Para conocer la realidad andina anterior a la llegada de los españoles nos encontramos con un serio problema de fuentes. Ninguno de los pueblos que habitaban en este espacio había desarrollado un sistema de escritura. Aquí no contamos con la inestimable fuente que son los códices mesoamericanos, ni con las múltiples inscripciones jeroglíficas que adornan tantos sitios arqueológicos de México y Yucatán. Aquí callan las piedras, y solo nos encontramos referencias escritas a partir de la llegada de los españoles. Afortunadamente para nosotros, la insaciable curiosidad de soldados y misioneros nos han dejado miles de páginas escritas acerca del pasado andino. Pero estas fuentes, siendo muy ricas, adolecen de muchas carencias. No es la menor la incapacidad de aquellos hombres procedentes de la civilización occidental para aceptar y comprender unas categorías muy alejadas de los valores europeos. Así, el empleo del término concubinas para referirse a esposas secundarias, las "ovejas de la tierra" para denominar a los auquénidos... son solo algunos ejemplos de dicha dificultad para comprender en profundidad la realidad que contemplaban. Los templos son mezquitas, los gobernantes son reyes o emperadores de un sistema monárquico, único conocido por aquellos que se desplazaban a América. Y es precisamente esos parámetros con los que juzgan la realidad que describen los que en ocasiones les impiden comprender el auténtico sentido de la organización social y económica, que en gran medida se basaba en ese sentido de dualidad de que hablamos. Gráfico En cualquier caso, las fuentes españolas nos acercan a la realidad que en el siglo XVI se había hecho presente en un amplio proceso integrador: el mundo de los Incas. Este pueblo, desde su establecimiento en el Cuzco, había iniciado un ambicioso proceso de conquista desde mediado el siglo XV, que les había llegado a controlar desde el río Maula, en el sur, hasta la región de Quito, al norte. Y desde el Pacífico, la amplia región se podía dividir en tres zonas geográficas que abarcaban tierras de la costa, la sierra y la selva. Como complemento a las fuentes escritas necesitamos de la ciencia arqueológica, y del material administrativo elaborado en tiempos del virreinato, que aún permite conocer formas de vida de las comunidades indígenas que, sin duda, eran muy similares a las que se desarrollaron en los tiempos prehispánicos.
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El porcentaje de mujeres sobre el total del alumnado universitario se ha incrementado notablemente, pasando del 46,79% en 1982, al 54,37%, en 2007, lo que demuestra que, en la actualidad, en la universidad española, el número de alumnas supera al de alumnos en más de 123.224. Ellas constituyen una amplia mayoría entre el alumnado matriculado en las diplomaturas (70,02%) y en las licenciaturas (60,6%). Por el contrario, son minoría en Arquitectura e Ingenierías Técnicas (24,7%) y en Arquitectura e Ingenierías superiores (30,8%). El aumento de la matriculación es, sin embargo, claro ya que en el curso 1982-1983 las alumnas de Arquitectura e Ingeniería sólo suponían el 11,1%, mientras que, en el curso 2006-2007, constituyen el 30,8%. No resulta sencillo realizar un estudio evolutivo sobre la matriculación femenina ya que muchos de los estudios que se imparten en la actualidad no existían en la década de los 80. Gráfico Quizás pueda ser interesante introducir aquí los datos sobre el profesorado universitario. Del total de 95.140 el 35,78% son mujeres y se encuentran mayoritariamente en las carreras de Humanidades, el 45,85%, continuando por Ciencias Sociales y Jurídicas y Ciencias de la salud.En el nivel superior, catedrática, sólo lo ocupan el 14,36% mujeres. Para cerrar este capítulo, se puede afirmar que en relación con la educación puede afirmarse que se ha avanzado mucho en el camino de la igualdad, tanto en las actividades laborales como en el hogar. Existen, sin embargo, diferencias importantes que a su vez son distintas según los colectivos de mujeres; por edades, nivel educativo, social, medio geográfico, etc. Junto a ello se ha producido el descenso de la tasa de fecundidad cuya dramática caída anuncia una posible crisis demográfica que tendrá su reflejo también en la matriculación universitaria.
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En las sociedades del Antiguo Régimen, las mujeres como los hombres vivieron en una sociedad estamental desarrollada de acuerdo a reglamentaciones estrictas. En cuanto a las mujeres nobles y aristócratas se ha desarrollado el estudio de sus ocupaciones, bienes, herencia, moda y joyas. Especialmente su vida cotidiana y su trascendencia social. También los procesos de enfermedad, muerte y exequias, donde se percibía el simbolismo de su estatus. En cuanto al estamento religioso, la historia de la religiosidad femenina ha sido uno de los temas más estudiados en la Época Moderna, pues ha interesado mucho el modo en que las mujeres desarrollaron su espiritualidad y sus prácticas de devoción; lo cual si bien fue un rasgo común en la educación de los hombres y de las mujeres, lo fue muy especialmente en ellas, seguramente por ser un campo próximo a la sensibilidad y plena generosidad que se les demandaba y por ser éste también un espacio en el que ellas podían obtener algún reconocimiento social, muy difícil en cualquier otro ámbito de su vida. De ahí que haya que considerar, en primer lugar, el gran número de mujeres que siguieron el camino de la clausura. Algunas de ellas llegaron a ser religiosas bien conocidas como Teresa de Ávila o sor María Jesús de Ágreda, pero también destacaron muchas mujeres abadesas, que desempañaron un gran papel debido a que una abadesa era una autoridad espiritual, organizativa y política y desempeñaba funciones intelectuales importantes en la sociedad del Antiguo Régimen. Finalmente, también hay que tener en cuenta a las beatas o visionarias del periodo, todas ellas ejemplos del protagonismo espiritual logrado por numerosas mujeres en los siglos XVI al XVIII. Algunas de estas mujeres nobles, aristócratas y religiosas dejaron por escrito sus prácticas religiosas cotidianas, su ortodoxia y heterodoxia; también escribieron sobre cuestiones de amor, matrimonio y conflictos con los hombres y, en general, sus experiencias en la sociedad que les tocó vivir. Muchas de estas mujeres fueron lectoras de estos y otros libros escritos por hombres. Este interés literario se hizo más visible en el siglo XVIII pues fueron más numerosas las que podían leer, escribir e interesarse por la marcha de las ediciones. En cuanto al estamento de las mujeres trabajadoras, algunos estudios sobre el trabajo femenino y las economías familiares se ha desarrollado con fuerza. Contra el tópico que considera el trabajo femenino como una función y una relación secundaria, se subraya la importancia de las tareas femeninas, así como las aportaciones de las mujeres a la economía familiar. El trabajo de las mujeres en la Época Moderna se caracterizó por su diversidad y por su multiplicidad que no siempre se traducían en monetarización, lo cual ha obligado a contemplar las diferentes modalidades laborales, revisando el concepto de trabajo tradicional que se asimila a ganancia monetaria. La identificación del trabajo con la remuneración económica sólo se extendió a partir de la Revolución Industrial: antes el trabajo venía pautado como todo esfuerzo humano que tuviera una viabilidad o utilidad grupal o social; y ahí es donde ha de insertarse el trabajo femenino, sobre el cual ahora sabemos mucho más. En la práctica, el trabajo de las mujeres era una fusión de tareas, reproductivas, productivas y las derivadas del consumo familiar, que incluían desde el parto hasta procurar y preparar los alimentos, cuidar a ancianos y niños, trabajar en el negocio familiar o en el exterior si era preciso. Las mujeres realizaban una profusa actividad cotidiana, por la que, en general, no recibían salario alguno, aunque obtenían un evidente reconocimiento familiar y social. La invisibilidad del trabajo de las mujeres no lo hace menos importante y necesario para la "casa", que funcionaba como una unidad de producción familiar, presidida por el cabeza de familia, cuyo trabajo se visualizaba mejor, y así ha sido recogido por la historiografía, que ha dado a conocer más escasamente el trabajo femenino. Durante la Edad Moderna la mayoría de la población española vivía en los entornos rurales y allí las mujeres cotidianamente realizaban numerosos trabajos, propios y esenciales en una economía básicamente campesina como la española. Así, pues, el colectivo femenino fue importante en la construcción de las economías familiares y en el bienestar del grupo, así como en el progreso social. Es un grave error, demasiado extendido, suponer que las actividades laborales de las mujeres tenían sólo una dimensión privada. Aunque no sea fácil determinar la productividad real de su dedicación -porque es difícil asignarle un valor en términos de mercado- parece incuestionable la dimensión económica de todo lo que se gestaba en el ámbito del hogar y fuera del él. En esa construcción de la economía familiar, la mujer se dedicó también a trabajar en el negocio familiar o en el exterior si era preciso, de ahí el interés por los estudios sobre las mujeres y el sistema gremial, y su presencia como compradoras y vendedoras e, incluso, como tratantes y empresarias, sobre todo cuando llegaban a la viudedad. No deja de ser interesante el papel de la mujer en los oficios artísticos de los que no estaban ausentes. Mujeres entalladoras, pintoras, impresoras, burilistas, etc.. La familia ha sido otro de los temas privilegiados de estudios para la historia de las mujeres. La familia como lugar de reproducción social, pero también como espacio de relación entre los esposos. La organización político-social de la monarquía, basada en principios de jerarquización estrictos, se trasladaba a la familia, en la que el papel activo y representativo se concede al varón, y en cambio, el pasivo y dependiente a la mujer. Esta imagen es la que aflora en los textos normativos, que estructura la familia en torno a la figura del cabeza de familia, representado como "padre, esposo y señor", mientras que la pertenencia al sexo femenino determinaba su exclusión del marco público y su diferenciación marcada por ser el agente máximo de honorabilidad del grupo familiar. Pero la familia era, también, si no el único, sí un lugar importante para la manifestación de los afectos, los sentimientos y los conflictos entre los esposos. El tema de los afectos se ha introducido en el discurso histórico. Ha parecido conveniente estudiar las relaciones de la familia desde este supuesto y no sólo en su vertiente material, social o política. Las fuentes judiciales arrojan alguna luz sobre las conductas amorosas y sexuales, aunque estén sesgadas por el carácter transgresor. La normalidad de la vida se escapa utilizando sólo estas fuentes. Las fuentes judiciales, sin embargo, permiten evidencias la existencia de cierto protagonismo femenino en el mundo de los afectos y en la defensa del honor y de los sentimientos ultrajados. Lo cual desmiente los textos de filósofos, médicos, juristas o moralistas que reiteraban la existencia de un tipo de mujer pasiva, contenida y a menudo sumisa a la autoridad del padre de familia. El estudio de las mujeres heterodoxas, marginadas y perseguidas por la justicia ha tenido también su desarrollo. La sociedad desarrolló mecanismos de vigilancia activa sobre las mujeres casadas o solteras, pues su honorabilidad era algo necesario para que el clan familiar pudiera ser respetado en su comunidad. Muchos moralistas denunciaron severamente algunas costumbres femeninas -la prostitución la más denostada- y otros 'vicios' femeninos como la vanidad y el deseo de poder. La apariencia física ha tenido siempre gran importancia en la vida de las mujeres. La belleza y la respetabilidad moral han sido valoradas -y obligadas- en las mujeres, en cualquier periodo histórico, pero sin duda lo fueron mucho más desde comienzos del Renacimiento, cuando resurge un discurso neoplatónico que enunciaba como sinónimos la belleza y la bondad humana, a la par que se equiparaban en los comportamientos humanos la fealdad física con la fealdad moral. De ahí que las mujeres desearan utilizar en su provecho las artes de la cosmética, denostada por los moralistas. Muy pocas desaprovecharon estos saberes y estrategias pues existen gran cantidad de libros de recetas de cosmética, cocina, dietética o salud en los archivos españoles. 2. 1. Las mujeres nobles y aristócratas 2. 2. Mujer y clausura: las abadesas. 2. 3. Mujer y trabajo: el trabajo doméstico. Las mujeres y el sistema gremial. Mujeres compradoras y vendedoras. Mujeres comerciantes, tratantes y empresarias. Mujeres viudas. 2. 4. La mujer en los oficios artísticos. 2. 5. Mujer y familia 2. 6. Mujeres marginadas, pobres y gitanas 2. 8. Las mujeres y la Inquisición: brujas, conversas, solicitadas
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En las sociedades del Antiguo Régimen, las mujeres como los hombres vivieron en una sociedad estamental desarrollada de acuerdo a reglamentaciones estrictas. En cuanto a las mujeres nobles y aristócratas se ha desarrollado el estudio de sus ocupaciones, bienes, herencia, moda y joyas. Especialmente su vida cotidiana y su trascendencia social. También los procesos de enfermedad, muerte y exequias, donde se percibía el simbolismo de su estatus. En cuanto al estamento religioso, la historia de la religiosidad femenina ha sido uno de los temas más estudiados en la Época Moderna, pues ha interesado mucho el modo en que las mujeres desarrollaron su espiritualidad y sus prácticas de devoción; lo cual si bien fue un rasgo común en la educación de los hombres y de las mujeres, lo fue muy especialmente en ellas, seguramente por ser un campo próximo a la sensibilidad y plena generosidad que se les demandaba y por ser éste también un espacio en el que ellas podían obtener algún reconocimiento social, muy difícil en cualquier otro ámbito de su vida. De ahí que haya que considerar, en primer lugar, el gran número de mujeres que siguieron el camino de la clausura. Algunas de ellas llegaron a ser religiosas bien conocidas como Teresa de Ávila o Sor María de Jesús de Ágreda, pero también destacaron muchas mujeres abadesas, que desempañaron un gran papel debido a que una abadesa era una autoridad espiritual, organizativa y política y desempeñaba funciones intelectuales importantes en la sociedad del Antiguo Régimen. Finalmente, también hay que tener en cuenta a las beatas o visionarias del periodo, todas ellas ejemplos del protagonismo espiritual logrado por numerosas mujeres en los siglos XVI al XVIII. Algunas de estas mujeres nobles, aristócratas y religiosas dejaron por escrito sus prácticas religiosas cotidianas, su ortodoxia y heterodoxia; también escribieron sobre cuestiones de amor, matrimonio y conflictos con los hombres y, en general, sus experiencias en la sociedad que les tocó vivir. Muchas de estas mujeres fueron lectoras de estos y otros libros escritos por hombres. Este interés literario se hizo más visible en el siglo XVIII pues fueron más numerosas las que podían leer, escribir e interesarse por la marcha de las ediciones. Gráfico En cuanto al estamento de las mujeres trabajadoras, algunos estudios sobre el trabajo femenino y las economías familiares se ha desarrollado con fuerza. Contra el tópico que considera el trabajo femenino como una función y una relación secundaria, se subraya la importancia de las tareas femeninas, así como las aportaciones de las mujeres a la economía familiar. El trabajo de las mujeres en la Época Moderna se caracterizó por su diversidad y por su multiplicidad que no siempre se traducían en monetarización, lo cual ha obligado a contemplar las diferentes modalidades laborales, revisando el concepto de trabajo tradicional que se asimila a ganancia monetaria. La identificación del trabajo con la remuneración económica sólo se extendió a partir de la Revolución Industrial: antes el trabajo venía pautado como todo esfuerzo humano que tuviera una viabilidad o utilidad grupal o social; y ahí es donde ha de insertarse el trabajo femenino, sobre el cual ahora sabemos mucho más. En la práctica, el trabajo de las mujeres era una fusión de tareas, reproductivas, productivas y las derivadas del consumo familiar, que incluían desde el parto hasta procurar y preparar los alimentos, cuidar a ancianos y niños, trabajar en el negocio familiar o en el exterior si era preciso. Las mujeres realizaban una profusa actividad cotidiana, por la que, en general, no recibían salario alguno, aunque obtenían un evidente reconocimiento familiar y social. La invisibilidad del trabajo de las mujeres no lo hace menos importante y necesario para la "casa", que funcionaba como una unidad de producción familiar, presidida por el cabeza de familia, cuyo trabajo se visualizaba mejor, y así ha sido recogido por la historiografía, que ha dado a conocer más escasamente el trabajo femenino. Durante la Edad Moderna la mayoría de la población española vivía en los entornos rurales y allí las mujeres cotidianamente realizaban numerosos trabajos, propios y esenciales en una economía básicamente campesina como la española. Así, pues, el colectivo femenino fue importante en la construcción de las economías familiares y en el bienestar del grupo, así como en el progreso social. Es un grave error, demasiado extendido, suponer que las actividades laborales de las mujeres tenían sólo una dimensión privada. Aunque no sea fácil determinar la productividad real de su dedicación -porque es difícil asignarle un valor en términos de mercado- parece incuestionable la dimensión económica de todo lo que se gestaba en el ámbito del hogar y fuera del él. En esa construcción de la economía familiar, la mujer se dedicó también a trabajar en el negocio familiar o en el exterior si era preciso, de ahí el interés por los estudios sobre las mujeres y el sistema gremial, y su presencia como compradoras y vendedoras e, incluso, como tratantes y empresarias, sobre todo cuando llegaban a la viudedad. No deja de ser interesante el papel de la mujer en los oficios artísticos de los que no estaban ausentes. Mujeres entalladoras, pintoras, impresoras, burilistas, etc.. La familia ha sido otro de los temas privilegiados de estudios para la historia de las mujeres. La familia como lugar de reproducción social, pero también como espacio de relación entre los esposos. La organización político-social de la monarquía, basada en principios de jerarquización estrictos, se trasladaba a la familia, en la que el papel activo y representativo se concede al varón, y en cambio, el pasivo y dependiente a la mujer. Esta imagen es la que aflora en los textos normativos, que estructura la familia en torno a la figura del cabeza de familia, representado como "padre, esposo y señor", mientras que la pertenencia al sexo femenino determinaba su exclusión del marco público y su diferenciación marcada por ser el agente máximo de honorabilidad del grupo familiar. Pero la familia era, también, si no el único, sí un lugar importante para la manifestación de los afectos, los sentimientos y los conflictos entre los esposos. El tema de los afectos se ha introducido en el discurso histórico. Ha parecido conveniente estudiar las relaciones de la familia desde este supuesto y no sólo en su vertiente material, social o política. Las fuentes judiciales arrojan alguna luz sobre las conductas amorosas y sexuales, aunque estén sesgadas por el carácter transgresor. La normalidad de la vida se escapa utilizando sólo estas fuentes. Las fuentes judiciales, sin embargo, permiten evidencias la existencia de cierto protagonismo femenino en el mundo de los afectos y en la defensa del honor y de los sentimientos ultrajados. Lo cual desmiente los textos de filósofos, médicos, juristas o moralistas que reiteraban la existencia de un tipo de mujer pasiva, contenida y a menudo sumisa a la autoridad del padre de familia. El estudio de las mujeres heterodoxas, marginadas y perseguidas por la justicia ha tenido también su desarrollo. La sociedad desarrolló mecanismos de vigilancia activa sobre las mujeres casadas o solteras, pues su honorabilidad era algo necesario para que el clan familiar pudiera ser respetado en su comunidad. Muchos moralistas denunciaron severamente algunas costumbres femeninas -la prostitución la más denostada- y otros 'vicios' femeninos como la vanidad y el deseo de poder. La apariencia física ha tenido siempre gran importancia en la vida de las mujeres. La belleza y la respetabilidad moral han sido valoradas -y obligadas- en las mujeres, en cualquier periodo histórico, pero sin duda lo fueron mucho más desde comienzos del Renacimiento, cuando resurge un discurso neoplatónico que enunciaba como sinónimos la belleza y la bondad humana, a la par que se equiparaban en los comportamientos humanos la fealdad física con la fealdad moral. De ahí que las mujeres desearan utilizar en su provecho las artes de la cosmética, denostada por los moralistas. Muy pocas desaprovecharon estos saberes y estrategias pues existen gran cantidad de libros de recetas de cosmética, cocina, dietética o salud en los archivos españoles. 2. 1. Las mujeres nobles y aristócratas 2. 2. Mujer y clausura: las abadesas. 2. 3. Mujer y trabajo: el trabajo doméstico. Las mujeres y el sistema gremial. Mujeres compradoras y vendedoras. Mujeres comerciantes, tratantes y empresarias. Mujeres viudas. 2. 4. La mujer en los oficios artísticos. 2. 5. Mujer y familia 2. 6. Mujeres marginadas, pobres y gitanas 2. 8. Las mujeres y la Inquisición: brujas, conversas, solicitadas
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La dificultad de tratar sobre la representación de la mujer en la Administración Pública radica en varios factores. Por un lado, se trata de la empresa más grande del país, que aglutina el mayor porcentaje de población activa y con una amplia gama de empleos que complejiza su estudio unitario. Por otro lado, no existen estudios sectoriales sobre las décadas de los sesenta y setenta del siglo XX, por lo que no se pueden obtener unos datos de los que sacar conclusiones. Gráfico
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La obra de Jan Steen está impregnada de un humor malicioso y alegre, con asomos de crítica hacia la sociedad de su época, aunque es una crítica bromista. Sus cuadros están protagonizados por los vicios y debilidades de sus compatriotas, como en el cuadro Los Retóricos, o como en esta Mujer Enferma, que está enferma de dos posibles males: embarazo o mal de amores. A esta conclusión se llega a través de las diversas pistas que el pintor ha esparcido por el cuadro. En primer lugar, se encuentra en su alcoba, junto a la cama. Sobre el lecho cuelga una pintura erótica con dos amantes. El médico le toma el pulso, sin embargo ha hecho encender un brasero. La razón es que su diagnóstico no lo realizará sobre su pulso sino sobre el humo del brasero, que era el medio por el que un médico flamenco del XVII "leía" un posible embarazo de su paciente. Además, una estatuilla de Cupido corona la puerta de la alcoba, abierta a otra escena amorosa: la criada de la enferma está con su pretendiente, charlando. Como remate, la nota que sostiene la enferma dice textualmente: "Ninguna medicina puede curar las penas de amor".
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Frente a lo que podría ser un cuadro de género sórdido o de intenciones moralistas, este retrato de gitana, cuyo explícito gesto nos dice que es una prostituta, Hals ha realizado una obra naturalista y sensual, inmediata en el tratamiento pictórico y en la recepción visual, aunque bien podríamos encontrarnos con una referencia moralizante habitual en estas fechas en la pintura holandesa. Los retratos de género eran poco frecuentes hasta el Barroco, pero a partir del siglo XVII comienza el interés de los pintores por los personajes de la vida cotidiana, pobres o marginados que con frecuencia les acompañan en su trabajo. También Caravaggio utilizó personajes del hampa romana para pintar sus santos, aunque siempre disfrazados bajo la historia sagrada. Hals, por el contrario, no ha embellecido la sustancia básica sino que se complace en la propia figura, sonriente, próxima, lejos de juicios morales y mucho más próxima a un planteamiento completamente amoral para su época. Una vez más, el maestro Hals ha sabido interpretar la personalidad de sus modelos, centrando la atención en el gesto y la mirada de la joven prostituta, que de reojo parece invitar al espectador a disfrutar de sus encantos, algunos de ellos a la vista como el pronunciado escote resaltado por la potente iluminación empleada. Las pinceladas son rápidas y certeras, sin interesarse por detalles superfluos, concentrando su atención en el rostro de la provocadora joven.
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Aunque vamos a describir algunos de los atributos y funciones de la mujer en el imperio de los Incas, no cabe duda de que muchos de los aspectos aquí mencionados son una proyección de realidades humanas desarrolladas en los Andes en los pueblos anteriores a la expansión inca. Gráfico De hecho, la dualidad es un fenómeno presente en todos los ámbitos de la vida andina. El matrimonio se concebía como una especie de contrato en que la unidad familiar debía ser fiel reflejo y base de la complementariedad del estado y de las fuerzas de la naturaleza. De esta manera, aunque tejer e hilar se concebían como tareas femeninas, complementarias del arar y guerrear masculinos, no faltan referencias a cómo estos roles podían ser intercambiados en caso de necesidad para el bien de la comunidad (ya sea la comunidad doméstica o la estatal).
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El archipiélago filipino consta de siete mil islas. Es lógico que no se pueda hablar de unos modos de vida uniformes a la hora de analizar los pueblos que vivían en esas islas mucho antes de que llegaran los españoles. El conocimiento de los nuevos pobladores hispanos sobre las distintas comunidades indígenas es muy variable y está en función del grado de convivencia y acercamiento que tuvieron. La curiosidad e interés de evangelizadores y soldados se vertió sobre distintas crónicas donde se relata las costumbres y modos de vida de esos pueblos. A través de esas narraciones se pueden entresacar datos sobre la vida de la mujer en esas sociedades, organizadas aún de modo tribal (las unidades tribales eran llamadas barangay), y establecer algunos aspectos comunes. En general, la mujer filipina conservaba un papel tradicional. Eran las encargadas del mantenimiento del hogar y la educación de los hijos. Ayudaban a los hombres en las tareas agrícolas y desarrollaron los trabajos textiles. Hay dos aspectos sobre los que las crónicas españolas dedican una mayor extensión, tal vez porque era lo que le resultaba más llamativo: las sacerdotisas de las comunidades con creencias animistas y el atuendo de las mujeres.