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Datos principales


Desarrollo


El interés durante el siglo XIX por los estilos arquitectónicos de otras épocas tiene raíces muy diferentes: podemos hablar de renovación y revitalización religiosa, de identificaciones con un pasado histórico, de evocaciones mitificadas por sentimientos románticos, pero también de búsqueda de un estilo que abre nuevos caminos a la crisis que había planteado el paulatino abandono del modelo clásico. En Europa, desde los inicios del siglo XIX, se hace patente un fuerte deseo de rescatar el pasado medieval; en nuestro país se retrasa algunos años, siendo la literatura la encargada de preparar este paso con un amplio repertorio de obras (en su mayoría durante la década de los años 30), ya dentro del movimiento romántico. Las primeras manifestaciones arquitectónicas son de carácter efímero: arcos, galerías, quioscos... levantados para acontecimientos muy puntuales. El primer estilo que aparece es el gótico, pero con pocos años de diferencia surgió el otro camino de nuestro arte medieval: la arquitectura islámica, ya interpretada en el siglo XVIII a través de estructuras más frágiles, normalmente para exteriores, y ahora, en principio, en torno a la mitad de siglo, a base de decoraciones interiores pseudomusulmanas. A medida que se fue profundizando en los estudios arqueológicos se descubrieron nuevas posibilidades estilísticas: neorrománico, neomudéjar, neobizantino, neoárabe, etcétera, pero el que se desarrolla con más fuerza alcanzando a todos los rincones fue sin duda el neogótico.

Siempre, en todos ellos, el desarrollo ofrecía dos posibilidades: la recreación arqueológica, o sea, la repetición de fórmulas fieles a los ejemplos antiguos o también el uso de formas más libres, unas veces porque no mantenía el respeto al modelo original, otras por la utilización indiscriminada de fórmulas acopladas de manera anacrónica, lo que ocurría sobre todo al principio, a causa del desconocimiento histórico. Esta última opción formaría parte más bien del capítulo del eclecticismo. El estudio del gótico posibilita otra vía muy minoritaria en España en la que, partiendo de una base histórica, se despoja de todo lo necesario para quedarse con la esencia, dando un estilo limpio y racional donde se prescinde de fórmulas decorativas. Fue Viollet-le-Duc su iniciador y en España está representado por las figuras de Juan Segundo de Lema y Juan de Madrazo. El primero levantó en Madrid el palacio Zabalburu, donde su principal atractivo reside en la textura de sus materiales, en ningún momento disfrazados y con un tratamiento racional de su ubicación, o en la misma combinación de estos materiales. En este mismo sentido Madrazo construyó, también en Madrid, el palacio del Conde de la Unión de Cuba. Pero la línea habitual del neogótico es la que presenta la obra con un repertorio más o menos amplio de elementos ornamentales y con la visión a la que todos estamos acostumbrados: el arco ojival, los pináculos y torres de marcado carácter ascensional y, en general, una recopilación de piezas que iban desde las aplicaciones escultóricas a las más variadas muestras de pintura decorativa.

Todo ello había sido recopilado años antes, especialmente en Francia, y discurría por los estudios de arquitectura o simplemente por las bibliotecas de los eruditos. A este proceso debemos sumar un movimiento de gran importancia como es la renovación que experimentaron las diferentes iglesias cristianas. Dejando a un lado el caso de la ortodoxa, que siguió fiel a la arquitectura bizantina, la renovación religiosa comenzó por la iglesia anglicana que ahora recibe un notable empuje, apoyándose en el expansionismo británico. El caso de la Iglesia católica es de otra índole: presionada por un sentimiento racionalista que invadía a parte de sus propios fieles y violentada su cabeza por la reunificación italiana, inicia una campaña encaminada a fortalecer la figura papal (ese es uno de los pilares del Concilio Vaticano I) y a su vez a enriquecer su liturgia como forma de afrontar los ataques de un laicismo cada vez más fuerte. En España hay que añadir el estímulo que significa la Restauración borbónica y el reconocimiento de la religión católica como la del Estado, después de la aconfesionalidad existente durante el Sexenio revolucionario. De este modo, se restaura el Concordato de 1851 y se pone en práctica el acuerdo de la conservación, restauración y edificación de templos a cargo del Estado. Uno de los proyectos más significativos de este período es el de la Catedral de Madrid, Nuestra Señora de la Almudena, del marqués de Cubas.

Obra basada en el gótico del siglo XIII, donde se entremezclan elementos y fórmulas francesas y españolas y de la que sólo se llegó a ejecutar la cripta. Dentro del grupo de arquitectos historicistas está también Federico Aparici, que añade a su vertiente creadora la docente. Su obra más interesante es neorrománica, la basílica de Covadonga, diseñada siguiendo el modelo del románico final. Como Cubas, Aparici no se puede sustraer al recuerdo francés, fundiéndole con formas hispanas. Para Cataluña, el neogótico representa la identificación con su estilo nacional. Los años del gótico figuran como los más prósperos del Principado, no siendo nunca superados. Por ello, en esa búsqueda por encontrar sus raíces el gótico fue el más usual, pero no faltaron otros ejemplos neorrománicos. La figura encargada de dar forma a este sentimiento general fue el arquitecto Elías Rogent. Fundó la Escuela Provincial de Arquitectura de Barcelona (1871), dirigiéndola durante quince años. Gracias a ello, Madrid dejaba de ostentar el monopolio de formación de los arquitectos, entroncándose con el sentir general y convirtiéndose en el difusor de las ideas historicistas en Cataluña. Su obra principal fue la Universidad Literaria de Barcelona, neorrománica. Rogent asume el historicismo partiendo de unos principios nacionales y, con un repertorio de formas propias, producto de sus investigaciones, lo que significa el abandono en parte de la vía arqueologista.

El neomudéjar es posiblemente el historicismo que mejor se identifica con lo genuinamente hispano. Frente a los "revivals" que podríamos clasificar como internacionales (románico, gótico, etcétera) el mudéjar es una producción exclusiva de nuestro país. En 1859, José Amador de los Ríos lo concreta y caracteriza en su discurso en la Academia "El estilo mudéjar en arquitectura". Su singularidad hace que en 1873 sea el modelo elegido para el Pabellón que iba a representar a España en la Exposición Universal de Viena de ese año. El proyecto fue realizado por Lorenzo Álvarez Capra, autor también de la iglesia de la Paloma (Madrid, 1896). Sin embargo, más importante resulta la plaza de toros de esta misma capital (1874) que proyectara Emilio Rodríguez Ayuso. Con este edificio se logró desterrar el modelo romano hasta ahora utilizado. De este modo, Rodríguez Ayuso se convierte en el gran difusor del nuevo estilo. En las Escuelas Aguirre de Madrid (1884) presenta su repertorio de soluciones ornamentales y decorativas. El neomudéjar tiene dos principios inmutables sobre los que se desarrolla: el uso del ladrillo como material principal de la construcción y la utilización decorativa a base del juego de verdugadas en la pared con motivos de lazos, rombos, dientes de sierra, etcétera. Otros muchos arquitectos aportaron sus obras en este apartado, tales como Jareño, Cubas, Velasco, etcétera. Cataluña también entra dentro del ámbito neomudéjar, pero con un sello propio que quizá se concrete en una mayor libertad en el uso del lenguaje lo que hace que se incluya con más propiedad dentro del eclecticismo.

Así se comprueba en alguna de las primeras obras de Pere Falqués. En cuanto al historicismo árabe, aparece de forma mucho más puntual en gabinetes, construcciones complementarias o residencias fuera del contexto cotidiano y por supuesto oficial, manteniendo siempre un sentido informal. Todo ello concebido como herencia de ese amor por lo exótico que caracteriza al romanticismo, aunque ya desde el siglo XVIII se había dejado sentir en la arquitectura europea como producto del pintoresquismo. Al concretarse, en realidad, en inserciones realizadas en edificios de otros estilos, casi predomina en ella su carácter decorativo. Por otra parte, el desconocimiento histórico llevaba a mezclar diversas etapas y culturas dentro del mundo árabe, si bien se nota un predominio del estilo nazarí y, en menor medida, del califal. El primer ejemplo conocido es el gabinete árabe del palacio de Aranjuez, siendo imitado por la nobleza y alta burguesía como era de esperar; tal es el caso del salón árabe que el marqués de Salamanca encarga a Narciso Pascual y Colomer en su palacio de Vista Alegre.

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