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Desarrollo


Al ser un fenómeno de raíz religiosa y eclesiástica, es decir, pan-europeo, la cruzada produjo consecuencias variadas e importantes más allá del ámbito de Tierra Santa. Algunas de ellas fueron duraderas e influyeron en aspectos muy diversos durante siglos. La fiscalidad pontificia, tomando como argumento la necesidad de financiar expediciones y ayudas, aumentó su peso y extensión en todo Occidente, mientras que el otorgamiento de indulgencia a los que participaran o ayudaran a iniciativas declaradas cruzada derivó, muchas veces, hacia el abuso. El desarrollo del antijudaísmo encontró en aquel ambiente un caldo de cultivo muy apropiado. La apelación a la cruzada se hizo frecuentemente con finalidades distintas a las propias de sus orígenes, o para ámbitos que no tenían que ver con Tierra Santa, como las guerras contra los musulmanes en España, contra los paganos en el Báltico o contra los herejes en el sur de Francia. Y, en fin, el desarrollo enorme de las órdenes militares, creadas en principio para contribuir a la defensa del Levante latino, y su difusión en otros territorios, generó situaciones políticas que, en un principio, no se habían previsto. Las órdenes militares estaban sujetas directamente a la jurisdicción pontificia y se regían por una regla monástica, que solía ser la benedictina, en lo que era compatible con la finalidad de la orden, que fue la guerra contra los infieles en defensa de los Santos Lugares o de otros territorios de la cristiandad, y con la condición de sus miembros, seglares y caballeros o escuderos.

Sin embargo, la Orden de San Juan del Hospital había nacido antes, en torno a 1048, cuando unos mercaderes de Amalfi fundaron en Jerusalén un hospital bajo la advocación de San Juan el Limosnero, patriarca de Alejandria. La cruzada impulsó a los hospitalarios a defender y proteger a los peregrinos, y con ello a adoptar una organización militar entre 1120 y 1160, siendo maestre Raimundo de Puy: el proceso estaba concluido en 1154, cuando la orden era ya una "Militia Christi" y recibió nuevos privilegios de Adriano IV. Pero sus funciones asistenciales siguieron teniendo gran importancia, a ellas se destinó la renta de muchas donaciones recibidas en toda Europa y, sin duda, fue el aspecto que inspiró a otras órdenes que tomaron a los sanjuanistas como modelo: la de los Antonistas en Viena, a finales del siglo XI, y las del Espíritu Santo y San Lázaro de Jerusalén, más adelante. La Orden del Templo careció de aquella faceta asistencial pues nació como una agrupación de caballeros, en Jerusalén, promovida por Godofredo de Saint-Omer y Hugo de Payens en 1118. Tras el reconocimiento de Honorio III en 1127, contó con el apoyo y propaganda que de ella hizo Bernardo de Claraval, que la dotó de una regla adaptada de la benedictina y alabó sus fines en el conocido "De laude novae militiae". El prestigio de los templarios, como el de los hospitalarios, fue inmenso entre reyes y magnates, y su patrimonio alcanzó grandes dimensiones tanto en Europa como en Tierra Santa, donde eran poderes independientes de hecho, con perjuicio en ocasiones pare la política seguida por el rey de Jerusalén.

En su momento de mayor expansión, el Templo contó con 15.000 a 20.000 miembros, entre caballeros, escuderos y clérigos, repartidos en doce provincias en Europa y cinco en Levante, con unas 800.000 libras tornesas de renta anual. Inevitablemente, el enriquecimiento y el poder produjeron cierto declive de los ideales primitivos en beneficio de los políticos. Cada orden tenía a su frente un Gran Maestre, con su Consejo, oficiales cortesanos y, para las ocasiones prescritas por la regla, un Capítulo General de los principales cargos. Las propiedades y rentas estaban divididas, dentro de cada reino, en prioratos, y estos a su vez en bailías y encomiendas. Bajo el mando y responsabilidad de priores, bailíos y comendadores vivían el resto de los miembros de la orden, obligados a la regla y a vestir diversos signos externos de identificación: los hospitalarios portaban hábito negro y cruz blanca -llamada después de Malta- y los templarios hábito blanco o negro con cruz roja. La pérdida de Tierra Santa produjo a las órdenes una grave crisis de supervivencia. Los proyectos de fundir al Hospital y al Templo en una no se realizaron. Los hospitalarios tenían mayor capacidad de adaptación por la importancia de sus funciones asistenciales y porque se hicieron cargo de la defensa de la isla de Rodas, punto avanzado y estratégico que conquistaron a Bizancio en 1310. Los Templarios, en cambio, no contaban con aquellos argumentos y, además, su actividad financiera los había involucrado en la vida política de alqunos reinos, en especial Inglaterra y Francia, lo que, al cabo, fue la causa de su ruina: el rey francés Felipe IV hizo procesar desde 1307 al Gran Maestre, Jacques de Molay, y a sus principales colaboradores, que murieron condenados después de padecer acusaciones y calumnias cuyo resultado fue una sentencia inicua.

Pero el papa Clemente V se plegó a los deseos de Felipe IV el mal momento sufrido por el Papado durante la querella entre Bonifacio VIII y el rey estaba reciente y disolvió la orden en 1312: sus bienes pasaron a la del Hospital o a otras órdenes militares pero en Francia aquello ocurrió después de varios años de administración directa por los agentes regios, a beneficio de la corona. Las acciones militares de los hospitalarios continuaron durante la Edad Media tardía, apoyados en sus grandes recursos y en las ayudas pontificias, francesas y catalano-aragonesas principalmente. La toma de Esmirna en 1344 y su defensa hasta 1402 bloqueó algunos aspectos de la expansión turca en Asia Menor; intervinieron en la expedición contra Alejandría en 1365 y en la batalla de Nicópolis, en 1397. Durante el siglo XV resistieron con éxito los asedios a Rodas de los mamelucos egipcios en 1440 y 1444 y de los turcos otomanos en 1480; al cabo, la isla caería en manos de estos últimos en 1522 y los hospitalarios se replegaron a Malta, de cuya defensa se hicieron cargo durante varios siglos. En otros ámbitos de expansión de la Cristiandad occidental surgieron también órdenes militares, amparadas igualmente por la idea de cruzada aunque en la práctica sus finalidades e intereses no eran los mismos que se habían manifestado en Tierra Santa. Los Caballeros Teutónicos tienen su origen en la segunda cruzada, y actúan en Levante hasta finales del siglo XIII, pero las empresas contra los paganos de Prusia desplazaron totalmente su atención y su futuro a las fronteras nororientales del Imperio, donde se hicieron con un enorme dominio señorial, y absorbieron a otra orden militar, la de los Caballeros Portaespadas, pare completer, a principios del siglo XIII, la conquista de Livonia y Estonia.

La necesidad de organizar mejor la lucha contra los musulmanes provocó la aparición de cofradías y órdenes militares en la España cristiana desde el segundo cuarto del siglo XII. Templarios y hospitalarios tuvieron fuerte presencia e importantes señoríos en la Corona de Aragón, pero mucho menos en Castilla: tras la disolución de los primeros en 1312, sus bienes sirvieron para fundar la Orden de Montesa en Aragón y la de Cristo en Portugal, mientras que pasaban a órdenes militares del país y a nobles seglares en Castilla. Por su parte, la presencia en la península de los Caballeros Teutónicos en el siglo XIII tuvo una importancia simbólica y escasa. El fenómeno singular más importante ocurrió en los reinos de León y Castilla, donde hubo órdenes militares autóctonas que tuvieron gran desarrollo: Calatrava en Castilla desde 1157, Alcántara en León y Santiago en ambos reinos desde 1175, aproximadamente. Lo mismo sucedió en Portugal, con la Orden de Avis. La colaboración de todas ellas en la fase final y decisiva de las guerras contra los musulmanes fue muy importante y produjo, entre otros efectos, la formación de vastos conjuntos señoriales que convirtieron a las órdenes en piezas importantes del tablero político de los reinos peninsulares durante los últimos tiempos medievales .

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