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Rango

Barroco2

Desarrollo


Esa defensa de la pintura como actividad esencialmente práctica, más allá de reflexiones teoréticas o continuistas, indica el talante bien distinto del menor de los Carracci, Annibale (Bolonia, 1560-Roma, 1609), sin cuyas creaciones el aporte de la Academia, es probable, no habría superado el valor de lo secundario, ni su poética, rebasando los confines de Bolonia. De temperamento impetuoso y apasionado, a la vez que intolerante con los teóricos a priori, se interesó principalmente por los problemas que la actividad artística concreta imponía.Dotado de un talento innato, muy superior al de Agostino y más agresivo que el de Ludovico, amplió la renovación del lenguaje de la pintura, superando tanto los límites devocionales como los áulicos, y reanimó los valores de la tradición italiana. La adopción del dibujo del natural como método y su alta sensibilidad a las formas orgánicas y a la estructura plástica, le guiaron hasta el Renacimiento maduro. Sus primeros trabajos ya muestran su temprano rechazo del Manierismo y su adhesión a los principios riformati, en clave naturalista lombarda y paduana. Ellos fueron su norte contra la pintura manierista; como cuando, integrado en el equipo familiar, ayudó en la decoración del palacio Fava de Bolonia con la Historia de Jasón (1584), por la que fue tildado de realista en demasía. Como respuesta a esa exigencia de renovación, tras completar su formación, acabó por imponerse en el palacio Magnani, pintando con Ludovico y Agostino la Historia de Roma (1588-92), obra compleja en sus poderosos encuadramientos, enriquecida por una mayor elegancia compositiva y un rico colorido veneciano.

Entre 1584-88 viajó a Parma, estudiando de Correggio su delicada atmósfera luminosa y su sentida expresión; a Cremona, aprendiendo de Campi su lección de observación directa de la realidad, más su interés por los aspectos menos heroicos; a Venecia, comprobando la ligereza y asimetría de las posturas, y las posibilidades expresivas de la luz y los acordes cromáticos. Valga recordar que la asimilación de la vasta cultura pictórica de Annibale no conduce a resultados eclécticos, a una simple copia por superposición de estilos, sino que da fundamento interno al artista que procede a una interpretación crítica y unitaria de las fuentes. Su facultad para recrear sin imitar le permitió fundir el lenguaje emiliano del primer Renacimiento y el colorido véneto, creando un todo estilístico nuevo. Un ejemplo en el que las huellas venecianas son claramente advertibles, pero ligadas a los recuerdos parmesanos, es su Asunción de la Virgen (hacia 1590) (Madrid, Prado).Pero antes de esos viajes con rumbo parecido al de Caravaggio, muestra su curiosidad por el natural, por las múltiples apariencias de la realidad y por los problemas que plantea su reproducción. Según el, cualquier aspecto de la realidad merecía dibujarse, dependiendo sólo de la inspiración y del momento (Malvasia). Su interés por el dibujo le condujo a pintar, entre 1583-85, obras como La carnicería (hacia 1583) o El hombre que come habas (hacia 1584) (Roma, Galería Colonna).

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