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Guerra de Vietnam

Desarrollo


A partir de enero de 1951, la guerra vivía una fase de marasmo y agotamiento. Los soldados estaban cansados de combatir. La actividad bélica consistía en una serie ininterrumpida de agotadoras escaramuzas. Al llegar la primavera, y por extraño que parezca, los primeros que perdieron la paciencia fueron los chinos, que intentaron progresar por un procedimiento de golpes y retiradas que ya utilizaban los iberos en los albores de la Historia de España. Más sorprendente fue aún que los norteamericanos copiaran ese sistema en la que fue denominada Operación Punch. El punch (puñetazo, choque, empujón, patada...) consistía en una viva acción de penetración en territorio enemigo, causando los mayores daños posibles, para retirarse luego al cabo de unas horas dejando al adversario la tarea de reconquistar lo perdido, aunque para ello no tuviera que realizar un gran esfuerzo. El éxito de esta operación, que se multiplicó a lo largo de diversas colinas, estaba en los daños producidos durante el ataque. No se trataba de ganar territorio. "La acción se desarrolló -cuenta el general Marshall- en una extensa serie de colinas que se denominaban cota 440. En cinco días de combate se conquistaron todos los objetivos. El 8° Ejército sólo sufrió 237 bajas entre muertos y heridos, mientras que en el campo de batalla quedaron más de 5.000 soldados enemigos. Los chinos caían sobre Seúl por el río Han y emprendían desde allí avances sobre la orilla meridional.

No se libró ninguna batalla general con el avance coordinado de muchas Divisiones. El ejército progresaba dando cortos saltos". Seúl, que había sido conquistada por los chinos y norcoreanos, fue recuperada y ya no volvería a cambiar de manos. Y, en mayo, los chinos volvieron a perder la paciencia. Pretendieron una gran ofensiva basada en una gran masa humana atacante, y las tropas de los aliados, firmemente asentadas, ocasionaron una matanza formidable. La guerra volvió al marasmo y todo se producía en torno al Paralelo 38. El 1 junio el secretario general de Naciones Unidas -Trygve Lie- anunció que propondría un armisticio para mantener la antigua línea de demarcación formada por el Paralelo 38. Cuatro semanas después -el 29 de junio de 1951- el presidente de Estados Unidos ordenó al general Ridgway que "mañana sábado a las 8.00 horas de Tokio, transmita el siguiente mensaje sin cifrar, al comandante en jefe de las fuerzas comunistas de Corea, y que al propio tiempo lo comunique a la prensa para su difusión: Como jefe supremo de las tropas de las Naciones Unidas hago saber lo que sigue por conducto reglamentario: Según he manifestado en otra ocasión, podemos celebrar una entrevista para poner fin a las hostilidades en Corea, con la garantía de una vigilancia del armisticio. Tan pronto como reciba noticias de que se halla dispuesto a negociar, designaré a mi negociador y, al propio tiempo, se fijará la fecha de la reunión. Propongo como lugar de la misma el barco-hospital danés que se halla anclado en el puerto de Wonsan.

General M.B. Ridgway, comandante en jefe de las fuerzas armadas de las Naciones Unidas". La propuesta fue aceptada inmediatamente, pero no el lugar. Este fue fijado por el Comandante en Jefe de los comunistas, en las proximidades de Kaesong, en una aldea llamada Panmunjon, sobre el paralelo 38. El 10 de julio de 1951 se iniciaron las negociaciones, prolongadas durante muchísimo tiempo, mientras la guerra continuaba a bajo nivel. El 10 de julio de 1953, justamente dos años después del comienzo de la negociación y tres más tarde de la invasión norcoreana, se llegó a un acuerdo, pero éste no se firmo hasta el 27 de julio a las 10 horas, para que entrase en vigor a las doce horas siguientes. No fue una paz, sino un armisticio, que devolvió -como en un rebobinado de la Historia- a la misma situación del 25 de junio de 1950. Hoy las cosas siguen igual. El Norte, en las brumas del comunismo, empobrecido, con una renta familiar equivalente a unas 800.000 pesetas; el Sur, abierto a la industria y al comercio, con una renta familiar de nueve millones de pesetas. La Guerra de Corea, a los 50 años de haberse producido, quizá pueda entenderse -y muy parcialmente- por lo que escribieron dos hombres. El primero es el propio general Matthew B. Ridgway, quien inicia el prólogo de su libro Korean War, diciendo: "El conflicto de Corea marca el final de la era de fortaleza americana y el principio de una edad en que no será posible para nuestra nación asegurar la paz simplemente con eludir los problemas extranjeros.

Cuando se declaró la Guerra de Corea nos encontramos, por primera vez en nuestra historia, sumergidos de cabeza en una guerra imprevista una semana antes de comenzar y que complicó a medio mundo en una lucha que nuestro pueblo jamás comprenderá y en la que no quiso participar". La segunda opinión es de un gran periodista español, Víctor de la Serna -padre y abuelo de buenos periodistas-, quien escribió, hace casi 50 años una tercera de ABC cuyo final creo que recuerdo exactamente, a pesar del tiempo transcurrido: "Saludamos la entrada de un nuevo pueblo en la Historia -naturalmente, se refiere a los nuevos Estados Unidos, a pie, con sus muertos al hombro y sus heridos en parihuelas".

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