por los mismos arquitectos, que compraban el terreno, construían, vendían el edificio y con el dinero ganado repetían la operación consiguiendo pingües beneficios.Después de la Place Vendóme de finales del siglo XVII hay que esperar a 1749 en que se organiza un concurso para la plaza de Luis XV con el fin de colocar la escultura del rey que la ciudad de París había encargado al escultor Bouchardon. Tras un nuevo concurso sólo para académicos en 1753, al fin se encargó su ejecución a Anges-Jacques Gabriel. En el lado norte de esta plaza, hoy plaza de la Concordia, eleva dos edificios simétricos que enmarcan la nueva rue Royale, cuya perspectiva se cerraría con la iglesia de la Magdalena y al sur se abría la perspectiva del Sena. En el centro la escultura de Luis XV al mismo tiempo en el eje que enlazaba el palacio de las Tullerías con los Campos Elíseos. Es el último ejemplo del tipo de place royale que la Revolución -destrucción de la escultura real- y el siglo XIX -nueva iglesia de la Magdalena, al norte, fachada del Palacio Borbón al sur y, al este, desaparición del palacio de las Tullerías- se han encargado de modificar.
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París, sin duda la más importante ciudad francesa del momento y centro cultural europeo de primer orden, con una Universidad, de prestigio a la sazón suficientemente consolidado, va significándose durante el siglo XVI como eje y médula del proceso de centralización señalado. Será con Enrique IV y su primer ministro Sully, en la primera década del siglo XVII, cuando se transformará en auténtica capital moderna; se trata ya de una planificación de amplio alcance, cuyos presupuestos y directrices caen dentro del mundo barroco. No obstante, experiencia y disponibilidad de terrenos son proporcionados por obras como el proceso Louvre-Tullerías o las de algunos castillos reales en torno a París. En función de su floreciente comercio, Rouen obtiene en 1517 todo tipo de concesiones para la construcción de un nuevo puerto: Le Havre. Diversos avatares legales y de especulación de terrenos, hacen que Francisco I, en 1541, asuma de nuevo el control de este contencioso, encargando al ingeniero italiano Girolamo Bellarmato la construcción del pretendido puerto y de la ciudad aneja al mismo. Esta adquiere la forma de un cuadrado, que es diagonalmente atravesado por la más ancha de las calles, disponiéndose en su centro una plaza rectangular; su perímetro es dotado de nuevas fortificaciones y se regulariza la distribución interior, formándose un damero con el caserío y la red viaria. Por tanto, criterios utilitarios e ideas de regularización y fortificación. Utilizando uno de los brazos del puerto como engranaje, respecto al núcleo anterior, se construye el barrio de San Francisco, también de distribución reticular, cuya vía principal forma un eje perspectivo que se proyecta hacia la iglesia del citado Santo, que adquiere así un carácter objetual en el contexto urbano. La prosperidad de Lyon se inicia en 1462 al convertirse en sede de las ferias de la Champaña; luego pasa a ser la capital de la industria tipográfica francesa e importante centro productor de sedas. Sin un plan unitario, con todos los condicionantes de la ciudad preexistente y sin plantearse una jerarquización de espacios públicos, Lyon se desarrolla rápidamente durante la primera mitad del siglo XVI, ocupando la mayor parte de la península en la confluencia de los ríos Ródano y Saona. En 1562-63, y por razones estratégicas, se lleva a cabo la ordenación urbana de la punta meridional de la citada península, abriendo una plaza de armas, la plaza de Bellecour. Esta es unida al resto de la ciudad y al puerto sobre el Ródano -reconstruido en 1560- mediante calles perspectivamente trazadas. De este modo, la ingeniería militar introduce en Lyon un episodio regularizado, que será punto de partida de las posteriores ordenaciones barrocas. Los ideales de la ciudad fortificada cristalizan en las realizaciones del ingeniero boloñés Girolamo Marini que, por orden de Francisco I, proyecta en 1545 las ciudades -concebidas como plazas fuertes- de François y Villefranche-sur-Meuse; en ambos casos, se sigue una planificación regular y de conjunto. Vitry está formada por dieciséis manzanas cuadradas, con una gran plaza central de análoga forma. En Villefranche, mucho más pequeña que la anterior, la función militar predomina absolutamente sobre las demás. A partir de 1555, Rocroi adopta la planta pentagonal, en la misma línea militar. Los numerosos tratados escritos entonces sobre técnicas de fortificación son la base teórica de los hechos urbanos comentados, haciendo realidad las ciudades-máquinas de defensa, que suponen el ocaso de los programas humanísticos de la ciudad laica. La idea de que el teórico militar, y sólo él, es el nuevo científico de los fenómenos urbanos, como afirma Tafuri, campea sobre la tratadística de esta índole, como, por ejemplo, en las obras de los italianos Maggi (1546) y Bellucci (1598), o en la del francés Perret (1604). Nancy, según el diseño del ingeniero militar Girolamo Citoni, sufre una intensa intervención que, a partir de 1588, regulariza el núcleo medieval, del que son conservadas algunas partes, para formar una nueva ciudad fortificada; es una gran operación programada y autoritaria que, de algún modo, anuncia realizaciones como Charleville (1608-1620), por lo que de programa unitario tiene. Esta última sigue un trazado en damero, pero organizado en función de las plazas monumentales de que es dotada, una principal y cinco secundarias, que dan un carácter áulico a todo el organismo de la ciudad; el sentido interventor del Barroco se hace aquí patente. Las entradas reales en una ciudad son seguramente los acontecimientos festivos más propicios para las comentadas transformaciones urbanísticas, mediante todo tipo de arquitecturas efímeras que, por sí mismas y como marco urbano, pretenden plasmar el ideal del clasicismo. Una imagen como la elaborada para la entrada de Francisco I en Lyon, de 1515, carece aún de cualquier sentido clasicista y de toda connotación de triunfo humanístico, en relación con la Antigüedad, sus mitos y héroes. Su sentido alegórico es medieval, de significación dinástico-religiosa: una gigantesca flor de lis sostiene al rey, coronado por ángeles y flanqueado por las figuras de Francia y de la Gracia de Dios, con Lyon y la Lealtad en la parte inferior. Como plena expresión del camino recorrido desde la entrada anterior, ya la de Enrique II en Lyon, de 1548, se realizó al estilo antiguo, que fue seguido, asimismo, al año siguiente, en la del mismo rey en París. De la continuación de esta trayectoria clasicista, son buenos ejemplos los arcos levantados en París para la entrada de Carlos IX, en 1571. Para ésta, además, fue realizada la perspectiva serliana, luego grabada por Simon Bouquet. Desde la publicación, en 1545, por Sebastiano Serlio en su tratado, de perspectivas urbanas como propuestas de escenificaciones, éstas eran denominadas perspectivas serlianas. La de 1571 que nos ocupa, en el contexto de las Guerras de Religión señalado, supone la alianza entre la Corona y la ciudad (París en este caso), para esta celebración, colaborando en una programación conjunta artistas vinculados a la corte (el poeta Ronsard, el escultor Germain Pilon, el pintor Niccoló dell'Abate), bajo la coordinación general del citado Bouquet, grabador, poeta y humanista, pero que era asimismo concejal de París. Todo tenía que rezumar la paz y armonía logradas, y que, en la pintura de esta perspectiva urbana, manifestaban una serie de figuras alegóricas (Piedad, Justicia, Felicidad, Abundancia y Paz) en torno a la sedente del centro, que representa la Majestad. Aunque no se trate de una propuesta urbanística, son de enorme interés las ideas de Rabelais contenidas en su "Gargantúa" (1534) y referidas a la Abadía de Théléme. Se trata de una utopía de neto sentido manierista, es decir, de carácter irónico-crítico respecto a aquéllas de presupuestos clasicistas; tiene una clara concreción arquitectónica y una ubicación en un lugar preciso. Se describe un edificio hexagonal provisto de torres cilíndricas, a orillas del Loire, con nueve mil trescientas treinta y dos habitaciones; un enorme patio exhibe en su centro una torre de alabastro, coronada por las Tres Gracias, con cuernos de la abundancia, despidiendo agua por pechos, boca, orejas, etc. Frente a las utopías habituales, presididas por una ideología donde dominan criterios éticos y de justicia, Rabelais propone el juego, la diversión y la cultura, como motivos orientadores de la vida; es decir, Théléme, como espacio lúdico y sin normativa alguna, se convierte en escenario perfecto para la fiesta y la cultura celebrativa, temas absolutamente gratos al Manierismo.
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Las ciudades construidas para la minoría religiosa, según la calificación de Benevolo, son pequeños burgos fortificados, algunas como Pfalzburg (1560) o Lixheim (1608), con los pertinentes criterios regularizadores, son simplemente eso. En cambio, Freundstat, construida en la Selva Negra a partir de 1599 para el asentamiento de protestantes prófugos de Francia, es una experiencia de mucho más alcance, que asume la tradición de la ciudad humanística. Aquí, desde los planteamientos sobre el papel, la importancia conferida a la función residencial prima sobre los ideales de fortificación. El arquitecto suabo Heinrich Schickhardt (1558-1634) fue el encargado de los diseños y planificación de la ciudad. Hombre culto y conocedor a fondo de la cultura humanística, viajó por la Alsacia e Italia, dejándonos una serie de interesantísimas opiniones en su "Diario" (publicado en 1598) y en la descripción de su periplo italiano (publicado en 1602 y 1609), auténtico pionero de los posteriores libros de viaje alemanes. Freundstat, interesantísimo ejemplo de experimentalismo urbano, fue trazada a conciencia por Schickhardt, realizando dos proyectos para la ciudad, ambos de perímetro cuadrangular, gran plaza central de igual forma y distribución regularizada en torno a ésta de las viviendas y red viaria. Según nos relata el propio arquitecto, en el primer proyecto la plaza quedaba expedita, el castillo impuesto por el comitente -el entonces elector palatino de Württenberg- se situaba en un ángulo y había previsto para cada casa, que formaban manzanas, un patio y un pequeño jardín; la iglesia estaba convenientemente situada en el área de una manzana no construida. En el segundo y definitivo proyecto, el castillo, que finalmente no sería construido, se situaba en el centro de la plaza, en torno a la que se disponían las casas formando alineaciones, en la primera de las cuales quedaba incorporada la iglesia. Del organismo urbano proyectado por Schickhardt, subsisten unas pocas hileras de casas trazadas a escuadra, distribuidas alrededor de la enorme explanada central. Con todo, lo más importante de Freundstat, a nuestro juicio, es que supone la puesta en práctica de las ideas de Durero acerca de la ciudad ideal que, junto a técnicas de fortificación, había publicado en 1527. Resulta significativo, por un lado, que un ideario clasicista como el del pintor y tratadista alemán, tenga su concreción casi un siglo después, y, por otro lado, que una propuesta configurada como una verdadera utopía positiva, sólo adquiera una realidad concreta en un lugar apartado como la Selva Negra y como marco vital de una comunidad marginada. La posible inspiración de la ciudad de Durero en las descripciones y reproducciones de Tenochtitlán, publicadas en Nüremberg en 1524, y las hipotéticas relaciones de Freundstat con la Christianópolis de Andreae (publicada en 1619), a quien Schickhardt pudo conocer antes de 1599 durante su viaje por la Alsacia, nos dejan entrever una vez más, como señala Benevolo, la complejidad y el alcance de los debates arquitectónico-urbanísticos del siglo XVI. En más de una ocasión hasta ahora, nos hemos referido a los grabados, su difusión y condición de modelos. Este es el caso del arco de triunfo de Maximiliano I que, en 1513, realizara Durero. Todas las connotaciones ideológicas de la nueva cultura renacentista se unen a su valor como propuesta plástica a seguir, válida para estas estructuras efímeras y su prolongación urbanística. Como obra elaborada en el círculo humanístico que rodea a este emperador, su primera gran consecuencia habría que buscarla en la corte de Malinas, donde su hija Margarita de Austria, regente de los Países Bajos entre 1507 y 1530, propiciará un entorno humanístico semejante, en el que es educado el futuro Carlos V.
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Coerworden, realizada por los holandeses en 1597, es un notable ejemplo de plasmación real de los ideales de la ciudad fortificada del quinientos que, en este caso además, se hace absolutamente funcional dentro del contencioso bélico España-Flandes. Plaza central, regularidad en la distribución interior y perímetro poligonal, en uno de cuyos vértices se inserta la ciudadela, que interrumpe la perfecta simetría del esquema. Muy en consonancia con los ideales y contradicciones de la corte de Malinas, es la imagen para la entrada del joven Carlos V en Brujas, de 1515. Un trasfondo humanístico en la búsqueda del prestigio regio, es expresado mediante una alegoría de sentido medieval. Luis de Nevers concediendo privilegios a la ciudad, es comparado a Moisés entregando las Tablas de la Ley; ello conlleva la asimilación de Brujas a Jerusalén y la consideración de los habitantes de aquélla como segundo pueblo elegido, y, por tanto, de Carlos como Cristo entrando en la Ciudad Santa. Plenamente integrados en la nueva cultura renacentista, y magníficos exponentes de ésta, son los arcos realizados para la entrada del entonces príncipe Felipe en Amberes (1549) que tienen ya el pleno sentido de los Trionfi humanísticos de Petrarca. Grabados en madera por los excelentes tipográfos de la ciudad adquieren, también, el valor de modelos.
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Nadie pone en duda que los romanos fueron buenos organizadores y grandes constructores. Hasta donde alcanzó su dominio, difundieron unos modelos de organización territorial y unas técnicas constructivas cuyos restos perviven aún en numerosas ciudades actuales de origen romano, o en complejos rurales cuyas ruinas han llegado hasta nosotros. Desde que Escipión desembarcó en Ampurias el año 218 a. C., la Península Ibérica inició el proceso de romanización o incorporación de las tierras y comunidades indígenas a los modos de gobierno y actuación de Roma. Uno de los testimonios más elocuentes que dio forma y fondo a este proceso fueron las ciudades, bien creadas ex novo, o bien remodeladas bajo el empuje de los nuevos colonizadores. Algunas ciudades hispanorromanas se abandonaron en un determinado momento de su historia y quedaron convertidas en despoblados. Otros enclaves fueron sepultados bajo construcciones posteriores, fruto de la evolución histórica de un mismo espacio urbano. Tanto en el primer caso -debido a los expolios para obtener materiales de construcción- como en el segundo -destrucciones sistemáticas de las ruinas por la explosión urbanística- se han perdido muchos datos sobre la trama urbana de la Hispania Antigua. Sólo en fechas muy recientes, el desarrollo de la llamada arqueología urbana -aunque sometida al duro régimen de las excavaciones de urgencia- ha logrado evidenciar la magnitud de los vestigios de ciudades romanas como Tarragona, Mérida, Zaragoza, Valencia, Gijón, Sevilla, etc. A lo largo de las siguientes páginas trataremos de analizar cómo se articuló el urbanismo hispanorromano. Tomaremos como punto de partida la situación de la península en el período anterior a la conquista y analizaremos la acción de Roma en las distintas etapas del desarrollo y consolidación de las ciudades, atendiendo no a sus monumentos arquitectónicos sino a la configuración de su trama urbana y los testimonios conservados de la misma.
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La primera aportación elemental que hizo la civilización fenicia a Occidente fue la de su modelo urbano. El relato de la fundación de Cádiz, al igual que el de Cartago, muestra como propósito básico de la expedición el establecimiento de una ciudad que sirva como residencia a los colonos y para lugar de intercambio comercial; ello supone la fundación de un enclave litoral, con buenas posibilidades portuarias, en el que se instalen las viviendas de los comerciantes, los edificios de administración y almacenaje, y los talleres de transformación artesanal de determinadas materias primas; además, en un lugar elevado y preferente deben estar los templos de las divinidades tutelares de la nueva población, que son también un elemento esencial de valor simbólico y administrativo. Estas ciudades fenicias se componen de un ámbito cerrado, contenido por murallas (Gadir significa ciudad cercada) y de instalaciones externas, especialmente industriales, así como de zonas específicas para enterramientos, verdaderas ciudades de los muertos, que deben influir en el abandono definitivo por las comunidades indígenas de la costumbre de conservar los cadáveres bajo el suelo de las propias viviendas. Los fenicios transformaron así un litoral, hasta entonces casi deshabitado, en un reguero de poblados, necrópolis y santuarios, que ocupaban los cabos, islas y desembocaduras de ríos. La organización interior de las poblaciones es poco conocida, pero podemos suponerle un estilo bien definido, ya que Estrabón, pocos años antes del inicio de la Era cristiana, decía que era fácil diferenciar el aspecto fenicio de Malaca (Málaga), de la traza griega que aún manifestaban las ruinas cercanas de Mainake. Las poblaciones fenicias de la costa española, de las que conocemos algún rasgo de evolución urbanística, muestran una notable actividad de renovaciones. En Toscanos, el emporio fenicio de la desembocadura del río Vélez, al este de Málaga, se observan cinco transformaciones en siglo y medio, es decir, una por generación, a veces con cambios radicales del trazado de calles; las viviendas son rectangulares con habitaciones pequeñas, pero hay también un almacén de tres naves largas y un foso defensivo, que llegó después a transformarse en muralla de sillares. Las pocas casas fenicias excavadas muestran un apiñamiento de habitaciones, sin patios ni calles amplias, de lo que resultaría una fisonomía parecida a la de muchos pueblos costeros andaluces o ibicencos; se distinguirían como una agrupación escalonada de volúmenes cúbicos, con terrazas superpuestas en las que habría macetones de plantas y con muros habitualmente encalados; destacando aquí o allá, como se representa en los relieves asirios, habría pequeñas torrecillas y miradores, desde los que se podría divisar la llegada de las embarcaciones, por el estilo de los que volvieron a renacer en Cádiz en la Edad Moderna. La construcción fenicia tenía bien desarrolladas las técnicas para hacer puertos, diques y murallas. Se trataba de unos conocimientos imprescindibles en la actividad de comercio marítimo, que debían transmitir los propios navegantes y que se basaban en el empleo de instrumentos de medición, en el uso de una geometría elemental y en la construcción a base de sillería ortogonal. La aparición de estos progresos es un buen indicio de la presencia fenicia o de su influencia sobre poblaciones locales; los más viejos edificios españoles de piedra escuadrada están precisamente en el litoral colonizado por los fenicios, de modo que ellos deben ser considerados los introductores de la arquitectura regular. Toscanos y el resto de los enclaves de la costa de Málaga ofrecen algunos edificios con alternancia de sillares y mampostería, pero los más antiguos conocidos están en Huelva y Niebla. El edificio de Huelva, que se considera parte de la muralla del Cabezo de San Pedro, ofrece dos lienzos de mampostería de lajas de pizarra separados por un machón de sillería caliza con cinco hiladas alternadas a soga y tizón; parece que este muro es del siglo IX a. C., y en esa fecha no hay nada en la cultura indígena que pueda comparársela, pero sí se dan muros semejantes en Megiddo y en Tiro, de donde tuvo que venir el experto en cantería que inspiró esta obra. El uso combinado de sillares y piedras menudas sin escuadrar se conoce también en Niebla en forma de muros entrecruzados con esquinas o machones intermedios de sillares y la mampostería dispuesta por hiladas de la misma altura de los sillares, que a veces se traban con éstos; son obras de ejecución muy cuidadosa en las que ya se observan sillares con las aristas bien alisadas para permitir su alineación recta y las caras labradas de forma irregular, como luego es bien frecuente en la arquitectura romana. Si Huelva es el gran puerto de la desembocadura del Odiel, Niebla cumple un papel similar en el Tinto, lo que explica que ambas poblaciones conserven viejos testimonios de la influencia fenicia, sin que pueda decirse con certeza de que se trate sólo de poblados tartésicos o de verdaderas colonias fenicias. En el Mediterráneo central, tanto en Cartago como en Sicilia, las construcciones de este tipo se consideran como estrictamente fenicias, y su técnica se denomina opera a telaio (obra de telar), por la semejanza con las estructuras de los telares de madera, aunque nosotros podríamos llamarlas muros entramados, como los de madera y tapial que alternan sus materiales de la misma forma en la arquitectura tradicional de buena parte de la Meseta española.
contexto
A mediados de la década de los cuarenta Covarrubias emprendió una serie de obras menores de carácter civil, tales como la reconstrucción de las Carnicerías Mayores de Toledo (desaparecidas), los trabajos de albañilería y yesería de la casa del conde de Cifuentes y la escalera de la casa de don Martín Ramírez, hoy de los marqueses de Guendulain, que sigue muy de cerca a la del Hospital de Santa Cruz aunque aplicando el lenguaje clasicista iniciado en el Tavera. De 1552 son las condiciones para la obra de yesería de la casa de canónigo obrero de la catedral toledana, don Diego López de Ayala, en Casasbuenas (Toledo), por lo que la fábrica es necesariamente anterior a esta fecha. La villa presentaba un esquema en U, de cuyos tres cuerpos sólo queda el central, con la galería posterior que se abría al jardín -en el que existía un pequeño pabellón con una fuente- que contrasta con la sobriedad muraria de la delantera, sin articulación alguna. Esta tipología es única en la obra de Covarrubias, ya que aunque construyó otra villa rústica para el conde de Cifuentes en Barcience (1555) nada ha llegado de ellas hasta nosotros. A partir de 1553 participó en varios proyectos urbanísticos en Toledo. El primero de ellos fue la traza de una gran plaza situada entre la Puerta Nueva de Bisagra y el Hospital Tavera, como monumentalización de la entrada a la ciudad por el camino de Madrid, cuya ejecución fue prohibida por el príncipe Felipe -sin que se conozcan los motivos- pocos días después de que fuese presentada al Ayuntamiento por el arquitecto. Un año después el Concejo decidió la remodelación de la plaza en la que se asentaba su sede, un espacio urbano de especial importancia en la ciudad. Covarrubias se encargó de los derribos de casas destinados a ampliar el espacio, de la nivelación del suelo y del empedrado, pero la configuración de la plaza no se resolvió satisfactoriamente hasta la erección de las nuevas casas consistoriales, muerto ya nuestro arquitecto, alineadas con los edificios principales de tal espacio, la catedral y el palacio arzobispal. En 1554 proyectó, quizás en colaboración con Nicolás de Vergara el Viejo, las casas del conde de Mélito y del príncipe de Eboli en Toledo, totalmente desaparecidas, que debieron ser sus últimos proyectos de gran envergadura. En 1559 llevó a cabo la última elaboración de la Puerta Nueva de Bisagra. En esta puerta había intervenido ya en 1547; cuando trazó la parte más cercana a la ciudad, con dos torres con chapiteles de colores -en correspondencia con las proyectadas para el vecino Hospital Tavera- flanqueando la entrada hacia el patio de armas, con arco con dovelas almohadilladas siguiendo los modelos del palacio arzobispal y del Alcázar y decoración heráldica de Vergara el Viejo. En 1559 trazó la parte exterior de la doble puerta, que quedaba adelantada respecto a la muralla, constituyéndose así en verdadera entrada a la ciudad, lo que exigía un tratamiento arquitectónico y decorativo especial. La nueva puerta está compuesta por dos torreones semicirculares decorados con el escudo de la ciudad, entre ellos se abre el arco de acceso, con dovelas de aparejo rústico, similares a las de los vanos del Tavera, entre pilastras fajeadas; sobre él se ubica un escudo imperial gigantesco rematado por un frontón triangular ortodoxo con acróteras. La obra, cuya configuración se inspira en las contraportadas de los Libros III y IV de Serlio en la edición de Villalpando, cumple sus funciones representativas a la vez que demuestra el dominio de las formas grandes y desnudas, del contraste entre planos y volúmenes por parte de su autor.