Las artes al oriente de Hallstatt
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Datos principales
Rango
Edad de Hierro
Desarrollo
En las regiones al este de la línea divisoria que separa la cultura hallstáttica , la sociedad se desenvuelve, a partir del siglo VI a. C., al margen de la de sus vecinos, los príncipes occidentales. Confinada a los modos de vida del pasado, sólo ocasionalmente deja ver objetos y ritos con paralelismos exactos en el mundo hallstáttico del Oeste . Aunque no debió de faltar, en los niveles sociales encumbrados, el interés por adquirir, por vía comercial o diplomática, artículos, armas y joyas de prestigio, el contexto de las tumbas (sistemáticamente de cremación) resulta particularmente oriental. Establecido este alejamiento de la provincia oriental de Hallstatt de la zona por la que circulaban los bronces etruscos y griegos, podría sospecharse que el centroeste de Europa perdió la oportunidad de recibir el impulso civilizador de la cultura clásica. Frente a lo que pudiera parecer, la influencia etrusca y griega se recibió al oriente de Hallstatt por vía indirecta. Allí los recipientes de bronce en los que se mezclaba el vino y se servía en rituales, banquetes y ceremonias, vasijas en forma de cubos o calderos, tuvieron en la época del Hallstatt-D una muy favorable acogida. Por entonces, dichos recipientes de bronce habían adoptado formulismos iconográficos de raigambre orientalizante clásica. A tales recipientes de metal, a los que se define con el nombre de "situlae", les corresponde el papel de difusores de la cultura artística mediterránea en Centroeuropa oriental.
Desde el valle del Po, el arte de estos recipientes de bronce transmitió a los broncistas del sudeste de Austria, de Checoslovaquia o del norte de Yugoslavia, motivos totalmente extraños a su propia tradición. La zona oriental del Hallstatt también absorbió, pues (si bien aplicándola a un arte en particular), una corriente clásica. No obstante, y a pesar de esta concesión aparente al mundo meridional, el sentido fundamental de la existencia y del arte del Hallstatt tardío al este de los Alpes permanece inalterado en lo fundamental. A esta conclusión llegaremos, probablemente, una vez presentadas las obras de arte correspondientes al encabezamiento de este apartado. De una cueva de la región de Moravia, en la República Checa: Bycí-Skála, situada a unos 15 km al norte de Brno, procede la escultura de un toro de bronce fundido a la cera perdida. La figurilla es particularmente atractiva por mostrar, envuelto en geometrismo exagerado, y casi en forma de caricatura, la poderosa fuerza vital del animal al que representa. Detalles tomados del natural, como las pezuñas o el hocico, contribuyen a esta impresión simultánea de ingenuidad y vitalidad. El toro de Bycí-Skála tuvo incrustaciones de hierro de forma triangular, en el testuz y en los cuartos delanteros. Este adorno ya nos salió al paso en la figurilla de una vaca colocada en el asa de un cuenco hondo de bronce, recuperado en la tumba número 671 de Hallstatt. No costaría mucho esfuerzo justificar en la estatuilla de toro de Moravia una función de culto; pero, en vista de las implicaciones rituales de que estuvo rodeado, a juzgar por los hallazgos de la cueva, la pieza encaja en su contexto como veremos.
En la cueva Bycí-Skála se hallaron, en efecto, los restos de más de 40 individuos, entre hombres, mujeres y niños. Allí perecieron también caballos. Los carros sepultados fueron varios, hasta cuatro. Hubo espadas de antenas, joyas, vasos de cerámica y de bronce. En cuatro copas de cerámica se colocaron cuatro cráneos, respectivamente, al parecer dos de hombre y dos de mujer. En otro recipiente de bronce se guardó la cabeza cortada de alguien. Con un cráneo se hizo un vaso. Hubo manos y extremidades humanas esparcidas, etc. Esta serie de pormenores macabros dio alas a la imaginación de sus descubridores, en 1882, quienes lo interpretaron como un sacrificio colectivo de mujeres y animales en una gigantesca pira ofrecida al guerrero y gran señor en el acto de su sepelio en la cueva. Sin excederse en fantasías trasnochadas, la impresión de que la cueva de Bycí-Skála fue un centro ritual es inevitable. Por esta razón, las interpretaciones actuales se dividen entre aquellos que aseguran que en esta localidad hubo un enterramiento de inhumación principesco, con animales, carros, armas y joyas del tipo del Hallstatt occidental (K. Kromer) y aquellos que, de forma más prosaica, lo consideran un cementerio dinástico utilizado durante más de un siglo (J. Nekvasil). Las conjeturas sobre el real significado de esta cueva no se desvanecen tan fácilmente. Hay quien ha propuesto otra lectura de los hallazgos, en el extremo opuesto al de la romántica postura visionaria de un asesinato colectivo a raíz de la muerte del príncipe. Sin otra prueba que la naturaleza horadada de la roca de Bycí-Skála, alguien ha propuesto otra causa que terminaría con las vidas de los allí sepultados: un desprendimiento fatal en la cantera de una mina.
Desde el valle del Po, el arte de estos recipientes de bronce transmitió a los broncistas del sudeste de Austria, de Checoslovaquia o del norte de Yugoslavia, motivos totalmente extraños a su propia tradición. La zona oriental del Hallstatt también absorbió, pues (si bien aplicándola a un arte en particular), una corriente clásica. No obstante, y a pesar de esta concesión aparente al mundo meridional, el sentido fundamental de la existencia y del arte del Hallstatt tardío al este de los Alpes permanece inalterado en lo fundamental. A esta conclusión llegaremos, probablemente, una vez presentadas las obras de arte correspondientes al encabezamiento de este apartado. De una cueva de la región de Moravia, en la República Checa: Bycí-Skála, situada a unos 15 km al norte de Brno, procede la escultura de un toro de bronce fundido a la cera perdida. La figurilla es particularmente atractiva por mostrar, envuelto en geometrismo exagerado, y casi en forma de caricatura, la poderosa fuerza vital del animal al que representa. Detalles tomados del natural, como las pezuñas o el hocico, contribuyen a esta impresión simultánea de ingenuidad y vitalidad. El toro de Bycí-Skála tuvo incrustaciones de hierro de forma triangular, en el testuz y en los cuartos delanteros. Este adorno ya nos salió al paso en la figurilla de una vaca colocada en el asa de un cuenco hondo de bronce, recuperado en la tumba número 671 de Hallstatt. No costaría mucho esfuerzo justificar en la estatuilla de toro de Moravia una función de culto; pero, en vista de las implicaciones rituales de que estuvo rodeado, a juzgar por los hallazgos de la cueva, la pieza encaja en su contexto como veremos.
En la cueva Bycí-Skála se hallaron, en efecto, los restos de más de 40 individuos, entre hombres, mujeres y niños. Allí perecieron también caballos. Los carros sepultados fueron varios, hasta cuatro. Hubo espadas de antenas, joyas, vasos de cerámica y de bronce. En cuatro copas de cerámica se colocaron cuatro cráneos, respectivamente, al parecer dos de hombre y dos de mujer. En otro recipiente de bronce se guardó la cabeza cortada de alguien. Con un cráneo se hizo un vaso. Hubo manos y extremidades humanas esparcidas, etc. Esta serie de pormenores macabros dio alas a la imaginación de sus descubridores, en 1882, quienes lo interpretaron como un sacrificio colectivo de mujeres y animales en una gigantesca pira ofrecida al guerrero y gran señor en el acto de su sepelio en la cueva. Sin excederse en fantasías trasnochadas, la impresión de que la cueva de Bycí-Skála fue un centro ritual es inevitable. Por esta razón, las interpretaciones actuales se dividen entre aquellos que aseguran que en esta localidad hubo un enterramiento de inhumación principesco, con animales, carros, armas y joyas del tipo del Hallstatt occidental (K. Kromer) y aquellos que, de forma más prosaica, lo consideran un cementerio dinástico utilizado durante más de un siglo (J. Nekvasil). Las conjeturas sobre el real significado de esta cueva no se desvanecen tan fácilmente. Hay quien ha propuesto otra lectura de los hallazgos, en el extremo opuesto al de la romántica postura visionaria de un asesinato colectivo a raíz de la muerte del príncipe. Sin otra prueba que la naturaleza horadada de la roca de Bycí-Skála, alguien ha propuesto otra causa que terminaría con las vidas de los allí sepultados: un desprendimiento fatal en la cantera de una mina.