Hamah o -Hamat según los textos asirios y bíblicos-, junto al río Orontes, estuvo en la órbita de los hititas, mitannios y egipcios durante el Bronce Reciente. Luego, en el I milenio a. C., alcanzó relativa importancia al ser capital de un pequeño reino arameo, si bien a partir del siglo X a. C. fue cayendo, sucesivamente, en manos de Salomón, de Tiglath-pileser III, de Sargón, del seléucida Antíoco IV y, luego, en las de Roma. Excavada entre 1931 y 1939 por H. Ingot, su tell proporcionó 12 estratos con materiales que iban desde el Neolítico hasta los últimos momentos de la ciudad. Los estratos arqueológicos más interesantes fueron, según su excavador, los denominados H, G y F. En el H aparecieron restos de silos cilíndricos y estructuras de habitación, junto a cerámicas, armas e ídolos femeninos; en el estrato G, con tres niveles de potencia, disponía de parecidas construcciones que las del estrato anterior, aunque con mayor abundancia de cerámica de origen chipriota, micénico y mitannio. Los restos arqueológicos más importantes aparecieron en el nivel F, época de la ocupación aramea: puerta monumental de la ciudad (en rampa y con ortostatos de basalto y caliza) y complejo palacial, con amplio patio adornado con ortostatos con bajorrelieves de leones, motivo típico del arte sirio-hitita. Entre los materiales aportados (un escarabeo de Tutmosis III, cilindro-sellos, fíbulas micénicas, figurillas de terracota) hay que hacer mención especial de diferentes armas y ornamentos fabricados en hierro. De todo lo hallado, tan sólo son interesantes, desde el punto de vista artístico, algunas pocas piezas escultóricas, entre las que destacamos la figurilla de un dios (9,5 cm; Museo de Aleppo), de bronce y oro, barbado, con ojos incrustrados, y sedente -el trono ha desaparecido-, vestido con faldón de alta cintura y tocado con tiara, fechado entre los siglos X-IX a. C.; y un torso de basalto, del siglo VII a. C. bien modelado, que representa a un hombre semiarrodillado, a modo de atlante en cuclillas. Al norte de Damasco, no lejos de Homs -enclave donde han aparecido importantes bronces, representando a divinidades-, se halla Qatna (hoy Misrifeh), sobre un afluente del Orontes, ciudad citada en los textos de Mari y otros de época tardía. Los sondeos y excavaciones parciales efectuadas en ella han permitido localizar desde vestigios del Neolítico hasta los restos de un templo de la Edad del Bronce, dedicado a Ninegal, y un Palacio provincial levantados en el perímetro de sus imponentes murallas -restan aún entre 12 y 20 m de altura en algunos sectores-, protegidas por fosos exteriores, con cuatro puertas de acceso. Los hallazgos de diferentes materiales egipcios (una esfinge de piedra con el nombre de Ita, una de las hijas de Amenemhat III), estatuillas (una de bronce, extraordinaria -17 cm; Museo del Louvre-, representando a un dios sentado sobre taburete), fragmentos de estatuas, vasos, armas, etc., hablan de un centro económicamente próspero, pero culturalmente poco importante. Terqa (hoy Tell Ashara) situada a unos 60 km al norte de Mari, famosa por haber proporcionado las primeras tablillas cuneiformes que se hallaron en Siria, pasó de ciudad satélite del reino de Mari, a ser capital del reino de Khana, floreciendo durante el Bronce Medio. Los trabajos arqueológicos realizados han aportado restos desde el IV milenio (en el enclave cercano de Qraya) hasta el 1600 a. C., fecha en que fue destruida por el cassita Agum II. Lo más interesante desde el punto de vista arquitectónico es su magnífica muralla de 20 m de grosor y 1,6 km de perímetro, construida en tres etapas; la ciudad, que hubo de ser planificada de modo unitario, contó con un Palacio administrativo, desde donde se controlaba el reino de Khana, y del que se han hallado algunas dependencias, y con dos magníficos templos, uno dedicado a Dagan, cuyo culto sobrevivió mucho tiempo, y otro a la diosa Ninkarrak, en una de cuyas dependencias se hallaron 6.637 cuentas de collar, labradas en piedras semipreciosas, depositadas allí como amuletos. A partir del 1500 a. C. conoció el paso de los arameos, pero de ellos no ha llegado nada de interés.
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fuente
El Movimiento de Resistencia Islámica (Hamas) fue fundado en 1988, con el jeque Ahmad Yasin como principal cabecilla y asesinado en el año 2004 por los ejércitos israelíes. Hamas nació gracias al impulso revolucionario dado por la Intifada palestina a finales de 1987. Es uno de los elementos más extremistas del levantamiento, atacando especialmente intereses israelíes, ya que su principal objetivo es la desaparición del Estado de Israel y la creación de un Estado Palestino que abarque desde el mar Mediterráneo hasta el río Jordán. Actualmente, Israel, Estados Unidos y la Unión Europea consideran a Hamas como una organización terrorista. Se opuso firmemente al proceso de paz que condujo a la creación de la Autoridad Nacional Palestina, en 1994. En 1996, Hamas reinició su campaña de atentados en territorio israelí y, en la actualidad, continua activa, teniendo a Siria como principal aliado.
contexto
Frente a la abundancia que Egipto siempre tuvo, hay una literatura egipcia y bíblica sobre las hambrunas que azotaron el país del Nilo de manera más o menos periódica. Ante todo hay que decir que la historia de la Humanidad no se ha librado del hambre ni siquiera en nuestro tiempo de superproducción y tecnología avanzada. El arte y la literatura nos han dejado testimonios de horribles hambrunas en el Egipto Antiguo. Los relieves de la calzada de la pirámide de Unas son un motivo estético impresionante. Las biografías de los señores del Egipto Medio durante el I Periodo Intermedio se vanaglorian de haber socorrido a las poblaciones de sus nomos cuando había escasez. Para ello abrieron sus graneros a los pobres. Uno de los episodios más impresionantes del hambre que reina en el Alto Egipto son los llamados Papeles de Hekanakhte, los cuales describen a fines del Imperio Medio casos de canibalismo en la zona de Tebas. De sobra conocida es la bíblica historia de José con los años de abundancia y de escasez. Finalmente está la famosa estela del hambre, escrita en la Isla de Sehel, en la I catarata, una falsificación de época ptolemaica, que cuenta cómo el Nilo durante siete años consecutivos no creció y por ello sobrevino el hambre en Egipto. El rey Zoser de la III dinastía, instruido por Imhotep, hizo grandes sacrificios en honor de Khnum, dios de Elefantina, y el río volvió a crecer normalmente. Ni que decir tiene que el rey en reconocimiento donó al templo las tierras situadas al sur entre Assuán y Takomso. No es fácil explicar estos fenómenos a tantos siglos de distancia, pero hemos de admitir que la economía de Egipto dependía del Nilo, de cuyas crecidas era beneficiario, pero en el caso de que hubiera irregularidades era su víctima. Cualquier disminución acarreaba el hambre al país. Otra causa de miseria era la ruptura de la unidad política y el fallo de la administración, porque Egipto estaba organizado de tal manera que el funcionariado, y en general todo el país, dependía de la eficacia de la red distributiva de la administración central. Modernamente se ha intentado hacer responsable de estas hambres a las crecidas irregulares del Nilo, es decir, una respuesta ecológica a la tradición bíblica y egipcia. Es posible que así sea, pero creemos que los datos disponibles no autorizan a tan particulares conclusiones. Pero no debemos olvidar lo que decíamos al comienzo de este apartado: con hambre o sin ella, Egipto era uno de los territorios más ricos de la antigüedad. En la época ramésida pudo enviar trigo a los hititas hambrientos y en la época helenística socorre a los griegos, que andaban mal de subsistencias. Ni que decir tiene que en época romana era el granero de Roma.
obra
Aparicio pintó el cuadro más famoso de los realizados durante el reinado de Fernando VII: El hambre de Madrid, siendo de los más reproducidos en su época. En el cuadro encontramos a un grupo de soldados franceses ofreciendo alimentos a un grupo de madrileños encabezado por un anciano que recoge en su regazo a una mujer muerta mientras que un niño se apoya en su hombro. En una pilastra -donde observamos una inscripción con letras doradas en la que se proclama la fidelidad del pueblo madrileño al rey depuesto- un grupo de personajes como mondas y sobras mientras la figura de la izquierda rechaza el pan ofrecido por el militar. Al fondo, un majo se abalanza sobre los militares mientras su mujer le retiene por la capa, sosteniendo ella un bebé en sus brazos. Las figuras están tratadas de manera noble ya que el artista intenta poner de manifiesto la nobleza de los madrileños durante la reciente contienda.
contexto
Nada, quizá, tan terrible como el hambre para los habitantes de los países en guerra. Disminuida la producción y el intercambio de alimentos, aceptada la prioridad de abastecimiento de las tropas en el frente o los destacamentos de ocupación, como en el caso francés, y primadas las industrias bélicas sobre las de consumo -incluido el alimentario-, el aporte de alimentos se enrareció, y se agravó con la duración del conflicto. En el caso británico, dependiente en buena medida de la importación, el bloqueo condujo a la ampliación de hectáreas dedicadas al cultivo e, ineluctablemente, hacia el racionamiento, al que se dedicó desde el principio enorme atención, en comparación con otros países. De manera general, las dificultades de comunicación volvieron a privilegiar relativamente a los habitantes del campo frente a los de las ciudades, que soportaron con frecuencia los efectos destructores de los bombardeos. Para el campesino alemán, la política agraria del nacionalsocialismo, pese a conseguir un incremento real de la producción, no había mejorado las cosas. Sin alcanzar provecho del mismo, la renta de los campesinos se halló muy por debajo de la del proletariado y, debido a la carencia de mano de obra y al éxodo rural, sus condiciones de trabajo empeoraron. Durante la guerra, la organización del abastecimiento no permitió a los campesinos sacar partido del mercado negro, e incluso las mujeres, los niños y los ancianos se vieron obligados a proporcionar un esfuerzo suplementario para reemplazar a la mano de obra movilizada. El mercado negro volvió como consecuencia de la racionalización del consumo que encarnó el racionamiento, con todas sus limitaciones. Rígidamente llevado en Gran Bretaña, los ingleses adoptaron un mínimo alimenticio para cubrir las necesidades de una población aislada. En otros lugares, como en Francia, desempeñó un papel importante el consumo suplementario a través de los altos precios del mercado negro, convertido en un principio en negocio, incluso para las tropas ocupantes. A partir de 1942, sin embargo, el mando alemán se propuso acabar con la situación. Entonces, el mantenimiento -con altos riesgos- del mercado negro fue otro aspecto de la resistencia francesa a la voluntad del ocupante. Gran número de matanzas clandestinas burlaban las cifras oficiales del abastecimiento organizado, y en este caso el campesino pudo entrar con facilidad en el circuito y mejorar su posición relativa. Los precios hablan por sí solos: mientras en 1942 la mantequilla costaba en el mercado negro tres veces más que en el mercado oficial, dos años después quintuplicaba o sextuplicaba su costo. Las patatas se compraban entonces al doble, o los huevos cuatro veces más caros. Pero se compraban, si es que se podía. Los británicos fueron inflexibles. La dieta general se fijó diariamente, salvo para el pan y las patatas, y trataron de mantener estables los precios de los alimentos, excepto el alcohol y el tabaco, que, fuertemente recargados con impuestos, canalizaron en su favor los incrementos salariales, desviándolos hacia el tesoro público. Al parecer, la dieta fue tan equilibrada que la mortalidad infantil llegó, incluso, a disminuir, y otro tanto ocurrió con determinadas enfermedades carenciales. No fue usual tal reparto democrático de la escasez. Egipto, en el polo opuesto, adoptó un racionamiento decreciente en aportación calórica y bienes de imprescindible consumo, según categorías sociales: así se procedió, por ejemplo, con el azúcar y el queroseno. En Europa, por lo general, las raciones calóricas fueron escasas en vitaminas A y D y en proteínas. En 1943, la ración oficial consistió en 1.705 calorías y en Francia en 1.300. En Alemania, por el contrario, se alcanzaron las 2.000 con algunos suplementos. Suecia, en 1944, y con posibilidades de complementar por otras vías, llegó a 2.490, en tanto que Japón rozó las 1.160. Los soldados gozaron de dietas normales, incluso hipercalóricas, en atención al esfuerzo bélico que se les encomendaba. Los propios japoneses, con dificultades graves, llegaron al doble de los civiles, mientras que el Ejército australiano dispuso de casi 4.000 calorías por persona, y los norteamericanos que operaron en el Pacífico y Australia, de 4.758 calorías. En este último caso, sus compatriotas civiles no se vieron sometidos al racionamiento. La vida de los franceses, desgarrada entre la aceptación del ocupante y la voluntad de la resistencia en el territorio colonial, estuvo marcada profundamente por los efectos de la opresión alemana. Entre la Francia libre y el territorio de Vichy se rompieron las comunicaciones desde los primeros momentos, e incluso el correo funcionó de modo insatisfactorio. La gasolina fue seriamente restringida a la población civil y buena parte de la SNCF -ferrocarriles franceses- quedó a merced de los alemanes. Hubo, pues, que recurrir a la sustitución para todo aquello que seguía siendo imprescindible. El carbón de madera sustituyó a la gasolina en los motores a gasógeno, el cuero desapareció y los zapatos se repararon con suelas de madera. Otras fibras sustituyeron a la lana y el algodón, la sacarina llegó en lugar del azúcar, se fabricaron quesos sin materias grasas, y en vez de café, una mezcla "nacional" se elaboró con cebada. Ya en el verano de 1940, el racionamiento en las ciudades francesas hubo de compensarse, cuando se podía, por el recurso al mercado negro. En París, en el invierno de 1943 a 1944, el consumo de carne individual fue de 300 gramos por mes, y el de materias grasas, de 200. No llegaba la leche fresca, la concentrada sólo se expendía mediante receta facultativa y las farmacias no contaban con medicamentos. La tuberculosis, entre otras enfermedades, aumentó en un 30 por 100... Toda una campaña oficial, sin embargo, incitó a los franceses a cultivar la tierra, subvencionando en ocasiones la vuelta a la roturación y disponiendo, en otras, de los espacios verdes de las ciudades y sus cinturones. El índice de producción agrícola, no obstante, había bajado en más de un tercio al finalizar la guerra. Una vez más, volvemos, pues, al problema de fondo: la organización de la penuria. En el caso francés, el racionamiento, la congelación de precios y salarios y otras medidas financieras ortodoxas intentaron contener la inflación, pero quedó desvirtuado por el tributo recibido por el invasor alemán. En tales circunstancias, parte del poder adquisitivo se acumuló en forma de ahorro, produciendo una inflación retardada. Ello fue patente incluso en Alemania, que aplazaría su problema financiero y monetario hasta la hipotética victoria militar. Los supervivientes de la guerra sabrían bien de la prolongación de unos sufrimientos que no cesaron con las hostilidades. Un día tras otro, en Europa occidental hombres y mujeres vivieron preocupados de manera obsesiva por conseguir alimento, por sobrevivir a toda costa. La humillante pugna de cada día, la red de pequeños o no tan pequeños intereses que aprovechaba el hambre de los demás para prosperar, se convirtió con frecuencia en el medio en el que proliferaron delitos y sumisiones. Los que dominaron este peligroso arte del abastecimiento en el mercado negro fueron clara excepción a la miseria general. El abismo económico y social entre la ciudad y el campo, sus lazos y referencias, se alargaron y distendieron. El agro se replegó sobre sí mismo, porque tampoco de la ciudad le llegó producción industrial que, en muchos casos, podría comprar. Sólo a través de las relaciones familiares, y salvando grandes dificultades, los habitantes de las ciudades participaron a veces de esa relativa prosperidad, con justicia codiciada desde la urbe. Notas como éstas sólo fueron válidas para aquellas zonas de Europa que conservaron un mercado, una economía -aunque forzada en sus mecanismos tradicionales- y una relativa autonomía política. En los territorios del Este, pasto de la conquista nazi, tales matizaciones dejaron de ser válidas y fue otra la escala de la miseria. Allí, el racionamiento vino a ser el margen de supervivencia que las autoridades alemanas concedían a la población dominada. Y a ello hubo que unir la sistemática aplicación de una política racial que decidía consumir una fuerza de trabajo en las fábricas del Reich, al tiempo que procedía a una homicida revisión étnica, por eliminación de los no arios, una vez aprovechado al máximo su esfuerzo.
museo
Museo de escultura y pintura de la ciudad alemana de Hamburgo, destaca por su sección de pintura con obras de Durero, Holbein, Cranach, Rubens o Rembrandt junto a importantes muestras del Renacimiento italiano. El siglo XIX está perfectamente representado con lienzos de Goya y Friedrich, mientras que en la sección de pintura vanguardista se exhiben cuadros de Picasso, Klee o Kokoschka.
contexto
Los momentos finales del Paleolítico Superior ven en el norte de Europa la aparición de una cultura en parte relacionada con el Magdaleniense y en parte original: el Hamburgiense. Su distribución abarca desde Inglaterra hasta Polonia, aprovechando las tierras abandonadas por el retroceso de los hielos, que ya se encontraban divididos entre el casquete de Escocia y el Escandinavo, cuando el Támesis era afluente del Rin y se podía ir andando desde Inglaterra hasta Dinamarca. Sin embargo, no podemos olvidar que más del 50 por 100 del área ocupada por estos grupos humanos se encuentra en la actualidad formando parte del mar del Norte. La idea que dan los convierte en los restos de los yacimientos conocidos y no inundados durante la última transgresión. Su industria lítica se basa en la técnica laminar, produciendo raspadores y buriles, junto a perforadores de punta gruesa o zinken. La rareza o casi ausencia de las hojitas lo distingue del Magdaleniense. Sin embargo, son abundantes las puntas líticas, generalmente de muesca y con la punta preparada. La industria de hueso es escasa, debido a las condiciones de conservación, aunque aparecen algunos arpones que la relacionan con el Magdaleniense Superior. También, en algunas lagunas, se han descubierto los denominados riemenschneider, astas de reno en cuyo borde se encuentra inserta una hoja. Su nombre lo debe al útil usado para cortar pieles. En Poggenwisch, desecando una laguna, A. Rust descubrió una especie de bastón con una decoración en bajorrelieve que se ha relacionado con piezas semejantes del Magdaleniense de Isturitz. Salvo en las cuevas inglesas de los Creswells Crags, la mayoría de los yacimientos hamburgienses se encuentran al aire libre, por lo que la conservación de los restos de huesos e industria ósea son escasos. Sin embargo, muchos de los yacimientos se situaban cerca de lagunas utilizadas como basureros donde se conservan perfectamente. Los trabajos de A. Rust excavando muchas de éstas le permitieron identificar una especialización en la caza del reno, que incluso propuso fue cazado desde canoa al cruzar los lagos y ríos. Las estructuras de hábitat son también de superestructura simple, conservándose los restos líticos y los agujeros de los postes y de los vientos que sujetaban las estructuras.