Los esplendores del gótico: el palacio de Olite
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Datos principales
Desarrollo
El rey Carlos III poseía interés por el arte y gusto refinado adquirido durante su larga permanencia en la corte francesa (había permanecido como rehén entre 1378 y 1381) y sus viajes a Castilla. Pertenecía a una familia que destaca en la historia europea por su mecenazgo artístico: sobrino de Juan, duque de Berry; de Felipe el Atrevido , duque de Borgoña, y del propio Carlos V de Francia . Pero carecía de recursos financieros para hacer frente a todos sus proyectos, lo que incluso le echó en cara su mujer. Era consciente de que el pequeño reino pirenaico no daba para muchas alegrías, pues había sufrido en su propia persona las consecuencias de la debilidad económica que significaba, en definitiva, la debilidad militar y política. Los Evreux habían disfrutado de recursos en Francia: las tierras normandas de su abuelo arrebatadas a su padre; por no citar las posesiones de sus antepasados en Champaña, que habían terminado en manos de los monarcas franceses. Carlos III supo negociar, supo apaciguar muchos frentes y maniobró a lo largo de tres prolongados desplazamientos a París hasta ser compensado en cierta medida de lo perdido. Al rey francés interesaba también evitar problemas larvados en los territorios normandos y en el valle del Sena, dado que podían volver los tiempos amargos en que las posesiones de los navarros facilitaban al tradicional enemigo inglés un puente amenazador hacia París. El arreglo llegó en 1404.
Carlos III consiguió buenas sumas en metálico y el ducado de Nemours, lo que le facilitó dar rienda suelta a sus inquietudes constructoras. La recuperación socioeconómica del reino, la tranquilidad fronteriza, sin descontar cierta debilidad en los restantes reinos peninsulares conjuntaron el marco adecuado para el despliegue de la magnificencia regia. Desde comienzos del siglo XV se abre un período brillantísimo en el arte navarro que cerrarán las guerras civiles entre los partidarios del Príncipe de Viana y los de Juan II a mediados de siglo. Empecemos por el gran complejo que ha sobrevivido pese a los reveses hasta nuestros días: el palacio de Olite . En él nos detendremos algo más por ser obra paradigmática del comportamiento de Carlos III. Su personalidad es fruto de los intereses del rey, puesto que en él supo conjugar todo lo que conocía bien: la refinada labor de piedra, metal y vidrieras característica del gótico francés, con el lujo basado en la exquisitez del ornamento y la pericia en el trabajo de ciertos materiales -madera, yeso- propios de las tradiciones hispánicas. Olite es un jalón entre las diversas actuaciones tendentes a proporcionar al reino navarro residencias regias dignas del esplendor con que concebía su reinado, la tudelana y las posteriores en Estella, Puente la Reina y Tafalla. Entre todas ellas el palacio olitense es el más sobresaliente, tanto por el número de años dedicados a sus obras (fundamentalmente de 1399 a 1422), como por los capitales invertidos (mucho más de las 70.
000 libras documentadas), la abundancia de noticias a él referentes, o especialmente los restos conservados, que, aunque suponen sólo el esqueleto restaurado de lo que fue, nos hablan de un magnífico empeño que alcanzó sus objetivos. Para llevar a cabo su proyecto contó con los mejores maestros de su reino, e hizo venir a diversos especialistas de territorios vecinos para completar el equipo. Al frente de las obras dispuso al mazonero Martín Périz de Estella, a Lope Barbicano, moro de Tudela, y al pintor maestre Enrich de Zaragoza. Junto a ellos colaboraron Johan Lome de Tournai y su cuadrilla de escultores franceses, que alternaban la labra del sepulcro real con la realización de delicados encargos para el palacio. Dos ebanistas franceses, Johan Lescuyer y Estebanin le Riche, surtieron de muebles, suelos de tarima, puertas, ventanas, etcétera. Metalistas de todo tipo, entre ellos Thierry de Bolduc y Martín Francés, proporcionaron cerrajas, cañerías o cubiertas de plomo. Yeseros navarros y franceses fueron llamados para llevar a cabo chimeneas y paneles decorativos. Vidrieros norteños de nombres alusivos a sus procedencias -Jacobo de Utrecht, Copin Van Gant- dejaron muestras de su arte. Y junto a todos ellos, a lo largo de un cuarto de siglo, desfilaron más de cuatrocientos operarios de toda naturaleza. Dentro de este conglomerado, el papel del rey promotor se muestra decisivo en el desarrollo del conjunto. El transmite sus órdenes a los comisionados y a los maestros directores, a quienes hace viajar a Segovia para que conozcan lo que allí estaba edificando el rey de Castilla, y más tarde llama para que le acompañen en sus desplazamientos por las posesiones de los duques de Berry y Borbón.
Carlos III consiguió buenas sumas en metálico y el ducado de Nemours, lo que le facilitó dar rienda suelta a sus inquietudes constructoras. La recuperación socioeconómica del reino, la tranquilidad fronteriza, sin descontar cierta debilidad en los restantes reinos peninsulares conjuntaron el marco adecuado para el despliegue de la magnificencia regia. Desde comienzos del siglo XV se abre un período brillantísimo en el arte navarro que cerrarán las guerras civiles entre los partidarios del Príncipe de Viana y los de Juan II a mediados de siglo. Empecemos por el gran complejo que ha sobrevivido pese a los reveses hasta nuestros días: el palacio de Olite . En él nos detendremos algo más por ser obra paradigmática del comportamiento de Carlos III. Su personalidad es fruto de los intereses del rey, puesto que en él supo conjugar todo lo que conocía bien: la refinada labor de piedra, metal y vidrieras característica del gótico francés, con el lujo basado en la exquisitez del ornamento y la pericia en el trabajo de ciertos materiales -madera, yeso- propios de las tradiciones hispánicas. Olite es un jalón entre las diversas actuaciones tendentes a proporcionar al reino navarro residencias regias dignas del esplendor con que concebía su reinado, la tudelana y las posteriores en Estella, Puente la Reina y Tafalla. Entre todas ellas el palacio olitense es el más sobresaliente, tanto por el número de años dedicados a sus obras (fundamentalmente de 1399 a 1422), como por los capitales invertidos (mucho más de las 70.
000 libras documentadas), la abundancia de noticias a él referentes, o especialmente los restos conservados, que, aunque suponen sólo el esqueleto restaurado de lo que fue, nos hablan de un magnífico empeño que alcanzó sus objetivos. Para llevar a cabo su proyecto contó con los mejores maestros de su reino, e hizo venir a diversos especialistas de territorios vecinos para completar el equipo. Al frente de las obras dispuso al mazonero Martín Périz de Estella, a Lope Barbicano, moro de Tudela, y al pintor maestre Enrich de Zaragoza. Junto a ellos colaboraron Johan Lome de Tournai y su cuadrilla de escultores franceses, que alternaban la labra del sepulcro real con la realización de delicados encargos para el palacio. Dos ebanistas franceses, Johan Lescuyer y Estebanin le Riche, surtieron de muebles, suelos de tarima, puertas, ventanas, etcétera. Metalistas de todo tipo, entre ellos Thierry de Bolduc y Martín Francés, proporcionaron cerrajas, cañerías o cubiertas de plomo. Yeseros navarros y franceses fueron llamados para llevar a cabo chimeneas y paneles decorativos. Vidrieros norteños de nombres alusivos a sus procedencias -Jacobo de Utrecht, Copin Van Gant- dejaron muestras de su arte. Y junto a todos ellos, a lo largo de un cuarto de siglo, desfilaron más de cuatrocientos operarios de toda naturaleza. Dentro de este conglomerado, el papel del rey promotor se muestra decisivo en el desarrollo del conjunto. El transmite sus órdenes a los comisionados y a los maestros directores, a quienes hace viajar a Segovia para que conozcan lo que allí estaba edificando el rey de Castilla, y más tarde llama para que le acompañen en sus desplazamientos por las posesiones de los duques de Berry y Borbón.