Esta acusación -la presencia de agentes británicos en Yugoslavia- no engañaría a nadie, y ni siquiera volvería a ser esgrimida a partir del momento en que la guerra relámpago fue lanzada con toda su potencia sobre el débil país. Así, en la madrugada del día seis de abril, las fuerzas de la Werhrmacht penetraron en territorio yugoslavo por varios puntos de forma simultánea. Los italianos lo hicieron desde Albania y desde la frontera común, mientras que Hungría tendría una reducida participación armada que le permitiría aprovechar la ocasión para hacerse con una fracción de espacio yugoslavo que reivindicaba desde hacía dos decenios. La naturaleza accidentada del suelo obligaba a las fuerzas invasoras a utilizar muy escasas vías de comunicación, lo que reducía su capacidad de acción, al tiempo que facilitaba -como se vería más adelante- la actividad de la guerrilla. De todas las fuerzas dispuestas para penetrar en territorio yugoslavo, las que contaban con mayor grado de eficacia, eran las comandadas por el general von Kleist, situadas en Bulgaria y dirigidas hacia el mismo corazón del país atacado. De forma paralela, y dentro de la idea de represalia que le animaba, el Führer ordenó la sistemática destrucción de la capital por parte de su aviación. El dictador alemán había dado órdenes explícitas para que Belgrado fuese totalmente arrasado por medio de ataques aéreos ininterrumpidos día y noche. Así, a partir de la misma fecha del seis de abril, y durante tres días consecutivos, la ciudad fue bombardeada con gran intensidad. Carecía por completo de sistema de defensa antiaérea, y los atacantes prescindían del hecho de que previamente había sido declarada "ciudad abierta". Esta acción, denominada por sus autores Operación Castigo, destruyó una elevada proporción de las edificaciones de la ciudad, causando un número de muertos situados alrededor de los veinte mil. Göring quería con ello rehabilitar el nombre de su aviación, cuya eficacia estaba siendo cuestionada debido a su fracaso en la batalla de Inglaterra, que en esos momentos comenzaba a perder intensidad. A partir del día nueve, comenzó el ataque del Ejército y la aviación en todos los frentes y de forma sistemática. Desde el norte, los alemanes ocupan la asolada capital; desde el mar, el general Kleist asciende hacia la misma, a la que llega el 15 tras mantener tres días de combate en sus proximidades. Desde el oeste, las fuerzas alemanas parten de Hungría y ocupan Croacia, uniéndose a los italianos que cruzan la frontera común. Los factores que se unieron en esos momentos para facilitar el rápido hundimiento de Yugoslavia, a pesar de la dura resistencia ofrecida por su ejército, fueron ante los escasos y deficientes medios de defensa existentes, la carencia de aprovisionamientos de toda clase y, finalmente, el perfecto plan de ataque que integraba la guerra relámpago, modalidad en la que los alemanes estaban consiguiendo magníficos progresos en la práctica. En otro orden de cosas, el profundo sentimiento antiservio existente entre las unidades croatas había impedido que éstas actuasen con la debida eficacia, facilitando de esta forma la penetración del enemigo. Ya el mismo día 10, el cuartel general del frente había enviado a Berlín un informe en el que se detallaba de forma perfecta la inmediata situación de triunfo que existía para las fuerzas invasoras. Por su parte Mussolini había pretendido adelantarse a la segura ayuda que su aliado iba a prestarle en Grecia, ante todo para arrojar de allí a los ingleses, y por ello lanzó sus fuerzas contra Yugoslavia. Su actuación, dirigida a conseguir una participación en la victoria, no pudo ser sin embargo menos brillante. Y como siempre, serían los alemanes quienes le sacasen del atolladero que para él se había convertido la inacabable campaña de Grecia. El 17 de abril, once días después de iniciada la ofensiva, tuvo lugar la firma del acta de rendición del Ejército yugoslavo, que todavía conservaba intacto un total de dieciocho divisiones. El rey y su gobierno, tras recorrer el país al amparo de las cada vez más reducidas zonas no ocupadas, se verán obligados a huir al extranjero. Muchos combatientes, negándose a coexistir con el enemigo, se lanzarán a la guerrilla, que determinará la futura evolución del país a todos los niveles.
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El mismo día de la invasión de Noruega, los alemanes cruzaban la frontera con Dinamarca y ocupaban el país. Dinamarca era neutral y mantenía relaciones correctas con Alemania. A la agitación nazi en el Slesvig danés (donde había algunos miles de alemanes), más o menos apoyada por Berlín, no se contraponía una agitación semejante en el Schleswig alemán (donde había una minoría danesa). Alemania no parecía mostrar ningún interés por Dinamarca que, por otra parte, y a diferencia de sus vecinos escandinavos, sí había aceptado la firma de un pacto de no-agresión con Alemania. Los daneses creían que éste era garantía suficiente para no verse envueltos en una probable guerra, lo que reforzaba el pacifismo oficial, y posponía una vez más la modernización y reforzamiento de las fuerzas armadas. En cuanto a éstas últimas, tras la Primera Guerra Mundial el gobierno socialdemócrata (1924-1926) había propuesto el desarme total, pero la idea no había prosperado. En 1929 no prosperó tampoco una propuesta de desarme parcial, pero se redujo el presupuesto. Las leyes de defensa de 1932 redujeron a dos las tres divisiones del ejército (se pasó de 8.500 a 7.500 reclutas al año), y se redujo la Marina de guerra. La llegada al poder de los nazis en Alemania condujo a un alto en la política de desarme, y la ley de 1937 permitió modernizar, pero no aumentar, las fuerzas armadas. Así, al estallar la Segunda Guerra Mundial Dinamarca se hallaba muy debilitada. Además, los británicos dieron a entender a Dinamarca que no debía contar con la ayuda aliada. Cuando el ataque alemán era ya inminente los daneses no se movilizaron. Y cuando el ataque se produjo, sólo se dieron resistencias esporádicas, breves, meramente formales. El gobierno y el Rey cedieron y los alemanes prometieron respetar el estado de cosas existente (se mantuvieron incluso pequeños contingentes del ejército). Los alemanes no impusieron ningún gobierno fascista, y una coalición de todos los partidos políticos gobernó el país hasta que las exigencias alemanas fueron aumentando y la situación fue deteriorándose, y comenzaron a aparecer focos de protesta, pero esto forma parte de la historia de la resistencia. La conquista de Dinamarca fue considerada un acto casi gratuito, pero sirvió para facilitar la defensa de las líneas de comunicación entre Alemania y Noruega. Una consecuencia de la invasión de Dinamarca fue la ruptura de los vínculos constitucionales existentes entre este país y su posesión atlántica de Islandia. El 10 de mayo, además, los británicos ocupaban militarmente la isla para evitar un posible intento alemán en el mismo sentido.
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La nulidad de Gamelin, comandante en jefe de los ejércitos de Francia, era opinión común entre todo el generalato francés. Gamelin lo mismo pudo "ser general, que prefecto, que obispo", decía de él Paul Reynaud, primer ministro francés, que hubiera deseado deshacerse de sus servicios, pero no podía porque el general estaba apoyado por el ministro de Defensa, Daladier, y en aquel gabinete, constituido el 30 de marzo de 1940, el equilibrio político era tan precario, que cualquier movimiento brusco hubiera promovido una crisis. El 9 de mayo, sin embargo, Reynaud sintió que había llegado la ocasión. Tras el fracaso de las fuerzas expedicionarias aliadas a Noruega, se reunió aquel día el Consejo, que juzgó muy duramente la dirección de Gamelin. Ni las fuerzas fueron enviadas a tiempo, ni se eligió a las más adecuadas, ni la preparación era idónea, ni las armas fueron apropiadas y, ni siquiera, el suministro de municiones resultó correcto... Gamelin quedó sentenciado y el Gabinete, desintegrado por la crisis, estaba dimitido, a expensas de la formal presentación al Presidente de la República... Ese mismo 9 de mayo, salió Hitler de Berlín en automóvil. A las 4,38 tomó un tren hacia Hamburgo, pero al caer la noche, el tren invirtió su marcha y comenzó a rodar velozmente hacia el sur, hacia Hannover, a donde llegó a las 9 de la noche. Sólo Hitler y sus más próximos colaboradores conocían el destino de aquel misterioso tren, que no paraba en ninguna estación y que, para mayor seguridad, había dado marchas y contramarchas hasta alcanzar, hacia las 4 de la madrugada, la estación de Euskirchen, al suroeste de Bonn. Luego, en automóviles que esperaban camuflados en aquella pequeña población, Hitler y sus acompañantes recorrieron la zona de Hohe Eifel, de cuyos pueblos habían sido eliminados los carteles indicadores. A las 5,30 de la mañana del 10 de mayo llegó el grupo a una pequeña colina, donde una posición antiaérea les sirvió de refugio. Amanecía. Un sordo rumor avanzaba por todos los valles próximos: la Werhmacht se acercaba a la frontera belga. A las 5,35, un inmenso trueno comenzó a nacer en el este y avanzó agrandándose hacia el oeste: centenares de aviones de la Lutwaffe cargaban contra Bélgica. Lieja estaba a menos de 50 kilómetros en línea recta. Hasta el refugio de Hitler, tenso y pálido por la emoción y con la mirada perdida en las tierras belgas contiguas a la frontera, comenzaron a llegar los primeros rugidos de la artillería. Había comenzado la guerra en el oeste: la guerra. En Francia ya no fue posible reemplazar a Gamelin. El gabinete de Reynaud no presentó la dimisión: había que unirse ante el peligro. Pero ya era tarde. Gamelin ordenó poner en marcha el plan D, pues según su criterio y el de sus más próximos asesores, los alemanes volvían a reeditar el Plan Schlieffen y el Plan D, para todos aquellos generales de la vieja escuela, era la mejor manera de contrarrestar el ataque alemán. Por tanto, los anglo-franceses pudieron penetrar en el territorio de la neutral Bélgica porque había sido invadida. El Primer Grupo de Ejércitos -General Billotte- giró hacia la derecha sobre el eje de Sedán, el VII Ejército -Giraud- avanzó por Bélgica hacia la frontera de Holanda, para apoyar a los ejércitos neerlandeses si fueran atacados. La Fuerza Expedicionaria Británica -9 divisiones mandadas por el general Gort- penetró en Bélgica para tomar posiciones en el Dyle, al este de Lovaina y Wavre, protegiendo Bruselas; el I Ejército -Blanchard- era el mejor equipado de los franceses, pues según los planes de su Estado Mayor estaba destinado a sufrir el impacto más importante del ataque alemán entre Wavre y Namur. Inmediatamente más al sur se estableció en IX Ejército (Corap) que debía defender un largo frente situado tras Las Ardenas, desde Namur hasta casi Sedán. Finalmente, enlazaba con éste el II Ejército -Huntziger-, que guarnecía el frente hasta Longwy, extremo izquierdo de la formidable línea Maginot. No insistiremos, porque específicamente se ha hablado de ello en el anterior capítulo, sobre el descalabro belga en el Canal Alberto y su repliegue precipitado hacia el Dyle Mosa, cinco días antes de lo que calculaba el mando franco-británico. La precipitación belga ya se ha estudiado, pero hay que añadir que la improvisación aliada no hubiera sido compensada con una mayor resistencia de los belgas: sobre el Dyle no se habían hecho grandes fortificaciones y, sobre todo, allí no iban a atacar los alemanes, que, como también se sabe, sólo lanzaron ataques de tanteo en la zona.
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Pese a su breve duración, la campaña de Polonia había fatigado a los alemanes, que habían salido de ella con bastante menos material y levemente desorientados por la fácil victoria y por las deficiencias observadas. Todo ello agravado por el clima de suspense respecto a las intenciones de los hasta ahora inoperantes aliados. Ahora, precisamente, se trataba de llevar la guerra contra ellos. Ya en septiembre se habían barajado algunos planes de ofensiva, pero Alemania no había atacado todavía y la "Sitzkrieg" o "drôle de guerre" continuará durante varios meses. Tanto Hitler como el comandante en jefe del ejército alemán. Walther von Brauchitsch, no saben cuándo atacar y dónde, pero sí saben que hay que hacer algo. Finalmente, en octubre se elabora el Plan Amarillo o ataque a Francia y Gran Bretaña, con cierta prisa, pero sin entusiasmo, simplemente para aprovechar la pasividad aliada. El Plan consiste en atravesar Bélgica, llegar a la región Gante-Brujas para evitar un ataque aliado contra el Ruhr, y aproximarse a las costas británicas y a la frontera francesa, pero sin que esté prevista ninguna acción de envergadura ni mucho menos la destrucción de los ejércitos enemigos. En la frontera con Holanda y Bélgica se hallan los ejércitos del Grupo B de von Bock; en lo que queda de frontera belga y en la luxemburguesa se halla el Grupo A de Rundstedt; en la porción sur, en la frontera francesa, el Grupo C de Leeb. Para el historiador británico A. Horne el plan era un esquema "mezquino, tan conservador y tan poco inspirado, que parecía ideado por un Estado Mayor británico o francés de los años de entreguerras, con objetivos menos ambiciosos que los del Plan Schlieffen de 1914", al que por otra parte se parecía mucho. Hitler, por el contrario, va a mostrarse más original que sus generales. Aun aceptando en general el Plan, no dejará por ello de criticarlo e introducirá, sin consultar con Brauchitsch, novedades -empleo de carros y aviones en masa sobre un frente extenso, y de planeadores y paracaidistas- la principal de las cuales es un ataque en el Mosa, al sur de Lieja (Bélgica), el paso del río, y luego penetración hacia Reims y Amiens, ya en Francia. Brauchitsch aceptará a regañadientes. Pero por el momento, todo está en el aire y no se ha llegado a ninguna decisión final. A fines de octubre el Plan, con todo, prevé acabar con las fuerzas francesas en el Somme -pero había que pasar por Holanda y Bélgica- y abrirse paso hasta el Canal de la Mancha. Aun con este plan, el centro de gravedad de la ofensiva seguiría siendo la penetración por Bélgica y Holanda, misión que sería confiada al Grupo de Ejércitos B, de von Bock, pero, una vez más, Hitler añadió una novedad: la posibilidad de alcanzar Francia a través de las Ardenas belgas, llegando a Sedán (Francia), sin tener que atravesar Luxemburgo. Pero este plan tampoco cuajó en algo concreto. La preocupación de los militares aumentaba, pues las indecisiones desmoralizaban a los oficiales y se corría el riesgo de tener que hacer frente de improviso a un ataque aliado. Por otro lado, las prisas de Hitler tampoco gustaban a los mandos, que preferían esperar, pero reforzándose y preparándose mejor. De ahí el plan presentado por Rundstedt (noviembre), elaborado en gran parte por von Manstein, jefe de su plana mayor, que coincidía en buena medida, sin ellos saberlo, con el de Hitler, y que fue presentado a éste. Consistía en reforzar el centro, es decir, el Grupo A de Rundstedt, atravesar las Ardenas, rodear a los aliados (que, seguramente, penetrarían en Bélgica para hacer frente a los alemanes), cruzar el Mosa al sur de Namur, y luego dirigirse hacia Arras y Boulogne (Francia), ya en la costa. Pero por el momento nada de esto se hizo, debido a que el plan no coincidía en un cien por cien con el de Hitler, por la oposición de Brauchitsch, y, además, por el mal tiempo. A fines de diciembre ni Hitler ni Brauchitsch sabían muy bien todavía qué hacer. Pero los generales, en particular Rundstedt y Manstein, seguían insistiendo en su plan, que iban perfeccionando. El cruce del Mosa se efectuaría en Dinant, en Bélgica, y luego el Grupo A, encabezado por las fuerzas acorazadas de Guderian, se dirigirían hacia el sur, pero sin olvidar la penetración hacia Sedán. En enero el tiempo mejoró y empeoró varias veces, lo que mantuvo indecisos de nuevo a los militares, a quienes Hitler se refería insultantemente por sus dilaciones. Mientras los mandos perfeccionaban el Plan Amarillo, al que ahora se añadían de nuevo paracaidistas y masas de aviones, algunos documentos de éste cayeron en manos francesas, lo que convenció a los mandos aliados de que los alemanes repetirían los movimientos de 1914 a través de Bélgica. Al saberlo los alemanes, hubieron de cambiar los planes, invirtiéndolos, y aceptándose por tanto el Plan Manstein -enero-, arriesgado pero de sorpresa casi garantizada: penetración por las Ardenas, acciones sólo demostrativas en Holanda y Bélgica septentrional, y penetración por el punto débil del despliegue aliado, entre Namur y Sedán. Era un buen plan, como se verá luego, y en él los alemanes van a poner en práctica de nuevo el Blitzkrieg (empleo de carros, aviación e infantería-artillería como un todo orgánico, utilizado rápida y enérgicamente, con gran movilidad) pero ahora contra un enemigo comparable a los alemanes. Para el cruce del Mosa se disponía de siete de las diez divisiones blindadas del ejército alemán, que irían en vanguardia. Mientras el Grupo A se reforzaba con nuevas divisiones tomadas de los otros grupos, pasando de 22 a 45; el Grupo B pasaba de 43 a 29; y el C dispondría de 17. El plan se ultimó el 24 de febrero, y se lo denominó Operación Golpe de Hoz, dentro del Plan Amarillo. Los militares habían conseguido posponer la ofensiva algunos meses y con ello mejorar la preparación, que ahora era muy minuciosa. Hitler se había avenido a escuchar y había aceptado el nuevo plan. Si, como dice H. Michel, el plan alemán tenía éxito, los aliados quedarían separados en dos porciones, una de ellas embolsada en Bélgica y Holanda. El plan de las Ardenas era arriesgado, a causa de las escasas y malas carreteras, y porque los aliados podían literalmente aplastar a los alemanes en ese área antes de que saliesen de ella. Asimismo, si las tropas alemanas quedaban detenidas en el Mosa podían verse en aprietos, lo mismo que cuanto atacasen en dirección al mar, pues podían verse envueltas por la derecha y la izquierda por los aliados. En la segunda mitad de marzo todo está a punto, pero la "prioridad noruega" obliga a posponerlo de nuevo, para mayo. Hitler, todavía traumatizado por las inútiles batallas "igualadas" de la Gran Guerra, confía a Mussolini que "Alemania marcha hacia en oeste con tres veces más tropas que en 1914". Preocupación sensata, pero, como veremos, innecesaria.
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Sin embargo, los japoneses van a adelantarse a los aliados. Ya en enero de 1944 Slim se dio cuenta de que iban a ser atacados. Tras algunas dudas sobre la sensatez o no de retirarse, Slim optó finalmente por no hacerlo. Así, durante el ataque desde Arakán se mantendría firme y sería abastecido por avión. En el noroeste, las dos divisiones británicas próximas al Chindwin se retirarían a la zona de Imphal, pero allí defenderían el área. El 4 de febrero de 1944, la 55.? División japonesa de Sakurai inició el ataque. El XV Cuerpo aliado resistió, gracias a sus reservas -la 5.? División india. Mutaguchi acudió en ayuda de la 55.? y cruzó el Chindwin; en marzo la 31.? División de Sato se dirigía hacia Kohima, clave de la captura de Imphal. Mientras tanto, el 5 de marzo, Wingate había lanzado con planeadores otra incursión para tomar Indaw, al oeste de Bhamo -o Banmau-, al este de Imphal, en el norte, como preparación de la contraofensiva británica, pero la operación fracasó y los chindits se retiraron con grandes pérdidas y muy desmoralizados, hacia el norte esta vez. Pero habían llevado alguna inquietud tras las líneas japonesas (27). Paralelamente proseguía el ataque japonés. Imphal fue embolsada, pero resistió -lo hará hasta junio-, y en Kohima Mutaguchi fue detenido, sobre todo a causa del escaso apoyo aéreo de que disponía. Los británicos, por su lado, habían utilizado de nuevo sus reservas -la 2.? División británica- en Imphal. Los japoneses habían conquistado la sierra próxima a Kohima y los aliados estaban agotados. Mutaguchi insistía testauradamente en proseguir el ataque, mientras las reservas británicas avanzaban desde Dimapur, al noroeste de Imphal, con grandes dificultades; pero a mediados de abril Scoones se había unido a los defensores de Imphal, que estaban siendo abastecidos por aire por unos cien aviones. En mayo llegaron las lluvias y esto dificultó grandemente las cosas a los atacantes, y en Kohima, Sato pasaba a la defensiva fines de abril. Los japoneses tenían problemas de abastecimento, y estaban irritados y hambrientos. Sato comprendió que no podía hacer más que retirarse, lo que hizo finalmente el 1 de abril de 1944, con gran cólera de Mutaguchi, ante el avance del XXXIII Cuerpo de Ejército británico. El 22 de junio quedaba abierta de nuevo la carretera de Imphal y los suministros pudieron llegar en abundancia. Los japoneses se retiraban hacia el Chindwin, desmoralizados, habiendo sufrido muchas bajas por acción enemiga y por enfermedad, perseguidos por los aviones. Pese al monzón, Mountbatten decidió proseguir la persecución, confiada al XIV Ejército de Slim, que expulsó a los japoneses al otro lado del Chindwin, y la retirada de éstos se convirtió en ocasiones en fuga y desbandada. Hasta este momento, más de la mitad de los 80.000 soldados japoneses que habían iniciado el ataque eran bajas; pero las de los aliados se acercaban a las 35.000-38.000. En Arakán las tropas de Sakurai fracasaron igualmente y el Ejército Nacional Hindú hizo muy poco, militar y políticamente (28). Ahora el cometido de los aliados, ante el fracaso japonés, era esencialmente conservar las vías de comunicación. Posteriormente, se trataría de ocupar Rangún antes de las lluvias de mayo de 1945, pues en caso contrario la reconquista de Birmania se prolongaría indefinidamente, a menos que se intentase un desembarco en la costa, de dudoso éxito. Una parte del deseado éxito dependería de la actividad del Ejército chino, en el norte de Birmania, que hasta el presente había hecho muy poco, pese a consistir en 12 divisiones, con cerca de 75.000 hombres, Además, una buena parte de los suministros aliados que iban a parar a los chinos desaparecía en manos de los generales de Chiang, que se enriquecían revendiéndolos o acumulándolos. Stilwell, que en febrero, con sus chino-norteamericanos, había avanzado hacia Myitkyina, y que, de acuerdo con los británicos, había pensado eliminar de una vez el frente norte, gracias al aumento de los suministros, acabó siendo apartado de Chiang, del que era consejero -octubre de 1944-, y sustituido por Wedemeyer, por sus críticas a la corrupción del Gobierno chino. Asimismo, se pensó en abrir un tercer frente en el sur, como paso previo a la conquista de Rangún, pero la idea se desechó. Finalmente, se estimó que lo mejor era proseguir por donde se venía haciendo, del noroeste hacia el centro, ocuparlo, y luego dirigirse ya al sur, hacia Rangún. Para todo esto era imprescindible resolver el problema siempre presente del transporte y de las comunicaciones: para penetrar en la llanura central birmana sólo podrían utilizarse eficazmente los grandes ríos que bajaban de norte a sur (29).