La columna Divi Marci
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Datos principales
Rango
Antoninos
Desarrollo
En el año 196, Adrasto, encargado de su custodia, recibió autorización para desmontar el andamio que la recubría y utilizar la madera en la construcción de su casa. La Columna de Marco Aurelio , levantada a raíz de la muerte del emperador, estaba, pues, acabada. Forzado a abandonar la política pacifista de su suegro y antecesor, Marco Aurelio eligió como modelo a Trajano . Los "Comentarios" de éste fueron su libro de cabecera; y su recuerdo, aún muy vivo en la Roma de entonces, el espejo al que trató de parecerse. Su columna, réplica de la de Trajano hasta donde la decencia y el rigor histórico lo permitían, es la confirmación tangible de lo dicho, pero sólo hasta cierto punto, porque mirada como obra de arte, señala el comienzo de la ruptura con todo lo que la Columna Trajana representaba, y es, por tanto, y así lo reconoce la crítica de hoy, un hito fundamental en la historia del arte. Como en la Columna Trajana, dos son las guerras representadas en la de Marco Aurelio, separadas también, a media altura, por la Victoria que entre trofeos escribe la gesta en el escudo. La primera fue la Guerra Germánica del 171-72, contra los cuados y los marcomanos; la segunda, la Sarmática, iniciada en el 173 e interrumpida en el 175 por el pronunciamiento de Avidio Casio en Siria. El relato comienza en el paso del Danubio por un puente y continúa con episodios análogos a los de su modelo, pero recalcando en lo posible los horrores de la guerra, o representándolos con mayor crudeza que la Columna Trajana.
Los gerifaltes enemigos que piden clemencia, por ejemplo, se humillan en sus súplicas hasta extremos degradantes, hasta besar el casco del caballo del vencedor. Una escena excepcional, y casi indigna de la iconografía grecorromana, es la del llamado Milagro de la Lluvia. Cuando en la campaña contra los cuados, el ejército agonizaba de sed por una sequía pertinaz, el dios de la lluvia se mostró en el cielo como un ogro alado, de guedejas y barbas pluviales, y desplegando sus alas descargó una tromba de agua sobre el ejército y sobre el país, calmando los ardores de los soldados y arrastrando por las torrenteras a los hombres y bestias del enemigo. La noticia, recogida también por Dión Casio, dio la vuelta al mundo, objeto de consejas e interpretaciones varias: aparición de Iuppiter Pluvius; de Hermes Acrios, muy temido en tierras danubianas; los cristianos afirmaban que el milagro se había debido a las preces de los legionarios convertidos a la fe; los egipcios, a la intervención del sacerdote Arnuphis, respetado por todas las sectas. Si no tuviésemos el testimonio de Dión Casio y de la propia columna, creeríamos estar oyendo un relato de otras edades. Y no es sólo en esto en lo que la Columna se adelanta a la Edad Media. Las diferencias con la Columna Trajana son muchas, en efecto, y se hacen sentir incluso en la traza del proyecto. La cinta del relieve da dos vueltas de menos, pese a que el fuste es tres metros más alto que el de su modelo. Las figuras son, por consiguiente, más altas y mucho más abultadas y plásticas.
El contraste de luces y sombras es, por ello, mucho más vivo. Sin embargo, no se incrementa la sensación de profundidad espacial, ni siquiera se aspira a conseguirla. El artista ha prescindido de casi todos los elementos paisajísticos; reduce las arboledas a unos cuantos árboles y lo mismo las cabañas y barracas de poblados y campamentos. Las figuras están más espaciadas; el fondo neutro se deja ver mucho más, trasladando el relato a un plano más ideal que histórico. Hay motivos que se repiten con una frecuencia rayana en la monotonía: las marchas de tropas, a pie y a caballo; sus asambleas al pie del suggestum, el podio del emperador. Este suele aparecer visto de frente y al margen de las acciones, como si estuviese por encima de los acontecimientos, y como si su sola presencia importase mucho más que su intervención. La cabeza humana se convierte en objeto de mayor interés para el observador minucioso de la Columna, como a otra escala sucede en la estatuaria. En la cabeza se realzan los rasgos que mejor definen la expresión -los ojos, la boca- y cuanto puede contribuir a realzarla, el pelo, las vestiduras y todo lo demás. Llaman la atención los rostros despavoridos de los bárbaros, sus guedejas desaliñadas e intonsas, surcadas despiadadamente por las grietas del trépano. Esa misma renuncia a la plástica lineal, dibujística, en busca de puros efectos ópticos, se hacen sentir también en los pliegues de las vestiduras, profundos surcos, alejados de la superficie para forzar el brusco contraste de sombra y luz.
La escultura está entrando de lleno en el campo, de lo anticlásico, como no lo había hecho bajo los Flavios y como lo formularon muy bien Riegl y Wölfflin. Decía este último: "Lo pictórico (óptico) y lo lineal (táctil) son sin lugar a dudas los signos estilísticos más importantes y bastan por sí solos a caracterizar la esencia de un estilo". La supeditación de unas figuras a otras no es sólo cosa del arte, sino también de una sociedad donde las clases son más conscientes de sus diferencias y así lo manifiestan los títulos que se empiezan a otorgar a los más sobresalientes, clarissimi, perfectissimi viri. El clasicismo había sido, durante los dos últimos siglos, dentro de los naturales vaivenes, el lenguaje oficial estilístico de la Pax Romana, tranquila y segura de sí misma. Las dudas que pudieran caber las disipó Trajano devolviéndole a Roma aquella confianza en vencer siempre a los germanos y a los partos que Augusto le había inculcado. Pero ahora era distinto: la ruptura de la frontera germánica y la invasión de las provincias del norte, hasta las tierras vénetas de Italia, fue la primera señal de alarma y el presagio de lo que tantas veces se habría de repetir en el futuro. No fue casualidad que en el año 171, el año de la gran invasión, Marco Aurelio, el hombre de ciencia y filósofo estoico, comenzase a poner por escrito y en griego sus "Meditaciones". Era un desahogo para su pesimismo. La Columna de Divo Marco es el primer reflejo en la escultura romana de la crisis que habría de desembocar en la Baja Antigüedad.
Los gerifaltes enemigos que piden clemencia, por ejemplo, se humillan en sus súplicas hasta extremos degradantes, hasta besar el casco del caballo del vencedor. Una escena excepcional, y casi indigna de la iconografía grecorromana, es la del llamado Milagro de la Lluvia. Cuando en la campaña contra los cuados, el ejército agonizaba de sed por una sequía pertinaz, el dios de la lluvia se mostró en el cielo como un ogro alado, de guedejas y barbas pluviales, y desplegando sus alas descargó una tromba de agua sobre el ejército y sobre el país, calmando los ardores de los soldados y arrastrando por las torrenteras a los hombres y bestias del enemigo. La noticia, recogida también por Dión Casio, dio la vuelta al mundo, objeto de consejas e interpretaciones varias: aparición de Iuppiter Pluvius; de Hermes Acrios, muy temido en tierras danubianas; los cristianos afirmaban que el milagro se había debido a las preces de los legionarios convertidos a la fe; los egipcios, a la intervención del sacerdote Arnuphis, respetado por todas las sectas. Si no tuviésemos el testimonio de Dión Casio y de la propia columna, creeríamos estar oyendo un relato de otras edades. Y no es sólo en esto en lo que la Columna se adelanta a la Edad Media. Las diferencias con la Columna Trajana son muchas, en efecto, y se hacen sentir incluso en la traza del proyecto. La cinta del relieve da dos vueltas de menos, pese a que el fuste es tres metros más alto que el de su modelo. Las figuras son, por consiguiente, más altas y mucho más abultadas y plásticas.
El contraste de luces y sombras es, por ello, mucho más vivo. Sin embargo, no se incrementa la sensación de profundidad espacial, ni siquiera se aspira a conseguirla. El artista ha prescindido de casi todos los elementos paisajísticos; reduce las arboledas a unos cuantos árboles y lo mismo las cabañas y barracas de poblados y campamentos. Las figuras están más espaciadas; el fondo neutro se deja ver mucho más, trasladando el relato a un plano más ideal que histórico. Hay motivos que se repiten con una frecuencia rayana en la monotonía: las marchas de tropas, a pie y a caballo; sus asambleas al pie del suggestum, el podio del emperador. Este suele aparecer visto de frente y al margen de las acciones, como si estuviese por encima de los acontecimientos, y como si su sola presencia importase mucho más que su intervención. La cabeza humana se convierte en objeto de mayor interés para el observador minucioso de la Columna, como a otra escala sucede en la estatuaria. En la cabeza se realzan los rasgos que mejor definen la expresión -los ojos, la boca- y cuanto puede contribuir a realzarla, el pelo, las vestiduras y todo lo demás. Llaman la atención los rostros despavoridos de los bárbaros, sus guedejas desaliñadas e intonsas, surcadas despiadadamente por las grietas del trépano. Esa misma renuncia a la plástica lineal, dibujística, en busca de puros efectos ópticos, se hacen sentir también en los pliegues de las vestiduras, profundos surcos, alejados de la superficie para forzar el brusco contraste de sombra y luz.
La escultura está entrando de lleno en el campo, de lo anticlásico, como no lo había hecho bajo los Flavios y como lo formularon muy bien Riegl y Wölfflin. Decía este último: "Lo pictórico (óptico) y lo lineal (táctil) son sin lugar a dudas los signos estilísticos más importantes y bastan por sí solos a caracterizar la esencia de un estilo". La supeditación de unas figuras a otras no es sólo cosa del arte, sino también de una sociedad donde las clases son más conscientes de sus diferencias y así lo manifiestan los títulos que se empiezan a otorgar a los más sobresalientes, clarissimi, perfectissimi viri. El clasicismo había sido, durante los dos últimos siglos, dentro de los naturales vaivenes, el lenguaje oficial estilístico de la Pax Romana, tranquila y segura de sí misma. Las dudas que pudieran caber las disipó Trajano devolviéndole a Roma aquella confianza en vencer siempre a los germanos y a los partos que Augusto le había inculcado. Pero ahora era distinto: la ruptura de la frontera germánica y la invasión de las provincias del norte, hasta las tierras vénetas de Italia, fue la primera señal de alarma y el presagio de lo que tantas veces se habría de repetir en el futuro. No fue casualidad que en el año 171, el año de la gran invasión, Marco Aurelio, el hombre de ciencia y filósofo estoico, comenzase a poner por escrito y en griego sus "Meditaciones". Era un desahogo para su pesimismo. La Columna de Divo Marco es el primer reflejo en la escultura romana de la crisis que habría de desembocar en la Baja Antigüedad.