El obrador del Palacio Real
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Datos principales
Rango
Arte Español del Siglo XVIII
Desarrollo
La creación de un taller real que elaborara la decoración escultórica del Palacio Real Nuevo constituye un hecho de particular trascendencia para la escultura cortesana y para la escultura española, en general. En el taller real confluyeron artistas españoles de diversa procedencia y formación artística junto a extranjeros, fundamentalmente italianos y franceses, que trabajaron conjuntamente en un proyecto común bajo la batuta de Juan Domingo Olivieri , director del taller desde sus comienzos en 1740. Olivieri llegaba de Turín, donde había intervenido en la escultura del palacio de aquella ciudad y venía acompañado de oficiales italianos para ocuparse de la decoración escultórica del palacio madrileño, entonces en construcción. Aquí se encontraban ya dos escultores franceses, procedentes de Valsain -A. Dumandré y P. Boiston-, y un italiano -N. Carisana-, que gozaba de la protección de Sachetti , el arquitecto de Palacio . Los tres quedaron bajo las órdenes del Director aunque a veces mantuvieron una actitud divergente respecto a él. Las vicisitudes del taller real, bien conocidas (Tárraga), comprenden una primera fase (1740-1743), en la que Olivieri, como Director con todos los poderes y responsabilidades, se encargará de dar los modelos de las esculturas con lo que los oficiales harán otros de mayor tamaño en barro, que serán corregidos por el Director para pasar luego a hacerlos de yeso y finalmente labrarlos en el material definitivo, mármol o piedra.
Al no contar desde el principio con un material adecuado y resistente, la misma pieza escultórica se repitió dos y hasta tres veces con la consiguiente pérdida de tiempo y dinero. Tampoco ayudó al principio el no tener un proyecto escultórico perfectamente fijado, cosa que no se logrará hasta que el Padre Sarmiento defina el Sistema de Adornos del Real Palacio en 1747. También será competencia del Director el repartir el trabajo a los oficiales y examinar a los aprendices que deseaban trabajar en el taller real, además de fijar las retribuciones. El desbarajuste económico obligó a Felipe V a intervenir en el taller con una serie de disposiciones que establecían un control sobre el gasto, aunque Olivieri continuó siendo Director en esta segunda fase (1743-1749), caracterizada por la intervención real, ocupándose de diseñar los dibujos y dar modelos, distribuir el trabajo y tasar las esculturas en tanto que la tarea controladora o gerencial del taller recaía en manos del Intendente, don Baltasar de Elgueta. Escultores, algunos bien conocidos -como Dumandré, Boiston, Salvador Carmona , Del Corral , Ramírez de Arellano, Vergara, Villanueva, Jeregui, Ximénez, etcétera-, se ocuparon de ejecutar los trofeos de guerra, máscaras para las sobreventanas, cuatro escudos y otras piezas ornamentales. Pero va a surgir un competidor de Olivieri, el escultor gallego Felipe de Castro , pensionado en la Academia de San Lucas de Roma, donde había alcanzado un gran éxito.
Es nombrado por Felipe V escultor real y designado como Director de escultura de la Junta Preparatoria de la Academia , cargo que ocupará a su regreso a España a fines de 1746. Fernando VI nombrará a Castro escultor de cámara y algo después, en 1749, codirector del taller de escultura de palacio juntamente con Olivieri, que seguía siendo el Escultor Principal, cobrando un sueldo considerablemente más alto que el de Castro. Esta dirección compartida (1749-1759) motivará que la escultura se divida por partes iguales para cada director, que tendrá a su cargo un grupo de escultores subordinados. Ambos proporcionarán modelos a los escultores y tasarán por partida doble las obras concluidas. Olivieri y Castro se reservaron para ejecutar personalmente algunas de las esculturas más importantes o que iban destinadas a los lugares más visibles, por las que cobraban por encima de su sueldo. Coinciden estos años del reinado de Fernando VI con el auge del obrador regio ya que, definido el programa escultórico por el Padre Sarmiento, se va a llevar a cabo la serie de los reyes de España de la balaustrada de Palacio, cuyos diseños eran aprobados o rechazados por el benedictino según su adecuación histórica. También se labraron los reyes del piso principal y los relieves para las sobrepuertas del corredor del piso principal, agrupados en cuatro temas, uno para cada lado: sagrado, político, militar y científico. La escultura destinada a la fachada principal -emperadores romanos, el relieve de la España Armígera y Plutón y del León y Columnas de Hércules- se la repartieron Olivieri y Castro.
Sobrepasan los sesenta el número de escultores que dieron cima a un proyecto escultórico de tal envergadura y fusionaron sus diversidades estilísticas en una empresa real unificadora de sello oficial y cortesano. Entre los escultores de Olivieri se encontraban los franceses Antoine Dumandré y Phelipe Boiston, Juan de Villanueva, Felipe del Corral, Andrés de los Helgueros, y en el grupo de Castro, Juan Pascual de Mena , Luis Salvador Carmona que pasará luego al de Olivieri, Roberto Michel y Juan Porcel, entre otros. Pero también figuraban otros significados escultores como Manuel Bergaz, Vicente Bort, Francisco Gutiérrez, Miguel de Jeregui, Domingo Martínez, Diego Martínez de Arce, Fernando Ortiz, Carlos Salas, Miguel Ximénez y Silvestre de Soria, entre otros muchos. Procedían de los más diversos puntos de la Península, pues eran castellanos, cántabros, aragoneses, valencianos, murcianos, andaluces y navarros. Algunos llegaban con una formación realizada en los tradicionales talleres de imaginería de sus respectivos lugares, formación a la que añadían frecuentemente cierta experiencia en el trabajo de la piedra. Otros, en cambio, entraban en el obrador de Palacio como aprendices. Resulta fácil imaginar los intercambios artísticos que se produjeron en una concentración de escultores de tal envergadura. También lo que supuso para todos ellos la participación en un espíritu común que se manifestaba con nuevos valores estéticos y finalmente, cuando la gran empresa estaba a punto de culminarse con el trabajo de todos, ser testigos de cómo se malograba el proyecto con la llegada de Carlos III , quien ordenaba bajar las estatuas de los reyes de la balaustrada y paralizar la elaboración de la serie de las medallas del corredor. La diáspora de artistas del obrador real que se producirá a continuación hará posible la difusión de la escultura cortesana por toda la Península.
Al no contar desde el principio con un material adecuado y resistente, la misma pieza escultórica se repitió dos y hasta tres veces con la consiguiente pérdida de tiempo y dinero. Tampoco ayudó al principio el no tener un proyecto escultórico perfectamente fijado, cosa que no se logrará hasta que el Padre Sarmiento defina el Sistema de Adornos del Real Palacio en 1747. También será competencia del Director el repartir el trabajo a los oficiales y examinar a los aprendices que deseaban trabajar en el taller real, además de fijar las retribuciones. El desbarajuste económico obligó a Felipe V a intervenir en el taller con una serie de disposiciones que establecían un control sobre el gasto, aunque Olivieri continuó siendo Director en esta segunda fase (1743-1749), caracterizada por la intervención real, ocupándose de diseñar los dibujos y dar modelos, distribuir el trabajo y tasar las esculturas en tanto que la tarea controladora o gerencial del taller recaía en manos del Intendente, don Baltasar de Elgueta. Escultores, algunos bien conocidos -como Dumandré, Boiston, Salvador Carmona , Del Corral , Ramírez de Arellano, Vergara, Villanueva, Jeregui, Ximénez, etcétera-, se ocuparon de ejecutar los trofeos de guerra, máscaras para las sobreventanas, cuatro escudos y otras piezas ornamentales. Pero va a surgir un competidor de Olivieri, el escultor gallego Felipe de Castro , pensionado en la Academia de San Lucas de Roma, donde había alcanzado un gran éxito.
Es nombrado por Felipe V escultor real y designado como Director de escultura de la Junta Preparatoria de la Academia , cargo que ocupará a su regreso a España a fines de 1746. Fernando VI nombrará a Castro escultor de cámara y algo después, en 1749, codirector del taller de escultura de palacio juntamente con Olivieri, que seguía siendo el Escultor Principal, cobrando un sueldo considerablemente más alto que el de Castro. Esta dirección compartida (1749-1759) motivará que la escultura se divida por partes iguales para cada director, que tendrá a su cargo un grupo de escultores subordinados. Ambos proporcionarán modelos a los escultores y tasarán por partida doble las obras concluidas. Olivieri y Castro se reservaron para ejecutar personalmente algunas de las esculturas más importantes o que iban destinadas a los lugares más visibles, por las que cobraban por encima de su sueldo. Coinciden estos años del reinado de Fernando VI con el auge del obrador regio ya que, definido el programa escultórico por el Padre Sarmiento, se va a llevar a cabo la serie de los reyes de España de la balaustrada de Palacio, cuyos diseños eran aprobados o rechazados por el benedictino según su adecuación histórica. También se labraron los reyes del piso principal y los relieves para las sobrepuertas del corredor del piso principal, agrupados en cuatro temas, uno para cada lado: sagrado, político, militar y científico. La escultura destinada a la fachada principal -emperadores romanos, el relieve de la España Armígera y Plutón y del León y Columnas de Hércules- se la repartieron Olivieri y Castro.
Sobrepasan los sesenta el número de escultores que dieron cima a un proyecto escultórico de tal envergadura y fusionaron sus diversidades estilísticas en una empresa real unificadora de sello oficial y cortesano. Entre los escultores de Olivieri se encontraban los franceses Antoine Dumandré y Phelipe Boiston, Juan de Villanueva, Felipe del Corral, Andrés de los Helgueros, y en el grupo de Castro, Juan Pascual de Mena , Luis Salvador Carmona que pasará luego al de Olivieri, Roberto Michel y Juan Porcel, entre otros. Pero también figuraban otros significados escultores como Manuel Bergaz, Vicente Bort, Francisco Gutiérrez, Miguel de Jeregui, Domingo Martínez, Diego Martínez de Arce, Fernando Ortiz, Carlos Salas, Miguel Ximénez y Silvestre de Soria, entre otros muchos. Procedían de los más diversos puntos de la Península, pues eran castellanos, cántabros, aragoneses, valencianos, murcianos, andaluces y navarros. Algunos llegaban con una formación realizada en los tradicionales talleres de imaginería de sus respectivos lugares, formación a la que añadían frecuentemente cierta experiencia en el trabajo de la piedra. Otros, en cambio, entraban en el obrador de Palacio como aprendices. Resulta fácil imaginar los intercambios artísticos que se produjeron en una concentración de escultores de tal envergadura. También lo que supuso para todos ellos la participación en un espíritu común que se manifestaba con nuevos valores estéticos y finalmente, cuando la gran empresa estaba a punto de culminarse con el trabajo de todos, ser testigos de cómo se malograba el proyecto con la llegada de Carlos III , quien ordenaba bajar las estatuas de los reyes de la balaustrada y paralizar la elaboración de la serie de las medallas del corredor. La diáspora de artistas del obrador real que se producirá a continuación hará posible la difusión de la escultura cortesana por toda la Península.