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Una vez ocupado en su totalidad el territorio continental griego, las fuerzas aliadas habían hallado en la isla de Creta un último refugio frente al arrollador avance alemán efectuado a través de los Balcanes. Para Gran Bretaña resultaba una cuestión de especial importancia el mantenimiento de bases instaladas en el mar Egeo. En caso de caer éstas en poder de los alemanes, además de poner en peligro a su flota mediterránea, amenazarían de forma cierta su sistema defensivo del Cercano Oriente. Desde la óptica de los adversarios, la presencia británica en un punto que distaba unos cien kilómetros de sus posiciones suponía a su vez una permanente situación de riesgo. Si el Reich se había lanzado sobre Yugoslavia y Grecia para evitar ante todo que sus campos de aprovisionamiento petrolífero quedasen expuestos a un ataque del adversario, ahora debía lógicamente completar la operación anulando por completo su presencia en una zona de tan alto valor estratégico. Tanto para unos como para otros, el dominio del Mediterráneo oriental se manifestaba como una necesidad de orden vital. Hitler, sin embargo, no comprendía en su justa medida la importancia de este problema. Así, una vez concluidas las operaciones en la península balcánica trataría de iniciar de forma inmediata su gran proyecto de ataque contra la Unión Soviética, que ya había sido pospuesto por un mes con el fin de domeñar a los dos últimos países ocupados.

Sin embargo, varios de sus generales terminarían por inclinarle a decidir la operación de conquista de la isla de Creta, centro neurálgico de aquel espacio marítimo. El plan alemán se concretaría de esta forma a partir de una básica utilización de la aviación, que serviría para transportar a más de 22.000 soldados, mientras que el material pesado y los suministros serían enviados por medio de buques. De hecho, el episodio de Creta, denominado por los alemanes como Operación Merkur, había de constituir una de las más originales operaciones llevadas a cabo durante la guerra. Esto se debía al hecho de que su realización pondría en práctica unas formas de actuación totalmente nuevas, que demostrarían allí su verdadera eficacia. Ante todo, debe destacarse la masiva presencia de los elementos paracaidistas, así como la efectividad de los cuerpos encargados de organizar el traslado hacia la isla de tan elevado número de fuerzas. Los paracaidistas eran combatientes dotados de un elevado nivel de entrenamiento, y escogidos entre los cuerpos de élite de la Wehrmacht. Por ello los planes de ocupación de la isla no preveían una duración temporal de las operaciones que se prolongase por más de ocho días, a partir del 20 de mayo de 1941. En la ocupada Grecia, los alemanes habían dispuesto rápidamente una serie de campos de aterrizaje con vistas a la defensa del espacio balcánico, que ahora serían utilizados para lanzar el ataque contra la isla mediterránea.

En ellos se encontraban dispuestos centenares de aparatos -bombarderos, cazas, Stuka y cazabombarderos-, además de diez grupos de JU-52 y quinientos aparatos dotados de planeadores. Era toda una gran fuerza aérea de primera magnitud, que aseguraba a Alemania el dominio del aire. Por su parte, Gran Bretaña conservaba el control del mar, a base de su flota de guerra -la Mediterranean Fleet- integrada por un portaaviones, cuatro acorazados, once cruceros y cuarenta destructores. En la isla, defendida por una reducida flotilla aérea, se encontraban además de los refugiados civiles unos 75.000 soldados griegos y otros 30.000 procedentes del Imperio Británico. El parque acorazado era asimismo muy precario en cuanto a tamaño y calidad, contando solamente con 27 carros ligeros, a los que más adelante se añadirían otros 22, además de un reducido número de cañones antiaéreos y de campaña. A esto debía añadirse la situación creada por el bloqueo impuesto por los alemanes, que impedía el abastecimiento básico, y que echaría al fondo del mar más de tres millones de toneladas entre buques y mercancías. La víspera del ataque, los seis aviones -tres Hurricane y tres Gladiator- que se mantenían en Creta serían trasladados a Egipto con el fin de ponerlos a salvo de la destructora acción llevada a cabo por el adversario A partir de las cinco horas del día 20, la isla comienza a ser bombardeada por varias oleadas de aparatos compuestas por centenares de Junker 52 y Messerchmitt.

Millares de paracaidistas se lanzan desde ellos sobre el escarpado terreno en busca de sus objetivos principales, aeródromos y demás centros vitales. Pero al mismo tiempo, cuando eran depositados sobre lugares inadecuados, se convertían en fácil blanco para los disparos de griegos y británicos. Llegada la noche de ese día, más de cinco mil soldados alemanes se encontraban ya sobre territorio insular. Las pérdidas humanas habían sido muy elevadas por parte de ambos contendientes, pero el final de la batalla no estaba en absoluto decidido. De forma paralela, desde la mañana del mismo día, los aviones germanos habían atacado de forma sistemática a los buques británicos que acudían a la isla, produciendo el hundimiento de un destructor y fuertes daños en dos cruceros. En la noche del 21, los ingleses atacaron un convoy alemán y hunden tres navíos, produciendo más de mil quinientas muertes. A lo largo de las siguientes jornadas de lucha, el mar será escenario de similares operaciones. Por una parte, detención y ataque de convoyes alemanes por parte de los británicos; por otra, ametrallamiento de la flota inglesa por la aviación germana. Las acciones realizadas sobre tierra firme tampoco se vieron definidas por el momento, lo que impulsará a los alemanes, llegado el día 22, a lanzar mayores contingentes de paracaidistas. Los JU 52 transportarán a cuarenta de ellos en cada vuelo, registrándose un ritmo de recuperación de veinte aeroplanos por hora.

Estos, tras haber lanzado su carga, regresan al continente a recoger a otros destacamentos. Durante esa misma jornada, el intento británico por recuperar el aeropuerto de Maleme, ocupado por los alemanes, se vería frustrado, lo que daría ya un giro definitivo a la batalla. A partir de entonces, las posiciones aliadas deberán ir replegándose, a pesar del lanzamiento de una serie de ataques que en general se verán rechazados con éxito. Al día siguiente, cae en poder de los alemanes la ciudad de La Canae, capital de la isla. Las siguientes cuarenta y ocho horas estarían de esta forma dedicadas a proceder a la evacuación de las fuerzas combatientes al mando del general Freyberg hasta los navíos de la Royal Navy que las conducirán a Egipto. Unos 17.000 hombres, algo más de la mitad del total de los combatientes, logrará llegar a su destino. Los demás quedarán en poder de los alemanes. Acerca de la violencia de los combates habidos, da idea el saldo definitivo que arrojaría la lucha; el ejército británico presentaba un total de 1.742 muertos, 1.737 heridos y 11.835 prisioneros. En este bando, veintitrés cazas y otros tantos bombarderos se venían a unir a la pérdida de más de doscientas treinta mil toneladas de barcos, hundidos o abandonados de forma obligada. Por su parte, los vencedores alemanes contaban con 321 muertos o desaparecidos y 217 heridos en sus fuerzas aerotransportadas; el ejército de tierra había sufrido un total de 3.674 muertos o desaparecidos y 2.004 heridos. Al concluir los combates, la Luftwaffe se veía privada de más de doscientos aparatos; a la inversa, la flota británica quedaba reducida en sus efectivos a dos acorazados, tres cruceros y diecisiete destructores, no todos ellos en perfecto estado.

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