Escultura modernista catalana
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Datos principales
Rango
FindeSiglo6
Desarrollo
Los cambios urbanísticos que estaba sufriendo Barcelona iban a posibilitar que un importante número de escultores encontrara su ocasión para participar en la nueva imagen de la ciudad. Por una parte colaborando con el arquitecto (caso de Eusebi Arnau para el escenario del Palau de la música o de la casa Lleó) en los proyectos arquitectónicos del Ensanche; en las viviendas y también en los panteones (a veces los encargos eran simultáneos). Por otra, realizando monumentos públicos (entre 1888 y 1910 se levanta el Monumento a Colón y el Monumento al Doctor Robert ). También la Exposición de 1888 abría nuevas posibilidades a una producción escultórica muy limitada desde hacía varias décadas. Entre la escultura funeraria, las terracotas seriadas y los denominados bronces de salón, el modernismo se llegará incluso a vulgarizar. El simbolismo fue decisivo para que la escultura se alejara del monumentalismo y del anecdotismo. La melancolía en el desnudo femenino y la larga cabellera (Eva, 1904) serán motivos repetidos por Enric Clarasó (1857-1941). Este lenguaje era muy adecuado también para la escultura funeraria -mujeres pasivas, desconsoladas, ángeles con ecos de las imágenes de Burne-Jones -. De Rodin adoptan elementos formales, como las curvas suaves y redondeadas y los contornos difuminados, a pesar de que el desnudo rodiniano no supo ser seguido conceptualmente por los escultores pertenecientes la mayoría al católico Cercle de San Lluc.
El espíritu del Cercle, la religiosidad simbolista, queda reflejada en La primera comunión, de Josep Llimona (1864-1934), así como en su participación en el Rosario Monumental de Monserrat. Pero será Desconsol (1903) la obra que nos pone en relación al escultor con el simbolismo modernista, sobre todo por su vocación de sugerir un estado de ánimo, un mundo interior y oculto que la suavidad de las formas envuelve en un transcurrir de la materia sensual y delicadamente fluida. Llimona conoce en París la obra de Rodin y de Meunier . La influencia de este último quedará plasmada en el Monumento al Dr. Robert (Barcelona, 1904-10), exaltación alegórica del trabajo, las letras y las artes del pueblo catalán. La obra se resuelve en esa doble vertiente: entre el realismo que encarnan las figuras masculinas y el modelado evanescente y suave de las figuras femeninas, tan característico en el lenguaje plástico del modenismo. Aunque la representación del trabajador, pese a su aparente naturalismo, aparece idealizada, les falta fuerza y sinceridad -obrero y campesino que nunca se sublevarán-. También Miquel Blay (1866-1936) consigue romper con Los primeros fríos (1891-1892) el lenguaje tradicional, pero sigue siendo un escultor del XIX, aunque trascienda la anécdota en favor de una componente simbólica más amplia. Su larga estancia en París le procura la suficiente influencia de Rodin como para poder desembarazarse de su formación académica.
También en París conoce de cerca el naturalismo social de Meunier y en Flor silvestre, una de sus primeras obras, se acerca al idealismo simbolista que consigue transmitirnos con un modelado muy suave y esfumado en los contornos. Como le ocurre a Llimona, su obra se debate entre naturalismo e idealismo, con los que trata respectivamente al hombre y a la mujer: Persiguiendo la ilusión (1903) y las numerosas copias de la Margheritina. Con Eusebi Arnau (1863-1933) la escultura se integra en la arquitectura (Escenario del Palau de la Música Catalana, 1907), contribuyendo de ese modo al fenómeno modernista de la obra de arte total. En la Casa Lleó Morera, de Domènech i Montaner , consigue, con la transcripción de una canción popular catalana, aunar literatura, escultura, música y arquitectura en once relieves que conforman los arcos del pasillo y de las puertas del piso principal. El hecho de acometer un tema de la cultura autóctona catalana le sirve para reafirmarse en el carácter nacionalista y a la vez -por lo remoto del tema- para acercarse al gusto simbolista de la época. Su modelado suave y velado permite la fusión de las formas.
El espíritu del Cercle, la religiosidad simbolista, queda reflejada en La primera comunión, de Josep Llimona (1864-1934), así como en su participación en el Rosario Monumental de Monserrat. Pero será Desconsol (1903) la obra que nos pone en relación al escultor con el simbolismo modernista, sobre todo por su vocación de sugerir un estado de ánimo, un mundo interior y oculto que la suavidad de las formas envuelve en un transcurrir de la materia sensual y delicadamente fluida. Llimona conoce en París la obra de Rodin y de Meunier . La influencia de este último quedará plasmada en el Monumento al Dr. Robert (Barcelona, 1904-10), exaltación alegórica del trabajo, las letras y las artes del pueblo catalán. La obra se resuelve en esa doble vertiente: entre el realismo que encarnan las figuras masculinas y el modelado evanescente y suave de las figuras femeninas, tan característico en el lenguaje plástico del modenismo. Aunque la representación del trabajador, pese a su aparente naturalismo, aparece idealizada, les falta fuerza y sinceridad -obrero y campesino que nunca se sublevarán-. También Miquel Blay (1866-1936) consigue romper con Los primeros fríos (1891-1892) el lenguaje tradicional, pero sigue siendo un escultor del XIX, aunque trascienda la anécdota en favor de una componente simbólica más amplia. Su larga estancia en París le procura la suficiente influencia de Rodin como para poder desembarazarse de su formación académica.
También en París conoce de cerca el naturalismo social de Meunier y en Flor silvestre, una de sus primeras obras, se acerca al idealismo simbolista que consigue transmitirnos con un modelado muy suave y esfumado en los contornos. Como le ocurre a Llimona, su obra se debate entre naturalismo e idealismo, con los que trata respectivamente al hombre y a la mujer: Persiguiendo la ilusión (1903) y las numerosas copias de la Margheritina. Con Eusebi Arnau (1863-1933) la escultura se integra en la arquitectura (Escenario del Palau de la Música Catalana, 1907), contribuyendo de ese modo al fenómeno modernista de la obra de arte total. En la Casa Lleó Morera, de Domènech i Montaner , consigue, con la transcripción de una canción popular catalana, aunar literatura, escultura, música y arquitectura en once relieves que conforman los arcos del pasillo y de las puertas del piso principal. El hecho de acometer un tema de la cultura autóctona catalana le sirve para reafirmarse en el carácter nacionalista y a la vez -por lo remoto del tema- para acercarse al gusto simbolista de la época. Su modelado suave y velado permite la fusión de las formas.