Bizancio

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Datos principales


Desde

400

Hasta

1.453

Desarrollo


En el 330 d.C. el emperador Constantino funda sobre la capital cultural griega, Bizancio, su propia ciudad, Constantinopla, destinada a ser el eje del Imperio Romano de Oriente, separado del Imperio Romano de Occidente para agilizar su gestión, que dada la inmensa envergadura del territorio se estaba viendo estancada. El área ocupa la antigua zona de influencia cultural griega, que durante el Helenismo conservó un peso intelectual enorme, desequilibrando la balanza de la civilización y el conocimiento hacia el extremo oriental del Mediterráneo. Bizancio goza de una situación privilegiada, desde la cual controla las rutas comerciales con Europa Oriental, los Balcanes, el Egeo, el Norte de África (incluido Egipto) y Asia Menor, la puerta de la India y la China Tang. Bizancio apenas heredó nada del arte romano, sino especialmente de Grecia y toda su tradición artística: proporción anatómica correcta, naturalismo, dinamismo, telas plegadas, temas bucólicos, etc. El momento de apogeo estuvo bajo el reinado de Justiniano: fue el constructor de Santa Sofía de Constantinopla, al tiempo que mandaba restaurar y embellecer los templos anteriores, incluso los de las florecientes colonias italianas: Rávena, Sicilia... La técnica preferida fue el mosaico, con la que se alcanzaron obras maestras nunca igualadas. Son famosos los mosaicos de San Vital y San Apolinar in Classe, de Rávena, con representaciones del emperador y su esposa (una prostituta de alto nivel que se convirtió en dama fuerte del Imperio).

En ellos se aprecia cómo se abandona progresivamente el realismo alcanzado en la pintura griega y romana de época helenista, por influencia de la intelectualización del cristianismo: los espacios se pierden, se vuelven irreales, con figuras que se mueven en un fondo dorado, resplandeciente. Los pies de las figuras no se asientan sobre el suelo, sino que penden sobre él. El hieratismo, el sentido de eternidad e idealismo, se imponen en busca de una representación solemne y simbólica de los misterios cristianos. Se recupera la primitiva jerarquización de los tamaños según la categoría de los personajes. El aspecto final del panel es increíblemente decorativo, lleno de brillo y color. Al tiempo que los mosaicos, se desarrollaron otras dos técnicas: la miniatura y el icono. Los manuscritos miniados vienen a sustituir a los rollos de pergamino, que se deterioraban con rapidez. Los primeros códices son bizantinos, del siglo IV. Se llaman manuscritos miniados porque se escribían a mano por escribas o monjes y se adornaban o iluminaban con dibujos basados en el minio, un pigmento rojo muy frecuente. El icono es una pintura al temple sobre tabla adornada con pan de oro e, incluso, con láminas metálicas de plata repujada, oro o bronce. Son de tamaño pequeño, transportables por lo tanto, con dos portezuelas para tenerlo cerrado y abrirlo a la hora de rezar. Reproducen imágenes de la Virgen, los santos favoritos o Cristo. Aparecen con gran éxito durante los siglos VI y VII, gracias al poderoso atractivo emocional sobre los fieles más incultos, frente al cristianismo intelectual de raíz helenística que había predominado hasta ese momento.

Este cristianismo casi filosófico prefería la representación de símbolos a la de imágenes verosímiles, lo cual sembró la semilla de la discordia entre iconoclastas (que rechazan las imágenes) e iconodulos (adoradores de imágenes) en lo que constituyó la primera guerra de religión de la era cristiana. En el 730 el emperador proclama un edicto en el cual se ordena la destrucción de todas las imágenes que reproduzcan bajo apariencia humana a los santos y a las figuras divinas. El poseedor o adorador de un icono sería acusado de grave delito contra el emperador, pudiéndosele mutilar, fustigar, apedrear e incluso cegar por idólatra. Sin embargo, el culto a las imágenes era tan poderoso entre los fieles, que al fin y al cabo eran mayoría, que hubo de restablecerse. Además, la adoración de las imágenes creaba sólidas redes de peregrinación que favorecían el comercio de reliquias, la construcción de monasterios, etc. Durante el período iconoclasta se destruyeron cantidades ingentes de iconos, pocos se salvaron originales del siglo VI o VII. Durante el siglo IX, en el año 843 se decreta la ortodoxia, con una declaración imperial del valor doctrinal de las imágenes, que aleccionan al pueblo y permiten fácilmente el control de la clase eclesiástica. Coincide con una época de estabilidad intelectual, lo que favorece el establecimiento de ciertos estereotipos en la representación, para que no haya lugar a las salidas de tono de los artistas: se determinan una docena de formas de representar a la Virgen, por ejemplo, como la Galactofusa (Virgen que amamanta al Niño), la Odegitria (Virgen que porta al Niño en el brazo), etc.

Lo mismo rige para ciertas escenas (como la Anastasis) y de otras figuras sacras, de las cuales destacamos la representación del Pantócrator, Dios Señor del Universo, barbado, con ceño fruncido y gesto terrible, como se le observa en los mosaicos del monasterio ateniense de Daphni. En el interior de las iglesias bizantinas se establece siempre el mismo programa iconográfico: escenas del mundo celeste y terrenal abajo, escenas de la vida de Cristo y las festividades cristianas arriba, el ábside con la Virgen y la cúpula con el Pantócrator. Al igual que ocurrió con el arte egipcio, la norma estricta que imponen las creencias mantuvieron la estética a lo largo de los siglos, extendiéndola por Rusia (el mejor pintor bizantino ruso es sin la menor duda Andrei Rubliov), Bulgaria, Rumania, Grecia, los Balcanes en general... hasta nuestros días.

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