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Datos principales


Tipo

Tropa

Categoría

Uniforme

País relacionado

Roma

Desarrollo


Es apasionante la historia del casco en Italia, desde la época en que Roma era poco más que una aldea hasta que, con Octavio Augusto, sus legiones dominaban el mundo civilizado y buena parte del bárbaro. Y lo es, en primer lugar, porque muestra cómo en Italia se entrelazaban tres tradiciones culturales y tecnológicas diferentes, la etrusca, la griega y la celta, que se influyeron entre sí durante centurias; y segundo, porque la evolución del casco romano refleja a la vez dificultades económicas para armar a un número creciente de legionarios y necesidades tácticas ante los nuevos tipos de enemigos con quienes habrían de enfrentarse. Los primeros cascos itálicos de los siglos VIII-VI a.C., de cresta o del tipo Negau eran modelos elegantes, altos, pero que no protegían la cara. Por ello, en el Sur de Italia se hicieron populares cascos griegos de diverso tipo, y en el s. IV surgieron modelos híbridos como el etrusco-corintio o el greco-itálico, que protegía bien la nuca al tiempo que permitía la audición, cosa difícil con el casco corintio. Mientras tanto, el mundo celta a ambos lados de los Alpes abandonaba a fines del s. V a.C. el tipo Berru, muy espectacular pero poco práctico, y comenzaba a desarrollar los cascos de tipo hemisférico con remate superior, que permitían enganchar penachos y plumas. En las llanuras del Norte de Italia y en torno a los Alpes surgieron a principios del s. IV a.C. cascos de este tipo, muy bien fabricados, en hierro, con guardanuca forjado aparte y remachado, y amplias carrilleras con tres discos que protegían la cara.

Eran piezas a menudo espléndidas, decoradas con repujados y apliques de oro, coral y otras materias preciosas. En el área central de Italia se hizo mucho más frecuente una versión puramente itálica de este casco, en lámina de bronce con guardanuca en una sola pieza y carrilleras muy diferentes, que conocemos como tipo Montefortino o etrusco-itálico. Este casco, mal llamado de gorra de jockey, sería el característico de las legiones romanas durante el s. III, en las guerras contra Cartago y, en sus diferentes variantes, hasta la época de César y Augusto. Estos cascos de entre 350 y 200 a.C. eran, a menudo, cuidados, con soportes para dos plumas y un gran penacho de crin en la parte superior, y decorados con un motivo sogueado en el borde inferior, además de incisiones en el guardanucas. Una variante especial, decorada con olas en punteado sobre el guardanuca (y no la visera, como a veces se cree), es característica del s. II a.C., y ha aparecido a menudo en Iberia, en contextos indígenas y a menudo en tumbas, prueba del aprecio que despertaban estos cascos, que no eran ya piezas de lujo en su Italia de origen. Es curioso que, cuando los Montefortino aparecen en contextos peninsulares, están despojados de sus carrilleras, como si éstas molestaran a la forma de lucha local. Ya en la primera mitad del s. I a.C., la proletarización y profesionalización del ejército romano, entonces equipado a costa del Estado, llevó a una degradación en la calidad de estos cascos: la decoración desapareció y se simplificó la manufactura en detalles como el guardanuca (más corto y plano) o el remate.

Este tipo de casco, llamado Buggenum, es el que dotaba a las legiones de Mario, César e incluso de Augusto. Junto a él, aparecía otra versión aún más simplificada, sin remate ni, a veces, carrilleras, el tipo Coolus-Mannheim. Entre el s. III y el cambio de Era, el tipo Montefortino y sus descendientes se difundieron por todo el Mediterráneo, desde El Algarve a Osetia, alcanzando enorme popularidad por su buena relación apariencia/coste/eficacia. En una zona tan remota como el Noroeste gallego surgió incluso en el s. I a.C., quizá en relación con las campañas romanas, una variante puramente indígena de este modelo, muy decorada con incisiones, que retomaba los rasgos de cuidada elaboración y ornamentación perdidas siglos antes en la propia Italia. Mientras tanto, el mundo céltico había evolucionado sobre líneas paralelas pero independientes. El viejo casco celto-itálico de hierro había sido sustituido a fines del s. II a.C. por un modelo más reforzado que mantenía los rasgos de cuidada metalurgia férrea característicos del ámbito celta, al tiempo que incorporaba otros tomados de los cascos helenísticos. César pudo ver, durante su asedio de Alesia en 52 a.C., ejemplares de este modelo. Sin embargo, durante el s. I a.C. y hasta el cambio de Era le sustituiría un tipo, el llamado Port, también en hierro, al que cabe el honor de ser el último modelo "celta", y el directo inspirador de uno de los más populares cascos de las legiones del recién nacido Imperio Romano.

En efecto, en época augustea se desarrollaron dos tradiciones simultáneamente y acabaría dominando la de raíz céltica aunque con muchas hibridaciones. Al tiempo que se mantuvo en Italia durante unas décadas la tradición de los cascos Montefortino-Buggennum (en su versión, ahora sí, llamada de gorra de jockey por su capacete semicircular y guardanuca plano muy grande), surgió el tipo Hagenau, heredero de aquel, pero sobre todo, el modelo llamado Weisenau, derivado de la añeja tradición céltica de cascos de hierro, modelo que originaría la rica tipología imperial de cascos transmitida por Hollywood con más o, sobre todo, menos acierto. Todos estos tipos desarrollarían una línea julio-claudia de hipertrofia del guardanuca y refuerzos en forma de molduras o relieves, cambios diseñados para defender cabeza y hombros, en una nueva forma de combate contra enemigos de elevada estatura armados con espadas tajantes, diferentes de los viejos rivales mediterráneos, armados con espadas que herían, sobre todo, de punta. Esta nueva lucha exigía una postura agachada y, por tanto, exponía más los hombros y el cuello.

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