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Datos principales


Desarrollo


Existía la costumbre de decapitar al contrario, una vez muerto. Ello se debía, en parte, a la necesidad de demostrar al resto de los enemigos que su jefe había perecido en la batalla. Las cabezas se exhibían posteriormente, como trofeo, ante la población civil. Recuérdese lo que les ocurrió a los Siete infantes de Lara, según dice su romance: "Los moros entonces tomaron las cabezas de los siete infantes y la de Munio Salido, e fueronse con ellas a Córdoba". En otras ocasiones, las lesiones del cuello fueron producidas por flechas, como queda reflejado con todo detalle en la Crónica de Alfonso VII el Emperador, al referir la muerte del conde Rodrigo Martínez, en el sitio de Coria, en 1139. Una punta de la flecha, desprovista del asta, atravesó la protección de cañizo tras la que se hallaba el conde y se le clavó en cuello, entre el almofar y la loriga, es decir, en la fosa supraclavicular, produciéndole una intensa hemorragia. Todos los intentos de parar la pérdida de sangre fueron inútiles, muriendo el conde al final del día. Seguramente, la flecha fue disparada por una ballesta, lo que explicaría que pudiera traspasar el cañizo, que detuvo el asta, pero no la punta. Por el tiempo que tardó el conde en morir, probablemente el proyectil lesionó la vena yugular o la subclavia, ya que si hubiese afectado los troncos arteriales, la muerte por shock hemorrágico se hubiera producido antes. Semejante fue la herida que causó la muerte a Ricardo Corazón de León, cuñado de Alfonso VIII, el vencedor en Las Navas de Tolosa, durante el asedio del castillo de Chálus-Chabrol.

Según una crónica, el rey recibió un flechazo en el lado izquierdo del cuello, produciéndole una herida que al cabo de los días le causó la muerte. Milon, abad de Pin y capellán del rey, que lo asistió en sus últimos momentos, narró el lance de forma diferente y detallada: el rey estaba contemplando las operaciones de asedio y los infructuosos intentos de los defensores por alcanzarle con sus saetas. Entre ellos se hallaba Gourdon, quién "...Tensó su ballesta, arrojó rápidamente su cuadrillo en dirección del rey, que lo miraba y aplaudía. Dio al rey, cerca de las vértebras del cuello, de suerte que el tiro fue desviado hacia atrás y fue a clavarse en su costado izquierdo, en el momento en que el rey se inclinaba hacia delante, pero no lo bastante para protegerse con su escudo rectangular que llevaban delante de él". El rey murió once días después de ser herido. Por cierto, los furiosos ingleses asaltaron y tomaron la fortaleza, pasando a cuchillo a todos sus defensores, salvo al desdichado ballestero Gourdon, al que desollaron vivo.

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