Las ciudades crecieron a veces lentamente en lo que no era el puro centro en torno a la plaza Mayor. En Querétaro por ejemplo, el reparto de solares que había sido gratuito a lo largo del XVI, dejó de serlo para los del centro de la ciudad a fines de siglo, pues ya había que comprarlos. Aunque la adjudicación de un solar llevaba aparejada la obligación de construir, a veces hubo que tomar medidas, como en San Luis Potosí (México) donde se pidió en 1596 dejar sin solares a aquellos que todavía no habían construido, a pesar de ser reciente la fundación de esa ciudad.El crecimiento en extensión de las ciudades obedeció a veces a razones operativas tan simples como en el caso de Puebla, que a fines del siglo XVI estaba creciendo hacia el norte porque en esa zona era más fácil obtener la piedra, la cal y el agua necesarios para la construcción. No siempre mantuvieron la cuadrícula en su crecimiento y a veces se extendieron a lo largo de los caminos que llegaban hasta ellas. También esos caminos fueron mejorados con obras de infraestructura viaria como el famoso puente de piedra con seis arcos que fue construido en Lima a comienzos del siglo XVII por Juan del Corral.La tendencia a jerarquizar la ciudad por sus funciones se aprecia no sólo en la huella dejada por los oficios en los nombres del callejero: Mercaderes, de las Mantas..., sino también por la tendencia a agrupar los edificios más representativos que fueron necesarios después de la fundación que ya no estarán en la plaza Mayor, sino en plazas creadas en función de esas nuevas necesidades urbanas. Desde el punto de vista del funcionamiento de la ciudad hubo una serie de cuestiones prioritarias. Una de ellas fue el abastecimiento de agua, que fue una de las empresas más prontamente abordadas. Aunque se hizo con obras de infraestructura que en principio no afectan a la imagen urbana, la realidad es que tanto las fuentes como los acueductos están netamente ligados a la construcción y transformación de la ciudad.A veces en los planos de las ciudades, a la par que los solares y los edificios más representativos, se dibuja la red de abastecimiento de agua, pues fue un factor diferenciador de las grandes ciudades, asociado al hecho urbano, la existencia de una infraestructura para la llegada del agua a la ciudad. En una planta de Quito del año 1573 se aprecian los acueductos y a qué lugares llegaba su agua: hospital del Rey, Real Casa de la Audiencia y campo de Iñaquito, la Merced y a las fuentes públicas de las plazas. En La Habana se hizo la llamada Zanja Real para llevar el agua a la ciudad a fines del siglo XVI. En Santiago de Guatemala la primera noticia que se tiene de una fuente en la plaza Mayor es de 1555, muchísimo antes de que, a comienzos del siglo XVIII, se empedrara dicha plaza. Poco después del empedrado, Diego de Porres dio la traza para una nueva fuente en la que el agua salía de los pechos de unas sirenas, motivo decorativo que se ha relacionado tanto con la tradición de Guatemala, como con la posible influencia de la fuente de Neptuno en Bolonia que el autor pudo conocer a través de un grabado.En México se había ocupado del abastecimiento de agua Claudio de Arciniega en la segunda mitad del siglo XVI, construyéndose entre otras obras el acueducto de Chapultepec, a la vez que se siguió utilizando en parte la primitiva red prehispánica, pero el gran problema de México con el agua fue el de las inundaciones: en 1604, en 1607 y sobre todo, en 1629, que duró años. De todas formas, el problema de una ciudad asentada sobre una laguna no fue solucionado en mucho tiempo. La llegada del agua a las ciudades llevó aparejada en algún caso la construcción de fuentes, elemento clave del ornato urbano.La cuadrícula de las ciudades -aquellas que la tenían, que no eran todas ni mucho menos- se fue modificando con el tiempo. A veces las órdenes religiosas unieron dos o más manzanas para sus conventos con lo cual, como ha indicado L. Mattos Cárdenas, algunas calles fueron interrumpidas con "fondos visuales que el gusto barroco aprovechó en algunos casos". A veces lo que también hicieron las órdenes religiosas fue dejar sin construir parte de la manzana que se les había adjudicado para crear una plaza delante del edificio, tal como se puede comprobar en la manzana que en La Plata (Bolivia) ocupaba el convento de Santo Domingo en 1779.La riqueza de la ciudad de Lima a comienzos del siglo XVII (en ese siglo llegó a tener sesenta mil habitantes) se fue reflejando en determinadas reformas urbanas que asimilaron los modelos del barroco europeo para crear pequeñas plazas ante los edificios más representativos, lo cual fue transformando la perfección de la cuadrícula. Esa concepción barroca del espacio urbano con toda su carga teatral y escenográfica se plasmó también en la fuente de bronce que se colocó en 1651 en la plaza de Armas, con ocho leones y el ángel de la fama para enaltecer la gloria de esta ciudad. El hecho de que ya desde comienzos del siglo XVII contara con una Alameda -la de los Descalzos- nos da idea de la importancia dada por esta ciudad al ornato. Con sus siete calles de árboles y cuatro fuentes, se ha puesto en relación con otras similares en México (la de San Diego, proyectada en 1592, en tiempos del virrey Velasco) y en Antigua, Guatemala, siendo su modelo en última instancia tanto la Alameda de Hércules en Sevilla como el Paseo del Prado de Madrid.
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Aparte del panorama general que ofrece el conjunto de las ciudades griegas, sólo puede observarse parcialmente la situación económica en Atenas, protagonista de hecho y, sobre todo, de las fuentes, como contrapunto de la hegemónica Esparta, modelo para muchos de los autores a través de los que se deja ver algo de la realidad en este terreno. Así pues, hablar de las transformaciones económicas del siglo IV en Grecia es referirse a las que pudieron tener lugar en Atenas, en la seguridad de que la especial posición de esta ciudad en el siglo anterior garantiza el carácter representativo, no porque la situación de las demás ciudades pueda ser comparable, sino porque aparece como modelo y como factor condicionante de cambios a escala general. Hay ciudades donde pueden notarse movimientos protagonizados por el demos en los que se reivindican medidas del tipo de la abolición de deudas o la redistribución de las tierras, lo que en cambio no ocurre en Atenas. Pero, a pesar de la derrota de la guerra del Peloponeso, tanto las posibilidades anteriores de control como las prácticas democráticas, en situación de peligro, pero no abolidas del todo, permiten la existencia de otros mecanismos donde se desenvuelve la vida económica por derroteros diferentes. Desde luego, la única visión realista de la economía griega en el siglo IV sería la que permitiera observar, junto a Atenas, la economía de las otras ciudades y, además, el tipo de relaciones que se establece entre la una y las otras, en una escala amplia y variada, que incluiría Esparta, Tebas y ciudades pequeñas como Fliunte, poco conocidas, pero lo suficiente como para notar que los acontecimientos políticos reflejan profundas convulsiones relacionadas con el nuevo panorama económico. A escala amplia, sólo este panorama general permitiría comprender los variados aspectos, externos e internos, que se ven implicados en las luchas entre ciudades que se conocen como luchas por la hegemonía. Durante la época clásica, la economía sigue teniendo como base productiva el trabajo agrario. Los movimientos mencionados indican que, al menos en algunas ciudades, se ha operado una agudización en la presión explotadora que puede afectar, según las circunstancias, a la población de los campesinos libres. El panorama variado de las ciudades indica igualmente que el desarrollo productivo agrario sigue siendo profundamente desigual. El sistema ateniense se ha hecho dominante, pero, al tiempo, ha provocado una crisis y ha caído en ella. El modelo sólo se mantiene con cambios, pero ha generado una dinámica que influye en el panorama económico general. Las ciudades no poseedoras de un imperio, donde en general el sistema de explotación esclavista no se ha hecho dominante, al entrar en el mundo de las transacciones económicas han desarrollado en sus clases dominantes aspiraciones productivas que sólo se satisfacen con el aumento de la explotación interior, sobre poblaciones libres que normalmente se hallan en posición cercana a determinadas formas de dependencia. Atenas como imperio defensor de la democracia ha representado en ocasiones un modelo, inalcanzable, pero que podía servir de apoyo para delimitar las posibilidades de explotación por parte de la clase dominante. En el siglo IV, ha desaparecido el imperio ateniense y la potencia hegemónica predominante, Esparta, tiende mas bien a apoyar a las oligarquías, con lo que éstas consiguen consolidar su situación. Es cierto que no lo hacen sin conflicto y eso es lo que explica la existencia de las tensiones sociales, dentro de un panorama en que las posibilidades de recuperación o de consolidación económica pasan por el disfrute de una posición políticamente hegemónica.
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Desde la reunión de Babilonia, a la muerte de Alejandro, en el año 323, se puso de relieve el papel del ejército en el momento de nombrar al nuevo rey. La única disyuntiva era la de si habría de contar más la opinión de los nobles de la caballería o la de los campesinos de la falange. Sobre ello, cada vez será más importante el papel de los ejércitos mercenarios. Sea cual fuere su composición, es evidente la necesidad mutua. El individuo que pretende acceder a los puestos de mando necesita la lealtad de un ejército, cuya fidelidad se define de forma cada vez más individualista, mientras que el ejército necesita la guía carismática de un dinasta, que proporcione la victoria gracias a sus habilidades y conocimientos, pero también a ciertos poderes incontrolables que tienden a considerarse hereditarios o, al menos, innatos. El triunfo garantiza la disciplina y en ella se apoyan las formas de poder que terminan definiéndose como monárquicas. Por ello, que perduren ciertas formas de lo que suele definirse como monarquía militar; más que como síntoma de democracia, ha de clasificarse dentro de las formas de relacionarse el poder personal con el ejército. Además, junto a las formas monárquicas que pueden considerarse heredadas de la realeza macedónica o de los jefes griegos de ejércitos mercenarios, también van configurándose como parte de la nueva realidad las aportaciones procedentes de las satrapías orientales, donde el poder se ejerce por jefes aborígenes. No deja de ser curioso, sin embargo, que la reacción de las ciudades griegas venga encabezada por individuos que igualmente adoptan papeles dirigentes, en cierto modo competitivos con los de sus propios oponentes, en la línea de Demóstenes, que, cuando atacaba a Filipo, envidiaba su capacidad personal de tomar decisiones individuales, hecho imposible en la ciudad democrática. Atenas estaría dirigida por Demetrio de Fálero, que desempeña un papel individual al servicio del rey para defender la posición de los partidarios de la oligarquía, o por Demetrio Poliorcetes quien, individualmente, pretende conseguir la salvación del demos. Antípatro aparece como el representante más extremado de la postura contraria al establecimiento de las dinastías salvadoras, basadas en el carisma de corte orientalizante, pero teme a su propio hijo, Casandro, que pretende el establecimiento de una nueva dinastía en su propia persona, por ser hijo de su padre, el enemigo de la teoría dinástica. Sin embargo, Diodoro lo representa consultando a sus amigos en el campo, los que tenían ocio, los oligarcas propietarios de tierra, para la organización de una dynasteia, poder personal que pretende no basarse en la basileia. Seria una forma específica de poder personal al margen de la realeza tradicional, basada en la solidaridad de la aristocracia. Los diversos elementos van configurando nuevas formas de poder, a través de la intervención en las ciudades que sirven para oscurecer los conflictos internos, unas veces represiva y otras con la máscara de la salvación del pueblo y de la liberación, lo que, unido a las victorias capaces de aumentar el prestigio personal del jefe va acrecentando sus posibilidades reales de aspirar a cargos más altos. La satisfacción de las ambiciones individuales corre paralela al desempeño de funciones ambiguas, donde importa el evergetismo. La capacidad de controlar al demos tiene la doble cara que, conjuntamente, constituye su eficacia, montada sobre la fuerza y las promesas de salvación elaboradas sobre su propia capacidad redistributiva.
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La banca, factor de transformación en el mundo de la economía, actuaba también, sintomáticamente, como elemento revelador de las transformaciones sociales. En ella se fraguaba, también en lo social, el fundamento de la preocupación aristotélica. Si no es frecuente en la ciudad griega que el esclavo reciba la manumisión, ni es legal que el liberto se convierta en ciudadano, ambos fenómenos se producen entre los banqueros y Pasión y Formión experimentaron un proceso parecido. Se rompía en ellos la norma estatutaria de la comunidad de la polis. También se rompía la tradición en el plano de la vida militar. La capacidad de la participación ciudadana, como tal, se reduce y la mayoría de los soldados recibe el misthós, sea ciudadano o extranjero. El ciudadano ateniense también se alquila como mercenario para otras ciudades o reinos. La sociedad hoplítica ha roto su integridad, la que identificaba al ciudadano con el propietario de tierra que se manifestaba en la ciudad como soldado. El misthós, que antes recibían los thetes de la flota, se generaliza, con lo que contribuye a aumentar la circulación monetaria. No es éste el menor de los factores que llevaron al desarrollo de los procesos inflacionistas, pues fueron precisamente los jefes de los soldados mercenarios, como Timoteo, los que tomaron medidas particulares en ese sentido, para facilitar el sistema de pagas. Parece admitido que, al ser los primeros trabajadores que reciben masivamente un salario, los soldados mercenarios contribuyen a desarrollar formas de mercado que tienden a salirse de los marcos propios de la sociedad antigua. El desarrollo de los mercados también favoreció el aumento de la esclavitud como sistema sometido a las normas de la mercancía. La guerra era para ello al mismo tiempo un obstáculo, como para otras mercancías, y un cauce, debido a la facilidad que ofrecía para acceder a los cautivos. Un problema se suma, sin embargo, consistente en que las guerras del siglo IV fueron mayoritariamente entre griegos. En teoría sólo era esclavizable el prisionero bárbaro, pero la realidad se impone y la tendencia a esclavizar griegos se hace cada vez mayor, desde el período de la guerra del Peloponeso, donde ya se practica por las ciudades contendientes. La ruptura de la identificación con el bárbaro contribuyó para que la condición de los esclavos dejara de tener una identificación étnica en general, incluso dentro de la ciudad. De hecho, en Atenas proliferan los procesos judiciales para determinar la condición estatutaria de personas, que había sido puesta en duda por el hecho de que realizaran trabajos serviles. Tan es así que Aristóteles llega a considerar que es esclavo el que realiza determinados trabajos banáusicos, trabajos manuales hechos al servicio de otro, al margen del estatuto de quien lo realiza. Está claro que éste no es el factor determinante de las sociedades, sino un efecto jurídico de las relaciones reales de dependencia económica. Paralelamente, los esclavos realizan trabajos de todo tipo. No sólo son frecuentes en la explotación agraria del siglo IV, sino que también los propietarios se dedican a alquilarlos para trabajos externos, para que lleven el salario a casa del dueño, y allí se mezcla con el ciudadano pobre que realiza el mismo trabajo y recibe el mismo salario. El aumento del trabajo esclavo y los problemas de la tierra y del mercado llevan a la indefinición estatutaria que hacía del ciudadano pobre una vez más una posible víctima de la sumisión a nuevas formas de dependencia.
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La dualidad de funciones que asume la ciudad en el Imperio como organización autónoma de una comunidad ciudadana y como fundamento de la administración imperial condiciona su conformación material en aspectos esenciales como la funcionalidad de su urbanismo, los valores ideológicos que se proyectan en sus programas monumentales, o las implicaciones sociales presentes en su desarrollo. Como hábitat permanente de la comunidad ciudadana, su organización urbanística satisface determinadas necesidades, que tienen su materialización en los programas monumentales básicos que se constatan en la generalidad de los municipios y de las colonias. Concretamente, la protección de su población frente a posibles invasiones como las de mauri en la Betica en tiempos de Marco Aurelio o el control de la población rural requieren la construcción de las correspondientes murallas, cuyo trazado constituye en los rituales fundacionales de las colonias romanas una de las primeras ceremonias que se realizan. Su importancia queda recogida por determinadas cecas hispanas, como ocurre concretamente en Clunia, Emerita y Caesaraugusta, que conmemoran en sus emisiones el rito fundacional. Tras la declaración del lugar elegido como idóneo por el auspicio, el augur deposita en el agujero fundacional (mundus) tierra del lugar de origen de los colonos y determinadas primicias, y traza mediante una cruz los ejes ortogonales fundamentales de su red viaria que, como puntos de referencia, permiten su ulterior trazado en damero. Seguidamente, el pontífice delimita el perímetro de la ciudad con un arado de bronce, símbolo de fertilidad, tirado por dos bueyes blancos, de los que la vaca ocupa la posición interna, mientras que el toro la externa, en clara alusión simbólica a la dualidad de las funciones domésticas y públicas de la mujer y del hombre. El lugar donde el pontífice levante puntualmente el arado corresponde a la ubicación de las distintas puertas que permiten el acceso al centro urbano. Junto a las murallas protectoras, el foro constituye, como plaza central del entramado urbano, el espacio donde se concentran diversos edificios públicos en los que se proyectan funciones inherentes a la organización de la comunidad ciudadana; el lugar central, preferentemente orientado hacia el norte, lo ocupan los templos dedicados a las divinidades supremas constituidas por la tríada capitolina y compuesta por Júpiter, Juno y Minerva; la ulterior evolución religiosa del Imperio condiciona el carácter de los templos ubicados en el foro, en el que tiende a ocupar una posición preeminente el relacionado con el culto al emperador. En los laterales restantes del espacio rectangular y porticado del foro se ubican edificios relacionados con las actividades políticas, jurídicas y económicas de la comunidad. La curia, como lugar de reunión del senado local, el tabularium, como archivo de la colonia o del municipio, y la basílica, destinada a la administración de justicia, constituyen tres edificios vinculados a la administración municipal. Las actividades comerciales tienen su proyección en los múltiples comercios que se yuxtaponen alineados en unos de los laterales del foro; la acentuación de su importancia tiene su proyección en determinadas ciudades en la construcción del correspondiente mercado (macellum). Las murallas y el foro no agotan las necesidades de la comunidad ciudadana; los hábitos higiénicos propios del mundo romano generan en las ciudades hispanas la construcción de conjuntos termales públicos, organizados en torno a las clásicas tres piscinas de agua fría (frigidarium), templada (tepidarium) y caliente (caldarium), que en ocasiones pueden ir acompañadas de palestras destinadas a los ejercicios gimnásticos. En contraste con la ubicación de las termas, que pueden localizarse en las proximidades del foro, los espacios destinados al ocio ciudadano, tales como teatros, anfiteatros y circos, ocupan una posición periférica en el entramado urbano y suelen aprovechar peculiaridades topográficas del terreno que favorecen su compleja construcción. Semejante programa monumental permite la satisfacción de las necesidades fundamentales de la comunidad ciudadana, mientras que su trazado urbanístico ortogonal permite una óptima organización del espacio urbano. No obstante, en ambos aspectos se encuentran presentes elementos ideológicos que facilitan la cohesión del mundo provincial. El fenómeno se aprecia en la centralidad que ocupan las divinidades principales del panteón romano, pero también en las concepciones que subyacen en el trazado ortogonal que permiten una adecuación de la organización urbana al orden del universo. De hecho, cuando el ciudadano pasea por los decumani, orientados en sentido este-oeste, sigue el curso que, según se creía, traza el sol alrededor de la tierra. El desarrollo del culto al emperador acentúa aún más estos elementos ideológicos, ya que la importancia y centralidad del templo del culto al emperador en el entramado urbano reflejan la relación entre el patrono supremo del Imperio y sus clientes concretos en la colonia o municipio. La entidad urbana y la importancia de los monumentos se encuentra condicionada por su función dentro del organigrama de la administración imperial y por la riqueza de sus respectivos grupos dirigentes. En consecuencia, la jerarquía observable en las funciones como capitales de provincia o de conventus y en los respectivos estatutos jurídicos se relaciona normalmente con la impronta urbanística y monumental, que viene favorecida por la administración imperial. A su vez, la riqueza de las oligarquías de las colonias y municipios se proyecta en actividades evergéticas, cuyo valor supera en ocasiones la cuantía del presupuesto anual de las ciudades en las que se realizan. Templos como el de Apolo y Diana en Arucci (Aroche) fueron sufragados por particulares con cantidades que alcanzan los 200.000 sextercios; aunque esta cantidad es ciertamente excepcional en el panorama evergético, las liberalidades de las elites locales oscilan desde el mero ornato del foro o de edificios concretos como la basílica con estatuas a la celebración de juegos, banquetes públicos, etc. Pese a estar condicionado por el evergetismo que protagonizan las elites locales en compensación por los honores que ostentan en las colonias y en los municipios, la monumentalización y las reformas urbanísticas que se introducen en las ciudades hispanorromanas guardan relación en líneas generales con los momentos clave que marcan la evolución de las comunidades humanas que las habitan en otros aspectos como el de su estatuto jurídico. En este sentido, con los precedentes de época republicana observables en las modificaciones que se operan en la antigua colonia griega de Emporiae, las grandes transformaciones urbanísticas se producen en época augústea con proyección durante la dinastía julio-claudia y especialmente durante el reinado de Claudio, en el período flavio y durante el reinado de Adriano.
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Al comienzo de 1992 nos encontramos con que todos los países latinoamericanos, salvo Cuba y Haití, tienen sistemas políticos que pueden definirse como democráticos, aunque al final de la década de 1970 sólo Colombia y Venezuela, en América del Sur, junto con Costa Rica y México, se encontraban en esta situación. Los procesos que permitieron el paso de dictaduras militares a gobiernos democráticos han sido denominados por los politólogos como de transición a la democracia. Un primer grupo de transiciones corresponde a los países definidos como burocrático-autoritarios, donde por un lado se encuentran las transiciones más tempranas de Argentina o Uruguay y la mucho más tardía de Chile. En este grupo también debería incluirse al Brasil, aunque las diferencias son notables. Mientras en Argentina el proceso electoral se inició después de la derrota en la guerra de las Malvinas y sin pacto alguno entre las principales fuerzas políticas (radicales y peronistas), en Uruguay nos enfrentamos a una transición prolongada y sumamente controlada desde el gobierno y en Brasil el partido del régimen gozó durante un tiempo de un apoyo electoral significativo, algo inexistente en los casos anteriores, lo que le sirvió para organizar la transición. En aquellos países que iniciaron su transición en fechas tempranas, ya se ha producido el relevo pacífico de autoridades a través de elecciones. Esto ha ocurrido en Argentina, Uruguay o Perú, donde los nuevos gobernantes pertenecen a partidos diferentes al de los líderes que comenzaron la transición. En la debilidad de los partidos políticos es donde radica uno de los puntos flojos de la democracia. La corrupción y el desánimo generalizado de la población lleva a los votantes a apostar por soluciones providenciales, en un proceso denominado de fuyimorización, al tomar como prototipo al ex presidente del Perú. En Argentina, el radical Arturo Illia, elegido presidente en 1963, fue relevado del mando por un golpe militar en 1966, encabezado por el general Juan Carlos Onganía. El problema político de fondo era la participación electoral del peronismo. Este período de dictadura militar, que coincidió con la intensificación de la violencia guerrillera, finalizó en 1973, cuando el candidato peronista, Héctor Cámpora, fue elegido de forma aplastante. En 1976 se apoderó del gobierno una nueva dictadura militar con el objetivo de eliminar definitivamente a la subversión izquierdista, pero para cumplir con su cometido se violaron de forma sistemática los derechos humanos. La política represiva fue acompañada en materia económica por la aplicación de un plan neoliberal, diseñado por el ministro Alfredo Martínez de Hoz, que terminó en un gran fracaso. En 1981, cuando ya era evidente el cansancio de los civiles, las fuerzas políticas, a iniciativa de la Unión Cívica Radical, organizaron la Multipartidaria Nacional con el principal objetivo de propiciar la vuelta a la democracia. Pero el detonante que aceleró el retorno de los militares a los cuarteles fue la derrota de las Malvinas. En las elecciones del 30 de octubre de 1983, el candidato radical, Raúl Alfonsín, se impuso contra todo pronóstico a los peronistas, asimilados por buena parte de los votantes con la dictadura militar. Uno de los grandes logros del alfonsinismo en el poder fue la normalización de la vida electoral, pero el mismo gobierno fue incapaz de solucionar la cuestión militar. Después del juicio a las juntas militares que gobernaron entre 1976 y 1983, que terminó con sus principales figuras en la cárcel, el malestar dentro del ejército aumentó y hubo varios conatos de rebelión. La situación se agravó por el mal comportamiento de la economía, lo que aceleró la toma de posesión del nuevo presidente electo, el peronista Carlos Menem. La amnistía que dicto en favor de los militares aplacó el clima deliberativo que se respiraba en el interior de los ejércitos. La democracia uruguaya se caracterizó durante décadas por la relativa limpieza del juego electoral y por el alejamiento de los militares de la vida política. Sin embargo, los avances de la violencia tupamara aglutinaron a los sectores más conservadores de la sociedad, que impulsaron a partir de 1973 la implantación de una dictadura con respaldo militar, encabezada por el ya presidente Juan María Bordaberry, que disolvió el parlamento. En 1976 se produjo un enfrentamiento entre los militares y Bordaberry, que llevó a los primeros a ocupar el poder. Los militares habían propuesto una nueva institucionalización y plantearon una reforma constitucional en noviembre de 1980, que fue derrotada en un plebiscito. A partir de 1982 el desgaste de la dictadura se aceleró y luego de unas complicadas negociaciones con las cúpulas de los partidos políticos, se llegó a la firma del Pacto del Club Naval, en junio de 1984, que marcó los límites de la transición política. El Pacto fue firmado por las Fuerzas Armadas, el Partido Colorado y el Frente Amplio, una coalición de partidos de izquierda y centro-izquierda. En noviembre de 1984 se celebraron las elecciones presidenciales, con la proscripción de los líderes del Partido Nacional o Blanco (Wilson Ferreira Aldunate) y del Frente Amplio (Liber Seregni). Fue elegido Julio María Sanguinetti, del Partido Colorado, cuyo gobierno tuvo que enfrentar menos problemas que el de Alfonsín, pero al igual que en Argentina el relevo presidencial se realizó sin complicaciones de ningún tipo, después de las elecciones de 1989 que dieron el triunfo a Luis Lacalle. El proceso chileno fue más complicado, especialmente por lo traumático del golpe que derrocó a Salvador Allende y por lo trabado de la transición, dados los condicionantes impuestos por Augusto Pinochet. Entre 1958 y 1973 se produjo una "alternancia política arrítmica", al sucederse en la presidencia la derecha, Jorge Alessandri (1958-1964), el centro demócrata cristiano, Eduardo Frei (1964-1970) y la izquierda, Salvador Allende (1970-1973). Esta situación llevó a la tesis de los tres tercios, según la cual la sociedad política chilena se repartía equilibradamente en tres tendencias políticas. Sin embargo, como señala Manuel Alcántara, una vez que los partidos políticos mayoritarios llegaban al poder se comportaban con una lógica bipartidista que negaba la realidad plural que los rodeaba. La democracia cristiana intentó impulsar su "revolución en libertad" (reforma agraria y "chilenización" del cobre) a fin de evitar un estallido insurreccional y cerrarle el paso a la izquierda, aunque no pudo evitar que las elecciones de 1970 fueran ganadas por la Unidad Popular. Allende intentó desarrollar la "vía chilena al socialismo", pese a no contar con la mayoría en el Parlamento, lo que polarizó la vida política. El aumento de la conflictividad, con un creciente apoyo de los grupos medios a la acción opositora, sumado al bloqueo financiero norteamericano y a la ingobernabilidad del país condujo al golpe de estado del 11 de septiembre de 1973. La dictadura pinochetista, con sus dieciséis años de duración, puede definirse por la personalización del poder y la baja institucionalización del régimen. Al igual que en Argentina, la política represiva se acompañó de un programa económico neoliberal, pero a diferencia del país transandino, en este caso el éxito coronó la gestión de la dictadura, aunque al precio de un elevado coste social. En el plebiscito de 1980 se aprobó con el 67 por ciento de los votos una nueva Constitución que imponía a Pinochet como presidente constitucional hasta 1989. La persona que ocuparía el cargo en el periodo 1989-1997 sería presentada por Pinochet, pero su propuesta debía aprobarse en otro plebiscito. Las dificultades económicas y la falta de libertades políticas redoblaron las presiones de la oposición para democratizar el régimen, pero la cerrazón de la dictadura dificultaba cualquier salida negociada. Sin embargo, la situación cambió tras la derrota de Pinochet en el plebiscito de 1988 para proponer su propia candidatura presidencial. En un proceso pleno de dificultades, y con Pinochet al frente de las Fuerzas Armadas, se llegó a las elecciones de 1990 ganadas por el candidato demócrata cristiano Patricio Aylwin, que contó con el respaldo del centro y de la izquierda. La transición brasileña se caracterizó por la tutela militar en sus primeras etapas y por la sanción de una nueva Constitución en 1988, fruto de un proceso constituyente iniciado con las elecciones parlamentarias de 1986. Las elecciones de 1989 supusieron la primera elección presidencial directa en tres décadas y se celebraron de acuerdo a la nueva normativa. Los militares habían llegado al poder en 1964 y se mantendrían en él durante dos décadas, para impulsar el llamado "milagro brasileño". Los gobiernos del general Humberto Castelo Branco y de sus sucesores introdujeron importantes cambios en la economía, en la sociedad y en las formas políticas brasileñas. El sistema funcionaba con dos partidos políticos, el oficialista Alianza Renovadora Nacionalista (ARENA) y el opositor, aunque tolerado, Movimiento Democrático Brasileño (MDB). Entre 1966 y 1974 la hegemonía de ARENA fue clara. A partir de 1979 la transición política se aceleró con la llegada de un nuevo presidente, el general Joáo Baptista Figueiredo, que se comprometió a la completa democratización del país. Entre las medidas por él impulsadas se cuenta la sanción de una nueva ley de partidos políticos, que acabó con el sistema bipartidista artificial que existía en Brasil. En las elecciones de noviembre de 1982 la oposición ganó en diez de los veintidós estados del país. Y si bien la oposición obtuvo la mayoría de la Cámara de Diputados, no tenía el control ni del Senado ni del Colegio Electoral, que debía elegir en 1985 al nuevo presidente. Ese año llegó a la presidencia Tancredo Neves, que llevaba como compañero de fórmula a José Sarney, un antiguo militante del partido gubernamental. La muerte de Neves antes de asumir su cargo, permitió que Sarney ocupara la presidencia. Pese a su giro conservador la transición siguió adelante y en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 1989, el 15 de noviembre, el candidato del Partido de la Reconstrucción Nacional, Fernando Collor de Mello, y el del Partido de los Trabajadores, Luis Ignacio da Silva, Lula, obtuvieron la mayor cantidad de votos y pasaron a la segunda vuelta. Un mes más tarde Collor de Mello obtenía el 53 por ciento de los votos, frente al 47 por ciento de Lula.
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Después del período precedente, el de los emperadores ilíricos, durante el cual en sólo 47 años se habían proclamado 25 emperadores y el mundo romano había sufrido tanto el acoso externo como la proliferación de imperios locales, se puede decir que el Imperio Romano fue salvado, finalmente, por una revuelta militar. Cuando en el 284 el ejército sublevado en Calcedonia proclamó emperador a un oficial dálmata que asumió el nombre de Diocleciano, se abrió un período durante el cual se logró tanto la superación de la larga crisis política anterior como la elaboración de una serie de medidas que afectarían directamente a la evolución del mundo romano bajo-imperial. Al advenimiento del gran emperador reformista, el Imperio presentaba múltiples problemas que se habían ido gestando en los siglos anteriores, algunos de los cuales supo abordar con éxito, mientras que otros siguieron una evolución irreversible y, en ocasiones, aceleraron la propia estructura de la sociedad bajo-imperial. Así, por ejemplo, los ataques de los pueblos bárbaros al limes romano habían sido frecuentes durante todo el Alto Imperio: el ataque de los marcomanos y los cuados en el 166, de los mauros en Hispania en el 173, etc. Aunque tales asaltos tenían un carácter esporádico y no pusieron en peligro la estabilidad política del Imperio hasta el siglo III. Pero con la ascensión de Persia a partir del 224 (en que se instaura la dinastía sasánida), con la confederación gótica que se había formado en la cuenca del Danubio en el 248, y el constante pulular de bandas armadas a lo largo del Rin desde el 260, el Imperio vivía en medio de constantes guerras defensivas. Tal vez se hubieran podido atajar tales amenazas definitivamente, como se había hecho con anterioridad, pero mientras la presión de los pueblos bárbaros era ahora mucho mayor, el Imperio estaba peor preparado para tal empresa. Ciertamente, el ejército se había remodelado y sus efectivos eran impresionantes: hacia el 290 se calcula el cuerpo del ejército en torno a unos 400.000 hombres. La legión fue dividida en unidades más pequeñas, capaces de actuar y hacer frente a los asaltos de los bárbaros en forma de razzias. Los destacamentos fronterizos quedaron protegidos por enormes fuerzas de choque de caballería y el mando militar ya no era asumido sistemáticamente por la aristocracia imperial sino por profesionales experimentados que había destacado en sus empresas militares. Pero el ejército debía ser costeado y eran fundamentalmente las clases bajas quienes se veían más afectadas por esta carga. El Estado venía actuando como un extorsionador, a través de una burocracia administrativa que frecuentemente actuaba por medio de la coerción y la delación. Se habían acabado los tiempos en los que el botín de guerra subvenía a las necesidades del Estado. El endeudamiento era tan frecuente que, ya en el año 118, Adriano canceló una deuda al Estado de 900 millones de sestercios porque resultaba imposible de cobrar. Puesto que en el ejército recaía la defensa de la integridad del Imperio, éste, a lo largo del siglo III, fue ostentando el control del Estado. Estos emperadores, puestos por el ejército y mantenidos por él, eran autócratas que gobernaban al margen del Senado y las instituciones, de manera personalista y, a menudo, despótica. La crisis del sistema esclavista afectó fundamentalmente a las clases medias, a la burguesía urbana que tanta importancia tuvo en el progreso de la vida municipal. La mayoría de ellas obtenían sus ingresos del cultivo de la tierra. Ante la escasez de mano de obra se veían obligados a aumentar los salarios o rebajar sistemáticamente los alquileres. Sus rentas siguen una curva descendente, sobre todo desde finales del siglo III. Paralelamente, la concentración de bienes agrícolas en manos de unos pocos honestiores se amplía. El crecimiento de la gran propiedad contribuyó a que la civilización urbana decayera, ya que estas haciendas comienzan a actuar, además, como centros de producción industrial. El aumento de los salarios provoca el alza de los precios y, consecuentemente, también son mayores los gastos municipales. La decadencia de la vida ciudadana va unida a la crisis de la burguesía urbana y ambos factores incidirán de forma crítica en las estructuras del Imperio. Tampoco es ajena a este estado de cosas la crisis religiosa que, sobre todo desde mediados del siglo II, se percibe claramente. La crisis de la religión romana tradicional -estrechamente relacionada, por otra parte, con la vida municipal- se vio acelerada por la invasión de religiones orientales a lo largo del Imperio. La estrecha relación entre el sentimiento religioso y el Estado, la identificación entre derecho sagrado y derecho público, hizo que la transformación de las estructuras del Estado afectase a la autoridad de las antiguas tradiciones. Los emperadores antoninianos, apoyándose en los valores del estoicismo y del neoplatonismo, intentaron dotarla de un contenido moral-filosófico nuevo. Pero tal reforma no podía ser popular: se trataba de un sistema demasiado elaborado para que pudiera penetrar en los sectores menos cultivados. La mayor importancia de esta reelaboración religiosa fue que creó las condiciones necesarias para que pudieran arraigar otras religiones, en concreto, las orientales y, entre ellas, el cristianismo. La persecución de Diocleciano fue un intento vano de erradicación del peligro que, para la estabilidad del Estado, parecía implicar esta religión arrogante en la que la creencia en su dios excluía y combatía a todos los demás.
contexto
Las primeras etapas del Paleolítico Superior han sido tradicionalmente establecidas por la existencia de diferencias con el Musteriense subyacente. Desde las primeras clasificaciones de H. Breuil, la presencia de la tecnología de hojas y la industria de hueso y asta fueron los criterios básicos. A estos caracteres técnicos se unía un importante factor antropológico: la aparición del Homo sapiens sapiens, también conocido como hombre de Cro-Magnon. Esta distinción antropológica está en la base de todas las interpretaciones y valoraciones distintas sobre la singularidad del Paleolítico Superior. Sin embargo, como veremos, esta visión simplista se ha visto alterada en los últimos años al obtenerse nuevas atribuciones cronológicas, así como el descubrimiento de nuevos yacimientos. El problema se complica por la unión de dos factores; por un lado, nos encontramos en los límites del método del C14, pues cerca de los 40.000 años la cantidad de C14 se reduce a cantidades infinitesimales. Por ello, sólo gracias al descubrimiento de nuevos sistemas, sobre todo el del acelerador de partículas, se empiezan a obtener nuevas dataciones: ¿cuáles son los límites entre el Paleolítico Medio y el Superior?; ¿cuántos raspadores o buriles hacen falta para definir el Paleolítico Superior?; ¿hay suficientes cambios económicos o de estructuración social como para que sean ciertamente distinguibles? Como veremos, estas preguntas están aún lejos de ser respondidas en su totalidad. En primer lugar, hay que considerar que durante un período cronológico comprendido desde hace 45.000 hasta hace 35.000 años observamos cómo en áreas tales como el Próximo Oriente o Europa (tanto oriental como occidental) se producen una serie de cambios tecnológicos que transformarán gradualmente las industrias locales del Paleolítico Medio. En cada región las tradiciones específicas permitirán la aparición de industrias con caracteres nuevos. Sin embargo, en otras, como el norte de Africa, se documentan industrias que tienen una perduración hasta fechas relativamente próximas, como el Ateriense. Los niveles de transición se sitúan en el Próximo Oriente en dos yacimientos principales, Ksar Akil en el Líbano y Boker Tachtit en el Negev. En ellos se percibe la transición tecnológica por disminución de la técnica Levallois, que tiende a ser utilizada en la fabricación de hojas. Los instrumentos principales son los buriles y los raspadores, aumentando la disminución de las raederas. Un instrumento característico son las puntas de Emireh, por lo que se ha propuesto denominar Emiriense a este momento. Las dataciones de Boker Tachtit sitúan este momento cerca de los 46.000 años. Tras estos niveles de transición, los primeros momentos del Paleolítico Superior están marcados por la presencia de dos tradiciones que se solapan geográfica y cronológicamente. Por un lado, una industria caracterizada por una tecnología elaborada de hojas y hojitas, en cuyo instrumental abundan las piezas de dorso, así como las puntas de base retocada o puntas de El-Ouad, por lo que se ha propuesto para este momento el término de Ahmariense. Junto a él se encuentran las primeras evidencias del Auriñaciense Levantino, tecnológicamente opuesto al Ahmariense, basándose en una tecnología de lascas cuyo componente industrial está caracterizado por los raspadores y los buriles. Su cronología lo sitúa después de las culturas de transición. En fechas cercanas al 28.000 a.C., el Ahmariense desaparece y el Auriñaciense Levantino perdurará hasta fechas cercanas al 18.000 a.C. Tecnológicamente, nos hallamos ante dos modelos: uno se basa en la producción de lascas y grandes hojas gruesas que se transformarán en raspadores espesos y en hocico. La otra técnica se dedica a la producción de pequeñas hojas y hojitas que evolucionarán hacia las puntas de El-Ouad. La mayoría de los yacimientos se sitúan, sobre todo, en cuevas y abrigos. La ausencia de yacimientos al aire libre no es de fácil interpretación, pues las prospecciones sistemáticas de los arqueólogos israelíes no han dado resultados positivos. La presencia de industria ósea en yacimientos como Ksar Akil permite también reconocer que ésta se fabricó con cuchillo de sílex, no habiéndose reconocido el uso de buriles como en Europa. Entre los tipos óseos se hallaron los punzones, las puntas y bipuntas así como las espátulas. En varios yacimientos aparecen restos de colorantes. La única obra de arte conocida proviene de la cueva de Hayonim, que consiste en una plaqueta caliza con una posible figura de caballo. En Europa la transición al Paleolítico Superior se dividió en dos tendencias metodológicas. Por un lado, se postulaba una evolución policéntrica en la que las industrias habían evolucionado partiendo de la base del Paleolítico Medio local. Por otro, se proponía la llegada de grupos humanos nuevos (el Homo sapiens sapiens) procedente del Próximo Oriente, debido a los restos antropológicos y a la presencia de industrias de técnica laminar (como el Acheleo-Yabrudiense), ambos presentes en esta zona durante el Paleolítico Medio. En los últimos años, los descubrimientos han complicado el modelo y tienden a considerar un origen poligénico y policéntrico para el Paleolítico Superior. En Europa occidental, durante el interestadial de Henguelo (Würm II/III), se empiezan a encontrar las industrias del Perigordiense Inferior o Chatelperroniense y el Auriñaciense como los primeros en las que aparecen elementos característicos del Paleolítico Superior, tales como las hojas y la industria de hueso. Estas se han relacionado con el Musteriense en sus diferentes facies. Así, el Perigordiense Inferior o Chatelperroniense, caracterizado por las puntas de Chatelperron, derivaría del Musteriense de Tradición Achelense tipo B, en el que aparecen también cuchillos de dorso, especialmente los del tipo del Abri-Audi. En él las raederas alcanzan aún cantidades importantes. El Auriñaciense presenta en muchos aspectos relaciones con el Musteriense, especialmente en el uso del retoque escamoso que lo vincula con un Musteriense Charentiense tipo Quina. Durante mucho tiempo, la existencia de un cierto hiatus cronológico unido a la presencia de industria ósea, desconocida en el Musteriense, hizo proponer a muchos autores un origen extraeuropeo para el Auriñaciense. Las nuevas fechas radiocarbónicas obtenidas en yacimientos españoles, como la Cueva del Castillo y la Arbreda, que sitúan a industrias auriñacienses cerca del 38.000 a.C. el primero y del 36.000 a.C. para el segundo, permiten cubrir este hiatus y postular un origen local. Por otro lado, la contemporaneidad de ambas fases culturales ha sido descubierta en varios yacimientos, tanto franceses (Roc-de-Combe, La Piage) como españoles (El Pendo), en los que se encuentran interestratificados, con niveles Auriñaciense debajo del Perigordiense Inferior, confirmando en cierta medida su relación con las tradiciones musterienses locales. El Perigordiense Inferior representa una industria que conserva todavía muchos de los elementos del Musteriense, como la pervivencia de la técnica levallois, la presencia de raederas y puntas musterienses en proporciones intermedias. Junto a éstas aparecen la tecnología de hojas y la multiplicación de los raspadores y buriles. La necesidad de materias primas de mejor calidad provoca una mayor movilidad de los grupos. Otro factor nuevo es el uso del hueso, utilizado sobre todo como colgantes de marfil y hueso o dientes perforados. Estos representan uno de los primeros elementos estéticos conocidos. Su dispersión espacial es restringida, apareciendo exclusivamente en Francia y en la Región Cantábrica española. Cronológicamente, contamos con fechas del 34.000 a.C. en la Cueva de Morín (Cantabria, España). En la cueva de Arcy-sur-Cure aparecieron los restos de varias cabañas, construidas con un basamento de piedra que soporta una superestructura de defensas de mamut. Estas estructuras estaban impregnadas de ocre, tendencia que se convertirá en habitual. En el yacimiento de Saint-Cesaire (Charente, Francia), F. Leveque descubrió los restos de un enterramiento de un individuo neandertal muy evolucionado, demostrando la pervivencia de este tipo humano en el Paleolítico Superior en fechas cercanas al 35.000 a.C. El descubrimiento de estos restos neandertales hizo que muchos autores atribuyeran esta cultura en su totalidad a éstos; sin embargo, la generalización nos parece excesiva, y sólo nos demuestra que la información que poseemos es aún parcial y todavía quedan muchos datos por descubrir. Más compleja es la situación del Auriñaciense. Como ya dijimos, para éste se ha propuesto un origen extraeuropeo, en función del mayor uso de la técnica laminar en los yacimientos clásicos y la presencia de individuos de tipo moderno. Su dispersión geográfica es más amplia que el Perigordiense Inferior, pues lo encontramos por toda Europa desde los Balcanes hasta la Península Ibérica. Caracterizado por una industria lítica de grandes hojas, junto a lascas espesas que se transforman en raspadores carenados y en hocico, unida a una industria de hueso centrada en las azagayas. El problema fundamental es la falta de unidad real del Auriñaciense. Los elementos característicos no se presentan por igual en toda Europa. Mientras que en algunos lugares como Mladec (Checoslovaquia) o Istallosko (Hungría) existen azagayas con fechas del 28.000 a.C., el resto de la industria es de difícil atribución. Otros materiales atribuibles a estos momentos iniciales del Auriñaciense son los de Willendorf (Austria), situados entre el 42.000 y el 37.000, con raspadores espesos. Los materiales, raspadores espesos e industrias de hueso, de las cuevas búlgaras de Bacho Kiro y Temnata, situadas cerca del 38.000 a.C., fueron en principio atribuidos al Auriñaciense, aunque posteriormente se prefirió incluirlos dentro de una cultura transicional, el Bachokiriense, a partir de la cual se propondría la hipótesis de su expansión hacia el oeste. La tendencia más probable es, tal como propusimos, la existencia de cultura de transición en las que los elementos característicos aparecerán en diversos lugares entre el 38.000 y el 33.000. Ésta ya se encuentra homogeneizada en el 33.000 como la primera cultura paneuropea. Otras formas de transición específicas de la Europa central son las industrias de tipo Bohuniciense. Éstas se sitúan en la actual Moravia (Checoslovaquia) uniendo algunos elementos de técnica levallois a hojas retocadas y raspadores espesos, y con una cronología entre los 41.000 y los 36.000. La presencia, en algunos conjuntos, de puntas foliáceas bifaciales nos lleva a otro de los grandes conjuntos culturales: el Szeletiense. Esta industria, descubierta en primer lugar en el yacimiento de la cueva de Szeleta, en Hungría, ha sido posteriormente encontrada por toda la zona norte de Europa, siguiendo fundamentalmente las montañas de los Cárpatos, tanto al norte como al sur, hasta Polonia. En esta última, se presenta bajo la forma de una facies especial, el Jermanoviciense. A esta tradición de puntas foliáceas se podría también incluir el Lincombiense de Inglaterra. Los materiales del Szeletiense y culturas afines se caracterizan por la presencia de puntas foliáceas talladas con retoque plano, cuyo origen se podría rastrear hasta las industrias del Pleistoceno Medio de tipo Altmülh. Durante los inicios del Pleistoceno Superior en otros yacimientos alemanes, como Ranis, o moravos, como Külna, se puede constatar una fase Micoquiense que podría situarse como origen más directa de esta facies. Cronológicamente, los niveles de la propia cueva de Szeleta se sitúan entre los 40.000 a 30.000 años. Las industrias con foliáceos también se sitúan en la base de las industrias de la llanura ruso-ucraniana, donde reciben el nombre de cultural de Kostieski-Sungir, pudiendo resultar de la evolución local de las industrias musterienses de Crimea. Curiosamente, también junto a ella encontramos una tradición ligada al desarrollo de una técnica laminar, con industria de hojas de dorso, conocida como industrias de Kotienki-Spitsine. Como hemos visto, el periodo entre los 43.000 y los 33.000 años se caracteriza por una enorme variedad cultural, reflejo tanto de la evolución de los distintos tipos de Musteriense como de la propia interacción entre ellas. No son muchos los elementos artísticos que podemos atribuir a este momento, aunque sí poseemos uno de los más espectaculares. En Sungir se descubrieron los restos de tres concentraciones circulares de fauna, de cerca de 20 metros de diámetro, separados por áreas vacías de restos. En ellas se encontraron abundantes útiles, así como restos de fauna y objetos de adorno. Próximas a las estructuras se descubrieron tres sepulturas, posiblemente de las más espectaculares conocidas. Los muertos se encontraban cubiertos de ocre rojo y literalmente cubiertos de conchas, dientes de animales y cuentas. En una de ellas, la presencia de 3.5OO perlas de marfil repartidas por el cuerpo hace pensar que sus ropas estaban engarzadas de cuentas de marfil, conchas y demás elementos. A su lado se descubrió una tumba doble, en la que dos muchachos se encontraban enterrados cabeza con cabeza. Sobre el pecho de uno y sobre el hombro del otro se encontraron dos estatuas de marfil, una representando un caballo y la otra un mamut. Junto a ellos se depositaron dos lanzas de marfil de mamut de 2,40 metros de largo. El proceso de fabricación de éstas debió de ser enormemente complicado, dada su longitud y la natural curvatura de las defensas. La punta de una de las lanzas estaba bordeada de lascas de sílex y la presencia de una ranura hace pensar en el uso de resinas para ligarlas. Cerca de la punta también tenía un aro de marfil, posiblemente usada para equilibrarla, aunque su peso, cercano a los 5O kilos, la convertía en un arma de difícil manejo. Junto a ellas se pudieron reconstruir varias lanzas de madera. Como vemos, durante estos momentos la complejidad social ya debió alcanzar cotas muy elevadas.
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El factor que mejor caracterizará este periodo es la intensificación del trabajo agrícola. En la Europa templada se desarrollará un sistema intensivo de agricultura mixta, con la práctica del cultivo con arado, el uso de carros tirados por animales y la cría de animales para producir leche y lana. Las formas de asentamiento se relacionan entre sí si nos fijamos en la presencia de un pequeño número de artefactos característicos y de tipos parecidos. La base social sigue siendo principalmente de carácter igualitario, pero se constatan el afloramiento de las condiciones apriorísticas de los procesos sociales posteriores, ya entrada la Edad del Bronce.
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El final de la Edad Oscura se conoce justamente como Renacimiento griego, pero no se trata de un milagro, sino del resultado de un largo proceso en que van fraguando características de una nueva sociedad y de nuevas formas culturales. Movimientos de pueblos, contactos con otros pueblos, procesos de integración y de rechazo, disolución de los antiguos mecanismos de control en otros nuevos, sobre la base del manejo de los metales, adaptación de las tradiciones a los cambios, todo ello se conjuga para explicar la aparición de un nuevo mundo, que no nace de la nada, pero pretende igualarse al pasado remoto y prestigioso más que al inmediato pretérito oscuro y poco lucido. En el nuevo uso de los restos materiales y en la adaptación de las formas conocidas por la memoria, elaboradas al tiempo que se da solidez a las tradiciones, va creándose una cultura que tendrá el rasgo propio de adaptarse al proceso de creación de la polis sin perder su identidad aristocrática. Pues, de hecho, las formas culturales fraguan en centros palaciegos, donde el basileus, aristócrata destacado, capaz de crear clientelas a su alrededor, se hace heredero del pasado micénico para dar el paso hacia lo nuevo con capacidad para dominar los aspectos más destacados del mundo imaginario. Una vez que se ha apropiado del pasado, la transferencia crítica hacia la polis queda ideológicamente en sus manos, hasta el punto de que para toda la historia de Grecia permanecen marcadas las señales de identidad cultural, para ser utilizadas por cualquiera de las formaciones sociales que, al mismo tiempo, resultan de este modo condicionadas por sus rasgos principales. Las nuevas sociedades de la Grecia arcaica adoptan como arma ideológica las tradiciones creadas cuando las aristocracias regias de la época oscura consolidan su poder en el mundo del oikos, en el que se apoyaron las civilizaciones urbanas de la época arcaica. A las puertas del arcaísmo, la sociedad homérica representa un modo específico de organización cuyo rasgo más duradero ha sido el de la creación de una imagen perdurable, patrimonio cultural de la humanidad. Su capacidad para expresar la vinculación con el pasado de las sociedades en formación es precisamente parte del secreto que permite seguir disfrutando de sus logros como de un bien eterno, productor de emociones y de sensaciones relacionadas con la creencia en la solidaridad humana no porque enmascare, sino más bien porque revela de modo ejemplar el sentido de los conflictos entre los hombres, entre las clases, entre los pueblos, entre las generaciones. Ése es el primer momento favorable a que la humanidad se piense críticamente a sí misma. El renacimiento constituye un fenómeno que realmente se forma en el proceso del palacio a la polis.