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Roma I

Desarrollo


La Roma primitiva participa de la tosca rusticidad que afecta tanto al Lacio como al resto de Italia a comienzos del primer milenio a. C. Ni el respeto de que sus menguados restos se ven rodeados como vestigios de la Roma de Rómulo, ni el esmero ni la luz favorable con que los museos exponen las piezas más selectas, bastan para paliar esa impresión de tosquedad: las urnas bicónicas con sus adornos esquemáticos de la fase villanoviana; las diminutas cabañas cinerarias -maquetas de las viviendas ancestrales- pertenecen a un mundo gris al que no logran dar realce ni las fíbulas ni las armas. En comparación con el dinámico Geométrico griego, este mundo itálico y lacial resulta "monótono, vacuo, poco desarrollado, exponente de pueblos estancados en el letargo de lo prehistórico" (T. Dhorn). Hacían falta poderosos estímulos exteriores, los que durante los siglos VIII y VII aportan los fenicios y los griegos; se requería también la presencia de los etruscos con su civilización urbana y su capacidad industrial, para arrancar a Italia de aquel marasmo. Con toda la crudeza que le permite su lenguaje grandilocuente, apunta Virgilio a esa situación de atraso y reconoce en la persona del troyano Eneas esa deuda hacia hombres venidos de fuera para imponer entre los itálicos la civilización y la vida urbana: "bellum ingens geret Italia populosque ferocis / contundet moresque viris et moenia ponet" (provocará en Italia una gran guerra; someterá a pueblos fieros e impondrá a sus hombres leyes y murallas) (Eneida, 1, 263 s.

). El medio romano en que este proceso se verifica es una constelación de aldeas encaramadas en alturas fáciles de defender, porque la naturaleza las ha rodeado, en todo o en parte, de profundos barrancos, cuando no encumbrado sobre el territorio circundante. Los flancos más accesibles y expuestos a un ataque enemigo han de ser guarnecidos por medio de un foso artificial y de un terraplén de tierra y piedras, el agger et fossa del lenguaje técnico. Quizá no hiciese falta regularizar todo el perímetro del poblado, pero era prudente ceñirlo de una corona de tierra para mayor seguridad de sus moradores. El Palatino y el Capitolio estuvieron así guarnecidos en tiempos anteriores a los reyes etruscos, y Ardea, a corta distancia de ellos, no sólo conserva sus murallas de época republicana, sino también los restos de su primitivo agger (G. Säflund). Más aún: los auténticos Muros Servianos de Roma no son los restos de murallas "ex saxo quadrato" que se conservan a trechos en varios puntos de la ciudad, sino una línea de "agger et fossa" dibujada y fotografiada por Lanciani y por Säflund cuando obras de ingeniería moderna los han dejado al descubierto: un terraplén de 5 metros de altura, 25 de ancho en la base y cerca de 14 en su plataforma superior. Esta línea ni siquiera rodeaba las siete colinas de la ciudad; cubría únicamente sus flancos más expuestos, el septentrional y el oriental. Con eso y las alturas de sus colinas Roma se consideraba suficientemente defendida.

Su lema de entonces era el de los espartanos: "defiendan los hombres a los muros y no los muros a los hombres" (Estrabón V, 234). Pero una cosa son las arrogancias de cuartel y otra las realidades de la vida. Cuando los galos desbarataron a las legiones y pasaron por las defensas de Roma como el agua por un colador, comprendió ella que si quería hacerse respetar como Siracusa y como Cartago, no tenía más remedio que rodearse de verdaderas murallas; sólo entonces (tras el saqueo galo del 390) levantó en piedra los Muros Servianos. Como todos los poblados laciales de la Edad de Hierro, Roma era, pues, una pólis ateíchistos. No es probable que Virgilio lo ignorase. Es más bien de creer que si alguna vez atribuye a las ciudades de la "Eneida" cinturones amurallados y torreados -v. gr. turrigerae Amtemnae- esté poniendo los ojos en una ciudad micénica y traduciendo el epíteto teichióessa de Homero. El tipo general de vivienda era la cabaña de ramas y barro, sostenida por una armadura de troncos y cubierta de brezo o de paja. Dando por supuesto que las urnas en forma de choza representaban fielmente las viviendas de los priscolatinos, se suponía hace años que éstas eran de planta circular, o circulares primero y rectangulares más tarde; pero lo cierto es que los fondos de cabaña descubiertos hasta ahora -en Roma, sobre todo- tienen por lo general planta rectangular, aunque cada uno de los lados sea ligeramente convexo. A menudo estos fondos están rehundidos en el suelo, tienen una solería de tierra apisonada o de guijarros, y un recuadro de piedra que servía de zócalo a los frágiles muros.

Cabe la posibilidad de que al producirse en el Hierro IV (700-600) las diferencias sociales que acreditan las tumbas de entonces, comenzara la construcción de viviendas de piedra. Sin embargo, ni Roma ni la etrusca Veyes ofrecen indicios de arquitectura doméstica en este material antes de principios del siglo VI y es probable que en todos los pueblos del Lacio ocurriese lo propio. Las excavaciones del Palatino pusieron al descubierto hace años el fondo de una cabaña rectangular, popularmente conocida como Casa de Rómulo, que permite reconstruir con precisión los elementos de su armadura de troncos. Rehundido en el suelo de taba, dicho fondo mide 4,90 metros por 3,50 metros; seis orificios cónicos, de unos 45 centímetros de profundidad y 42 de diámetro jalonan su perímetro. En medio del recuadro, otro orificio igual a los anteriores señala el emplazamiento de un poste como centro de la cabaña. Huellas del mismo tipo indican que la puerta estaba flanqueada por dos postes de diámetro menor y que a éstos los precedían dos pies derechos, para sostener el tejadillo de un porche. Con estos datos, Davico pudo hacer una reconstrucción fidedigna de los elementos estructurales de la choza: los postes terminados en horquilla son las furcae de Vitrubio, unidas por los mutuli horizontales; el poste central apuntala el columen; entre éste y los mutuli cabalgan los cantherü, capreoli y transtra (Vitr. II, 1, 3 y IV, 2, 1). Tanto Virgilio como Ovidio estaban informados de que así eran las casas de la Edad de Oro.

Algunas localidades vecinas de Roma, menos removidas que el suelo de ésta, completan el panorama de lo que fue la era arcaica de todas ellas. Fondos de cabañas de planta cuadrada, ovalada y circular rodean en Conca, la antigua Satricum, los restos del templo de la Mater Matuta, la Gran Madre local, diosa de la pubertad de las doncellas (Matuta se relaciona con maturus). La mayoría de ellos carece de agujeros de postes, como si las paredes hubiesen sido de adobe; otros ofrecen, por su parte exterior, una línea de ellos, a cierta distancia de la pared, como si tales cabañas hubiesen estado rodeadas de pórticos. En las chozas circulares, con pórtico o sin él, se encuentra el antecedente de los templos redondos, de Vesta y de otras divinidades, que alternan en la arquitectura templaria romana con los tuscánicos y con los griegos. Ovidio alude a ese antecedente al hablar del templo de Vesta: "quae nunc aere vides, stipula tum tecta videres / et paries lento vimine textus erat" (lo que ahora ves en bronce lo verías entonces techado de ramaje y la pared entretejida de flexible mimbre) (Fastos VI, 261 s.). Pese al interés con que se buscan, apenas se han encontrado hasta ahora restos de edificios antiguos de destino religioso, en parajes que fueron más tarde famosos santuarios. Las investigaciones realizadas en el de Luppiter Latiaris, en el Monte Cavo, han resultado infructuosas y lo mismo las efectuadas en el de Diana Nemorensis, en Aricia; Iuno Sospita, en Lanuvio, y Fortuna Primigenia, en Praeneste. Los restos de muros descubiertos bajo los cimientos del templo de la Mater Matuta en Satricum parecieron indicar que el templo arcaico estuvo precedido de otro que sus investigadores del siglo pasado (1896) consideraron tuscánico. Las maquetas de templecillos de terracota aparecidas allí indican que ya en época primitiva, el santuario contaba con un edificio sacro con techo a tres vertientes y con un frontis parecido a un frontón; o acaso varios edificios, como tesoros o depósitos de ofrendas. A juzgar por las muchas halladas, éstas consistían en figuritas de terracota o recortadas en chapa de bronce, vasos en miniatura y otros objetos de uso personal y doméstico.

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