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Vida de Francisco Hernández: sus años en España Entre los muchos autores que han estudiado con mayor o menor intensidad la obra de Hernández, ninguno se ha adentrado en su vida y su obra como el español Germán Somolinos D'Ardois. Médico también, Somolinos llegó a México al finalizar la guerra civil de España y, entre otras cosas, se dedicó a estudiar la historia de la medicina tanto española como mexicana. En 1960, como la Universidad Nacional comenzó a publicar la magna edición de las Obras Completas de Hernández, Somolinos colaboró con una amplia investigación en la que plasmó la vida y los quehaceres del eminente médico toledano. Dada la calidad de lo escrito por Somolinos me parece prudente enfocar la vida y la obra de Hernández a través de aquél, hoy por hoy, su mejor biógrafo4. Nadie duda que Francisco Hernández nació en La Puebla de Montalbán, Toledo, patria también de Fernando de Rojas, el autor de La Celestina. En cambio, muchos dudan de la fecha exacta de su nacimiento. Somolinos acepta, como la más verosímil, el año de 1517 ó 1518. Esta misma oscuridad en cuanto al año de su nacimiento se nos manifiesta si queremos conocer el ambiente familiar en el que se desarrolló. Es posible que naciera de familia acomodada, ya que pudo realizar estudios universitarios. Hay varios datos para confirmar que estuvo en la Universidad de Alcalá de Henares, donde además de teología estudió medicina. Recordaré en pocas líneas que esta universidad, en tiempos de Hernández, era la más joven de España.

Empezó a funcionar en 1508, patrocinada por el Cardenal Cisneros. Pronto se respiró en ella un ambiente innovador, empapado del espíritu reformista del propio Cisneros y sobre todo del de Erasmo de Rotterdam, de tal manera que, junto con Sevilla, Alcalá fue el centro erasmista más importante de España5. Hernández llegó a Alcalá a los veinte años. Allí vivió las más novedosas corrientes del Renacimiento y conoció a otros que después serían figuras destacadas, como el humanista Benito Arias Montano, de quien siempre fue amigo, los médicos Francisco de Valles y Juan Fragoso y el cronista Ambrosio de Morales. Señala Somolinos que coincidió la época de la juventud de Hernández con un momento de auge en los estudios médicos. Además del famosísimo doctor Andrés Laguna, varios médicos españoles eran entonces solicitados en las cortes europeas y en las universidades. Fue también un período en que la medicina española y la italiana estuvieron muy en contacto. A todo esto hay que añadir la influencia ejercida por Andrés Vesalio, quien vivió varios años en España como médico de Felipe II. Al terminar sus estudios en Alcalá, Hernández vuelve a su tierra, Toledo, donde adquiere sus primeras experiencias como médico. Pero poco después aparece en Sevilla como profesor de la Universidad. Esta ciudad debió presentar muchos alicientes para el joven Hernández. Allí existía una buena facultad de medicina, allí vivían médicos destacados como Nicolás Monardes y Juan Fragoso, y además se respiraba un ambiente erasmista.

Era también Sevilla una ciudad próspera y dinámica, floreciente por el comercio con América. Es más que probable que Hernández, por vez primera, tomara allí contacto con el mundo americano y empezara su entrenamiento botánico recorriendo el campo andaluz. Hacia 1560 se traslada a Guadalupe. En este pueblecito extremeño existía, desde el siglo XV, un foco importantísimo de ejercicio de la medicina. El monasterio, regentado por los jerónimos, atraía muchos devotos, tanto simples peregrinos como miembros de la nobleza e incluso de la realeza. La costumbre de visitar Guadalupe databa de la época de Alfonso XI, el rey patrocinador del monasterio en honor de la Virgen del mismo nombre6. La gran afluencia de gente justificaba un buen hospital para los muchos casos de enfermedad que se producían. En los sótanos del monasterio existía un local donde se hacía la disección y la lectura de cadáveres, actividad muy en boga en el Renacimiento. En sus obras, Hernández frecuentemente recuerda las autopsias de Guadalupe y las muchas enseñanzas que de ellas extrajo. La práctica médica que se adquiría allí era tal que los reyes buscaban a sus protomédicos entre aquellos que habían pasado por la escuela y hospital del famoso monasterio jerónimo. Además de anatomía, Hernández tuvo ocasión de familiarizarse en Guadalupe con la herbolaria renacentista. El jardín botánico del monasterio gozaba de fama de ser el mejor de España, sobre todo en lo que se refiere a plantas medicinales, y además, el entorno montañoso de las Villuercas poseía una flora muy rica y una vegetación abundante.

Mas no fue muy larga su estancia en Guadalupe. En 1567 lo encontramos de nuevo en su tierra natal, Toledo. Somolinos ofrece una razón muy convincente que explica el cambio, y es que Toledo era un lugar muy próximo a la corte, Madrid. No es extraño, pues, que Hernández deje Guadalupe a pesar de ser éste un centro clínico de primera importancia. Toledo, además, en estos años disfrutaba de una sociedad culta, en parte erasmista7, y pronto Hernández se relacionó con ella. Sabemos que por entonces tuvo amistad con Nicolás de Vergara, arquitecto muy destacado, y con Juanello Turriano. Este famoso relojero italiano trabajaba proyectando un artificio para llevar agua a la ciudad. En Toledo, Hernández ejercía la medicina privada y practicaba cirugía en el Hospital de Santa Cruz8. Y lo que fue más importante para su futuro en México, frecuentaba la corte de Felipe II. En su traducción de las obras de Plinio hace bastantes menciones de estas visitas, que incluían también estudios al huerto de su majestad y al jardín botánico de Aranjuez. En este tiempo tuvo oportunidad de conocer un perro pelón, Itzcuintli, de los de México, que era propiedad del príncipe Carlos. Y desde luego se relacionaba con gente prominente de la corte, como, por ejemplo, con Juan de Herrera, quien dirigía la Construcción de El Escorial. La amistad con Herrera debió ser muy estrecha desde el momento en que aparece como albacea de su testamento. Hecho capital en la vida de Hernández es que en estos mismos años fue nombrado médico del invictísimo Philippo Segundo, rey de Hespaña, Nuestro Señor, y poco después protomédico general en todas las Indias, yslas y tierra firme del mar océano9.

Y aquí se presenta una contradicción que al parecer es sólo aparente. En efecto, ya estando en México, Hernández escribe al rey pidiéndole su nombramiento oficial de médico de cámara. Somolinos supone que la razón por la que Hernández no disponía de este nombramiento era debida simplemente a un retraso burocrático, a una cuestión de papeleo. La fecha de estos nombramientos no se conoce con exactitud, pero se supone que la de médico de cámara fue en 1567 y poco después la de protomédico de las Indias. Somolinos reflexiona sobre este último nombramiento y supone que en él influyó mucho Benito Arias Montano. Gracias a este humanista, Felipe II prefirió a Hernández sobre otros médicos más allegados a la corte. Cabe pensar también que en la decisión del rey pudo pesar favorablemente el interés que había mostrado Hernández por la botánica. Quizá esto lo hacía más idóneo para la empresa americana que otros médicos más afamados en la medicina pero menos atraídos por el estudio de las plantas. El hecho es que esta decisión real iba a cambiar la vida de Hernández y lo iba a meter de lleno en la historia del Nuevo Mundo.

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