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Datos principales
Rango
Arte Antiguo de España
Desarrollo
Con este bagaje teórico esencial , podemos ya contemplar los monumentos propiamente dichos. Y comenzaremos con los circos, porque su variedad los convierte en el más claro ejemplo de cuanto venimos diciendo. Lo primero que cabe señalar es que, de los seis que se conocen, hay dos que pueden calificarse de obras populares, carentes de toda ambición arquitectónica. De ellos, el más sencillo es el de Mirobriga (Santiago do Cacém): apenas consiste en un simple espacio acotado como arena, rodeado por un tosco muro; sólo en el centro del costado derecho (al hablar de circos, la derecha o la izquierda se sitúan mirando desde las carceres, con la visión de los aurigas en el momento de comenzar la carrera) se aprecian restos de un posible tribunal judicum; el público en general se colocaría de pie o se sentaría en tierra, pues no se aprecian indicios de gradas. En cuanto a los detalles técnicos, las soluciones no pueden ser más rudas: la spina, que normalmente está algo sesgada para facilitar el paso de los carros, a la salida de las carceres, por la derecha de la meta secunda (el sentido de la carrera era el contrario al de las agujas de un reloj, como es sabido), aquí no muestra tal perfeccionamiento, y la linea de las carceres carece también de su inclinación característica, de modo que el carro de la izquierda salía con cierta desventaja; con tan defectuosa planificación, no es extraño comprobar que, dada la anchura de las carceres, allí sólo corriesen carros de dos caballos.
El circo de Saguntum es mucho más perfecto, con su spina ya sesgada y sus aditamentos en correcta situación. Por desgracia, hoy se ha perdido casi por completo, quedando sólo restos de una puerta, pero se sabe que sus graderías eran de una sencillez extrema: una simple estructura de casillas en hormigón, coronada, por un entramado de vigas que sostenía unos bancos de madera. Lo curioso es que estos dos edificios, pese a su pobre concepción, son los más tardíos de nuestros circos: se fechan entre los siglos II y III d. C., y constituyen por tanto una muestra fehaciente de cómo se mantienen tradiciones en las ciudades pequeñas. Los verdaderos hallazgos a nivel de ingeniería o de arquitectura han de buscarse en los cuatro circos de estructura abovedada, o, por lo menos, en los tres que se pueden estudiar, pues el de Calagurris espera aún quien lo dé a conocer en detalle. Los circos de Emerita, Toletum y Tarraco son como tres hitos en su género a lo largo del siglo I d. C., y ya quien los viese desde fuera notaría sus claras diferencias: la fachada del primero, austera y cerrada, consistía en un muro de sillares animado tan sólo por falsas pilastras en relieve, y en el que se abrían, de trecho en trecho, arquitrabadas puertas; por detrás de él, y pegadas al muro, subirían escaleras hacia la parte alta de la gradería. En Toletum, en cambio, la fachada se convierte en una esbelta sucesión de arcos sobre finos pilares, interrumpida, de vez en cuando, por unos originales arcos triangulares de cemento, cuyos lados sirven de escaleras para la summa cavea, hecha en madera.
En cuanto al circo de Tarraco , su fachada se ajusta al sistema de arquerías basado en el Tabulario, con falsas pilastras entre los vanos, lo que le daría un empaque y una elegancia desconocidos en el resto de la Península, aunque acaso un poco convencionales. Por lo que se refiere a la estructura interna, se aprecia la misma evolución: los edificios de Emerita y de Toletum apoyan su costado derecho en una ladera, pero, mientras que el primero aún combina una estructura hueca sobre cámaras cerradas con planteamientos propios de la estructura de compartimentos, el segundo es ya de estructura hueca pura. Y esta última solución, perfeccionada, es la que se usa en Tarraco , donde además se desprecia ostentosamente la colina del costado izquierdo, prefiriendo recortarla y después construir todo con hormigón. Por desgracia, no podemos, hoy por hoy, continuar las comparaciones en los aspectos decorativos más sobresalientes: del pulvinar sólo quedan restos en Tarraco -donde sabemos que se unía al foro, para proporcionar acceso directo al gobernador provincial-, y únicamente pueden estudiarse con detalle la spina y las carceres del circo de Emerita, rehechas sin duda en el siglo IV d. C., pues en el caso de Toletum caben dudas a la hora de interpretar las ya antiguas excavaciones de las carceres. Quedan, por tanto, bastantes cuestiones sin resolver.
El circo de Saguntum es mucho más perfecto, con su spina ya sesgada y sus aditamentos en correcta situación. Por desgracia, hoy se ha perdido casi por completo, quedando sólo restos de una puerta, pero se sabe que sus graderías eran de una sencillez extrema: una simple estructura de casillas en hormigón, coronada, por un entramado de vigas que sostenía unos bancos de madera. Lo curioso es que estos dos edificios, pese a su pobre concepción, son los más tardíos de nuestros circos: se fechan entre los siglos II y III d. C., y constituyen por tanto una muestra fehaciente de cómo se mantienen tradiciones en las ciudades pequeñas. Los verdaderos hallazgos a nivel de ingeniería o de arquitectura han de buscarse en los cuatro circos de estructura abovedada, o, por lo menos, en los tres que se pueden estudiar, pues el de Calagurris espera aún quien lo dé a conocer en detalle. Los circos de Emerita, Toletum y Tarraco son como tres hitos en su género a lo largo del siglo I d. C., y ya quien los viese desde fuera notaría sus claras diferencias: la fachada del primero, austera y cerrada, consistía en un muro de sillares animado tan sólo por falsas pilastras en relieve, y en el que se abrían, de trecho en trecho, arquitrabadas puertas; por detrás de él, y pegadas al muro, subirían escaleras hacia la parte alta de la gradería. En Toletum, en cambio, la fachada se convierte en una esbelta sucesión de arcos sobre finos pilares, interrumpida, de vez en cuando, por unos originales arcos triangulares de cemento, cuyos lados sirven de escaleras para la summa cavea, hecha en madera.
En cuanto al circo de Tarraco , su fachada se ajusta al sistema de arquerías basado en el Tabulario, con falsas pilastras entre los vanos, lo que le daría un empaque y una elegancia desconocidos en el resto de la Península, aunque acaso un poco convencionales. Por lo que se refiere a la estructura interna, se aprecia la misma evolución: los edificios de Emerita y de Toletum apoyan su costado derecho en una ladera, pero, mientras que el primero aún combina una estructura hueca sobre cámaras cerradas con planteamientos propios de la estructura de compartimentos, el segundo es ya de estructura hueca pura. Y esta última solución, perfeccionada, es la que se usa en Tarraco , donde además se desprecia ostentosamente la colina del costado izquierdo, prefiriendo recortarla y después construir todo con hormigón. Por desgracia, no podemos, hoy por hoy, continuar las comparaciones en los aspectos decorativos más sobresalientes: del pulvinar sólo quedan restos en Tarraco -donde sabemos que se unía al foro, para proporcionar acceso directo al gobernador provincial-, y únicamente pueden estudiarse con detalle la spina y las carceres del circo de Emerita, rehechas sin duda en el siglo IV d. C., pues en el caso de Toletum caben dudas a la hora de interpretar las ya antiguas excavaciones de las carceres. Quedan, por tanto, bastantes cuestiones sin resolver.