Los senufo y los pueblos de Burkina Faso
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Datos principales
Rango
África
Desarrollo
El arte senufo, pese a sus matices regionales intrenos, tiene una identidad que salta a la vista y una originalidad indiscutible, dentro de la estética común de los pueblos sudaneses occidentales. Situados a caballo entre el Sudán y las primeras selvas del Golfo de Guinea, de las que toman, en ocasiones, ciertas formas blandas y realistas, los senufo son, sin duda alguna, dignos herederos de sus antepasados, que emigraron desde el norte en los siglos XI a XIII, tras haber constituido, al parecer, un núcleo esencial en el imperio de Gana . Tan temprano alejamiento del influjo islámico explica acaso la gran vivacidad de sus tradiciones animistas en sus formas más complejas: nos hallamos ante uno de los pueblos donde mejor se ha podido estudiar la estructura de las sociedades secretas y el uso que éstas hacen del arte, al que controlan como un verdadero monopolio. En realidad, prácticamente todos los senufo pasan desde la infancia a formar parte de la sociedad principal -llamada Poro o Lo-, que constituye el único sistema educativo de este pueblo, con sus tres ciclos de siete años de duración cada uno. Es en el seno de esta escuela religiosa y cultural, con sus ritos de acceso y de paso de un ciclo a otro, con sus ceremonias fúnebres dedicadas a los miembros difuntos, con sus actividades festivas en torno a las labores agrícolas, donde desempeñan sus funciones las esculturas, las máscaras, los tambores tallados y otros objetos de culto.
Es en estas festividades donde aparece, por ejemplo, la máscara kpelie, la más famosa de este pueblo, con su cara misteriosa rodeada de elementos geometrizantes, sin duda alusión a peinados aparatosos, y con dos patitas pegadas a las mejillas; al parecer, el personaje representado tras estas facciones es el primer antepasado -o quizá, más bien, antepasada-, es decir, el origen de la humanidad y testigo de su correcto desarrollo, y las patitas simbolizan el contacto que mantiene con la tierra, pese a su carácter sobrehumano. Por desgracia, la máscara kpelie se ha convertido hoy en un típico souvenir turístico realizado en serie para la exportación, y por ello los africanistas suelen despreciarla; sin embargo, no hay duda de la antigüedad de su diseño, pues ha aparecido un ejemplar en metal fechable en tomo al siglo XII, es decir, con temporáneo de la emigración senufo hacia sus actuales asentamientos. Al lado de la sociedad Poro existen otras más especializadas, como la de las mujeres, o como las que reúnen a los miembros de cada gremio (escultores, herreros, broncistas, etc.), pues las técnicas son enseñadas en secreto. En este contexto cabe señalar, sobre todo por su carácter temible, la sociedad Korobla y la ya extinta sociedad Wabele, dedicadas a perseguir a los brujos. Sus cofrades usaban horribles máscaras escupe-fuego, cuyo aspecto híbrido, mezcla de diversos rasgos de animales, evocaba el caos primordial; acaso merezca la pena evocar la aparición de una máscara waniugo (o gbon) de este tipo a través de la descripción de D.
Paulme: "Las máscaras gbon aparecen en la aldea durante las noches de luna. El disfraz está hecho de una franja gruesa de hilaza de da (especie de cáñamo), fijada a dos aros, el primero de los cuales cuelga de la máscara, mientras que el segundo está sostenido a la altura de las caderas por tirantes; el gbon lleva en su mano un látigo. Danza al ritmo de los tambores, de las trompas, de cantos, y su papel consiste en proteger la aldea contra los hechiceros, a los que su música atrae de manera irresistible. Encontrarse con la máscara supone para un no iniciado, sobre todo para una mujer, una fuerte multa. El gbon está dotado de facultades sobrehumanas: puede sentarse impunemente sobre un brasero, brincar de un solo salto a un techo, cubrir de fuego a una hechicera en el interior de su habitación sin incendiar la paja". Resulta sin duda demasiado pobre reducir el riquísimo arte senufo a sus principales máscaras: sus esculturas, en efecto, son a menudo de superior calidad, y entre ellas sobresalen las figurillas de adivinación, los magníficos mazos rituales, rematados con esculturas humanas, que sirven para golpear la tierra marcando el ritmo, y unos refinados bastones que figuran, en su extremo superior, una agradable joven, y que sirven de premio para los vencedores en el concurso de laboreo con azada: así se les indica que tendrán derecho, después de su triunfo, a escoger la esposa que deseen, pues cualquier familia querrá emparentar con ellos. Frente a tanta riqueza plástica, poco puede decirse de un pueblo próximo, el de los lobi, salvo que reproduce a menudo las formas senufo, pero empobrecidas: sus esculturas son sencillas y a menudo inexpresivas, las máscaras prácticamente no existen, y los bronces parecen difíciles de distinguir de los que funden otros pueblos de la región.
Sin embargo, emociona a veces el carácter ingenuo de alguna pieza, y, sobre todo, merecen recordarse sus casas: como algunos de sus vecinos, tan celosos de la independencia familiar como ellos, construyen moradas que parecen verdaderas fortalezas, con sus murallas y torreones, y las sitúan a no menos de un centenar de metros unas de otras. El último gran complejo artístico del Sudán se encuentra en la zona enmarcada por los bobo y los mossi, en la actual república de Burkina Faso. En realidad, se trata de un mosaico étnico totalmente heterogéneo, puesto que los mossi son el fruto de la mezcla de invasores del sur con una población sudánica preexistente, mientras que los bobo se relacionan lingüísticamente con los bamana. Y esa misma variedad se refleja en las artes, donde los estilos dogon y bamana dominan no pocas regiones occidentales. Sin embargo, ello no ha supuesto el ahogo de la única plástica realmente originaria de estas comarcas, que fue creada, recordémoslo, por pequeños pueblos, como los nunuma, los winiama y los bwa: su plasmación más típica se halla en unas aparatosas máscaras en forma de tablas planas con sencillas siluetas. Según la creencia local, los genios que vuelan por la selva se encarnan en estas grandes placas geométricas, a menudo altísimas o dotadas de adornos laterales también planos; ojos y bocas circulares, o a veces cilíndricos, y un colorido brillante de tonos puros, caracterizan esta forma peculiar de concebir las energías sobrenaturales: nada más alegre que una fiesta donde aparecen estos seres protectores. Y nada más agradable, para concluir el estudio del Sudán, que contemplar esta bocanada de color, curiosa y chocante tras tantas estatuas y máscaras monocromas.
Es en estas festividades donde aparece, por ejemplo, la máscara kpelie, la más famosa de este pueblo, con su cara misteriosa rodeada de elementos geometrizantes, sin duda alusión a peinados aparatosos, y con dos patitas pegadas a las mejillas; al parecer, el personaje representado tras estas facciones es el primer antepasado -o quizá, más bien, antepasada-, es decir, el origen de la humanidad y testigo de su correcto desarrollo, y las patitas simbolizan el contacto que mantiene con la tierra, pese a su carácter sobrehumano. Por desgracia, la máscara kpelie se ha convertido hoy en un típico souvenir turístico realizado en serie para la exportación, y por ello los africanistas suelen despreciarla; sin embargo, no hay duda de la antigüedad de su diseño, pues ha aparecido un ejemplar en metal fechable en tomo al siglo XII, es decir, con temporáneo de la emigración senufo hacia sus actuales asentamientos. Al lado de la sociedad Poro existen otras más especializadas, como la de las mujeres, o como las que reúnen a los miembros de cada gremio (escultores, herreros, broncistas, etc.), pues las técnicas son enseñadas en secreto. En este contexto cabe señalar, sobre todo por su carácter temible, la sociedad Korobla y la ya extinta sociedad Wabele, dedicadas a perseguir a los brujos. Sus cofrades usaban horribles máscaras escupe-fuego, cuyo aspecto híbrido, mezcla de diversos rasgos de animales, evocaba el caos primordial; acaso merezca la pena evocar la aparición de una máscara waniugo (o gbon) de este tipo a través de la descripción de D.
Paulme: "Las máscaras gbon aparecen en la aldea durante las noches de luna. El disfraz está hecho de una franja gruesa de hilaza de da (especie de cáñamo), fijada a dos aros, el primero de los cuales cuelga de la máscara, mientras que el segundo está sostenido a la altura de las caderas por tirantes; el gbon lleva en su mano un látigo. Danza al ritmo de los tambores, de las trompas, de cantos, y su papel consiste en proteger la aldea contra los hechiceros, a los que su música atrae de manera irresistible. Encontrarse con la máscara supone para un no iniciado, sobre todo para una mujer, una fuerte multa. El gbon está dotado de facultades sobrehumanas: puede sentarse impunemente sobre un brasero, brincar de un solo salto a un techo, cubrir de fuego a una hechicera en el interior de su habitación sin incendiar la paja". Resulta sin duda demasiado pobre reducir el riquísimo arte senufo a sus principales máscaras: sus esculturas, en efecto, son a menudo de superior calidad, y entre ellas sobresalen las figurillas de adivinación, los magníficos mazos rituales, rematados con esculturas humanas, que sirven para golpear la tierra marcando el ritmo, y unos refinados bastones que figuran, en su extremo superior, una agradable joven, y que sirven de premio para los vencedores en el concurso de laboreo con azada: así se les indica que tendrán derecho, después de su triunfo, a escoger la esposa que deseen, pues cualquier familia querrá emparentar con ellos. Frente a tanta riqueza plástica, poco puede decirse de un pueblo próximo, el de los lobi, salvo que reproduce a menudo las formas senufo, pero empobrecidas: sus esculturas son sencillas y a menudo inexpresivas, las máscaras prácticamente no existen, y los bronces parecen difíciles de distinguir de los que funden otros pueblos de la región.
Sin embargo, emociona a veces el carácter ingenuo de alguna pieza, y, sobre todo, merecen recordarse sus casas: como algunos de sus vecinos, tan celosos de la independencia familiar como ellos, construyen moradas que parecen verdaderas fortalezas, con sus murallas y torreones, y las sitúan a no menos de un centenar de metros unas de otras. El último gran complejo artístico del Sudán se encuentra en la zona enmarcada por los bobo y los mossi, en la actual república de Burkina Faso. En realidad, se trata de un mosaico étnico totalmente heterogéneo, puesto que los mossi son el fruto de la mezcla de invasores del sur con una población sudánica preexistente, mientras que los bobo se relacionan lingüísticamente con los bamana. Y esa misma variedad se refleja en las artes, donde los estilos dogon y bamana dominan no pocas regiones occidentales. Sin embargo, ello no ha supuesto el ahogo de la única plástica realmente originaria de estas comarcas, que fue creada, recordémoslo, por pequeños pueblos, como los nunuma, los winiama y los bwa: su plasmación más típica se halla en unas aparatosas máscaras en forma de tablas planas con sencillas siluetas. Según la creencia local, los genios que vuelan por la selva se encarnan en estas grandes placas geométricas, a menudo altísimas o dotadas de adornos laterales también planos; ojos y bocas circulares, o a veces cilíndricos, y un colorido brillante de tonos puros, caracterizan esta forma peculiar de concebir las energías sobrenaturales: nada más alegre que una fiesta donde aparecen estos seres protectores. Y nada más agradable, para concluir el estudio del Sudán, que contemplar esta bocanada de color, curiosa y chocante tras tantas estatuas y máscaras monocromas.