Comunión de los apóstoles

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El prior de la Cartuja de San Martino de Nápoles encargó a Ribera en el año 1638 un gran lienzo con el tema de la Comunión de los apóstoles, destinado a la pared izquierda del coro. En su frente estaría situada la Cena de los apóstoles de Veronés. La retribución se fijó en 1.000 ducados. Hasta comienzos de 1651 no tenemos noticias sobre esta obra que sabemos que está iniciada pero no entregada. La enfermedad que sufría el artista -al menos desde 1643- le impedía trabajar con la fuerza que él deseaba y ese año de 1651 solicitó que los cartujos le renovasen el encargo que había quedado en suspenso. La opinión favorable del pintor Gargiulo y del escultor Monte permitieron que continuara con el encargo, recibiendo Ribera pagos por un total de 1.085 ducados. Al final del año Ribera entregó el lienzo pero no quedó satisfecho con el dinero recibido, alegando que el número de figuras pintado era mayor que el previsto. Tras la muerte del artista, su viuda, Caterina Azzolino, y sus hijos Antonio y Francisco inician un pleito contra los cartujos de San Martino, resaltando que siempre habían pagado 100 ducados por figura y ya que la tela tiene trece figuras, el monto total del cuadro serían 1.300 ducados y no 1.085 como habían cobrado. Los jueces aceptaron las razones de la reclamación y dispusieron que los herederos recibieran los 315 ducados restantes, extinguiéndose la deuda el 9 de julio de 1655 cuando el prior Cancelliero pagó a la viuda los últimos 111 ducados.

Ribera presenta en esta composición el momento después de la Ultima Cena, cuando "Jesús tomó un pan, lo bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomad y comed. Este es mi cuerpo" (Mateo, 26-27). De esta manera se institucionalizaba la Eucaristía. Cristo se sitúa en la zona derecha de la composición, distribuyendo el pan a uno de sus discípulos arrodillado mientras los demás, en diversas actitudes, esperan que les llegue el turno de recibir el "cuerpo de Cristo". Sólo Judas permanece dormido sobre la mesa, en el fondo. Un rompimiento de Gloria integrado por ángeles contempla la escena que se desarrolla en un interior, abierto por un gran ventanal que permite apreciar una excelente arquitectura de inspiración clásica. Al tratarse de una obra realizada en casi 13 años, Ribera presenta una curiosa variedad de estilos ya que en la zona de la izquierda muestra un acentuado claroscuro -que se repite en las últimas obras para la cartuja, el San Jerónimo y el San Sebastián- mientras que en la zona de la derecha aparece un tratamiento más clasicista de la luz y el color, inspirado en la escuela boloñesa, especialmente Lanfranco con el que tuvo un interesante contacto. Las figuras gozan de monumentalidad y destaca la naturalidad con la que han sido captadas sus diferentes expresiones, especialmente el apóstol arrodillado y con los brazos abiertos y el que se agacha para besar los pies del Salvador. El celaje azulado corresponde a una etapa menos tenebrista como podemos observar en el San Pedro. El resultado es una escena de gran calidad con la que los cartujos quedaron contentos, a pesar de la tardanza y del proceso abierto por los herederos.

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